Jorge Florez Aybar
Anti-Kamáchiq (Preliminares para una asedio) Anti-Kamáchiq (Preliminares para una asedio)

Por Yudio Cruz
Fuente: Yudio Cruz, Los Andes, Puno, 19/09/09
http://www.losandes.com.pe/Cultural/20090919/27370.html

Jorge Flórez Aybar es, qué duda cabe, el paladín más vehemente del indigenismo literario de última hora (“andinismo” prefiere llamarlo él). Sus numerosos artículos y ensayos literarios, siempre polémicos, lo han consagrado (al menos en Puno) como el principal ideólogo de esta “nueva” corriente. No es ciertamente un crítico literario de primer nivel --sus adversarios cuestionan su rigor académico--, no puede serlo quien, largando al tacho las teorías venidas de ultramar, demanda porfiadamente una “teoría literaria de los Andes”; sin embargo, hay que admitir que estamos ante un ensayista digno de consideración. Sí, un gran ensayista y, por supuesto, un ideólogo consecuente. La reciente publicación de “La agonía de Kamáchiq”, su segunda novela, lo confirma con creces.

Como es natural en estos casos, sus amigos y admiradores celebrarán la publicación del libro redundando en panegíricos, aclamaciones, ditirambos y aplausos. Aunque mi nombre no figura en la lista de invitados, voy a colarme a la fiesta, no con la intención de arruinarla (válgame dios) sino para enriquecerla de un modo inusual en nuestro medio. “Discrepar --ha dicho alguien-- es otra manera de aproximarnos”. Ésa será mi actitud: festejaré la aparición de la novela criticándola. Sé que la comparación es atrevida e insensata, pero no fue distinto el proceder de Jürgen Habermas cuando en 1968 lo invitaron a la conmemoración de los 70 años de Herbert Marcuse. La crítica es, entonces, el mejor homenaje que puedo rendirle al escritor puneño Jorge Flórez Aybar.

“La agonía de Kamáchiq” viene a ser algo así como la continuación de “Más allá de las nubes”, novela inicial que el autor publicó hace exactamente una década, ya que los personajes y escenarios de ésta reaparecen en aquélla. Las variaciones son mínimas -uno que otro personaje o escenario nuevos-; lo mismo ocurre con la atmósfera, el lenguaje y las estrategias narrativas. En “La agonía de Kamáchiq” el rol protagónico lo asume precisamente Kamáchiq (en la novela anterior su papel era secundario), un marxista disidente convertido ahora al “andinismo”. Secundado por unos cuantos subversivos (militantes de Sendero Luminoso), el protagonista deberá enfrentar (o sortear) una tenaz persecución policial --un oficial apodado “Rata Blanca” es el antagonista por excelencia--, de la que al final saldrá bien librado. Entretanto entablará con sus amigos terroristas una serie de coloquios, donde las cuestiones izquierdistas, tercermundistas, populistas e indigenistas estarán a la orden del día. Gran parte de los hechos sucede en la República de los Andes (Perú), un país turbulento --asolado por Sendero-- cuya clase gobernante es autoritaria, servil con los extranjeros y fabulosamente corrupta.

No vale la pena ahondar demasiado en los aspectos técnico-formales de la novela porque pesa más en ella la ideología del autor. En efecto, Flórez Aybar insiste en proclamar el dualismo andino/occidental, incurriendo así en un maniqueísmo provinciano que, en desmedro de los valores narratológicos, lo conduce al terreno del alegato y el panfleto. Subyace en “La agonía de Kamáchiq” una actitud profundamente antihispánica y antioccidental. El autor se empeña en reavivar odios, rencores y demás traumas de origen colonial. El “blanco” es para él un ser desalmado, perverso, inescrupuloso, avasallador, codicioso, explotador, egoísta…en suma, el malo por antonomasia. La cultura andina es, al contrario, irreprochable, inmaculada, sacrosanta y, por ende, inmensamente superior; pero padece hasta hoy quinientos años de humillante subyugación. Por otro lado, su postura respecto a Sendero denota una simpatía mal disimulada cuyo resultado es la oposición subversivo-bueno/policía-malo. Del mismo modo, su encono visceral hacia la clase gobernante, a la que una y otra vez tacha de corrupta, da lugar a una oposición análoga a la anterior: pueblo-bueno/político-malo. Este aluvión ideológico produce en los personajes un efecto deplorable, ya que hace de ellos marionetas estereotipadas y predecibles.

Como ya lo señalé en el parágrafo inicial, Flórez Aybar (2004, 37; 2009, 12) quiere deshacerse a toda costa de las teorías europeas --según él, inútiles en nuestro contexto-- y apela más bien a un utópico y extravagante “tratado de teoría literaria en los Andes [sic]”. Ergo, siendo “La agonía de Kamáchiq” una novela representativa de la cultura andina, debería ser “valorada” desde una perspectiva localista. Sería una actitud consecuente con la prédica “andinista” del autor; sin embargo, la descarto de plano porque creo, recogiendo la acertada observación de Dorian Espezúa (2007, 5), “…que la teoría literaria es universal y general (por eso es teoría) y no local y particular”. Es más, Flórez Aybar incurre en un contrasentido monumental, extensivo por cierto a todos los indigenistas recalcitrantes, cuando acomete a “Occidente” valiéndose de una lengua y un esquema de pensamiento inconfundiblemente occidentales, conducta que demuestra, “…con didáctica nitidez, la ingenuidad de quienes reniegan de su origen hispánico-occidental en idioma español. Su occidentalidad se delata precisamente en sus juicios bipolares de raíz aristotélica (si es pro-español es anti-indígena, si es pro-indígena es anti-español) y también sus piadosos sentimientos morales de raíz cristiana (los pobres y buenos indios; los malos y crueles españoles)…” (Valdivia 1997, 62). Que nadie se sorprenda ni exaspere, entonces, si para hacer el análisis crítico de la novela empleo un modelo teórico europeo.

El análisis ideológico planteado y desarrollado por el holandés Teun Van Dijk (sobre todo en Van Dijk 2003) me proporcionará las categorías necesarias para llevar a cabo tal empresa. El análisis que emprenderé no será estrictamente literario; la naturaleza ideológica y militante de “La agonía de Kamáchiq” requiere más bien un acercamiento (o asedio) al discurso de su autor. Como vimos, la novela va más allá del afrontamiento puramente literario, llegando a plantear de modo abierto antagonismos políticos, culturales y principalmente étnica. Este discurso está regido a las claras por la ideología indigenista. Prefiero esa denominación (indigenismo) --a despecho de Flórez Aybar, que adopta (¿acuña?) el vocablo “andinismo”-- porque, entendida en su acepción más genérica, amplia y moderna (al margen de matices y sutilezas), engloba cómodamente posturas como la del escritor en cuestión. La particularidad de esta remozada ideología es su carácter marcadamente pro-andino y antioccidental.

Plinio Apuleyo, Carlos Alberto Montaner y Álvaro Vargas Llosa (2007, 109) han caracterizado así al indigenismo de marras: “No nos referimos, por cierto, a la legítima valoración cultural e histórica del pasado precolombino, que por lo demás nada tiene que ver con el indigenismo. Nos referimos a la estafa ideológica mediante la cual, quinientos años después del tropiezo de Colón con las costas americanas, ciertas camarillas políticas y sus comparsas intelectuales pretenden oponer a los valores occidentales y a la modernidad una pureza «originaria» --según la palabreja de moda-- en pugna con los herederos de la Conquista”. Por su parte, Juan Carlos Valdivia (1997, 57) ha resumido de forma espléndida --si bien comparativamente-- su ciclo vital: “Con el indigenismo, en el Perú, ha sucedido algo semejante a lo ocurrido con el marxismo, en el mundo: su necesidad de difusión se ha plasmado en un proceso inevitable de vulgarización y empobrecimiento más o menos típico en la cultura occidental: una corriente de pensamiento se hace doctrina, dogma, verdad única e indiscutible; se ideologiza, se anquilosa y, finalmente, se vuelve un prejuicio colectivo más”.

Siguiendo el enfoque teórico de Van Dijk, sin llegar al sometimiento, nos bastará advertir las escisiones maniqueas del indigenismo para comprender que estamos ante una ideología racista, lo que no es ciertamente primicia alguna, aunque muy pocos se atrevan a denunciarlo. Quien sí lo hace de manera desenfadada y por cuenta propia es Mario Vargas Llosa. El más grande novelista peruano de todos los tiempos apostrofa a “…la subespecie «indigenista», que, pretendiendo subvertir cinco siglos de racismo «blanco», predica un racismo quechua y aymara…” (Vargas Llosa 2007, 11). Esa es la ideología que se reproduce en el discurso de Flórez Aybar, en este caso, en “La agonía de Kamáchiq”. Subordinadas a su indigenismo hallamos otras ideologías afines, como el marxismo, el tercermundismo y el populismo, todas llamadas a reforzarlo, complementarlo y secundarlo, sin mayores fricciones, casi armónicamente.

Es mi obligación ahora probar en la novela misma lo que hasta aquí vengo sosteniendo, esto es (en apretada síntesis): las implicancias segregacionistas de la ideología indigenista de Flórez Aybar. Recurriré con dicho fin a las categorías propuestas por Van Dijk para analizar discursos de ese tipo. Mi corpus textual lo constituirán las reflexiones, ideas, opiniones y conversaciones de los distintos personajes de “La agonía de Kamáchiq”, sobre todo las de los protagonistas (el discurso de los personajes), y el relato de los hechos realizado por su único narrador que, dicho sea de paso, es omnisciente (el discurso del narrador). Demostraré, por lo demás, hasta qué punto ambos discursos están supeditados a la ideología del autor.
 

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