200 años y sin un Atlas Histórico de la Independencia

Por Alberto Loza Nehmad
Fuente: Librosperuanos.com
Abril, 2023

Reseña de un Atlas y anhelo de otro. Colin Mc Evedy, The Penguin Atlas of Medieval History. Baltimore: Penguin Books, 1961; 96 pp.; il., mapas, índice.
 
Aún no llegan la fecha de Ayacucho ni la de la capitulación del sitio del Callao. Técnicamente, nos encontramos en pleno bicentenario. A mediados del primer año de pandemia se celebró el correspondiente aniversario de la declaración de la independencia de 28 de julio de 1821. Y en abril de hace 200 años, como hoy, las palabras asamblea constituyente y congreso también eran repetidas en los mentideros de Lima. Pero, para entonces y como siguieron las cosas hasta diciembre de 1824, tropas regulares, guerrillas rurales de los bandos en conflicto seguían tramontando las quebradas cordilleras del Perú y negociando en su recorrido, con armas, ideas, panfletos y discursos, los terrenos de la guerra separatista. Llegada la victoria en Ayacucho, continuaban las tropas de Rodil en el Callao. Y hasta ahora no contamos en el Perú con un Atlas histórico de la independencia.
 
No importan el tamaño ni su número de páginas y mapas. No importa su precio, porque careciendo nosotros, no solo del objeto atlas sino de la conciencia de su necesidad, cualquier edición municipal para repartir gratis al público cumpliría cabalmente su objeto. Pero debería constituir una visualización continua, una perspectiva dinámica y temporal que emerja de la totalidad y permita la comprensión histórica del movimiento de tropas y guerrillas, así como el intercambio constante del espacio entre patriotas y realistas, en el periodo que va desde el desembarco de las tropas de San Martín en Pisco en septiembre de 1820, y la firma de la capitulación y entrega de los castillos del Callao en enero de 1826. Contamos con grandes relatos históricos. Los historiadores ya han sustentado y debatido sus interpretaciones acerca del “carácter” de la independencia: si concedida, conseguida, controlada, etc. Existe un consenso mayor acerca de las fechas, los hechos y los sitios básicas. La historiografía de los últimos años ha rescatado actores poco estudiados antes: plebe urbana politizada, guerrillas rurales, cabildos y comunidades de pequeños pueblos andinos. Solo nos falta un atlas histórico de ese periodo histórico.
 
Hay abundantes monografías sobre esa época acompañadas de mapas, pero estos son auxiliares del relato. Por esta razón, en cada libro los mapas son de diferente tamaño si son plegables, u ocupan diferentes espacios en las páginas si vienen impresos en ellas. Y como cada mapa o subconjunto de ellos corresponden al tema del capítulo que ilustran, cada mapa viene con su propia escala, lo cual no permite comparaciones de la perspectiva dinámica y temporal del proceso general al interior del mismo espacio peruano delimitado para el período 1820-1826. Tal comparación y apreciación general solo podría hacerse con base en una serie o series de mapas que cubran el avance del proceso independentista sobre una misma área, idealmente todo con el mismo tamaño y escala. Puesto de otro modo, el período 1820-1826, iniciado con el desembarco del ejército libertador del sur y culminado con la salida de las tropas realistas del último bastión español en América, carece de una narración visual que recorra temporalmente las áreas y los hitos de la guerra de independencia. Los actores, lugares, las fechas y el escenario casi no están en discusión.
 
Entre los libros que, afortunadamente, rodearon mi niñez, destacaban los atlas de todo tipo. Compartían con los chistes de Editorial Novaro y con los libros de cuentos el atractivo cautivador de la imagen. Definitivamente, la imagen hace el cuento. Hace poco busqué matar una tarde viendo un atlas que hace algunos años cayó en mis manos. The Penguin Atlas of Medieval History, de Colin McEvedy (1961), sobre Europa y el Cercano Oriente entre los años 362 y 1478. No es una edición de lujo con papel satinado ni tapas duras. Además del blanco y negro sobre las áreas continentales e islas principales, solo tiene el turquesa para mares y océano. Lo conforman 38 mapas en 96 páginas, con una introducción de 11 páginas y todo con una fuente incómodamente pequeña. Es una encuadernación de diseño horizontal de 22 X 18 cm., —apropiado para el área cubierta— con los mapas a la página derecha y el texto correspondiente a la izquierda. Nunca una ojeada a la historia de la Edad Media me fue tan total, interesante, comprensible y amena.
 
El Atlas de McEvedy tiene ciertas características que lo hacen dinámico, temporal, históricamente comprensivo, con un enfoque sobre la continuidad, es decir, es lo opuesto a un enfoque sobre lo discreto y desde las perspectivas nacionales. “Mi idea al compilar este atlas ha sido mostrar el desenvolvimiento de la historia medieval en Europa y el Cercano Oriente como una narración continua, un objetivo en contraste al de la mayoría de los atlas históricos, que ilustran fragmentos discretos de la historia y están entendidos principalmente como obras de referencia”.  (Introducción, p. 2). En efecto, al contrario de las obras de referencia —como los diccionarios—, este atlas en particular está hecho para poder ser leído de inicio a fin. Podría decirse que los mapas llaman a texto, como los antiguos libros de emblemas, como las imágenes en los cómics de la Editorial Novaro.
 
Dos son sus características más resaltantes. Primero, los mapas de este atlas no muestran detalles geográficos. Como advierte el autor, el reino de Francia de 998 es el reino de Francia en ese año, sin subdivisiones.  Segundo, dadas las particularidades del desarrollo histórico europeo, las áreas sombreadas muestran los mapas políticos a través de la lengua del grupo dominante, según patrones identificatorios lingüísticos establecidos al inicio del libro (ver el fragmento de esa clave en la ilustración de arriba). “Teniendo en mente que lengua, raza y cultura conforman un mismo complejo, la clasificación lingüística será vista como tan válida y mucho más útil que la clasificación puramente física” (Introducción, p. 4). 
 
Por supuesto, como se muestra arriba, el atlas trae en sus páginas iniciales una clave lingüística de los tipos de sombreados usados en los mapas: sin áreas sombreadas no hay mapa, es una regla que debería ser obvia. Con estos mapas lingüísticos, de lenguas básicas provenientes de la antigüedad y de sus derivadas de un milenio después, se puede entender el desplazamiento y establecimiento de 
pueblos y estados en Europa y el Cercano Oriente a lo largo de todo lo que entendemos como la edad media. En los 38 mapas de esa misma área geográfica, todo aparece en la misma escala; a la derecha y abajo se puede ver, por ejemplo, dos mapas que muestran (siguiendo los patrones de sombreado y de bordes de los estados) cómo hacia el año 450 el Imperio de los Hunos (habla mongólica: fondo blanco llano con bordes punteados,) había avanzado cruzando el Danubio invadiendo alemanes, lombardos y otros (que terminan quedando bajo el sombreado dominante de la lengua mongólica), desplazando hacia el norte a los eslavos y hacia el Atlántico a francos y otros. Avanzaron con los hunos los visigodos, pero metiéndose como una cuña por el sur, hasta establecerse en la España atlántica. Vemos que los hunos terminan, según los puntos cardinales de nuestro mapa cognoscitivo, como recostados por el norte sobre el asediado Imperio Romano de occidente. En el mapa siguiente, de 476, los nómades hunos han regresado a las estepas, dejando el espacio para que se establezcan “estados” de habla alemana al norte de Italia y pueblos de habla visigótica en la península ibérica. El Imperio Romano de Occidente había desaparecido.
 
 
El Atlas del medioevo que reseño tiene un solo mapa de las principales cadenas montañosas de Europa; el resto, son “planos”. Para la visión panorámica de siglos de desplazamientos de pueblos antiguos venidos desde el Asia a recorrer y establecerse en Europa y el Medio Oriente, eso basta. Aparecen los ríos principales sin sus nombres y solo algunas ciudades, de dos jerarquías según el rango de su población. El Atlas de la Independencia del Perú, pienso, debería mostrar constantemente los Andes y algunos rangos de alturas. Al fin, el Perú, salvo la Amazonia, es básicamente montañas y sus valles. Y la guerra se luchó en esos terrenos, recorriéndolos a lo largo y ancho o remontándolos. El Atlas medieval está dividido en cinco secciones y tiene muy pocos mapas resúmenes que muestran algunas flechas que indican muy gruesas líneas de comercio a lo largo de todo el medioevo. Generalmente hay un espacio de 40 años entre mapas. ¿Y la independencia? Sus autores lo verán.
 
Un mapa hace referencia a realidades físicas incontrovertibles, sin embargo, no hay manera perfectamente objetiva de representar un movimiento que ha sido construido de manera subjetiva. Como advierte el autor, “El lector de cualquier atlas histórico debería estar advertido de no dejar que sus facultades críticas sean vencidas por la aparente objetividad de un mapa” (pp. 6-7). Las relaciones entre estados diferentes, las relaciones entre estados similares con un imperio dominante común, las diferentes jerarquías entre esos estados tan disímiles no pueden prestarse a una representación bidimensional perfecta, más allá de los malabares del ingenio de las soluciones gráficas. El arte, en este caso, está en la simplicidad.  
 
Y no es simple explicar la guerra de la independencia. Idealmente, las guerras las hacen los generales bajo el manto protector de las ideas que defienden. Las conducen comandantes con cierto mando que negociarán con cabildos y guerrillas. Y las ejecutan capitanes con tenientes y sargentos que morirán a la orden. Pero es la gente con armas e ideas, tropas regulares e irregulares, en el terreno, población establecida, grupos irregulares quienes les darán forma a esos mapas del atlas que mostrará las sombras y luces de ese período. En el terreno. La guerra separatista involucró a un muy diferenciado espectro de personajes sobre el quebrado terreno de los Andes. Sus vaivenes en un atlas histórico contarían algo más que la ya conocida historia de los personajes principales y sus propios dramas, y poniendo en concierto los conocimientos de un historiador, una geógrafa y el arte de un diseñador, nos acercarían a los terrenos disputados, negociados o ganados por quienes apostaron tierras, bienes y vidas por los múltiples bandos que se enfrentaron en este período fundador de la república del Perú.
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