Alberto Loza Nehmad
Alberto Loza Nehmad

Desde la otra esquina:
Traducciones de artículos, entrevistas, etc.

Crimea: Putin contra la realidad

Por Timothy Snyder

Publicado originalmente como “Crimea: Putin vs. Reality”, New York Review of Books, 7 de marzo, 2015 (http://www.nybooks.com/blogs/nyrblog/2014/mar/07/crimea-putin-vs-reality/?insrc=wbll). Traducido por Alberto Loza Nehmad.

Muchos medios repiten actualmente la propaganda rusa acerca de Crimea. El historiador Timothy Snyder  (Yale Univ.) la analiza y compara con los hechos: “Ciertamente, en su conferencia de prensa del 4 de marzo, Putin afirmó que el estado ucraniano ya no existe como tal, y que por lo tanto no está protegido por tratados o leyes. Esta es una posición muy radical, que recuerda las conclusiones a las que los abogados nazis llegaron acerca de Polonia luego de la invasión de ese país en 1939”.

La invasión y ocupación rusas de la península de Crimea en Ucrania son un desastre para el orden europeo de la paz. Y aún más crítico es lo que el presidente ruso Vladimir Putin piensa que está haciendo. Las pistas están allí delante de nosotros, en el lenguaje de la imparable campaña de propaganda del Kremlin en los medios rusos: las repetidamente recicladas categorías de “golpe fascista” en Ucrania y los “ciudadanos rusos” que lo sufren. La justificación de Putin para ocupar parte de Ucrania y para amenazar con invadir el país entero ha sido salvar a los rusos de los fascistas.

Consideremos cada una de estas presunciones a su vez. ¿Llegaron al poder las actuales autoridades ucranianas con un golpe fascista? Como lo sabe cualquiera que haya seguido estos acontecimientos, las protestas masivas contra el régimen de Yanukovych, que comenzaron en noviembre, involucraron a millones de personas de todos los sectores. Después de que el régimen intentara apagar las protestas el 20 de febrero —y fracasara en ello— disparando a los manifestantes desde los techos, los negociadores de la UE lograron un trato por el cual Yanukovych cedería el poder al parlamento. En lugar de firmar la legislación correspondiente, como se había comprometido, Yanukovych huyó a Rusia.

El parlamento declaró que él había abandonado sus responsabilidades; siguió los protocolos que se aplicaban a tal caso y continuó el proceso de reforma constitucional por sí mismo. Se llamó a elecciones para mayo y se formó un nuevo gobierno. El primer ministro es un conservador liberal, uno de los dos viceprimeros ministros es judío, y el gobierno de la importante provincia oriental de Dnipropetrovsk es el presidente del Congreso de Organizaciones Judías Ucranianas. Aunque ciertamente se puedan debatir las sutilezas constitucionales, este proceso no fue un golpe. Y ciertamente no fue fascista. Reducir los poderes del presidente, llamar a elecciones presidenciales y restaurar los principios de la democracia son lo opuesto de lo que el fascismo exigiría. Los líderes de la comunidad judía han declarado su apoyo firme al nuevo gobierno y su total oposición a la invasión rusa.

De los ocho puestos del gabinete que han sido ocupados en el nuevo gobierno, tres los tiene el partido de la extrema derecha, Svoboda. Su líder tuvo menos del dos por ciento de apoyo en una reciente encuesta de opinión, la misma que fue tomada después de la invasión rusa de Crimea, un evento que presumiblemente ayudaría a los nacionalistas. En cualquier caso, este es el granito de verdad a partir del cual, según las reglas tradicionales de la propaganda, se cocinó el “golpe fascista” de Putin.

La segunda idea, aquella de la opresión de los ciudadanos rusos en Ucrania, carece inclusive de esto. En los últimos meses un ciudadano ruso ha sido muerto en Ucrania. Él no fue amenazado por manifestantes ucranianos o por el actual gobierno. Muy al contrario, él estaba luchando por la revolución ucraniana, y fue muerto por la bala de un francotirador.

En todo caso, dado que Ucrania no permite la doble ciudadanía, hay pocos ciudadanos rusos residentes en el país. Sin embargo, consideremos aquellos que lo son: un grupo notable lo conforman los soldados y marineros de la base militar de Sebastopol. Puesto que estos son militares en una base militar, difícilmente necesitan protección. Otro gran grupo son aquellas fuerzas especiales enmascaradas que están ahora ocupando Crimea. Un tercer grupo son los rusos que han sido transportados a través de la frontera para armar demostraciones a favor de Rusia y para golpear a los estudiantes ucranianos en las ciudades de Ucrania oriental. Un grupo final de ciudadanos rusos son los anteriores policías antimotines ucranianos que tomaron parte en la supresión de las demostraciones. Habiendo sido recompensados por sus acciones con un pasaporte ruso, ellos pueden viajar, y viajan, a Rusia. Ninguno de estos grupos, por más que se estire la imaginación, podría ser verazmente descrito como una minoría victimizada que requiere protección.

Putin y otros oscurecen la confunden la categoría de ciudadanía al hablar de “compatriotas”, una categoría que no tiene status legal. Por compatriotas Putin se refiere a gente que el gobierno ruso afirma que son rusos, o quienes, según el Kremlin, se identifican como rusos, y que por tanto necesitan de su protección. Esta suerte de argumento, la necesidad de proteger a los Volksgenossen (término nazi para referirse a los “camaradas de raza o de pueblo”, n. del t.) fue usado con significativo impacto por Adolf Hitler en 1938 al enunciar los derechos alemanes sobre Austria, y después sobre los Sudetes en Checoslovaquia. La sustitución de las fronteras estatales por la etnicidad condujo entonces a la Conferencia de Munich, el apaciguamiento y la Segunda Guerra Mundial. El historiador ruso Andrei Zubov ha desarrollado aún más la comparación con la agresión nazi, comparando la acción de Putin con la Anschluss (la anexión de Austria por Alemania nazi), y recordando que la Anschluss llevó a una guerra que se volvió contra sus autores. El paralelo también ha sido observado por el principal rabino de Ucrania.

Inclusive si la protección de los Volkgenossen estuviera legalmente justificada, simplemente no está claro quién podría ser esa gente. Es verdad que hay ucranianos que hablan ruso, pero eso no los hace rusos, así como el hecho de yo escriba en inglés no me hace británico. El asunto del idioma puede ser confuso. Los ciudadanos ucranianos usualmente son bilingües, en ucraniano y en ruso. Los rusos, como blanco de esa propaganda, rara vez son bilingües. De modo que ha sido demasiado fácil igualar la capacidad de hablar ruso con una identidad rusa que está en necesidad de protección por parte de Rusia. Algunos ciudadanos de Ucrania, por supuesto, se ven como rusos —cerca del 17 de la población—, pero esto no significa que sean sujetos de discriminación o ciertamente que ellos se identifiquen con el estado ruso. Aún en Crimea, donde las conexiones con el estado ucraniano son las más débiles, solo 1 por ciento de la población identifica a Rusia como su patria.

En cierto número de protestas, ucranianos hablantes de ruso y miembros de la minoría étnica rusa de Ucrania oriental han dejado en claro que rechazan categóricamente cualquier afirmación de que ellos necesiten protección rusa. Una petición de los rusoparlantes y de los rusos en Ucrania le pide a Putin que deje a los ciudadanos ucranianos solos para que resuelvan sus propios problemas. Ha sido firmada por 140,000 personas. Esto podría parecer destacable, dado que cualquiera que la ha firmado sabe que estará mal visto por las autoridades rusas si Rusia completa su invasión. Pero tiene perfecto sentido. Los rusos en Ucrania disfrutan de derechos políticos básicos, mientras los rusos en la Federación Rusa, no.

En vista de su patente absurdo, ¿por qué es esta propaganda tan importante para el régimen de Putin? De la manera más obvia, la propaganda sirve el propósito técnico de preparar el camino para la guerra. Un excelente aparato de propaganda, tal como el ruso, puede encontrar maneras de repetir su mensaje una y otra vez, en diferentes maneras y formatos. Muchísima gente en Occidente repite ahora la propaganda rusa, a veces por dinero, a veces por ignorancia, y a veces por razones más conocidas por ellos mismos. Quienes repiten los inventos de la propaganda rusa no necesitan convencer a nadie, solo establecer los términos del debate. Si las personas de las sociedades libres tienen sus discusiones ya enmarcadas para ellos por los gobernantes de las sociedades no libres, no notarán la historia que se desenvuelve a su alrededor (¡acaba de haber una revolución en Europa!), ni sentirán la urgencia de formular políticas en una situación desesperada (¡un país europeo acaba de invadir a otro!). La propaganda puede servir sus fines técnicos sin importar cuán absurda sea.

La propaganda, sin embargo, tiene una importancia más profunda e importante. La propaganda, al menos en la vieja Unión Soviética, no era una versión editada de la realidad, sino una parte crucial de la tarea de crear una realidad diferente. Cuando refutamos la propaganda con hechos y argumentos, e inclusive cuando discutimos su función social, entramos a habitar cierto mundo mental; aceptamos los constreñimientos de la observación y la razón desde el inicio y buscamos cambiar nuestra situación sobre la base de lo que pensamos que podemos ver y entender. Pero esta no es la única realidad psíquica. En la Unión Soviética, el supuesto entre muchos de los que creían en la promesa del comunismo era que el futuro era tan real, si no más, que el presente La propaganda soviética no era una versión del mundo en el que vivimos, sino más bien una representación del mundo por venir. Cuando vemos de esta manera la actual propaganda de Rusia, entendemos por qué sus autores están por demás despreocupados por lo que podrían aparecer como errores y contradicciones con los hechos.

Tómese la idea de los judíos nazis, que se debe aceptar si la actual propaganda del Kremlin acerca de la revolución de Kiev tiene alguna base lógica. Se afirma que los nazis han dado un golpe de estado; la realidad observable es que algunas de las personas ahora en el poder son judías. Y, luego, demostramos nuestro escepticismo de que los judíos sean nazis o de que un golpe de estado nazi pondría a judíos en la cima del aparato del estado ucraniano.

Pero en la ideología de la Unión Soviética y de sus aliados comunistas, la identificación de los judíos con nazis era conveniente para quienes estaban en el poder, y así aquello de nazis judíos se convirtió en una realidad de la propaganda. En los años previos a la muerte de Stalin, Israel se convirtió en parte de un complot internacional que estaba dirigido por los fascistas del Occidente capitalista. Después de la Guerra de los Seis Días, los soviéticos presentaron a los soldados y ciudadanos israelitas como imitadores de la Wehrmacht y de las SS. Esta propaganda estuvo seguida por la expulsión de los judíos de la Polonia comunista. El hecho de que judíos dejaran Polonia rumbo a Israel y los Estados Unidos fue presentado como evidencia de que siempre habían sido fascistas. Los regímenes encontraron que atacar a los judíos era políticamente útil para su propio futuro; por tanto, a los judíos, por así decirlo, se les hizo convertirse en nazis.
La propaganda es así, no una descripción errónea, sino un guión para la acción. Si consideramos la propaganda de Putin en estos términos soviéticos, vemos que la invasión de Crimea no fue una reacción a una amenaza real, sino más bien un intento de activar una amenaza de modo que erupcionara una violencia que cambiara las cosas. La propaganda es parte de la acción y está dirigida a la justificación. Desde este punto de vista, una invasión desde Rusia conduciría a una reacción nacionalista ucraniana que haría que la historia rusa acerca de fascistas en el lugar, por así decirlo, se convirtiera en algo retrospectivamente verdadero. Si Ucrania es incapaz de tener elecciones, se verá como menos que una democracia. Las elecciones están programadas, pero no podrán tener lugar en regiones ocupadas por un poder extranjero. De este modo, la acción militar puede hacer que la propaganda parezca verdadera. Inclusive la Organización de Seguridad y Cooperación de Europa es incapaz de cumplir una misión de observación.

Ciertamente, en su conferencia de prensa del 4 de marzo, Putin afirmó que el estado ucraniano ya no existe como tal, y que por lo tanto no está protegido por tratados o leyes. Esta es una posición muy radical, que recuerda las conclusiones a las que los abogados nazis llegaron acerca de Polonia luego de la invasión de ese país en 1939. La posición de inexistencia de un estado parecería autorizar cualquier acción militar, sin restricciones legales, dado que Ucrania, desde este punto de vista, es una zona sin leyes.

Cuando el parlamento de la Federación Rusa (en un voto unánime al estilo apropiadamente soviético de antaño) autorizó a Putin a usar la fuerza militar en toda Ucrania, definió el objetivo de la guerra como la restauración de la “normalidad social y política”. Esta es una retórica efectiva, puesto que desliza la implicación de que lo que está actualmente sucediendo en el mundo, la política y sociedad reales de la Ucrania real, no es normal. También es una formulación con implicancias terroríficas. ¿Cuánta violencia y cuántas generaciones serían necesarias antes de que Ucrania se “normalice”, esto es, hasta que la supuestamente artificial idea occidental de democracia se elimine y la supuestamente inventada identidad nacional ucraniana se olvide? El costo para rusos y ucranianos por igual sería descomunal, casi increíble.
Podríamos no ver la nueva realidad cuyo terreno está preparando la propaganda rusa, pero parece probable que Putin, al menos a ratos, ya está habitándola. La canciller alemana Angela Merkel —alemana oriental y hablante de ruso que sabe algo de lo que es el comunismo— ha subrayado que Putin está viviendo “en otro mundo”. Y ¿qué pasaría si la propaganda, tan efectiva como ha sido como para atenuar las sensibilidades de los occidentales, fracasa en traer ese mundo a la vida?
Cuando Putin se recostaba en su silla en la conferencia de prensa, alternando entre ingeniosas respuestas breves y construcciones contradictorias, parecía estar luchando para reconciliar la táctica y la ideología. Por un lado, ha sido un táctico extremadamente bueno, mucho más ágil y brutal que casi todos con quienes trata. Desarrolló su plan en Crimea con estilo. Rompió todas las reglas en un acto de violencia que debería haber abierto un espacio para el mundo verdadero, el que desea, la gloriosa reunión rusa de las tierras y pueblos rusos.

No obstante, la acción drástica no llamó a la vida a esa visionada nueva realidad. Ucrania no se reveló como una tierra rusa infeliz y temporalmente gobernada por unos pocos fascistas cuyo golpe de estado pudiera ser deshecho. Más bien luce como un lugar donde el humor revolucionario se ha consolidado por una invasión extranjera. Como dijo el principal rabino de Ucrania hace unos pocos días: “Hubo muchas diferencias de opinión a lo largo de la revolución, pero ahora todo eso ha desaparecido”. Continuó: “Estamos enfrentados a una amenaza exterior llamada Rusia. Esto ha reunido a todos”.

Ahora hay protestas contra la ocupación rusa en todo el país, inclusive en el sur y el oriente, donde la mayoría de la gente mira la televisión rusa y la economía está cercanamente vinculada a Rusia. Ucranianos que hasta hace pocos días estaban en conflicto entre sí acerca de su revolución, ahora están protestando juntos bajo la misma bandera. Ha habido violentos enfrentamientos, como por ejemplo en Kharkiv, pero estos han sido causados por rusos traídos en buses desde el otro lado de la frontera. Parece improbable que los apaleamientos de estudiantes ucranianos a manos de “turistas” rusos (como los llaman, con típico humor, los ucranianos) lleven a los ucranianos a pensar que son compatriotas rusos.

Los uniformes sin distintivos de las fuerzas especiales rusas en Crimea cuentan esta historia por sí mismos. Se suponía que el suyo sería el rápido gesto que cambiaría el mundo. Pero con cada día que pasa, esas máscaras de esquiar y uniformes sin distintivos más bien parecen símbolos de vergüenza, duda, falta de responsabilidad; por cierto, negación de la realidad. En el sol de Crimea, los operativos negros empiezan a lucir un poco grises. Debe haber sido disfrutable para Putin organizar una operación en la que sus tropas pudieran pretender ser de ningún lugar. Pero fue extrañamente infantil de su parte negar, en su conferencia de prensa, lo que todos sabían: que las tropas eran rusas. Era como si quisiera que el juego táctico durase lo más posible, soñar por un poco más rato. Los marineros ucranianos en Crimea le respondieron con bastante fuerza, en vigorosas frases rusas mucho mejor formuladas que las de Putin.
Los costos de lo que Rusia ha hecho son muy reales, para Europa, para Ucrania y para Rusia. La propaganda rusa elegantemente ha ofrecido una racionalidad para las tácticas rusas y coherentemente definió un sueño ruso para Ucrania. Pero, al final, la propaganda es todo lo que une las tácticas con el sueño, y esa unidad termina siendo solo deseada. No hay ninguna política real, ninguna estrategia, solo un tirano talentoso y oscuro que oscila  entre mundos mentales que están conectados solo por un tejido de mentiras. Putin enfrenta una encrucijada: usar mucha más violencia con la esperanza de que otro empuje finalmente convertirá el sueño en realidad, o buscar una salida por la que pueda clamar alguna victoria — lo que sería prudente pero  desmoralizador. Parece que siente el peso de estas opciones.

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