Una comparsa de personajes ya lamentable, ya patética, ya grotesca, constituye el Coro a través del cual Maria Castro Arenas pinta la decadencia de una capital sudamericana, insensible a cualquier otra solicitación que no sean la sensualidad y la abulia. "El Perú es un país de gentes cansadas" denuncia una observación famosa. Cansancio arrastrado desde la fundación de falso, artificial país que impone la Conquista, que prosigue la somnolencia de un Virreynato, en cuyos sótanos se desangraban millones de indios; y una República que hoy -más que nunca- nos parece grotescamente carnavalesca. "En el Perú donde se pone el dedo salta la pus" nadie ha osado desmentir tan terrible imprecación de González Prada, porque la historia prohíbe refutarla.  Mario Castro es pintor de esa podedumbre, de esa postración, de ese deterioro. Carnaval, carnaval se incorpora con derecho propio a esa rica novelistica peruana que expresa una nueva etapa en la inversión, en la iracundia, en el desencanto, que son hoy el Perú. Novela-responso pronunciada en las exequias de un cadáver que nadie llorará: la abyecta oligarquía peruana. (Manuel Scorza)