Alberto Loza Nehmad
Alberto Loza Nehmad

Desde la otra esquina:
Traducciones de artículos, entrevistas, etc.

Hanna Arendt: Reflexiones sobre la violencia (1969, extracto)

Publicado originalmente como “Reflections on Violence”, New York Review of Books, 11 de julio de 2013 (www.nybooks.com/articles/archives/2013/jul/11/hannah-arendt-reflections-violence). Traducido por Alberto Loza Nehmad.

La violencia, al ser instrumental por naturaleza, es racional hasta el punto en que es efectiva para llegar al fin que la debe justificar. Y dado que cuando actuamos nunca sabemos con certeza alguna las consecuencias finales de lo que estamos haciendo, la violencia puede permanecer racional solo si persigue metas de corto plazo. La violencia no promueve causas, no promueve ni la Historia ni la Revolución, pero ciertamente puede servir para dramatizar las quejas y llevarlas a la atención del público. Como Conor Cruise O’Brien afirmó una vez, “La violencia a veces es necesaria para que se pueda oír la voz de la moderación”. Y, ciertamente, la violencia, contrario a lo que sus profetas intentan decirnos, es un arma mucho más efectiva para los reformistas que para los revolucionarios (las a menudo vehementes denuncias de la violencia hechas por los marxistas no se producen por motivos humanos sino por su consciencia de que las revoluciones no son el resultado de las conspiraciones y la acción violenta). Francia no habría recibido la ley de reforma más radical desde la era de Napoleón para cambiar su anticuado sistema educativo sin los disturbios de los estudiantes franceses [en mayo de 1968], y nadie habría soñado con ceder ante las reformas de la Universidad de Columbia sin los disturbios durante el trimestre de primavera [de 1968].

Con todo, el peligro de la práctica de la violencia, aún si esta se mueve conscientemente dentro de un esquema no extremista de metas de corto plazo, siempre será que los medios abruman a lo fines. Si las metas no se logran rápidamente, el resultado será no solamente la derrota, sino la introducción de la práctica de la violencia en la entidad política. La acción es irreversible, y una vuelta al estatus quo en caso de derrota, es siempre improbable. La práctica de la violencia, como toda acción, cambia al mundo, pero el cambio más probable es hacia un mundo más violento.

Finalmente, cuanto mayor es la burocratización de la vida pública, mayor será la atracción de la violencia. En una burocracia completamente desarrollada no quedará nadie con quien uno pueda argüir, a quien se le pueda presentar las quejas, sobre quien puedan ejercerse las presiones del poder. La burocracia es la forma de gobierno en la que todos son privados de la libertad política, del poder de actuar, pues el gobierno de Nadie es el no-gobierno, y allí donde todos carecen igualmente de poder es donde tenemos una tiranía sin tirano. El aspecto crucial en las rebeliones estudiantiles en todo el mundo es que en todo lugar están dirigidas contra la dictadura gobernante. Esto explica lo que a primera vista parece tan perturbador, que las rebeliones en Oriente exijan precisamente esas libertades de expresión y pensamiento que los jóvenes rebeldes de Occidente dicen despreciar por irrelevantes. En todo lugar, enormes maquinarias partidarias han tenido éxito en prevalecer por sobre la voz de los ciudadanos, inclusive en países donde la libertad de expresión y de asociación aún están intactas.

Los disidentes y resistentes de Oriente exigen libertad de expresión y pensamiento como condiciones preliminares de la acción política; los rebeldes de Occidente viven bajo condiciones donde esas condiciones ya no abren los canales para la acción, para el ejercicio significativo de la libertad. La transformación del gobierno en administración, de repúblicas en burocracias y el consiguiente y desastroso encogimiento del dominio público han tenido una larga y complicada historia a lo largo de la era moderna, y este proceso ha sido considerablemente acelerado en los últimos cien años por el surgimiento de las burocracias partidarias.

Lo que hace al hombre un ser político es su capacidad de acción. Esta le permite unirse a sus semejantes, actuar en concierto con ellos y alcanzar metas y objetivos que nunca podría concebir, menos aún ansiar, si no tuviera esa capacidad: embarcarse en algo nuevo. Todas las propiedades de la creatividad adscritas a la vida en las manifestaciones de la violencia y el poder realmente pertenecen a la capacidad de acción. Y pienso que se puede mostrar que ninguna otra capacidad humana ha sufrido a tal punto por el Progreso de la edad moderna.

Porque el progreso, tal como hemos venido a entenderlo, significa crecimiento, el incesante proceso de más y más, de más grande y más grande. Cuanto más poblado deviene un país, en objetos, en posesiones, mayor será la necesidad de administración y, con ella, el poder anónimo de los administradores. Pavel Kohout, el autor checo, al escribir durante el auge del experimento checo con la libertad, definió a un “ciudadano libre” como un “ciudadano co-gobernante”. Él no quería referirse a nada más que a la “democracia participativa” de la que hemos oído tanto en Occidente. Kohout añadía que lo que el mundo, tal como es hoy, necesita más, bien podría ser “un nuevo ejemplo” para que “los siguientes mil años no se conviertan en una era de monos supercivilizados”.

Este nuevo ejemplo difícilmente será producido por la práctica de la violencia, aunque estoy inclinada a pensar que gran parte de su actual glorificación se debe a la severa frustración de la capacidad de acción en el mundo moderno. Es simplemente verdad que los disturbios en los guetos y las rebeliones en los campus hacen a la “gente sentir que están actuando juntas de una manera en la que raramente pueden hacerlo”. No sabemos si esas ocurrencias son los inicios de algo nuevo —el “nuevo ejemplo”— o los dolores de muerte de una capacidad que la humanidad está por perder. Tal como están las cosas, cuando vemos cómo las superpotencias están abrumadas bajo el peso monstruoso de su propio tamaño, parece como si el “nuevo ejemplo” tendrá la oportunidad de surgir, si lo hace, en un país pequeño, o en sectores pequeños, bien definidos de las sociedades de masas de las grandes potencias.

Y esto porque el proceso de desintegración, que se ha hecho tan manifiesto en los últimos años—el decaimiento de muchos servicios públicos, de las escuelas y la policía, del servicio de correos y el transporte, la tasa de mortalidad en las autopistas y los problemas del tránsito en las calles— atañe a todo aquello diseñado para servir a la sociedad de masas. Lo grande está aquejado de vulnerabilidad, y aunque nadie puede decir con seguridad  dónde y cuándo se alcanzó el punto de quiebre, podemos observar, casi hasta el punto de medirlo, cómo la fuerza y la resistencia están siendo insidiosamente destruidas, como si filtraran, gota a gota, vaciando nuestras instituciones. Y lo mismo, pienso, es verdad para los diferentes sistemas partidarios —el sistema de partido único en el Este así como los sistemas bipartidistas en Inglaterra y los Estados Unidos, o los sistemas de partidos múltiples en Europa: todos los cuales se suponía iban a servir las necesidades políticas de las modernas sociedades de masas, para hacer posible el gobierno representativo allí donde la democracia directa no podría porque “el salón no tendría espacio para todos” (John Selden).

Además, el reciente surgimiento del nacionalismo en todo el globo, usualmente entendido como un giro mundial hacia la derecha, ahora ha alcanzado el punto en el que puede amenazar a los más antiguos y mejor establecidos estados-naciones. Los escoceses y galeses, los bretones y los provenzales, grupos étnicos cuya asimilación exitosa había sido el prerrequisito para el surgimiento del estado-nación, están volviéndose hacia el separatismo en rebelión contra los gobiernos centralizados de Londres y París.

Nuevamente, no sabemos a dónde nos llevarán estos procesos, pero podemos ver cómo las grietas en la estructura de poder de todos los estados, salvo los más pequeños, se están abriendo y ensanchando. Y sabemos, o deberíamos saber, que cada disminución de poder es una invitación abierta a la violencia, aunque sea solo porque quienes detentan el poder y sienten que se les escapa de las manos, siempre han encontrado difícil resistirse a la tentación de sustituirlo por la violencia.

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