Gracias por la felicidad, Bernal

Ricardo Ayllón
Lima, octubre 2012

No es un alegre tondero ni un melancólico sanjuanito, tampoco una de esas cumbias pegajosas que tanto se escuchan en el norte del Perú, menos aún el picarón compás de una cumanana lo que me traigo en la memoria como un retintín desde mi reciente viaje a Bernal, en la provincia piurana de Sechura, sino nada menos que la letra y el ritmo encantadores de un cancioncita cristiana. Llego a mi casa en Lima, se la tarareo a Leonardo, mi hijo mayor, y él me da el nombre del tema: “Granito de mostaza”.

Corro a la computadora y la busco en You Tube para identificarla mejor, y sí, allí está, esa es: la canción que a las seis de la mañana en punto me sacaba del sueño desde el potente parlante de una emisora local: “Si tuvieras fe / si tuvieras fe / como un granito de mostaza / eso dice el Señor…”, y llegaba clarito a mis oídos, como un auténtico despertador, en el Albergue Municipal donde estuve hospedado.

Pero era un hermoso despertador. Polifónico y vivaracho, “Granito de mostaza” me recordaba los irremplazables días de infancia integrando el coro navideño de la parroquia San José Obrero en mi Chimbote entrañable, pero también me recordaba que ahora estaba en un pueblo asentado en pleno desierto peruano, donde las emisoras locales no trasmiten su programación a través de las ondas hertzianas, sino confiándola a la energía decisiva de un altavoz y a la bondad de los vientos.

Es la cuarta vez que visito Bernal a propósito de la feria de libros que el narrador Jorge Tume Quiroga y el alcalde Félix Ayala Cherre organizan anualmente en su tierra natal, y los escritores que venimos a esta apacible estancia sabemos que debemos aprovechar cada segundo para no perdernos el sabor de la provincia. Bernal no debe tener más de cinco mil habitantes, y por eso mismo es un regalo del destino el recorrer sus inalterables calles bajo su sol generoso. Ya algunos de los pobladores se han acostumbrado a esta feria de libros y a nuestra presencia, por eso algunos, reconociéndonos, saludan a la distancia levantando la mano y pronunciando nuestros nombres sin dudar. Más tarde los encontraremos en la Plaza Ramón Castilla –a la entrada del pueblo– donde nos concentraremos editores y escritores ofreciendo nuestro trabajo.

Atraídos por el colorido de los libros que ofrezco, decenas de niños se arremolinan en el módulo de mi editorial, y yo, contento de recibirlos y conversar con ellos, les muestro las novedades que he traído para este año. Soy dichoso absolviendo sus preguntas que llegan con el cantito hermoso de su acento norteño, despejando sus dudas sobre el contenido de los textos, obsequiándoles los nuevos marcadores de libros diseñados especialmente para este viaje, explicándoles cómo se confecciona el material publicitario con el que acondiciono mi módulo. Alguno se anima por un libro y, decidido, saca su dinero del ceñido bolsillo de su pantalón; otro lo imita, y quienes no pueden llevarse un libro ahora, volverán con sus padres en los próximos días.

Pero estar en un lugar como Bernal es una bendición. Kilómetros antes de llegar a él nos recibe ya este paisaje de excepción que gobierna todo el Bajo Piura: prominentes cocoteros que parecen saludarnos con ascetismo, extensos arrozales cuyo verdor contrasta maravillosamente con el desierto, aquellos algarrobales frondosos por donde provoca perderse buscando la felicidad, las humildes viviendas de quincha en esta campiña sin final donde imaginamos destinos diferentes para nuestras vidas, y la contundente presencia del chilalo, esa avecilla indomable cuyo enérgico cantar destroza bellamente la serenidad del tiempo.

Este año la Feria coincidió con las celebraciones religiosas de San Francisco de Asís, uno de los patrones del pueblo, y la ocasión no pudo ser mejor pues mezclamos lectura de poemas y presentaciones de libros con novenas y veladas organizadas por la comunidad cristiana. Entonces el murmullo del rezo del santo rosario surgido de la parroquia junto a la plaza, se confunde cadenciosamente con la declamación casi silente de uno de los poetas invitados; y tras una ponencia sobre plan lector, viene la divertida verbena preparada para la población; mientras que el comentario de un crítico sobre el contenido de un libro es acompasado por la lejana banda del pueblo que escolta a la procesión de San Francisco.

Entre la plaza de los libros y la casa de Tume Quiroga donde nos sirven los alimentos, debe haber unas diez cuadras. La mayoría de escritores preferimos recorrerlas a pie y no ir montados en las incómodas mototaxis que han invadido también Bernal como a otros pueblos del Perú. Hacer este recorrido eligiendo la rectilínea ruta de la calle que conduce a la vivienda de Tume, es toda una experiencia: el calor es constante pero delicioso; el tiempo parece detenido en el rostro de la gente que nos observa desde sus casas cuyas puertas permanecen abiertas (como una perpetua bienvenida) todas las horas del día; las veredas y calzada, invadidas por el acoso constante de la arena del desierto; los perros y borricos, arrullados por un vientecillo cálido cuyo aroma se infiltra también en nuestra piel, y, sobrevolándolo todo, aquel envidiable sosiego que en Lima es ya un animal en extinción.

La feria dura cuatro días, y mientras las horas avanzan siento que me pierdo de mucho. Varios de los escritores han salido a recorrer las estancias aledañas con sus cámaras fotográficas, o a ciudades cercanas como Catacaos, donde su artesanía y su excelente gastronomía son ineludibles, o al mar de Sechura, que está a solo 25 minutos en dirección oeste. Yo no puedo ir con ellos. Debo velar por mis libros en venta y, pese a que he contratado a un ‘churre’ bernalense para que se encargue de esa tarea, siento que debo estar cerca de él y orientarlo en todo momento.

Con el último día, llega también el momento de la fotografía general. Para lograrlo, Jorge Tume nos invoca por altoparlante, y a la mayoría de escritores nos saca de las bodeguitas y restaurantes aledaños donde pacificamos el calor con chicha de jora y cerveza. Las horas caminan a prisa y ya no queda casi nada para la partida. Va quedando ese cúmulo de imágenes que son los rostros bernalenses cuyos entrañables apellidos son siempre Tume, Loro, Ayala, Purizaca, Pingo o Nunura; las insustituibles charlas literarias con los cófrades de la zona donde se entremezclan relatos históricos como el del mítico bandolero Froilán Alama y protestas sobre el desinterés cultural en la juventud de hoy; el descubrimiento de un nuevo poeta para la memoria e identidad de este pueblo: Félix Puescas Montero; las historias personales que todos empezamos a entretejer alrededor de este viaje con gusto a felicidad, y yo, para mis adentros, la obstinación de repetir el estribillo de ese tema cristiano que me ha despertado estas últimas mañanas, “Granito de mostaza”; reflexionando que aquella fe de la que se habla allí es la que también deberíamos poner los peruanos en nuestra literatura, tal como lo hace el bello distrito de Bernal que ahora empiezo a echar de menos como un niño desolado.

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