Sultán no es un perro, es una masa de arcilla que se hace con cada lector. El suave comportamiento aboga en su defensa, y observamos un ser pacífico, pensativo y ecuánime. La amistad con Gitano no es ni humana ni perruna, es sencillamente ideal: hasta la muerte. Su comportamiento con Bobby no es sino la protección y la condescendencia aplastante de la experiencia hacia el juguete nuevo de la familia. Casi no llega a ser perro, una extraña madurez se pasea con mucha personalidad, como el viento recorriendo el valle donde nació, creció y murieron dos de sus amigos entrañables: percibe, otea y adivina a Rocky y Gitano paseando siempre entre las estrellas.

Algunos libros llegan con sano entretenimiento, éste hace algo adicional, lleva por un cauce claro y perfecto de la inteligencia hasta desembocar en un mar ideal que es la reflexión. Leyéndolo, uno se da cuenta que entiende, comprende y puede inferir, como la normal manera de acercarse a un libro, y beber en silencio, el agua de la sabiduría convertida en letras de afecto y agradecimiento, hacia un sencillo mamífero que nos viene acompañando desde hace varios miles de años.