Alberto Loza Nehmad
Alberto Loza Nehmad

Desde la otra esquina:
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El ladrón del mapa del millón de dólares

Por Nick Romeo
Originalmente publicado como “The Million-Dollar Map Thief”, The Daily Beast, 30/Julio/2014 (http://www.thedailybeast.com/articles/2014/07/30/the-million-dollar-map-thief.html). Traducido por Alberto Loza Nehmad.

Reseña del libro de Michael Blanding, The Map Thief: the Gripping Story of an Esteemed Rare-Map Dealer Who Made Millions Stealing Priceless Maps


Después de robar 97 mapas raros, el ladrón en serie E. Forbes Smiley III fue cogido infraganti. Un nuevo libro recorre su obsesión criminal. La única pregunta es: ¿es esa la verdadera dimensión de su crimen?

Un cuchillo X-Acto se desliza del bolsillo de un hombre que estudia un viejo libro en la Biblioteca Beinecke de Libros Raros y Manuscritos de la Universidad de Yale. Él no nota que se le ha caído, pero una bibliotecaria lo ve sobre el piso. Una hoja discreta, perfecta para cortar papel viejo de una encuadernación frágil, es lo último que una bibliotecaria en un departamento de libros raros querría ver.

Cuando el hombre comienza a buscar algo en el bolsillo de su chaqueta, crece la sospecha de la bibliotecaria. Su supervisor llama a la policía del campus. Un detective sigue al hombre por unos pocos minutos después de que este deja la Beinecke y antes de detenerlo y preguntarle si no le molestaría regresar a la biblioteca. El hombre está de acuerdo. De vuelta en la biblioteca, saca de su bolsillo un mapa robado de valor estimado entre $50,000 y $100,000 dólares.

El hombre era E. Forbes Smiley III, y el mapa venía del libro de 1616 de John Smith, Una descripción de Nueva Inglaterra. Smith acuñó el nombre Nueva Inglaterra, y el mapa en el bolsillo de Smiley era considerado como la primera razonablemente precisa representación de las costas de Massachussets y Maine. Dado que las copias nuevas de este mapa aparecen infrecuentemente en el mercado, los coleccionistas pagarían muy bien por el artefacto.

La historia del robo de Smiley y su detención en Yale inicia el libro de Michael Blanding, The Map Thief: the Gripping Story of an Esteemed Rare-Map Dealer Who Made Millions Stealing Priceless Maps (El ladrón de mapas: la fascinante historia de un estimado vendedor de mapas raros que hizo millones robando mapas inapreciables). El libro trata a la vez la historia de la carrera —criminal y no criminal— de Smiley y la historia de los mapas que compró, vendió y robó. El resultado es por demás apasionante: parte historia de la cartografía, parte retrato de la subcultura de los vendedores de mapas y parte anatomía de una traición criminal.

Muchos mapas antiguos no son apreciados por los mismos motivos porque fueron creados. La persistente descripción de California como una isla, hecha por los cartógrafos del siglo 17, encanta a los coleccionistas precisamente debido a la inexactitud que sus creadores luchaban por evitar. La precisión era usualmente apreciada por los creadores de mapas ahora apreciados por sus aparentemente imaginativos errores.

Mapas que eran inexactos según los estándares absolutos, podían aún conferir una ventaja relativa sobre la competencia, lo que ayuda a explicar por qué algunos gobernantes cuidaban tan celosamente sus mapas. El emperador romano Augusto almacenaba sus mapas en una cámara de palacio cerrada y protegida; durante el Renacimiento, los reyes de Portugal hicieron que el acto de copiar los mapas del país fuera castigado con la muerte. Uno se pregunta qué habrían hecho con Smiley.

Avanzando a empellones buscando una ventaja en colonias alejadas, los gobernantes europeos tendieron a recompensar a los cartógrafos que trazaran fronteras y nombraran los puntos de referencia resaltantes de maneras que elogiaran las  ambiciones coloniales. Un mapa francés de 1718 que declaraba la mayor parte de Norteamérica como “La Louisiane” era, más un intento de crear la realidad que de describirla. Los títulos de dos mapamundis del siglo 16 que competían entre sí capturan de manera simpática la tensión entre la reflexión y la invención. Uno es titulado “Espejo del Mundo”, el otro, “Teatro del Mundo”. Para ver dónde están las preferencias modernas, imagina solamente que Google Maps se cambie de nombre a Teatro de los Mapas del Mundo. Por supuesto, la belleza y la utilidad no eran mutuamente excluyentes; a veces, pinturas exquisitas embellecían los mapas que reflejaban el más exacto conocimiento geográfico de la época.

Una de las cosas que hace la historia de Smiley a la vez dolorosa e interesante, es su aparentemente sincero amor por la historia y los mapas antiguos. Por años, él trabajó exclusivamente con muchos de los curadores y bibliotecarios a los que finalmente robó. Es difícil aceptar que todo el tiempo dedicado a acumular conocimientos acerca de la historia de la cartografía, lo pasara solamente con el deseo de congraciarse con una comunidad con el fin de robarla.

Pero el mundo de los mapas antiguos presentaba poderosas tentaciones. Aún en las bibliotecas más poderosas, la seguridad dedicada a los libros raros y las colecciones de mapas a menudo no está suficientemente financiada. La colección de la Biblioteca Pública de Nueva York alberga 350,000 mapas sueltos; Yale posee alrededor de 250,000. Dados estos números, es difícil notar la ausencia de un mapa individual. A menudo es igualmente difícil establecer si un mapa faltante que existe en múltiples ejemplares resulta siendo un mapa particular en posesión de un coleccionista privado.

Smiley finalmente admitió haber robado 97 mapas de diferentes colecciones de Yale, Harvard, las bibliotecas públicas de Nueva York, Boston y muchas otras. Las autoridades valorizaron el total de los mapas robados en $3 millones. El número total de mapas reportados como faltantes por las instituciones afectadas, sin embargo, alcanzaba la impactante cifra de 256. La disparidad ha dejado a algunos vendedores convencidos de que los mapas que Smiley robó ahora cuelgan de las paredes de coleccionistas privados de todo el mundo.

Si Smiley fuera el cartógrafo de su propio pasado, él definitivamente pertenecería a la escuela de creadores de mapas que describían terrenos fabricados más que reales. Los primeros cartógrafos presumiblemente no sabían que California no era una isla o que monstruos marinos no acechaban a los bordes del mundo conocido. Smiley, en contraste, sabía exactamente qué errores cometía a medida que los cometía y los escondía. Pero con la gente, así como con los mapas, aquellos que representan lo fantástico como si fuese real son los más interesantes.

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