Alberto Loza Nehmad
Alberto Loza Nehmad

Desde la otra esquina:
Traducciones de artículos, entrevistas, etc.

Una nueva biografía de Albert Einstein

Por Freeman Dyson

Originalmente publicado como “Einstein as a Jew and as a Philosopher”, The New York Review of Books, 7 de mayo de 2015 (http://www.nybooks.com/articles/archives/2015/may/07/albert-einstein-jew-and-philosopher/). Traducido por Alberto Loza Nehmad.

Reseña del libro de Steven Gimbel, Einstein: His Space and Times. Yale University Press, 191 pp


¿Por qué alguien querría escribir otro libro más sobre Albert Einstein? ¿Por qué alguien querría leerlo? Estas son preguntas separadas, pero ambas tienen respuestas satisfactorias. A pesar del gran número de libros ya escritos acerca de Einstein, aún queda espacio para uno más.

Hubo varias buenas razones para escribir este libro. Yale University Press está publicando una gran serie de biografías breves bajo el nombre de “Vidas judías”. Entre las veinte ya publicadas están las de Sigmund Freud, Franz Kafka, Sarah Bernhardt, Mark Rothko y Leon Trotsky. Entre las veinticinco anunciadas por venir, están las de Benjamin Disraeli, Bob Dylan, Jesús y Moisés. Obviamente, Einstein pertenece a esta lista.

John Reed, en su reportaje como testigo presencial¸ Diez días que conmovieron al mundo, que describe la Revolución Bolchevique de 1917 en Petrogrado, proclamó a Leon Trotsky como “el judío más grande desde Jesús”. En los últimos cien años, Einstein ha desplazado a Trotsky como la segunda estrella judía más grande del Panteón judío. Sería absurdo mostrar una galería de judíos famosos sin poner a Einstein en un lugar prominente. Otra razón por la que este libro sobre Einstein es bienvenido es porque es breve. La mayor parte de los anteriores libros son mucho más gruesos, con detalladas y extensas descripciones de la vida personal de Einstein y de su vida científica. Los tiempos están ahora maduros para un libro corto, que resuma brevemente los bien conocidos hechos acerca del pedregoso camino de Einstein como esposo, padre y científico, y que enfatice su duradera importancia como político y filósofo. Este libro es exacto y está bien balanceado. Presenta le herencia judía de Einstein tal como él mismo la vio, no como el núcleo central de su ser, sino como un accidente histórico que le traía inescapables responsabilidades.

Las razones para leer este libro son también simples. La mayoría de científicos famosos tienen libros escritos sobre ellos que son de interés para historiadores y especialistas. Los científicos permanecen famosos por unas pocas décadas, y luego se desvanecen gradualmente. Los libros contienen casi toda la información digna de preservar acerca de ellos. Pero hay unos pocos científicos cuyas vidas y pensamientos son de interés permanente, porque cambiaron de manera permanente nuestra manera de pensar. A estos pocos pertenecen Galileo, Newton, Darwin y ahora Einstein. Para los pocos selectos, no habrá término a la escritura de libros sobre ellos. Se necesitará escribir y leer nuevos libros, porque esta gente tuvo ideas perdurables que echan luces sobre nuevos problemas a medida que pasan las centurias.

Los últimos capítulos del libro de Steven Gimbel describen el profundo involucramiento de Einstein con el movimiento sionista, al promover el establecimiento de judíos en Palestina. Einstein vio a estos asentamientos como benéficos para judíos y árabes, al darles a los judíos un lugar donde vivir y prosperar, y a los árabes una oportunidad de compartir las bendiciones del progreso y la prosperidad. En 1929, cuando algunos árabes palestinos organizaron una violenta oposición a los asentamientos judíos y mataron a algunos de ellos, el gobierno colonial británico suprimió la rebelión y forzó una coexistencia pacífica de judíos y árabes. Pero Einstein entendió que esta coexistencia pacífica no podría durar. Escribió un artículo con el título, “Judío y árabe” del cual Gimbel cita:

La primera y más importante necesidad es la creación de un  modus vivendi con el pueblo árabe. La fricción quizá sea inevitable, pero sus malignas consecuencias deben ser superadas por la cooperación organizada, de modo que el material inflamable no pueda apilarse hasta el punto de peligro. La ausencia de contactos en la vida diaria está destinada a producir una atmósfera de temor y desconfianza mutuos, que es favorable  a los estallidos de pasión de los que hemos sido testigos. Los judíos debemos mostrar sobre todo que nuestra propia historia de sufrimiento nos ha dado el suficiente entendimiento y penetración psicológica como para saber cómo lidiar con este problema de la psicología y la organización: sobre todo cuando en Palestina no se tiene diferencias irreconciliables en el camino de la paz entre judíos y árabes. Estemos, por tanto y sobre todo, en guardia contra el chauvinismo ciego de cualquier tipo, y no imaginemos que la razón  y el sentido común puedan ser reemplazados por las bayonetas británicas.

Einstein trabajó con Chaim Weizmann, el líder de la organización sionista, reuniendo dinero para los asentamientos y trabajando por la fundación de la Universidad Hebrea de Jerusalén. Pero mientras trabajaba con Weizmann como recolector de fondos, estaba fundamentalmente en desacuerdo con los objetivos de Weizmann para el futuro. En los primeros días, antes de que Israel Existiese, Einstein se oponía a la idea de un estado judío. Weizmann buscó desde el inicio establecer un estado judío en Palestina, y vivió lo suficiente para ver sus sueños hechos realidad, y sirvió como el primer presidente de Israel. Después de que se estableciese el estado de Israel, Einstein le dio todo su apoyo. Pero decía que la presencia permanente y pacífica de los judíos en Palestina solo podía ser posible si trabajaban lado a lado con los árabes bajo condiciones de igualdad social y política.

Einstein sintió una profunda responsabilidad personal por las acciones de la comunidad judía a la que nunca perteneció con entusiasmo. Intentó con todas sus fuerzas evitar que pueblo judío se convirtiese en otra cultura nacionalista más que glorificara la fuerza militar, como la cultura militarista alemana que él había odiado de niño y repudiado de adolescente cuando renunció a la ciudadanía alemana. Continuó apoyando a Israel al tiempo que lo criticaba severamente. Al final de su vida, cuando se había convertido en ciudadano estadounidense, sintió una igual responsabilidad por las acciones de la comunidad norteamericana a la que nunca perteneció muy entusiastamente. Había pasado por el ritual de la naturalización, pero permaneció siendo un espíritu ajeno en los Estados Unidos.

Vio al pueblo norteamericano, después de su victoria sobre Alemania y Japón, deslizándose hacia la misma arrogancia militarista que capturó al pueblo alemán después de su victoria de 1871 sobre Francia. Había experimentado en Berlín, en 1914, el insano entusiasmo con que el pueblo alemán, inclusive sus amigos científicos y colegas, le dieron la bienvenida al estallido de la Primera Guerra Mundial. Vio la misma insania tomar raíces en Estados Unidos, con ciudadanos patrióticos que imaginaban que la posesión de armas nucleares le daría a Estados Unidos el poder para gobernar el mundo. Así como habló contra la militarización de Israel, habló contra la militarización de Estados Unidos. Habló con particular claridad contra el delirio de que estar a la cabeza de la carrera por desarrollar armas nucleares le daría a Estados Unidos una seguridad nacional permanente.

Gimbel cita un extracto de las declaraciones de Einstein en reacción ante el anuncio del presidente Truman en 1950 de que Estados Unidos estaba desarrollando una bomba de hidrógeno:

La carrera nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética, iniciada como una medida preventiva, asume proporciones histéricas. En ambos lados, los medios de destrucción masiva están siendo perfeccionados con febril apresuramiento y tras muros de secreto. Y ahora al público se le ha avisado que la producción de la bomba de hidrogeno es la nueva meta que probablemente será lograda. Un desarrollo acelerado hacia este fin ha sido solemnemente proclamado por el presidente. Si estos esfuerzos resultaran exitosos, el envenenamiento radiactivo de la atmósfera y, por tanto, el aniquilamiento de toda vida sobre la tierra habrán sido llevados dentro del rango de lo técnicamente posible. El extraño aspecto de este proceso se encuentra en su carácter aparentemente inexorable. Cada paso parece la consecuencia inevitable del que se dio previamente. Y al final, acechando de manera cada vez más clara, se encuentra la aniquilación general.

Estas palabras han tenido un impacto duradero. Muchos líderes mundiales, civiles y militares, han hecho declaraciones similares durante los subsiguientes sesenta años. Más importantemente, los gobiernos de países poderosos se han comportado de manera cauta, mostrando por sus acciones que no consideran la victoria en una guerra de grandes proporciones como un objetivo significativo. Las guerras continúan librándose, pero son mayormente locales en escala y extendidas en el tiempo, tan diferentes como es posible de un holocausto nuclear que podría destruir la mitad del mundo en unas pocas horas. Los líderes militares de todos los países han aprendido que las armas nucleares no son muy útiles. Son efectivas para asesinar enormes números de personas en un corto tiempo, pero no para ganar batallas reales en guerras reales. Para casi todas la situaciones de las guerras locales, las armas nucleares son demasiado grandes y los objetivos demasiado pequeños.

Desde 1945 y hasta el final de su vida en 1955, Einstein vio la abolición de las armas nucleares como un objetivo necesario. La abolición de la guerra era para él la única manera de salvar a la humanidad de la amenaza de la destrucción nuclear. No estaba seguro de cómo podría conseguirse la abolición. A veces hablaba de un gobierno mundial con poder para detener las actividades nucleares en todos los países. A veces hablaba de abolir la guerra así como las armas nucleares. Comprendía que cualquier abolición de la guerra o de las armas requeriría un cambio radical en nuestra manera de pensar.

El primer paso esencial, antes de que pudiese ser efectivo cualquier acuerdo para la abolición, era educar al público. El público y los líderes políticos debían entender que las armas nucleares eran, no solamente intolerablemente peligrosas, sino militarmente inútiles. Una vez que estos hechos concretos de la vida fueran claramente entendidos, habría una posibilidad de que pudiese funcionar un acuerdo por la abolición. En sus años finales, Einstein hizo todo lo que pudo para educar al público.

Durante el último mes de su vida, se unió a Bertrand Russell para hacer una declaración pública que no él no llegó a ver publicada. Aquí están sus palabras finales.

En vista del hecho de que en cualquier futura guerra mundial las armas nucleares ciertamente serán empleadas, y de que tales armas amenazan la continuada existencia de la humanidad, urgimos a los gobiernos del mundo a que se den cuenta (y reconozcan públicamente) de que sus propósitos no pueden ser impulsados por una guerra mundial, y les urgimos a que, en consecuencia, encuentren medios pacíficos para la solución de todas las materias en disputa entre ellos.

Después de que se publicara el manifiesto Russell-Einstein, a partir de este surgió una organización llamada movimiento Pugwash, que reunía a científicos del Este y el Oeste para discutir los problemas de la guerra y las armas. EL nombre Pugwash vino del pequeño pueblo al este de Canadá donde se tuvo la primera reunión en 1957. Desde este tiempo, se ha tenido conferencias en muchos países y continúa teniéndoselas hasta el presente. La idea básica de las reuniones es que la ciencia les da a los científicos de todos los países un idioma común, para que puedan entenderse entre ellos al hablar de problemas políticos y humanos que tienen poco que ver con la ciencia.

Los políticos y los diplomáticos tienen muchas más dificultades al entenderse entre ellos. Los científicos tienen una larga experiencia trabajando juntos en una empresa internacional que no le presta ninguna atención a las diferencias nacionales o ideológicas. Al inicio, el mismo Bertrand Russell presidió las Conferencias Pugwash. Después de que se retiró, el liderazgo fue tomado por Joseph Rotblat, un físico nuclear polaco que trabajó en Los Álamos y se hizo famoso por haber sido el único científico que salió de Los Álamos por razones de conciencia, en 1944, cuando se supo que Alemania no tenía un programa serio de armamento nuclear. El general Leslie Groves lo dejó salir después de que prometiera no decirles a sus amigos la razón de su partida. Rotblat administró las Conferencias Pugwash por cuarenta años. Se ganó el respeto de todos los participantes y muchos de sus gobiernos.

Asistí a muchas de las primeras Conferencias Pugwash bajo los auspicios de Russell y Rotblat. En ese entonces las conferencias actuaban como un valioso canal extraoficial para el intercambio de opiniones entre los gobiernos estadounidense y soviético, cuando el canal oficial diplomático estaba bloqueado por desacuerdos ideológicos. Las dos personalidades dominantes eran Leó Szilárd en el lado estadounidense y Vladimir Pavlichenko en el lado soviético. Szilárd era un viejo amigo de Einstein de los días de Einstein en Berlín. Él escribió esa carta que Einstein firmó en 1939, advirtiendo al presidente Roosevelt que las armas nucleares eran una posibilidad, que el uranio era el material crucial para su manufactura, y que era importante mantener las ricas vetas de uranio del Congo Belga lejos de las manos de Hitler.

Szilárd también había tratado en vano de entregar un llamado al presidente Truman, urgiéndole a darle una advertencia a Japón y una oportunidad de  rendirse antes de soltar las bombas nucleares en las ciudades japonesas. Pavlichenko era el hombre de la KGB en el lado soviético, enviado a las conferencias Pugwash junto con los científicos, para asegurarse que ellos no se desviaran de la línea soviética. Era altamente inteligente y estaba bien informado acerca de las cuestiones técnicas y políticas. Él sabía mucho más que los científicos acerca de las acciones y las intenciones de su propio gobierno.

Szilárd inmediatamente reconoció a Pavlichenko como el hombre con quien hablar cuando se discutía temas serios. Cualquier propuesta hecha a Pavlichenko alcanzaría los altos niveles del gobierno soviético. Szilárd tenía amigos en altos niveles del gobierno estadounidense, y de este modo, este improbable par, el rebelde húngaro y el apparatchik de la KGP, trabajaron fructíferamente juntos para llevar mensajes en ambas direcciones. Ahora, cincuenta años después, las Conferencias Pugwash están llevando mensajes entre Israel y los hostiles estados árabes del Medio Oriente, y entre la India y Pakistán en el Asia. La esperanza expresada por Einstein aún se encuentra viva, aquella de que nuestra manera de pensar podría cambiar algún día, y de que la abolición de la guerra y las armas podría ser posible.

Menos de la mitad el libro de Gimbel trata acerca de la política de Einstein. El resto trata de su ciencia y filosofía. En esta reseña invierto las proporciones, al darle más espacio a la política y menos a la filosofía. La filosofía de Einstein emanaba directamente de su ciencia. Durante los diez años entre 1905 y 1915, creó una nueva visión del universo físico, incluidos los átomos y los quanta de luz, el espacio y el tiempo, el electromagnetismo y la gravitación, con todos sus movimientos e interacciones gobernadas por precisas leyes matemáticas. Sus teorías fueron sometidas a prueba por la observación y el experimento, y se las encontró correctas. Sobre la base de su deslumbrante éxito, construyó una filosofía.

Una filosofía para Einstein significaba una visión general de la naturaleza en la cual pudieran encajar los detalles científicos. Su filosofía describe la naturaleza como una sola capa de objetos observables con una estricta causalidad que gobierna sus movimientos. Si el estado de las cosas en el tiempo presente es conocido con precisión, entonces las leyes de la naturaleza permitirán que el estado de ellas en un tiempo futuro pueda ser precisamente predicho. La incertidumbre de nuestro conocimiento del futuro se origina solo en nuestra incertidumbre acerca de nuestro conocimiento del pasado y el presente. Yo llamo filosofía clásica a esta visión de la naturaleza, puesto que todos los objetos obedecen a las leyes de la física clásica.

Diez años después de que Einstein completara sus teorías, Werner Heisenberg and Erwin Schrödinger inventaron la mecánica cuántica, que describe el comportamiento de los átomos y de los cuanta de luz de una manera radicalmente diferente. Experimentos confirmaron que la mecánica cuántica ofrece una verdadera imagen de los procesos atómicos que las teorías de Einstein no podían explicar. Niels Bohr elaboró una filosofía, generalmente conocida como la filosofía dualista, puesto que describe el universo como si consistiera de dos capas. La primera capa es el mundo clásico de Einstein, con objetos que son directamente observables pero ya no predecibles. Ellos se han hecho impredecibles porque están impulsados por eventos que no podemos ver en la segunda capa. La segunda capa es el mundo cuántico, con estados que no son directamente observables sino que obedecen a leyes simples. Por ejemplo, las leyes de la segunda capa decretan que cada partícula viaje a lo largo de todo camino posible con una probabilidad que depende de manera simple del camino.

Las dos capas están conectadas por reglas probabilísticas, de modo que el estado cuántico de un objeto nos dice sólo las probabilidades acerca de que éste haga varias cosas. La filosofía dualista nos permite dividir nuestro conocimiento de la naturaleza en hechos y probabilidades. La observación de la primera capa nos brinda hechos acerca de lo que sucedió en el pasado, pero solo nos da probabilidades acerca de lo que puede suceder en el futuro. El futuro es incierto porque los procesos de la segunda capa son inobservables. El poder y la belleza de la mecánica cuántica surgen del hecho de que las leyes físicas de la segunda capa son precisamente lineales.

Todos los puntos de una teoría lineal son iguales, y un espacio lineal tiene una simetría perfecta acerca de todos sus puntos. Como resultado de la linealidad de las leyes, la segunda capa posee una riqueza de simetrías maravillosas que son solo parcialmente visibles en la primera capa. Por ejemplo, en la primera capa, las simetrías entre el espacio y el tiempo son solo parcialmente visibles. En la vida diaria, nosotros no mezclamos pulgadas con segundos, ni millas con días. En la segunda capa, como resultado de la elegante ecuación de Dirac que describe el comportamiento cuántico del electrón, la combinación del espacio con el  tiempo en los movimientos del electrón sería claramente visible. Pero no vivimos en la segunda capa, y así, esa combinación está oculta para nosotros.

La filosofía dualista ofrece un marco natural para las nuevas ciencias de la física de las partículas y la cosmología relativista que emergieron en el siglo XX después de que murieran Einstein y Bohr. Las nuevas ciencias están dominadas por simetrías matemáticas que son exactas en la segunda capa y aproximadas en la primera. La filosofía dualista me parece representar exactamente nuestro presente estado del conocimiento.  Esta nos dice que el mundo clásico y el mundo cuántico son ambos reales, pero la manera en que se ajustan entre ambos no está completamente comprendida. La filosofía dualista es lo suficientemente flexible para aceptar descubrimientos inesperados y revoluciones conceptuales.

Ahora, ochenta años después de que la filosofía dualista fuese inventada por Bohr, está generalmente considerada como obsoleta por la generación  más joven de físicos. En su mayor parte la generación joven rechaza la dualidad y acepta lo que denomino la filosofía solamente cuántica. La filosofía solamente cuántica dice que el mundo clásico es una ilusión y que solo existe el mundo cuántico. El concepto de un mundo clásico surgió porque los efectos de la mecánica cuántica son rápidamente borrados por un fenómeno llamado decoherencia. La decoherencia oculta el mundo cuántico al destruir rápidamente las ondas que surgen de los efectos cuánticos. Después de que las ondas han desaparecido, lo que queda obedece las leyes clásicas y luce como el mundo clásico. Según la filosofía solamente cuántica, la maravillosa armonía del universo clásico de Einstein es solo una aproximación, válida cuando las ondas cuánticas son lo suficientemente pequeñas para ser ignoradas.

Para resumir la situación presente, hay tres maneras de entender filosóficamente nuestras observaciones del universo físico. La filosofía clásica de Einstein lo tiene todo en una sola capa que obedece a las leyes clásicas, y deja sin explicar los procesos cuánticos. La filosofía solamente cuántica ha incluido todo en una sola capa que obedece a las leyes cuánticas, y deja sin explicar la asombrosa solidez y unicidad de la ilusión clásica. La filosofía dualista ofrece la realidad, imparcialmente, a la visión clásica de Einstein y a la visión cuántica de Bohr, y deja sin explicar los detalles de la conexión entre las dos capas. Las tres filosofías son sostenibles, y las tres son incompletas. Prefiero la filosofía dualista porque le doy un peso igual a las visiones de Einstein y las de Bohr. No creo que las armonías celestiales descubiertas por Einstein sean una ilusión accidental.

En la vida real, Einstein fue no solo un gran político y un gran filósofo. Fue también un gran observador de la comedia humana, con un robusto sentido del humor. EL tercer lado de la personalidad de Einstein no está enfatizado por Gimbel, pero fue una causa importante de su inmensa popularidad. Él vino como un observador al internado de mi colegio en Inglaterra en 1931, pocos años antes de que yo llegara allí. Estaba en Inglaterra como invitado de Frederick Lindemann, un físico de Oxford que también era amigo y consejero de Winston Churchill.

Lindemann lo llevó al colegio para que conociera a uno de los muchachos, quien era un amigo de mi familia. El muchacho estaba viviendo en la Segunda Cámara, en un antiguo edificio donde las paredes estaban ornamentadas con placas de mármol en homenaje a chicos que habían ocupado los cuartos en los siglos pasados. Einstein y Lindemann recorrieron por error la cercana Primera Cámara, que había sido convertida, de dormitorio en un baño. En la Primera Cámara, los recuerdos de mármol habían sido preservados, pero debajo de ellos, sobre las paredes, había ganchos donde los muchachos colgaban sus olorosas ropas de fútbol. Einstein repasó la escena por un momento en silencio, y luego dijo: “Ahora comprendo: los espíritus de los fallecidos pasan a los pantalones de los vivos”.

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