El autor satiriza los prestigios coloniales, las bonanzas republicanas, las perniciosas costumbres del poder contemporáneo. Desde el reino de las sombras perpetuas, desde el dominio del más allá, los personajes vibran conmovidos, buscan con ardor y ahínco, combaten con iras sin tregua, pese a que se han convertido en espectros del ayer remoto, seres deformados, momias perdidas. En desmesurada y descomunal faena creen todavía que la victoria de sus sueños es posible. Las ilusiones que se frustraron mientras vivían pugnan por cristalizarse en el páramo final. Los supuestos vencedores no alcanzan nunca el triunfo, pero no renuncian a confiar en que nadie les derrotará. Los aparentemente vencidos, con sus estrategias, la ayuda de los seres imaginarios, les han aplastado sin piedad. El poder colonial y sus variadas manifestaciones no se extinguió. Se transformó para medrar en el presente y el autor, gracias a la ayuda de la liana de los sabios, los herederos del poder de antaño son sometidos a la deformación de sus ambiciones, a la burla de sus prestigios y conquistas.