Por Jorge Eslava
Fuente: librosperuanos.com
Todos sabemos que a Eduardo le encantan las presentaciones, las disfruta y las lleva muy bien... sean presentaciones propias o ajenas él las atiende con el mismo entusiasmo de celebración; porque cuando se le pide presentar un libro de un viejo amigo o de un joven escritor, Eduardo acepta de buen grado y prepara con responsabilidad y alegría lo que le corresponde. Nunca nos defrauda. Nos ha enseñado —a todos los que estamos cerca de él— que cada presentación es un bello acto de amistad. Que trasciende el vínculo de ser el protagonista y se instala, más bien, en la región visible del autor con sus lectores. Se convierte en auténtico lazo de afecto con quienes están en la mesa y con quienes, desde el auditorio, lo escuchan con sincera fascinación. Por eso las salas que acogen a sus invitados, a lo largo de estos años tan productivos, van pareciendo cada vez más una legión renovada y creciente de fieles: ahí está el rostro orgulloso de su madre y sus hermanos, el rostro conmovido de sus tías y sobrinos, el rostro de admiración de sus amigos y amigas. Y, sobre todo, el rostro iluminado de amor de su esposa Jannine.
Puedo dar fe de que lo que digo, pues cuando conocí a Eduardo —él casi un adolescente, poeta y premiado; yo un joven profesor— apenas había publicado dos libros de poemas: Cuadernos de Horacio Morell (1981) y Crónicas de un ocioso (1983)... de modo que, si acierta mi memoria, debo haber asistido por lo menos a unas veinte presentaciones de algún libro suyo o mío o de alguien cercano a nosotros. Y referirme a las presentaciones es algo más complejo de lo que parece: es auscultar un pequeño universo, un microcosmos de relaciones humanas y creativas. En el caso de Eduardo constituyen señales de un mapa de afectos y también signos visibles de las rutas diversas que ha seguido su obra.
De los numerosos títulos de su bibliografía, Catálogo de las naves es un nombre que me encanta. Creo que sugiere el amplio repertorio de vertientes que ha tomado su creación. Entendamos la palabra “naves” como embarcaciones de cubierta y velas o como espacios entre los arcos que se extienden a lo largo de un templo. Y de ese modo, surcando un mar imaginario o paseando entre los muros monacales hemos descubierto sus libros de poesía y ensayo, comentarios periodísticos y entrevistas, estudios académicos y relatos para niños, hasta llegar incluso a una suerte de novela poemática o libro de memorias que es Anuario mínimo y que, por una feliz coincidencia, se presentará dentro de dos días.
Comprobamos, pues, que solo siguiendo la cartografía de sus presentaciones estamos ante una obra múltiple, de excelencia intelectual y sentimental, de delicado acabado artístico. Y comprobamos, además, que cada uno de estos cauces creativos que la academia llama “géneros literarios” han ido apareciendo de una manera natural en sus escritos, sin forzar su voluntad, obedientes a las travesuras de su mirada y su oído, a los enlaces de sus incontables lecturas, a la sabia efervescencia de sus lecciones de maestro en el aula o de buen conversador en la sala de nuestras casas.
Claro que existe un sector intelectual que se desconcierta o se crispa con estas interconexiones y reordenamientos de géneros literarios, críticos poco permeables a recomponer la estantería cultural de un creador y es que algunos de ellos desconocen la dimensión indócil de ciertas personalidades, como la de Eduardo a quien se le puede escuchar hablar indistintamente y con sorprendente versación y amenidad de un bestiario fantástico de la Edad Media o de los doce vatios que utiliza nuestro cerebro durante el día o del primer gran éxito de Los Rolling Stones, que curiosamente fue un tema compuesto por Lennon y McCartney. Sin duda son críticos que no conocen Eduardo y que además, cosa grave, no han asistido a ninguna de sus presentaciones.
La de esta noche es una presentación singular, pues se ofrecen dos publicaciones para niños. Dos libritos recién terminados de imprimir y que inauguran una serie de publicaciones de ARSAM, una joven Y PUJANTE editorial peruana. Me sobrecoge lo que leo en la contracarátula: “Eduardo Chirinos es, además de autor de cuentos infantiles, poeta, ensayista y traductor.” Es decir, han privilegiado su condición de creador para niños y por lo tanto han invertido el orden que hubiera aparecido en cualquier otro libro del autor. Eso está muy bien, pues honra, como lo escribí cuando apareció su primer libro infantil, a nuestra desestimada tradición de literatura para niños. Estos dos libros son Juanita y las líneas de Nasca y A Cristóbal no le gustan los libros.
Es verdad que Eduardo ha publicado ya una trilogía de novelas sobre su koala Guillerme bajo el sello Alfaguara. Son bellas narraciones que aparecen entre el año 2005 y el año en curso, de modo que no debería sorprendernos esta variante creativa. He revisado en mis archivos personales y quiero apelar al consentimiento de ustedes para recordar algunas palabras de Eduardo, claves para comprender mejor su relación con los libros para niños y su nuevo registro creativo. En una entrevista que le hice el 2010 a propósito de Mientras el lobo está, su poemario ganador del prestigioso Premio “Generación del 27”, le pregunto sobre el título del libro que alude a una canción infantil y si había alguna intención de hundirse en la memoria personal. Él me contesta:
“Siempre me ha llamado la atención el contenido perverso de la ronda infantil: “Juguemos en el bosque / mientas el lobo está”. Si te fijas bies, el placer de ese juego lo garantiza la presencia del lobo: sin esa amenaza de muerte (sin ese lobo) no hay juego posible. ¿Acaso nuestra vida adulta no está gobernada por ese mismo principio? En pocos meses cumpliré cincuenta años, y entre las pocas cosas que me siguen acompañando está la oscura presencia de ese lobo. Por eso en los poemas de ese libro no hay ninguna “nostalgia” del mundo infantil, ni siquiera apuestan por su piadosa recuperación: el lobo está allí para decirnos que la infancia nunca se fue, que es una inquietante y peligrosa presencia.”
Dos años más tarde, también en una entrevista, esta vez destinada a descubrir sus primeras lecturas, le pregunto por las aquellas circunstancias que le descubrieron el placer de la lectura. Eduardo me responde:
“A finales de 1968 sorprendí a mis padres cuando me preguntaron qué quería como regalo de navidad. Con la seguridad y el aplomo de mis ocho años les contesté “Una enciclopedia de seis tomos”. No sé si mis padres se aguantaron la risa (conociéndolos diría que sí), pero lo cierto es que me la compraron, y que a partir de esa navidad esos seis tomos pasaron a ocupar un lugar preferencial en mi pequeño estante…”
Y pasa Eduardo a mencionar numerosos libros infantiles de la tradición clásica, algunos que desconozco. Recordamos cómo las historietas de Editorial Novaro contribuyeron a formar lectores en las generaciones de los sesenta y setenta, a las que pertenecemos. Formulo una nueva pregunta interesada en descubrir aquellas lecturas que forjaron su personalidad y decidieron se destino de escritor.
“Robert Creeley cuenta con admiración que su amigo Basil Bunting tuvo el reconocimiento de que iba a ser poeta a los cuatro años, sentado junto a una chimenea, mientras sus padres discutían sobre la guerra ruso-japonesa. A mí me gustaría tener el recuerdo de ese momento tan decisivo, pero las equivalencias ni siquiera funcionan: las casas de Lima no tienen chimenea, mis padres nunca discutieron sobre la guerra de Vietnam, y a los cuatro años no tenía el menor interés en leer y escribir. En mi caso todo eso apareció tardíamente y al lado de lecturas populares que supieron dejar huella en mi memoria afectiva.”
Y permítanme referirme a una tercera entrevista, muy reciente y brillante, que está colgada en la mula.pe. Aquí el joven periodista Alonso Almenara le dice a nuestro querido autor: “Tengo entendido que no tiene hijos. ¿Qué le interesa en el género de la literatura infantil?”.
“En una escena memorable de una película sobre la vida de J.M. Barrie, el autor de Peter Pan, una niña muy pequeña le pregunta: “¿Y tú, por qué no tienes hijos?” y Barrie le contesta: “Porque los niños no tienen niños”. Yo me llevo muy bien con los niños pero los miro no como seres disciplinables y educables, sino como pares: se me trepan a la cabeza, me piden que les cuente historias, que les haga dibujos... Para mí sería muy complicado tener que ponerme en la situación de educar y disciplinar….”.
Creo que era necesario este repaso para entender el espíritu curioso y juguetón de Eduardo, ahora haré solo unas pocas anotaciones de los dos libros que debía presentar esta noche y que la figura de Eduardo y el cariño que le tengo han distraído mi propósito. Juanita y las líneas de Nasca es un relato que se inscribe dentro de los libros de viaje y también dentro de los libros de aprendizaje. La protagonista, una niña despabilada y sabihonda, está a punto de cumplir doce años —una edad decisiva en las niñas— y recibe como regalo de parte de su familia un viaje muy deseado por ella. El destino es Nasca y los misteriosos trazados de sus pampas.
La familia la conforman papá y mamá, un hermano despreocupado y molestoso, y una perrita chihuahua. El viaje se realiza sin los sobresaltos de una aventura episódica sino, más bien, con los regocijos de una efervescente ilustración. Son los diálogos entre la familia y el piloto de la avioneta los que sostienen el hijo argumental y nos ofrecen un paisaje nuevo y más profundo de las pampas de Nasca. Nos ofrecen, también, un merecido homenaje a María Reiche, la guardiana del desierto.
Interesante observar cómo Eduardo ha narrado la historia: ha utilizado la voz de la protagonista y la ha plasmado en tres registros distintos: el diario personal (hasta que se extravía), los papeles con membrete del hotel en Nasca donde la familia está alojada y el relato en primera persona, con apertura de muchos diálogos. Cuando aparece el diario al final de la historia, queda la sensación en el lector de haber leído una versión corregida de todo este proceso creativo.
A Cristóbal no le gustan los libros tiene otra vibración y otra naturaleza. Es más dinámica y más atenta a los dédalos de la fantasía. El protagonista tiene siete años, es un renegón insoportable y un negado a la lectura. Sus sueños parecen tener la culpa de este rechazo: de noche, cuando duerme con la mayor inocencia, se le aparecen unos monstruos gigantescos y peludos que los persiguen con sus cuerpos rectangulares y llenos de páginas. Son los libros los protagonistas de sus pesadillas… hasta que una noche, antes de acostarse, se encontró cerquita a su cara con los bigotes de un ratón de biblioteca. La breve conversación que sostiene con este roedor hambriento de lectura le descubren primero que es un profesor, segundo que es un profesor distinto —para empezar tiene un rabo largo y un reloj con leontina— y tercero que el libro, como todo libro, encierra una música que es mucho más belleza que sabiduría.
Con la conquista de esta música interior, Cristóbal comprenderá que un libro está contenido en la piel de cartón que lo cubre, en los olores que despide y en la melodía de voces que escuchamos o creemos escuchar durante el ensueño de la lectura. Una anotación final: tanto la historia de Juanita y las líneas de Nasca como A Cristóbal no le gustan los libros parecen insinuar en sus desenlaces el destino de sus protagonistas: ambos personajes, gracias a sus experiencias entretejidas por el asombro y la necesidad de trasmitirlas, insinúan su deseo de dedicarse a la literatura. Convertirse en escritores, como sin duda ocurrió con nuestro querido Eduardo. Si quedara alguna sospecha, en una de las entrevistas mencionadas, él contestó a mi pregunta de cómo obraba su mecanismo interior en su escritura para niños: “… simplemente dejo que la historia me la vaya relatando mientras la voy escribiendo. Para mí, escribir para niños es una experiencia muy parecida a la del lector que apaga la luz deseando que amanezca lo más pronto posible para continuar la lectura. Y sorprenderme de adónde me lleve la historia.”
Muchas gracias.
* Texto leído en la presentación de los libros Juanita y las líneas de Nasca y A Cristóbal no te gustan los libros (Editorial ARSAM), en la Feria del Libro de Lima, en julio de 2014.