Rodolfo Cerrón Palomino
Rodolfo Cerrón-Palomino: “Lengua oficial de los incas fue el aimara; luego, el quechua” Rodolfo Cerrón-Palomino: “Lengua oficial de los incas fue el aimara; luego, el quechua”

Por José Gabriel Chueca
Fuente: Peru21, Lima 12/09/08
http://peru21.pe/impresa/noticia/rodolfo-cerron-palomino-lengua-oficial-incas-fue-aimara-luego-quechua/2008-09-12/224460

"Nací en un hogar bilingüe pero, como en tantas partes del país, sucedía que estaba prohibido que habláramos quechua. En mi casa nadie lo hablaba pero, por el contacto con la calle, por ósmosis, uno lo aprendía. Pero nunca pude practicar”, recuerda Cerrón-Palomino.

¿Usted qué pensaba de eso? Esa situación era de discriminación, de menosprecio.
Yo crecí con el mismo rechazo. Pero eso cambió cuando ingresé a San Marcos y llegaron las lecturas, la emoción, Arguedas… fue una especie de liberación. Pero todo esto ante la actitud desdeñosa de mi padre. Poco le faltaba para decir “¿para qué te estoy educando? ¿Para que estudies la lengua de los indios?”. Tuvieron que pasar unos 20 años para que él entendiera que valía la pena.

En su libro sostiene que el aimara fue fundamental para el mundo andino.
Nuestros intelectuales y pensadores han creído que la lengua fundamental del Perú era el quechua, mientras que el aimara era atribuido a los bolivianos. Hubo una especie de repartición idiomática tradicional. Es la visión de Garcilaso. Y eso es falso. Cuando uno estudia con sofisticados métodos lingüísticos, comparatísticos, de reconstrucción, uno lo entiende. En la sierra centroandina, por ejemplo, el quechua es casi omnipresente pero, al analizar, uno encuentra cosas como los nombres de los lugares, que solo se explican a través de una gramática aimara.

¿Por qué son importantes los nombres de los lugares?
Cuando desaparece una lengua, el único vestigio que queda son los nombres de los lugares. Es que no es fácil andar inventando nombres a cada paso. Uno llega a un sitio y aprende los nombres de los lugares. Y tienen su mensaje: nos dicen acerca del pueblo, del contexto, del lugar. La cosa es descubrirlo. Y ahí viene el problema: todo el mundo se pone a estudiar toponimia, pero sin base lingüística.

¿Los incas hablaban aimara?
La lengua oficial de los incas era el aimara. Esto es algo que nunca van a aceptar los cusqueños. No estoy inventando cosas. Ahí están los datos. Comencemos con Qosqo. Qué no se ha hecho para explicarlo a través del quechua. Y no hay manera.

¿No significa ombligo del mundo?
No. Ese es otro absurdo total de Garcilaso. Es un cliché. Qosqo es un término aimara. Eso está bien probado. Aún está en algunos dialectos aimara y significa lechuza. ¿Por qué? La respuesta la tienen los cronistas del siglo XVI: uno de los hermanos Ayar se convierte en lechuza y vuela al Coricancha para tomar posesión y se petrifica. Desde entonces, el sitio se llama 'Piedra donde se posó la lechuza’.

Pero los incas hablaban quechua.
Se quechuizaron. Por cuestiones pragmáticas lo adoptan como lengua oficial, porque se hablaba en todo el Chinchaysuyo. Pero hasta la época de Túpac Inca Yupanqui se hablaba aimara.

¿Y se escribe Cusco o Cuzco?
Los españoles lo escribieron con 's’ porque querían reproducir la pronunciación exacta. El quechua de entonces, como aún lo tienen los dialectos centrales, posee dos 's’, una parecida a la española. Entonces, Qosqo era con 's’, pero esa 's’ se escribía con 'z’. Pero no es la 'z’ interdental moderna. Su argumento es que el quechua nunca tuvo esa 'z’. Es cierto. Pero los españoles de esa época tampoco la tenían. La 'z’ moderna vino después. Aquella 'z’ correspondía a una 's’. Y escribían Cuzco.

Pero ahora todos escriben Cusco.
Producto de una campaña absurda. No entiendo por qué los periodistas lo aceptaron. Esto está probado científicamente. Pensemos en los mexicanos. Ellos lucharon por su equis, que ya no se pronuncia, pero que se usaba en el siglo XVI. En su momento se decía Méshico. Ya nadie lo dice así, pero escriben México. Igual que Shausha (Xauxa, Jauja), Cashamarca (Caxamarca, Cajamarca) o Teshas (Texas).

También toca temas gastronómicos.
Está de moda. Por ejemplo, carapulcra. Qué tal huachafería. Está bien que no se rescate la forma etimológica que yo postulo: calapurca. O, por último, carapulca. ¡Pero no carapulcra! Algunos dirán que el uso manda. Bueno, como lingüista, estoy resignado a que mi campaña no tenga éxito, pero hay que llamar la atención sobre la forma genuina. Y ese es el mensaje del libro. Pasa lo mismo con la bandera del Tahuantinsuyo. No existió. ¿Pero quién se lo explica a los que la usan en sus marchas?


Autoficha
Nací en Huancayo, en el 40. Mi padre era autoridad local, sabía quechua y lo hablaba, pero yo tenía prohibido hablarlo. Estudié en San Marcos. Mi tesis versó sobre la variedad del quechua del valle del Mantaro; mi trabajo comenzó ahí, con vocabularios y gramáticas, recorriendo todo el campo. Tengo dos hijos que, a pesar mío –y suyo–, son lingüistas. Con la cantidad de lenguas que hay en el Perú, es una lástima que no se invierta en su investigación, como sí sucede en otros países.

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