María Rostworowski
Intelectuales peruanos<br>Dos testigos privilegiados de un siglo Intelectuales peruanos
Dos testigos privilegiados de un siglo


Por Nelly Luna Amancio
Fuente: El Comercio, Lima 31 de Julio del 2011
http://elcomercio.pe/impresa/notas/dos-testigos-privilegiados-siglo/20110731/953952

Siempre ocupa el mismo lado del sofá principal de la sala: el extremo derecho, a un costado de la gran ventana de su departamento en Miraflores. “Desde aquí puedo ver la calle, saber lo que sucede afuera”. Desde ese mismo lugar, la historiadora María Rostworowski también puede alimentar a una ardilla que la visita todos los días. Esta relación resume la independencia y rebeldía de esta mujer que el 8 de agosto cumplirá 96 años: “Viene cuando tiene hambre, yo la alimento, disfruto de su compañía un rato y luego se va”. No hay responsabilidad de ninguna clase. Dice que por eso nunca tuvo mascotas: “Implicaría estar en casa, una mascota depende de ti, te ata, y a mí nunca me han gustado las ataduras”. Rebelde y curiosa, la historiadora que develó el secreto del Tahuantinsuyo y hurgó en la vida de Pachacútec quiere que por su cumpleaños su hija la lleve a volar en parapente.

ESTUDIOSA Y AUTODIDACTA
“Le advierto que soy sordísima”, dice antes de comenzar la entrevista. María Rostworowski nació en Lima, en 1915. Hija del polaco Jan Rostworowski y la puneña Rita Tovar del Valle, realizó sus estudios entre Inglaterra, Suiza y Bélgica y se casó. En 1935 retornó al Perú, se divorció y contrajo matrimonio con Alejandro Diez Canseco, quien alentó –con un entusiasmo conmovedor– sus investigaciones históricas. “Yo estudié fuera, pero regresé al Perú porque necesitaba conocer mis raíces”.

–¿Por qué le interesó el mundo prehispánico y no la República o la Colonia?
–Porque en ese momento el mundo prehispánico era poco conocido y era importante esmerarse en conocerlo más. Era nuestro pasado y una persona que no tiene pasado es una planta que no tiene raíz. Teníamos que indagar en él, así sea bueno o malo.

Fue en tal búsqueda que la historiadora descubrió a Pachacútec, el gran organizador del Estado Inca. El personaje la cautivó: “Sobresale por encima de los demás”.

–¿Y no le impresionó el hijo, Túpac Inca Yupanqui?
–Fue importante pero él continuó con el Estado Inca que ya Pachacútec había consolidado.

La vocación de Rostworowski (y unos pastelillos que preparaba en su casa, asegura ella) entusiasmó a Raúl Porras Barrenechea, quien la hizo alumna libre en San Marcos. Le dijo que siguiera investigando, que no cediera, que fichara los textos, que era importante conocer las raíces. El maestro orientó sus lecturas.

–¿Por qué cree que a Porras no le interesó mucho investigar el mundo prehispánico?
–Es que Porras era demasiado hispano, tenía todas sus raíces en España, no comprendió el ande ni el pensamiento andino, no podía entrar en el ande y por eso me apoyó.

–¿Y qué libro le hubiera gustado escribir?
–Hay tantos que hubiera querido escribir y no me alcanzó el tiempo. Pero de los que escribí, el que más aprecio es “Pachacútec”.

MUJER REBELDE
A las 6:30 de la tarde –en el mismo lado del sofá– la historiadora bebe una copa de vino tinto y come un sándwich. El ritual se repite todos los días, siempre a la misma hora. En ese momento, el viento frío de julio agita los árboles y la congestión vehicular se apodera de la calle, pero el ruido apenas penetra el departamento. Nada la distrae de su merienda. No hay televisor en la sala. Sobre la mesa reposan los diarios, un diccionario y el último libro de Vargas Llosa, “El sueño del celta”. “Durante semanas me pidió que le comprara el libro, quería tenerlo”, dice Krysia, su única hija.

En las paredes cuelgan varios cuadros, dos Camino Brent, un Sabogal. Pero ya no quedan más libros en la casa de la historiadora: donó todos (incluyendo sus archivos personales) al Instituto de Estudios Peruanos (IEP), donde trabajó como investigadora hasta hace unos tres años.

–¿Qué regalo le gustaría recibir en su cumpleaños?
–Un beso de mi mamá [como llama a Krysia], ah, pero también un vuelo en parapente.

“¡Ay, mamá!”, replica la hija. Y es que desde hace varios meses su madre le viene repitiendo la idea de subirse a uno de esos artefactos. “Yo ya le he dicho que es peligroso, pero no entiende”, dice.

El deseo de volar comenzó una tarde, mientras caminaba por el malecón de Miraflores. Desde entonces, cada vez que pasea por esa zona, la historiadora observa interminables minutos los vuelos en parapente. Asegura que si antes no lo hizo no fue por temor, sino porque no los conocía. “Ahora espero que tú me lo pagues”, le insiste con fuerza a su hija.

LIBRE DE MIEDOS
Sin duda, el miedo nunca paralizó a María Rostworowski. “Antes la mujer era tímida porque estaba atada al hombre, por eso era importante estudiar, solo el estudio nos liberaba”, explica.

–¿Cómo ve a la mujer hoy?
–Todavía un poco atada, pero la gente joven ya está más liberada, hasta ya se pasan…

La historiadora bromea, pero cuestiona a las feministas: “Son un poco ridículas, no saben estar en la línea del medio, los extremos nunca son buenos. La mujer debe buscar sus raíces de mujer, debe ser la camarada del hombre, no tratar de ser hombre”.

María Rostworowski es poco paciente con los niños, pero disfruta de sus 3 nietos y 9 bisnietos. Una de sus nietas, Cristina, ha recogido en una fina manta las 51 condecoraciones que la historiadora ha recibido.

Está convencida de que “el Perú está creciendo”, aunque “nos falta ser conscientes de nuestra identidad, hay muchos prejuicios que resolver, pero soy optimista”.

–¿Cómo cree que el Perú celebrará su bicentenario?
–Con unos discursos agotadores.

–¿Cree en Dios?
–Sí, pero no soy católica, hace tiempo que dejé de creer. Sobre Dios no me hago muchas preguntas porque uno nunca llega a nada. Uno cree o no cree. No trato de ver cómo es, ni qué cosa es. Puede que sea una fuerza vital. Lo mejor en este caso es no preguntarse. Creo que hay algo después de la muerte, pero no sé qué será.

–El escritor y crítico Estuardo Núñez cumplirá 103 años…
–¡Qué bárbaro! ¿Está lúcido?

–Sí, solo que no oye.
– Ah, entonces fregado.

–¿Y usted, cómo esperará los 100 años?
–Sentada, en este mismo rincón del sofá. No tengo miedo.

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