Javier Díaz Orihuela
Arequipa y la libertad

Por Osmar Gonzales Alvarado
Fuente: Librosperuanos.com
Setiembre, 2016

Trascendental protagonismo ha cumplido Arequipa en diversos momentos de la historia del Perú. Por ello, y con justa razón, Jorge Basadre la llamó “caudillo colectivo”. Esa capacidad de “estar” en la historia se debe también a que ha aportado personajes destacados, individualidades que han sobresalido en diferentes ámbitos por sus méritos. Sobre tres de estas personalidades el ex senador Javier Díaz Orihuela reflexiona en un interesante libro titulado: El triunvirato de la libertad (Impresos, Lima, 2003). Con un lenguaje ameno el autor analiza la participación cívica de José Luis Bustamante y Rivero, Francisco Mostajo y Arturo Villegas Romero; cada uno destacó en sus áreas y encarnaron un modelo de defensa de la libertad.
 
Javier Díaz Orihuhela, también arequipeño, es ingeniero civil de profesión, pero político por pasión. Fue miembro de la generación que dio surgimiento a Acción Popular, partido del que fue uno de sus fundadores. Parlamentario distinguido por el voto en varias oportunidades como diputado y senador, es también investigador y escritor, como lo muestra el libro que ahora comento, el cual resulta de lectura agradable además de ser provechosa fuente de información por los datos que provee.
 
Tres arequipeños
Bustamante y Rivero fue un jurista, literato, diplomático que desde muy joven tuvo prominente notoriedad en la vida política peruana. Fue él quien redactó el manifiesto con el que el comandante Luis M. Sánchez Cerro justificó el golpe de Estado en contra del régimen personalista de Augusto B. Leguía. Paradójicamente, hubo de apoyar un golpe militar para acabar con un gobierno autoritario y corrupto; el proyecto era que solo se tratara de un gobierno de transición que convocaría luego a elecciones generales y restaurara la democracia. Ya sabemos que la historia no fue tan sencilla y que dicha intervención contra Leguía fue el preludio de una década de autoritarismo político y oscurantismo cultural.
 
Luego de ocurrida la Segunda Guerra Mundial, el mundo experimentó una inclinación por gobiernos democráticos. Las experiencias observadas de Alemania, Italia y Japón prevenían sobre los riesgos de las autocracias. El Perú no fue ajeno a esta ola. Para 1945 se convocaron a elecciones generales con la promesa de que ya no habría partidos obligados a vivir en la clandestinidad, como el APRA y el Partido Comunista. Se trataba de una apertura política. En la búsqueda por el candidato ideal para representar esa corriente democrática se pensó precisamente en Bustamante y Rivero, quien terminó siendo la cabeza del Frente Democrático Nacional (FDN), luego de fuertes disputas al interior de esa agrupación política, que Díaz Orihuela relata con precisión. Rafael Belaunde y Víctor Raúl Haya de la Torre midieron fuerzas, pero la salida más práctica fue elegir al ilustre jurista, quien concitó el apoyo de la mayoría de los electores. Su mandato sería breve, de 1945 a 1948, tres años que luego le fueron útiles para redactar uno de los más lúcidos ensayos sobre la vida política peruana: Tres años de lucha por la democracia en el Perú, que la dictadura militar de Manuel A. Odría, prohibió su circulación.
 
El autor es detallista al mencionar los conflictos vividos en el gobierno del FDN, especialmente en lo que se refiere a la posición de los miembros del Partido Aprista, quienes, según Díaz Orihuela, no fueron leales al Presidente Bustamante y Rivero. Pero también sostiene, en una demostración de análisis ecuánime, que un error del gobierno fue no integrar en el primer  Consejo de Ministros a miembros del APRA, siendo el partido más gravitante del Frente. Ello ocasionó desavenencias que no pudieron ser remediadas a pesar que en otros gabinetes sí fueran considerados representantes apristas. En esas circunstancias, la crisis política era inevitable. El golpe de Estado de Odría acabaría con el breve gobierno democrático. Regreso a los cuarteles. Durante ese tiempo la conducta democrática de Bustamante y Rivero fue irreprochable. Murió en 1989, dejando un ejemplo de vida política honesta.
 
El segundo personaje que estudia Díaz Orihuela es Arturo Villegas Romero, que constituye un verdadero rescate para nuestra memoria histórica. Muy joven, cuando apenas contaba 26 años de edad, fue muerto por la represión odriista, en 1950. Estudioso de nuestra historia, Villegas había escrito un profundo análisis de la revolución de Túpac Amaru; también escribiría una historia de su amada Arequipa. Su talento como investigador se aunaría a su compromiso político ciudadano. Con profunda fe católica, asumió diversos cargos de responsabilidad estudiantil, así como la impartición de algunos cursos en los colegios La Salle y San Francisco de Asís. También fue regidor y aceptó muchas más responsabilidades; su juventud no fue obstáculo para ser reconocido como un baluarte de la vida cívica arequipeña.
 
A mediados del año 1950, la dictadura militar pretendió legitimarse convocando a elecciones generales, que en realidad solo eran una fachada para encubrir su origen inconstitucional. Ante tal proyecto, en Arequipa se agruparon varias personalidades que dieron forma a la Liga Nacional Democrática, que sería la plataforma para oponerse a las pretensiones de la cúpula militar de prolongar su gobierno ilegal. Muchos nombres se pueden mencionar, pero es suficiente recordar los de Roberto Ramírez del Villar, Mario Polar, Óscar Trelles, entre otros; a ellos debemos sumar el de Arturo Villegas R., precisamente.
 
El combate que libró la Liga contra la dictadura fue dura, primero por medio del periódico La Jornada, y después con actos cívicos, en los que Villegas Romero tuvo principal papel. Los ánimos se exacerbaron cuando el 11 de junio de 1950 el gobierno negó la inscripción de la candidatura opositora de Ernesto Montagne. El plan oficial era que Odría fuera el candidato único en esas elecciones amañadas. Al día siguiente estalló una huelga estudiantil (en el histórico colegio Independencia) y la represión produjo varios heridos. El día 13 proseguirían los enfrentamientos. Hubo muertos y heridos. El gobierno decretó el Estado de sitio. En un último intento por conciliar posiciones, en la Plaza de Armas de Arequipa las fuerzas del orden dispararon contra aquellos que solo querían dialogar. Una de las balas mató a Villegas Romero, quien portaba una improvisada bandera blanca que fortuitamente terminó envolviendo su cuerpo inerte. Muy joven se fue uno de los arequipeños más prometedores.
 
Francisco Mostajo, legendario caudillo arequipeño, fue la inspiración y guía de Villegas Romero. Su ejemplo de rectitud y principios ha quedado en la memoria de los peruanos que toman en serio la importancia de las tradiciones políticas. Como recuerda Díaz Orihuela, Mostajo hubiera preferido morir en vez de su discípulo y amigo. Tres años después de la tragedia sería víctima fatal de una afección cardíaca.
 
A la bravura de sus acciones, Mostajo sumó la inteligencia de sus reflexiones. Muy joven, a los 19 años, y teniendo fresco el recuerdo de la invasión de Arequipa por parte del ejército chileno, ya discernía sobre el modernismo y la literatura exhibiendo una postura de vanguardia. Sería un político con fibra de intelectual o, si se prefiere, un estudioso con pasión política. A pesar de haber estudiado en colegio religioso, Mostajo fue un pensador liberal (fue alto dirigente del Partido Liberal de Arequipa) que se enfrentó en repetidas oportunidades a la Iglesia, ocasionándole hondas rivalidades. También fue candidato del Partido Nacional Democrático que en 1915 había fundado José de la Riva Agüero y en el que participaba otro ilustre arequipeño: Víctor Andrés Belaunde. Como pensador social liberal, Mostajo presentó un programa político de avanzada; no podía ser de otra manera, su padre fue un líder obrero de primera línea. Su conciencia cívica provenía, pues, del propio hogar.
 
Mostajo fue un ciudadano que mantuvo vivo el arequipeñismo por medio de sus escritos y discursos, en los que rendía homenaje a los grandes personajes de su tierra y renovaba la tradición con sus estudios histórico-lingüísticos. Hombre de acción, que también lo era Mostajo, dirigió –porque así se lo exigieron los rebeldes de 1950–, la protesta contra la dictadura de Odría, en la que, como vimos, fue asesinado uno de sus discípulos predilectos. Para entonces ya contaba con 75 años de edad. Verbo y acción combatiente, caracterizaron la vida de este líder nato. Como resume Díaz Orihuela: “[Mostajo] fue, es y será el prototipo del líder arequipeño”.
 
En resumen
Sin lugar a dudas, los tres personajes escogidos por Díaz Orihuela guardan una importancia singular para la historia de Arequipa (y también para la nacional). José Luis Bustamante y Rivero fue Presidente de la República, Arturo Villegas Romero un líder juvenil que encarnó nobles ideales, y Francisco Mostajo fue un tribuno de excelencia. Cada uno tenía las cualidades necesarias para ser reconocido y obtener un lugar prominente en nuestra memoria colectiva. Pero lo dramáticamente curioso es que a pesar de sus dotes personales, los tres vieron interrumpidos sus anhelos, están marcados por la frustración: Bustamante y Rivero no pudo concluir su mandato presidencial, Villegas Romero fue asesinado muy joven y Mostajo no obtuvo el reconocimiento que siempre mereció.
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