Por Rafael Robles
Domingo, suplemento de La República, Lima 17/05/09
http://www.larepublica.pe/archive/all/domingo/20090517/22/node/193813/todos/1558
Casi cinco años han pasado desde que la editorial Estruendomudo irrumpiera en el cerrado círculo literario para dar cabida a nuevas propuestas independientes. Hoy, con más de cincuenta títulos publicados, su director Álvaro Lasso confiesa que su vida ha cambiado a raíz del éxito y que, a diferencia de su trabajo como editor, a él le gusta que sus propios libros mantengan el perfil bajo, volviéndose un claro ejemplo de lo que no debe hacer un escritor para ser famoso.
Si bien no pasa de los veintiséis años y se mantiene inmune a la soberbia del éxito tempranero, entrevistar a Álvaro Lasso puede ser más complicado de lo que parece. Hay que llamarlo varias veces a un celular que no siempre está encendido, escribirle un correo para recordarle la fecha y hora pactadas y esperar algunos días para finalmente conversar con él.
Una vez en la oficina de Estruendomudo caemos en la cuenta de que somos una de las cinco citas que ha coordinado para el día. “El estrés me ha envejecido”, se disculpa Álvaro, lentes de medida, sonrisa bonachona y medio centenar de publicaciones en menos de cinco años como editor independiente en un país muchas veces ingrato con las personas que se rebelan contra la mediocridad.
De la Unión Soviética a Surquillo
Aunque Álvaro no recuerda nada, su partida de nacimiento –que ahora solo le sirve de souvenir– no deja espacio para la sospecha: nació en Azerbaiyán, pequeño país de Europa Oriental y antiguo territorio perteneciente a la URSS. “Mi mamá había ganado una beca. Me quedé allá hasta los diez meses y luego de frente a Surquillo. Mi sueño es regresar”. Como rezago de su raíz soviética le queda el apelativo de “Bakú” con el que todavía lo llaman algunos viejos amigos en honor a la capital del país donde sus padres se enamoraron. “Fue un amor de juventud. Allá se conocieron, me hicieron y se separaron. Mi papá es colombiano y mi madre peruana, así que soy made in URSS pero con insumos latinos”, explica. De pronto su celular suena y debemos interrumpir la conversación por un momento. Tal parece que el trabajo de editor es un libro que nunca se termina.
César tiene la culpa
La literatura apareció en su vida cuando tenía apenas trece años, en forma de poemas de Vallejo y visitas a Quilca. Con “Trilce” se dio cuenta de que para escribir había que olvidarse de las reglas, mientras que en las galerías del centro de Lima encontró libros caletas que no estaban en el programa escolar. Luego vino una época entre los 16 y 22 años en la que sólo leyó poesía. Su mundo eran Rimbaud, la vanguardia peruana, los poetas franceses y las canciones de bossa nova. Después llegaría su ingreso a la Católica y el descubrimiento de un movimiento intelectual entre los cachimbos. “Cuando tenía 17 me rayaba que la historia de la literatura se acabe en los setentas. No entendía por qué lo que se hizo después estaba tan enterrado”, recuerda.
La curiosidad ya estaba ahí. Lo demás caería por su propio peso. Vendría el grupo de amigos con el que formó el colectivo de poesía Cieno, el periódico “odumodneurtse!”, las borracheras y las actividades culturales en los pabellones universitarios como el recital Novissima Verba, que en cinco ediciones alcanzó la categoría de internacional. Sin darse cuenta, Álvaro fue cumpliendo las etapas que consideraba necesarias para ser un editor: había trabajado en una librería, tenía experiencia en actividades culturales y además escribía poesía. A fines de julio del 2004, con solo 22 años, fundaría la editorial Estruendomudo.
Editor versus Escritor
Si el Álvaro Lasso poeta quisiera publicar un texto con el Álvaro Lasso editor, surgirían serios problemas de entendimiento. Al primero no le importa la publicidad, todo lo contrario, sostiene que el acto de escribir es íntimo y que la mejor forma de hacerse conocido es escondiéndose del ojo público. Fue de esa manera que editó paralelamente una joyita de culto titulada “Dos niñas de Egon Schiele”, finalista del Premio Copé de Poesía del 2003. “Fue divertido que, después de afanarme tanto con el marketing, haga que mi libro sea el ejemplo de lo que hago con los libros de mis autores, pero al revés”, explica. Por su lado, el Álvaro Lasso editor no duda en reprender al escritor de perfil bajo. “Siempre los desahuevo, les digo que hay que hacer lo posible para vender el libro”, comenta antes de que su celular vuelva a sonar y tenga que desaparecer por un momento.
El trabajo de editor no termina ahí, menos para uno que suele ser menor que los escritores que publica. La relación, cuando ambas partes son jóvenes, suele ser muy amical y eso precisamente hace que las peleas se vuelvan propensas. “A veces nos convertimos en terapeutas. Podemos mejorarle la vida a un escritor, como también podemos generarle traumas con algún error. Sin embargo, el privilegio que gozamos es conocerlos con todas sus complejidades”, cuenta.
También está el factor tiempo. Álvaro tiene que repartirse entre su trabajo con Estruendomudo, los estudios de Literatura en la Universidad Católica y su propia carrera como escritor. “Le prometí a mi abuela que terminaría la carrera y una cosa así tiene que cumplirse”, aclara. Cuando uno lo ve, contestando cada tanto llamadas urgentes, piensa que no podrá con todo, que un día de estos se volverá loco o dejará de cumplir con alguna cita importante. “Es cierto, no estoy escribiendo como antes. Ahora soy un hombre con responsabilidades, pero una persona que escribe tiene que saber jugar ping pong con su vida, ese es el tema. Creo que sí se puede escribir siendo un proletario”. Cuando Álvaro dice esto último parece convencido. Un halo de tranquilidad hace que se recueste en su silla y sonría de nuevo. Tiene cara de estar seguro de que su celular no volverá a timbrar en lo que resta del día, aunque en el fondo sepa bien que no es cierto. No importa, vale la pena creerse esa hermosa mentira por unos minutos. Después de todo, de eso se trata la literatura.