Roberto Rosario Vidal
Los primeros años de Gabriel:
asedio a tres libros de Roberto Rosario


Por Ricardo Ayllón
Fuente: Librosperuanos.com
Julio, 2019

I. Antecedentes creativos
 
En la actual vorágine de libros infantiles y juveniles, dentro del marco de un Plan Lector peruano que demanda más y más textos para lectores de educación Primaria y Secundaria (necesidad que las editoras nacionales y extranjeras parecen resolver exigiendo de sus autores más historias de los que sensatamente podrían escribir), la figura y labor de Roberto Rosario Vidal constituye una antítesis, pues el inicio y personal manejo de su trayectoria no tiene nada que ver con esta manera empresarial de aproximarse a la literatura infantil, género humilde para muchos y cuya hechura sigue considerándose sencilla, pues hasta autores de libros para mayores se animan a entrar en él por meras razones comerciales, con resultados no precisamente meritorios. 
 
Rosario Vidal es de una generación que empezó en la escritura por el personal impulso de retratar su experiencia vivencial. Tras sus inicios como poeta, su primer trabajo orgánico en narrativa, la novela infantil El Trotamundos (1986), fue concebido con la única intención de expresar un sentimiento de pertenencia con su niñez y su procedencia cultural, según lo expresado más de una vez por él. El éxito editorial de este libro (una primera edición de cinco mil ejemplares en Buenos Aires, Argentina), sin embargo, no llevó al autor a concebir rápidas y fáciles historias para conseguir logros comerciales, sino que lo animó más bien a detenerse y enfocar sus próximos libros en la memoria íntima, que es la que parece sostener su consecuente saga de El Trotamundos (luego siguieron El Trotamundos en el Callejón de Huaylas, 2011, y El Trotamundos en la montaña encantada, 2019), pero también libros como Shica shica de limón (1987), Mi casita de adobes (2019) y Flafi (2019), los cuales, a nuestro parecer, conforman una sugestiva trilogía.
 
Antes de brindar razones acerca de esta, vale agregar solamente que Rosario Vidal es de quienes valoran la literatura infantil desde su intención humana, asentando su escritura en el conocimiento de autores infantiles nacionales paradigmáticos como Valle Goicochea, Rosa Cerna Guardia o Carlota Carvallo de Núñez, entre otros, de cuyo trabajo supo atesorar principalmente el fundamento pedagógico. Y es que ya es hora de decirlo, la actual literatura infantil peruana tiene que agradecerle a nuestro autor su sistematización en un organismo que con los años ha sabido brindarle carácter de institucionalización: la Asociación Peruana de Literatura Infantil y Juvenil (APLIJ); y es que, partiendo, en 1979, del 20° aniversario de la promulgación de la Declaración Universal de los Derechos del Niño, Rosario Vidal organizó el Concurso Nacional de Literatura Infantil, y luego de publicar una selección de los trabajos de los escritores participantes en la antología La barquita de papel, los convocó para el Primer Encuentro Nacional de Literatura Infantil, en 1982, oportunidad en la que se crea la APLIJ, iniciándose con ello los encuentros nacionales anuales que se realizan todos los años en diferentes ciudades peruanas. Vale agregar, únicamente, que el accionar de la APLIJ fue el sustento para que, 20 años después, funde en la ciudad de Huamanga (Ayacucho) la Academia Latinoamericana de Literatura Infantil y Juvenil, entidad base para la creación de organismos similares en Argentina, Bolivia, México, Ecuador, Chile, Honduras y otros países.
 
II. El ámbito de Gabriel
 
Ya en El Trotamundos, un niño, Gabriel, entra en escena como protagonista de la mayoría de historias que paulatinamente irá creando y publicando Rosario Vidal, convirtiendo así a este personaje en una conocida figura de nuestro acervo literario infantil. Y es que Gabriel será también el protagonista de los siguientes libros que, a mi juicio, conforman una trilogía: Mi casita de adobes (MCA), Flafi (F) y Shica shica de limón (SSL). Si repara con cuidado, el lector notará que no he puesto los libros según el orden en que aparecieron (tal como los he puesto líneas arriba); y esto obedece a una razón: a que esta parte de la historia de Gabriel se remonta a una en que lo hallamos en su primera infancia (MCA) y luego desdobla el avance de sus años en dos historias que, tranquilamente, podrían correr de forma paralela: la de F y la de SSL.
 
Lo explico: si bien en las historias de la saga El Trotamundos vemos a un Gabriel a punto de entrar en la adolescencia recorriendo –sobre un camión de nombre El Trotamundos– diferentes localidades de Áncash, los libros de la trilogía a la que ahora me refiero serían una suerte de precuela de El Trotamundos, puesto que en MCA Gabriel entra recién en conciencia de su ámbito familiar y social (al parecer, aún no asiste a la escuela), habitando una pequeña vivienda de material humilde junto a su madre y su perrita Flafi, en los alrededores del casco urbano de Lima; mientras que en F y SSL se ha trasladado ya de Lima a la localidad andina de Caraz (Áncash) y tiene unos años más (cursa la Primaria).
 
Teniendo esta base contextual, diremos ahora que, técnicamente, MCA y SSL, pese a la diferencia de espacios, se asemejan. En ambos, el autor ofrece –más que una historia que dependa de una intriga o conflicto general– una suerte de imágenes o episodios sueltos referidos al ámbito vivencial de Gabriel. En el primer libro, lo que prima, obviamente, son episodios erigidos con base en elementos urbanos, propios de los cinturones de pobreza de la gran Lima; mientras que, en el segundo libro, en elementos rurales concernientes a la andina Caraz. Quizá de MCA podría decirse que el tema que define el hilo conductor sea la espera de la carta del padre, la cual determinará el futuro de la pequeña familia, mientras que en SSL, lo sea ese constante descubrimiento del nuevo ámbito (el andino) al que ha llegado Gabriel, donde todo es nuevo para él. 
 
Así las cosas, hay que detallar, sin embargo, que existe un personaje secundario que da lugar a la concepción de F, el tercer libro: se trata de la mascota de Gabriel (cuyo nombre, Flafi, da título al libro), y que funciona, además, como elemento eje o bisagra de MCA y F, pues su presencia es permanente en el primero (dejando su desaparición un final abierto), y, en el segundo, es más bien su ausencia la razón del argumento. El detalle aquí es que, como ya adelanté, SSL y F se mueven en el mismo tiempo cronológico de la vida de Gabriel, aunque experimentando hechos argumentativos diferentes: si en el caso de SSL se trata del constante descubrimiento del ámbito andino, en el de F, se trata de cumplir las tres tareas que le impone un duende (el Ichic Olljo) para saber cuál es el paradero de su mascota, la pequeña Flafi.
 
Así, resulta claro, F nos presenta como hecho argumentativo una meta, un conflicto identificable que resolver y que pondrá al lector en la expectativa de querer saber si Gabriel consumará o no los retos que lo llevarán a enterarse de dónde se encuentra Flafi, situación muy diferente a la de MCA y SSL, con aquellos episodios pasivos que transcurren uno tras de otro en el objetivo de dar a conocer solo las características de un clima o atmósfera, además de sus personajes y circunstancias. Esto último, obviamente, no constituye un menoscabo narrativo, sino otra manera de concebir el manejo de una historia, donde lo que se quiere poner de relieve es el escenario, los elementos que lo integran (urbanos o naturales) y los actores que se mueven en él, para brindar una versión particular de esa realidad, de aquel contexto cultural y social que configura la emoción estética del autor.
 
Vale agregar el acierto en el manejo del lenguaje, en el conocimiento de los escenarios (Gabriel es de cierta forma el alter ego del pequeño Roberto Rosario) y en la inserción de los hechos, todo lo cual queda mejor con el clima mágico y natural de cada historia. Lo digo principalmente por las de trasfondo andino, espacios donde lo fantástico conjugado con lo rural cuaja mejor con la cosmovisión y acervo mítico que sustentan los relatos para niños en nuestro país. En este caso, dos ejemplos claros: la juguetona presencia de un ser perteneciente a la mitología ancestral como el Ichic Olljo (incidentalmente en SSL y casi un coprotagonista en F), y el tipo de retos o tareas que le impone el duende a Gabriel en F: conseguir la pluma de un cóndor, una flor de huaganku y un laque cristalino. Con el transcurrir de la historia caeremos en la cuenta que estas cosas pertenecen a los tres reinos de la naturaleza: animal (cóndor), vegetal (flor de huaganku) y mineral (laque); pero, a la vez, pertenecen a los tres niveles del mundo mágico andino: el hanan pacha o cielo (cóndor), el kay pacha o tierra (flor de huaganku) y el uku pacha o subsuelo (laque). Estos pequeños ejemplos, como dije, producen la grata sensación de dominio de los temas y universos propuestos por Rosario Vidal. Por eso las historias avanzan con fluidez.
 
Gabriel es un niño que ha nacido para brindarnos, de primera mano, el fuero íntimo de un autor que tiene como motor a la memoria (su propia niñez) y al conocimiento de la cultura ancestral. Estoy seguro que de este emotivo impulso continuarán surgiendo historias con una marca narrativa cada vez más reconocible: la de una vida hecha para contarnos acerca de una niñez limpia, mágica y tan humana como el espíritu de este personaje de quien no dejaremos de seguir su maravilloso y cautivante rastro. 
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