Isabel Córdova Rosas
Las aventuras y lecciones de Pirulí

Por Ricardo Ayllón
Fuente: Librosperuanos.com
Octubre 2015

Lo primero que llamó mi atención de la lectura de los libros que esta noche comentaré fue, sin duda, la palabra Pirulí, el nombre del zorrito, protagonista de las aventuras que en ellos se cuentan. Pirulí me resulta un nombre muy sonoro y llamativo, por eso quería saber de dónde provenía, cuál era su origen, porque para el contexto peruano no es muy familiar. Los diccionarios dicen que el pirulí es un caramelo colorido, de forma cónica con punta muy aguda y un palito en la base que sirve para sostenerlo; es –en todo caso– lo que conocemos aquí como un chupete de caramelo, aunque con una bella forma de cono. Me causó curiosidad saber también que se conoce como El Pirulí a Torrespaña, la torre principal y altísima de comunicaciones de Radio Televisión Española, en la ciudad de Madrid.

Digo esto porque tanto al caramelo como a la mencionada torre los imagino como referentes muy españoles, quizá bastante familiarizados con la propia Madrid, ciudad que es estancia permanente y actual de Isabel Córdova Rosas, nuestra escritora, quien vive allá casi 30 años. Ella es peruana, huancaína de nacimiento, pero percibo que el poder de la cultura española la ha ayudado de todas formas a concebir y definir mejor ciertos aspectos de su imaginación y creatividad, como esta curiosa elección de Pirulí para el nombre de un zorrito, comparando la puntiaguda nariz del animalito con la de la referida golosina, o la conocida torre madrileña.

Pues bien, este es tal vez solo un dato anecdótico de este apartado narrativo de Córdova Rosas, y digo apartado porque los sucesos de Pirulí son solo una parte del amplio espectro creativo que ella maneja (aparte de sus títulos infantiles, Isabel ha publicado también novelas, leyendas, antologías y estudios literarios). El espacio específico dedicado a Pirulí está constituido por tres libros: Pirulí (propiamente dicho), Pirulí va al colegio y Pirulí va al zoológico. Los dos últimos, son los que nos reúnen esta noche.

¿Pero quién más es Pirulí, aparte de ser un pequeño zorrito? Él es un niño que vive con su padre y su madre, Roberta; y que, según se nos informa en la historia, es un tanto sobreprotegido por su amorosa madre, razón por la cual tiene un carácter muy especial. ¿Engreído? Tal vez. Esto es lo que podríamos suponer al leer Pirulí va al colegio. Cuando el pequeño niño se niega, se enterca, porfía en no ir a la escuela; y decide no tener la bella experiencia de su primer día de clases. La forma como se comporta está casi cerca de la rabieta, pero no debemos confundirnos; lo que Pirulí tiene, en el fondo, es temor y no una absurda obstinación; él piensa que la profesora lo va a regañar y los chicos le van a pegar. Pasa casi como la mayoría de niños a la edad de Pirulí (y quienes somos padres lo sabemos mejor): se niegan a tener experiencias nuevas por temor a lo desconocido.

El espíritu que da vida a este libro, sin embargo, no va precisamente por allí; sino por el afán de mostrar al pequeño lector un valor importante que hay que conocer desde temprana edad: el del esfuerzo, el del sacrificio para obtener logros en la vida. Y tales valores arriban a través de personajes secundarios pero muy importantes como los hermanos alce y las garzas africanas, quienes relatan a Pirulí los enormes sacrificios que hacen para poder llegar a la escuela: tener que levantarse de madrugada, cruzar arduos y extensos parajes, o conocer la muerte de seres queridos; mientras que él, viviendo tan solo a dos cuadras del colegio, teniendo tan cerca la oportunidad de estudiar, se niega a aprovecharla.

Vale indicar aquí la eficacia con que la autora se sirve del tipo de vida animal, como el habitar lugares agrestes donde la naturaleza es tan adversa o el fenómeno de la migración en las aves, para conjugarlas y proyectarlas a emociones y enseñanzas humanas; las experiencias animales no anulan estas; al contrario, resultan útiles para una fabulación más sugestiva y –de ese modo– una mejor atención y motivación del pequeño lector.

Por otra parte, es agradable encontrarnos con la profusa imaginación de la autora en diferentes aspectos: desde la misma concepción de sus historias, hasta la descripción de los paisajes y de los personajes; o, inclusive, de esos seres irreales que solo viven en la mente de los niños y que los adultos aprovechamos a veces para darles una lección: “Debe ser el más horrible de los monstruos, peor que el hombre verde o el dragón de las siete cabezas y garras de sable; peor que el vampiro cibernético o el mago azul traganiños de las colinas, o el hombre de hielo de las cavernas”, imagina con gran temor el pobre Pirulí cuando le hablan del analfabeto, el terrorífico ser en que podría convertirse de no ir al colegio.

Pirulí va al zoológico, es una aventura más dinámica. El pequeño zorro sale a pasear con mamá, se aleja de ella y termina perdido en el zoológico. Aquí nuestro protagonista se mueve por diversos escenarios: una heladería, una tienda de juguetes, las jaulas de algunos animales, el bus, un parque… y uno lo sigue en esa travesía con gran atención porque no sabemos si encontrará a su madre nuevamente, y, peor aún, si se salvará de los peligros que lo acechan en el zoológico. Por su dinámica, esta historia atrapa rápidamente y consigue que no nos despeguemos de ella hasta enterarnos del desenlace.   

Varios aspectos se conjugan aquí como material de lección para los niños: uno: la importancia de obedecer a los padres de jamás separarse de ellos, la seguridad que siempre encontrarán en sus casas, sobre todo junto a sus amorosas madres que, justamente y por tal razón, hace que, a los ojos de Pirulí al menos, se vea a estas como lo mejor y más hermoso del mundo. Para nuestro protagonista, mamá Roberta es: “…la más linda del mundo (…) su pelaje es tan rubio que brilla como el oro (y) Tiene los ojos verde esmeralda”; mientras que para un búho sabio que se ofrece a ayudarlo, esta es solo “…una zorrita bajita, de pelaje castaño oscuro, de ojos marrones y pequeños”.

Otra lección es sin duda la solidaridad. Pirulí aprende aquí que siendo tan pequeño y encontrándose tan solo, puede correr un sinfín de peligros, pero puede conocer también la solidaridad, esa virtud tan humana que aparece como contrapeso ante la angustia y el desamparo. En el zoológico, la jirafa encarna aquí esta virtud de la mejor forma, secundada por la labor de los guardias tucanes que lo liberan también de las contingencias.

En este libro hallamos mejor definido un atributo que –pese a su sutileza– queda muy bien en la historia. El del humor. Ofrecido como una delgada pátina en los momentos de mayor angustia; tal como lo percibimos en las descripciones del zorrito sobre su madre y la reacción de los animales que lo escuchan, o en el torpe comportamiento de los felinos al ser engañados por Pirulí.

Sé que en otras publicaciones, Isabel Córdova Rosas trabaja con leyendas peruanas, con personajes de la historia universal, con seres míticos de otras latitudes. Mientras que en estos libros, ella ha preferido hacerlo con animales humanizados, otra forma de llegar a los niños desde los mecanismos pertinentes de la fantasía. El manejo lineal y vivaz de las historias, el lenguaje sencillo y apropiado, y la proyección de su vuelo imaginativo, confluyen en contenidos que nos hablan de una escritora que no agota temas ni deja morir la inquietud de llegar al lector infantil con las mejores herramientas de la narrativa de ficción.

Felicito a Isabel por su fructífera labor creativa y por su decisión de llegar ahora al Perú con Pirulí, este niño inquieto y vivaz que un día tal vez tenga una emocionante aventura por nuestras latitudes.

* Texto leído en la presentación de los libros "Pirulí va al zoológico" y "Pirulí va al colegio", el 1 de octubre en la Casa de la Literatura Peruana.

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