Plasmar una emoción, la estela de una pasión, algunos pretextos sensatos o quizá fervientes sinrazones. Así se fundan todos aquellos excepcionales infinitos que exornan esta trama inesperada entre poesía y narrativa, plagada de un cinismo frenético, pulcramente enmarcado con la más sincera y purificadora proyección de la conciencia, supeditada a las efigies y estampas artificiosas que hacen de esta entrega no sólo la primera de su autor, sino el compromiso germinal con la futura adhesión a la moderna y diletante literatura ancashina, esforzada apostadora en la vía del atrevimiento, en la senda de lo original y en los derroteros de la experimentación. De cada diálogo o soliloquio al cual se enfrentan los personajes, incluso el propio escritor, emana el embrujo de las cosas pensadas bajo la arriesgada manía de prodigar pedazos mortales de una intimidad, deseosa de compartir con los lectores el implacable rocío de turbios instantes perfumados en la inspiración insólita de una fugaz flecha… de aroma salvaje. (Luis Apolín).