Morir en Cajamarca, título de este poemario de Socorro Isabel Barrantes Zurita, alude a la muerte de Atahualpa en esta ciudad, pero también, a la riqueza y a la miseria de un pueblo; riqueza natural con la pródiga minería en su geografía, y pobreza por la codicia y avasallamiento de los invasores españoles, y los de otros tiempos.

Esta obra se presenta como una muerte y como una resurrección, como un desaparecer y como un retorno. Una vida que va y viene. Como un ovillo interminable que nunca se rompe, pero se invisibiliza, ramifica, reaparece como una esperanza en la vida.

El yo poético concibe el aprisionamiento y el fin de Atahualpa como la Pasión y Muerte que sufrió Cristo. A Felipillo como un Judas. Atahualpa si lamenta su soledad y desamparo, el odio y la guerra de su hermano Huáscar, que no favorece la salvación de su imperio. En este sufrimiento, la naturaleza –como en la cosmovisión andina de la unidad del todo– también ve y padece la ignominia del inca, y la de su pueblo.

Vive a través del personaje: Atahualpa, y siente su dolor, su vergüenza, su culpabilidad, su fortaleza y alegría, el yo poético, pero, este yo siente también su propia individualidad, como ojos del mundo que ve el pasado y el presente, convive e interrelaciona con el sentir de Atahualpa, expresa sus sueños futuros, y asume también, la intertextualidad en algunos poemas, como con Vallejo.

En este poemario, Atahualpa es mostrado en su humanidad. Un poderoso inca que vivencia la impotencia, el sufrimiento, la inflexibilidad de su destino. Inca que reconoce haber negociado con los trapaceros para salvar su vida, y haberse igualado a ellos, en tal acción.

La presencia de valerosas mujeres es una característica en la poesía de la autora.

Para culminar, debo decir que los poemas de Socorro Isabel impresionan. Dejan una marca al lector o lectora. Invito a leer su poesía. Mary Oscátegui Arteta