Por Victoria Guerrero
Fuente: En: Buensalvaje
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Sobre mi almohada una cabeza
Micaela Chirif. Pre-textos (2012)
Poesía. Al cerrar la tapa verde olivo del último libro de Micaela Chirif, viene a mi memoria un verso de Vallejo: «¿Cómo hablar del no-yo sin dar un grito?». En este, la pérdida es vivida sin estridencias, casi con recato, y así lo cotidiano pasa a convertirse en un leitmotiv, en una manera de reivindicación del amor a través del día a día. Los poemas de Sobre mi almohada… evocan a un otro que se recuerda en una cocina o aparece en una simple llamada de teléfono: «A veces me llama por teléfono/ un amigo muerto desde hace años». A contrapelo de la vida mecanizada y alienante, marcada por el tiempo del capital, que demanda rapidez, productividad y fugacidad en las relaciones, aquí la emoción está ligada a un tiempo contemplativo, al recuerdo de un dolor de espaldas o a la espera de que simplemente hierva el agua.
El libro, dividido en tres partes, es un relato de duelo: si aún en la primera parte hay un vínculo directo con el objeto perdido, en la tercera, el objeto pasa a ser asumido por el yo no solo en el plano afectivo-personal, sino y sobre todo en el poético: «dime belleza/ ¿cuál es lugar de tu deseo?», le pregunta a la cabeza que aparece sobre su almohada. Entonces, ya no es Rimbaud que sienta a la belleza en sus rodillas y la injuria, sino que se trata de una belleza distinta. Además, si en su libro anterior, Cualquier cielo (2008), los temas y el estilo intimista ya se habían elaborado, así como el diálogo con «José», conversación que, en su última entrega, continúa, ahora el evocado es un «amigo», una «cabeza», una «flecha» o directamente «el muerto», lo que revela un cierto distanciamiento respecto de aquella presencia/ausencia nombrada en el poemario anterior.
Por otra parte, si bien los elementos de ligazón con la poética de Watanabe son evidentes desde su primer libro –De vuelta (2001)–, mucho más vinculado al estilo del haiku por su brevedad y retórica, tengo la sensación de que Chirif se separa, aunque todavía tímidamente, de la poética del «padre» al colmarla de situaciones tan privadas en las cuales la vida misma se va construyendo y la muerte está allí, como quien saluda a un amigo. En ese bullir de la vida que pasa inadvertida, en ese testimonio de lo que somos cotidianamente, da una vuelta de tuerca a esa poética de la sabiduría y la enseñanza. Chirif no pretende, pues, enseñar nada, solo nos anima a ver en el silencio, a sentir en la contemplación, a resignificar las palabras del día a día, a saborear su dormida belleza: «pero ya nadie dice/ como si nada/ como sin pensar/ voy a tomar un té/ voy a comprar un pan». Gracias por recordarnos eso, Micaela.