Zein Zorrilla
La tragedia y la épica del mestizo peruano en la obra de Zein Zorrilla: Un ensayo de historia regresiva La tragedia y la épica del mestizo peruano en la obra de Zein Zorrilla: Un ensayo de historia regresiva

Por Gustavo Montoya Rivas
Fuente: Librosperuanos.com
Julio, 2023

El último libro de Zein Zorrilla, que es una nueva entrega de la saga que lleva adelante sobre la historia del Perú: El mestizo de los Andes y su destino, lleva el inquietante título de: Los orígenes 2, para abordar aquel periodo tumultuoso y traumático que fue la conquista española, las guerras civiles entre los invasores y el establecimiento del sistema de dominio colonial. Estas miradas críticas que el autor practica sobre determinadas coyunturas claves de la historia, le han permitido ensayar originales y atrevidas interpretaciones. La audacia de sus aproximaciones es que lo hace a partir de su atención urgente y desenfadada sobre el Mestizo. Un sujeto colectivo elusivo en las narrativas tradicionales y poco abordado en la historiografía crítica local, pero que para Zorrilla constituye un actor histórico clave de la trágica y azarosa peruanidad. 
 
En su ensayo histórico Los orígenes, si bien Zorrilla se ocupa por razonar y agitar con pulso firme ese traumático siglo XVI, que para bien o para mal nos sigue quitando el sueño, me interesa llamar la atención sobre el aspecto metodológico subyacente. Se trata de la historia regresiva que practica, para escrutar desde las consecuencias de tal evento y de esa época instituyente, las imágenes traumáticas que significaron el encuentro y la colisión entre dos mundos: Europa y el país de los Incas. 
 
En efecto, Zorrilla aborda el siglo XVI, luego de haber entregado una serie de títulos que tocan como ya fue indicado, coyunturas hasta cierto punto determinantes de la historia peruana. Por ejemplo, En manos de Leguía, se ocupa de racionalizar el Oncenio leguiísta, su ascenso y posterior declive, la significación estructural del régimen y el intento de copar el Estado y reorganizar la sociedad desde consideraciones rupturistas con respecto de la República Aristocrática que le precedió. En muchos sentidos, fue durante el Oncenio que se instalaron las bases constitutivas del Estado y la sociedad del siglo XX. 
 
En otro libro, El esplendor oligárquico, aborda justamente ese mundo casi espectral que se configura luego del desastre de la Guerra del Pacífico (1879 – 1884), donde impera la arrogancia de las élites criollas citadinas, frente a los resquemores de las mayorías mestizas e indígenas. Un Estado y una sociedad levantados sobre los escombros de un país estragado por el conflicto, y el intento de cimentar una nación sobre la base de exclusiones y del gamonalismo más perverso. Y es precisamente en el libro Guerra con Chile la lección, donde Zorrilla logra identificar esos nudos históricos que explican la historia precedente, y al mismo tiempo, anuncia los cauces del porvenir. Estos títulos que mencionamos casi de pasada, en realidad más allá de la posible estrategia del autor, no lo sabemos, a mi juicio, fueron reflexiones y las escrituras estratégicas previas para abordar ese perturbador siglo XVI.  
 
Uno de los elementos comunes a sus ensayos de interpretación histórica es la severa mirada hacia las élites criollas y su larguísima responsabilidad, salvo honrosas excepciones, en los desmanes, saqueos y orgías de la riqueza nacional; aunque mejor sería nombrarlas como lo que fueron y son, clase dominante ya que no tienen nada de dirigentes. Precisamente por ello, cuando el autor se sumerge en el siglo XVI, emergen esas tendencias de posible realización y autonomía tempranamente canceladas. No se trata solamente de ocasiones perdidas, para repetir la amargura de Basadre. Es el caso de la rebelión de los encomenderos y la frustración histórica con la derrota de Gonzalo Pizarro y sus aliados. 
 
En Los orígenes, se somete al periodo de  la conquista y, sobre todo, a la posterior hegemonía pizarrista, a reflexiones audaces y libres, sin los prejuicios que suelen tener los historiadores, que a veces se inhiben de la perspectiva ética, en nombre de esa pretendida objetividad que en el fondo es una coartada. Y no es que el relato de Zorrilla sea maniqueo o proponga un nuevo historicismo sobre esa época. Todo lo contrario. 
 
Cuando se piensa por ejemplo en esos dos franciscos  españoles, Pizarro y Toledo, es imposible no hallar a sus símiles y almas contemporáneas y que, a lo largo de estos 500 años, han gobernado este país, con la espada y las leyes, con las balas y las constituciones. Sin dejar de mencionar los regicidios que consumaron en las figuras de Atahualpa y Túpac Amaru I, para sentar las bases de la barbarie y la hipocresía. A la que una y otra vez apelaron las clases dominantes y el Estado, para someter y expoliar a las mayorías sociales mestizas.  
 
De su lectura también se puede colegir rápidamente la densa información que ha debido reunir y procesar para construir las imágenes que nos propone. El manejo que exhibe sobre las crónicas como fuentes directas, y de otro lado, la data sobre la historiografía del periodo. Así, es posible conocer que, al lado de las explicaciones estructurales de los actores colectivos de la época, también se puede ingresar a la intersubjetividad de los mismos. Acercarse una vez más, a esas diferencias y rivalidades, entremezcladas de ambición y bellaquerías entre los conquistadores. Iluminar los acontecimientos y darle el tono de vivacidad suficiente para trazar el rostro humano de una época. 
 
Por ejemplo, en el acápite Las naranjas del gobernador, uno no puede dejar de sobrecogerse por la miseria y orfandad de los almagristas, despojados de toda consideración y honra por parte de la angurria  y mezquindad pizarrista. La paradoja que ilumina el desenlace es que Pizarro, ya convertido en tirano, ofrece los primeros frutos de su naranjo a Juan de Herrada, el líder de los conjurados almagristas.  Es la brevísima coyuntura en la que, por primera vez, un mestizo es encumbrado como gobernante: Diego de Almagro el Mozo. 
 
El libro también se ocupa de ofrecer imágenes potentes sobre el desconcierto inicial de la élite Inca ante el avance de los conquistadores, para luego de un rápido aprendizaje y racionalización de los propósitos de los invasores, ofrecer una gran capacidad de resistencia. Esos enrevesados dilemas entre los refugiados en Vilcabamba que debieron enfrentar el maniqueísmo y la perfidia de la mayoría de conquistadores. Militares, clérigos y burócratas para quienes, sencillamente, se trata de acumular riquezas, honores y propiedades. A veces se suele trivializar el gran saqueo, masacre y despojo que significó la conquista y el establecimiento del régimen colonial. 
 
Otro tanto se puede decir sobre el infierno que significaron las alianzas, acuerdos, traiciones y felonías entre las nacionalidades sojuzgadas por los Incas y que rápidamente devinieron en aliados de los conquistadores. Cuando se piensa solo desde consideraciones sociológicas actuales, la ausencia de una identidad que entrelace voluntades colectivas, se pasa por alto el archipiélago de naciones que fue y sigue siendo en muchos sentidos este país a medio hacer. La falta de integración, de intereses compartidos, o del bien común que la retórica republicana reclama de vez en vez, nos viene desde muy atrás.  Son esas jaulas mentales de larga duración de la que aún no podemos liberarnos. Eso lo sabemos muy bien los historiadores. Como también los psicoanalistas que tienen que lidiar con los fantasmas infantiles de sus pacientes adultos. 
 
¿El Perú contemporáneo no ha dejado de exhibir esa razón colonial, que emerge de vez en vez, desde el seno de lo que pomposamente se nombra como gobernabilidad? Es la colonialidad del poder a la que se refería con insistencia el gran Aníbal Quijano, al que muchísimos citan,  aunque no lo hayan leído. ¿Las recientes masacres en contra de pobladores indígenas y mestizos, para usar la categoría de Zorrilla, no es acaso la reiteración de una práctica que nos recuerda a los Pizarro y Toledo?
 
Otro de los logros del texto son las imágenes abreviadas que se ofrecen sobre la Visita General, realizada por el virrey Toledo, sobre todo el territorio peruano incluido el Alto Perú. Esa expedición donde tuvo como colaboradores a juristas y clérigos como Juan de Matienzo, Cristóbal de Albornoz, Cristóbal de Molina, Pedro Sarmiento de Gamboa, Polo de Ondegardo o Martín García Óñez de Loyola. Esta delicada tarea tenía como finalidad conocer el estado de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de interdependencia entre los innumerables ayllus, sus señoríos y cacicazgos locales. Conocer para explotar y administrar adecuadamente la renta colonial. 
 
Millares de millares de grupos humanos pertenecientes a diversas geografías y nacionalidades fueron movilizados y reubicados vía las Reducciones, apelando a mecanismos de violencia, consenso y acuerdos que casi siempre fueron concebidos en beneficio de los colonizadores, y de los indolentes e inefables encomenderos, pero sobre todo de las siempre hambrientas arcas reales. Encomiendas, reducciones, con las temibles y bárbaras mitas mineras entrelazadas con los intereses de la lógica imperial ubicadas allende los mares. Pero Zorrilla también recupera figuras excepcionales, como Diego Maldonado, el rico y lascasiano encomendero en Andahuaylas, que “en los años de malas cosechas regalaba comida y eximia a sus encomendados de sus obligaciones tributarias” (p.126). 
 
Una de las pocas limitaciones del texto son quizás esas extensas citas textuales, que podía haber sido parafraseadas,  no tanto para aliviar la lectura, como para el mejor aprovechamiento de sus contenidos.  Sin embargo,  un lector inteligente se puede beneficiar largamente con algunas de las tesis capitales del autor: “Los mestizos de la colonia son el germen malogrado de la clase media republicana, la llaga colonial que demorará siglos en cicatrizar” (p. 130). En efecto, es a esa heterogénea y tumultuosa población, errante y forastera, sin una ubicación social fija y en el “limbo jurídico”, a la que el autor retrata. Rechazados por sus progenitores, obligados a la simulación, la trampa, cuando no a una existencia siempre a la defensiva. Esos malentendidos que abundan en las fuentes coloniales. Extraños y sospechosos en su propia tierra: “Así es que los valles y llanuras del Ande comienzan a poblarse con los hombres sin República y sin ley, sin techo ni definido rol social” (p.128).
 
La dramática historicidad del mestizo es una tarea pendiente que no se reduce al periodo de su gestación, y así lo entiende Zorrilla. Quizás lo más apremiante sea identificar las determinaciones que se subsumieron en esos tres siglos de dominio colonial. Y ello para conocer y explicar con mayor rigor cómo así es que se instala la República, cuyas mayorías sociales fue justamente esa población mestiza.  Incluidas las castas y sus prolongaciones. ¿De qué otro modo podríamos racionalizar a esas turbas armadas que siguen a uno y otro caudillo, sean civiles o militares, durante esas primeras décadas de la república? O antes, ¿a esas columnas de guerrilleros y montoneros andinos que causaron pavor y desconcierto a los libertadores, amenazando el proyecto de independencia controlada que traían bajo la manga?
 
El sincretismo y la hibridez que dan lugar a una cultura y a una sensibilidad mestiza, aparecen en la obra de Zorrilla como experiencias y territorios intermedios. Como el choque violento y la mezcla explosiva entre imaginarios, temores y expectativas, si bien disimiles, sin embargo, dan lugar a múltiples posibilidades de realización. No es que el mestizaje sea una maldición a la que uno deba renunciar o renegar. Basta recordar que la experiencia del mestizaje fue una de las preocupaciones permanentes de Arguedas. 
 
Mestizos fueron los que accedieron a la presidencia a través de revueltas, revoluciones y golpes de Estado: Gamarra, Santa Cruz, Castilla, Sánchez Cerro y Velasco no son excepciones o figuras decorativas  en la galería de caudillos. El mestizaje recorre de un extremo a otro cuando se intenta sintetizar la historia política, plagada de violencia y de procesos a medio hacer. Mestizos fueron J.C. Mariátegui y J.M Arguedas. Mestizos son Pedro Castillo y los hermanos Cerrón. 
 
El texto concluye con algunas consideraciones referidas al proceso de la independencia y del establecimiento de la república que vale la pena comentar y calibrar. Se pregunta Zorrilla qué tipo de Estado se implanta con la independencia: “El Estado colonial de cimientos trazados por Toledo gobierna estas naciones por dos siglos y medio. Expulsados los hispanos con la independencia de 1821, debió replantear el Estado toledano y construirse un Estado que legislara y gobernara al conglomerado de naciones que comenzó a llamarse Republica Peruana. Era el momento para el estadista. San Martín y Bolívar eran libertadores armados. Y urgía construir el Estado plurinacional en el que participaran todas las naciones del país, con élites, clases medias y plebe, en reemplazo del Estado colonialista de Toledo” (p.179). 
 
En efecto, ni a Torre Tagle ni a Riva Agüero se le habría ocurrido tal grandeza de perspectivas, sencillamente porque tenían certezas cognitivas y sensibilidades ideológicas fundadas en el antiguo régimen. Les resultaba inimaginable trasponer las limitaciones de su origen social. Pese a la guerra y la revolución continental en curso, estaban atrapados y entrampados en sus dilemas, que habían sido los dilemas del grupo social al que pertenecían. Esa nobleza criolla que aceptó la independencia y la República como un hecho consumado fue la que, paradójicamente, luego de la guerra se hizo del poder y accedió a posiciones de privilegio en el Estado neocolonial, tal como lo define Zorrilla. 
 
Por supuesto que hubo alternativas. El caso más depurado y clarividente es El Solitario de Sayán, que imaginó e insistió en combinar sabiamente los fueros locales y municipales, con el nuevo aparato estatal republicano que estaba por edificarse. Propuso, como se sabe, un Estado Federal, que en esa época era una herejía para la oligarquía republicana limeña centralista. Zorrilla señala sobre Sánchez Carrión: “le faltó vida para desarrollar su visión de Estado Republicano. Estaba visto que difícilmente brotaría un pino en un cultivo de alcachofas” (p. 179). 
 
Sería interesantísimo, que el autor intervenga sobre la Gran Revolución tupamarista, y sus derivaciones en toda índole que ya anuncian el proceso separatista, para ahondar con mayores variables, en el conocimiento y explicación sobre la naturaleza del Estado republicano.  Los orígenes, es un libro que se lee de corrido. La prosa ágil y nerviosa del autor golpea una y otra vez al lector interesado, que sabrá calibrar las imágenes que recorren el texto. 
 
1  Gustavo Montoya. Historiador
2  Zein, Zorrilla, El mestizo en los Andes y su destino. Los orígenes,  Lluvia Editores, 2023. 
 
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