La mirada mística de la vida (Segunda Parte)
Por Osmar Gonzales Alvarado
Fuente: Librosperuanos.com
Febrero 2013
Amado Nervo(*)
Víctor Andrés Belaunde
Señoras y señores de la Comisión Organizadora de la fiesta.
Señoras y señores:
Pocas veces he sentido mayor inquietud al presentarme a hablar en público, como en este instante. Vibran todavía en mis oídos las palabras del poeta: “tengo un inmenso deseo de dormir”. “Renombre, renombre, vete; no hagas ruido, estoy bien así”. Parece que la muerte del poeta exigiera, como único homenaje, el silencio. Solo quiere su tumba flores, ritmos y lágrimas; las flores las habéis llevado vosotros, sus admiradores y sus amigas; los ritmos, los han entonado los poetas, sus hermanos; las lágrimas, las han derramado todos los hombres de sentimiento.
(¡Muy bien!- Aplausos).
Pero yo no podía declinar el alto honor de pronunciar esta conferencia. He sido testigo de los últimos días de Nervo y conocí el interés que tenía por esta fiesta . Enfermo ya me preguntaba ansioso: “¿Podré ir, podré ir?”. Y solo cuando se sintió herido mortalmente, con dolor de su alma hizo anunciar que la fiesta debería postergarse. Y ahora, al evocar estas circunstancias, yo siento que su espíritu me dice: “No declines el honroso encargo; hay un mandato divino en la súplica de las mujeres; su obra es obra de amor. Anda y habla, pero habla con el corazón”. Y aquí he venido a hablaros con el corazón.
(Aplausos).
Bien sé que no es ésta la ocasión propicia para hacer un estudio de la obra de Nervo. Una gran personalidad como la suya exige el homenaje del análisis más minucioso, de la aplicación de la crítica más alta, más alta en el sentido científico de la palabra y en el sentido artístico, porque no cabe crítica si al mismo tiempo no es científica y no es artística.
El dolor no analiza, y todos estamos sumergidos en un gran dolor. Pero dice la filosofía moderna que del sentimiento brota la intuición; que la intuición es una manera más certera de ver las cosas, nuestro dolor avivará nuestra intuición, y, entonces, podremos comprender lo que hay de más esencial y profundo en el poeta.
Hay escritores que nos causan admiración; y escritores que nos inspiran afectos. Respecto a los primeros experimentamos una especie de sentimiento de distancia. Los admiramos, sí; pero los consideramos como seres superiores, extraños a nuestra vida. Los otros nos hablan al corazón, envolviendo sus palabras en una atmósfera de sentimiento y de amor.
Respecto de éstos sentimos un verdadero cariño: los consideramos como seres nuestros, tutelares, familiares; queremos tener su retrato y sus cartas; y cuando nos los presentan, decimos ingenuamente: ¡parece que hace mucho tiempo nos hubiéramos conocido! Así son ellos; engendradores de la divina simpatía; así era Alfredo Calderón, el gran moralista español. Una vez me dijo: “Yo no aspiro a ninguna gloria; estoy contento porque mis lectores me quieren”. Lo mismo podía decir Nervo, con más títulos quizá que Calderón. Podía estar contento, sus lectores le querían!
(Aplausos)
Pero, ¿acaso es Nervo un escritor puramente sentimental? ¿Acaso es Nervo un poeta puramente amoroso?
De los poetas, unos son imaginativos y cantan la belleza en la naturaleza o en la historia con una gran fuerza verbal. Se llamen Andrade o Chocano. Otros cultivan la nota del sentimiento y del amor. La lírica americana ha sido fecunda en esta clase de poetas: Gutiérrez y González, Manuel Flores; un antecesor de Nervo: Gutiérrez Nájera. Pero hay otros poetas que tienen algo más que sentimiento, algo más que imaginación; que beben en aquella fuente de eterna poesía, de la más alta poesía, que es la Muerte… que es el Infinito; que se enfrentan a la Esfinge para mirarla cara a cara y arrebatarle su secreto. Esa es la más alta cumbre de la poesía; a ella escaló Nervo: es el sitio excepcional que tiene en la lírica hispana.
(Aplausos)
Hay dos poetas que se han planteado el problema del más allá en la poesía americana: el colombiano Silva y el mexicano Nervo. Pero estos dos poetas han contemplado el misterio de muy distinta manera; el paralelo, por la ley del contraste, nos permite destacar mejor los caracteres de ambos poetas. Silva quiso descubrir el arcano; impetró a las Estrellas:
“Estrellas! Luces pensativas!
Estrellas, pupilas inciertas,
¡Por qué os calláis si estáis vivas?
¿Por qué alumbráis si estáis muertas?”
Interrogó a la tierra el secreto de la vida, y la madre tierra, impasible y dura, no contestó nada!
Nervo también sintió el enigma; pero lo sintió de muy distinto modo. Nervo escrutó en las honduras del abismo, pero vio que el abismo se iluminaba, que había luz en él; que palpitaba en el fondo una enorme esperanza. Entonces, el poeta elevó su plegaria, y creyó en Dios!!
(¡Muy bien) (Aplausos).
Y ahora pido un poco de benevolencia al auditorio. Es forzoso detenernos para apreciar las distintas fases de la evolución del bardo: desde el simple poeta amoroso, al magnífico y único poeta místico.
El primer período, o la primera faz de Nervo, podría decirse que es la del poeta erótico, noblemente erótico. Fueron sus primeras poesías, no “Místicas”, precisamente, aunque aparecieron antes, sino “Perlas Negras”.
El poeta no las quiso desconocer nunca, como hicieran Mirón o Chocano, porque eran sinceras. Su sinceridad, decía, las va a escudar. En “Místicas” el poeta refleja todo su espíritu ascético. Bien sabéis que Nervo tuvo una intensa instrucción religiosa. Se educó en un Seminario y sintió profundamente la poesía del altar, de la liturgia y del dogma.
Así sus primeras poesías místicas son de un misticismo ritual: Requiem, Anatema, Oremus.
Pero, en el año 95, el poeta, a los veinticuatro años, empieza a abrir su espíritu al ambiente de la época. La inquietud terrible que agita a la Humanidad, esta fiebre que lo corroe y que lo mina todo, este razonar eterno, este análisis que mata las viejas ilusiones y que engendra otras ilusiones, lo atacan también, y, entonces, aparece en su alma la duda. Lo visita la duda, como aquel hermano vestido de negro a Musset. No lo deja un instante: es la Implacable; no la puede matar, porque al matarla, se mataría él mismo!
Y le dice con las palabras de Nietzche: “Dios ha muerto; la Vía Láctea es el cadáver de Dios”. Y la Implacable es de una seducción terrible, “con aquellos ojos tan negros y tan grandes, bajo unas pestañas tan grandes y tan negras”.
(¡Muy bien!) (Grandes aplausos).
Pero no sólo lo asalta la duda (Implacable es un documento psicológico para estudiar la evolución de Nervo), sino que lo asalta también la carne; lo obsesiona la Venus de Milo, “a pesar del flagelo y a pesar del cilicio”; y su espíritu parece entonces apartarse de la religiosidad, y alejarse de Dios.
“Dudé, dice en “Milagro”, ¿porqué negarlo?”. Mas el mundo tampoco lo atrae; definitivamente. Ha leído a Salomón y a Job y se sabe el Kempis de memoria. No le satisface la Filosofía; ni le llenan los goces de la tierra.
Se ha nublado su fe; y no la ha reemplazado por una gran ilusión en la naturaleza y en la vida; no cree ya ni en lo infinito, ni en el placer que pueda proporcionarle la carne finita, limitada y perecedera; y, entonces, desesperanzado, lanza aquella sublime imprecación a Kempis:
“Ha muchos años que estoy enfermo
Y es por el libro que tú escribiste”.
(Aplausos).
Mas, ¿la duda y la carne arraigarán en el alma del poeta? ¿Serán simplemente un eclipse?
El mundo con sus seducciones; la duda con su atracción de abismo han empeñado el alma del poeta; pero ella siente añoranzas de su origen; quiere volver a su antiguo amor, y dice: “Tengo inmensas nostalgias de fe…” Invoca a Cristo; busca un refugio en su llaga del costado. Quiere seguirlo “con andrajos de púrpura en los hombros y un haz de quimeras a la espalda”.
Dialoga el alma con Cristo; se siente desfallecer cuando Cristo se le revela doliente, sufriendo por la Humanidad y, entonces, se hace la luz; “amanece”. El poeta vuelve a la fe por el amor. El Dios verdadero es el que sufre y ama. Cristo es amor.
La fría razón no descubrirá nunca a Dios. El sublime retorno del poeta se halla confesado en estos versos de “Elevación”:
Con el farol de tu filosofía
No hallarás nunca a Dios, ¡oh, mente esclava!
Sino con el amor, quien más le amaba
(San Francisco de Asís) más le veía.
Entonces se calma la inquietud ante el misterio; en el abismo hay amor, y el amor que es fuego, produce luz; es la luz de lo Eterno; es la luz de lo Infinito. El poeta vuelve a Dios por el amor. ¿Quién podía conducirlo por el sendero del amor sino el más grande discípulo de Cristo, el pobre se Asís? Y Nervo, sufre la influencia de San Francisco. Bien lo revela la estrofa citada que también es un documento psicológico.
De inspiración franciscana, son las hermosas poesías “Hermana Agua”, “Hermana Pobreza”, “Hermana Melancolía”. Habéis hecho bien, dignas damas, al disponer que esta poesía fuera recitada aquí por la única voz que, faltando la del poeta era digna de reemplazarla; ¡la voz de la belleza y del candor…!2
(Aplausos)
El amor en Cristo, como en San Francisco, es universal, y comprende todas las cosas. No es cierto que el cristianismo haya exaltado solamente el espíritu; ha exaltado también la naturaleza, por lo que la naturaleza tiene de reflejo del espíritu: por lo que la naturaleza tiene de divino. Es un error muy frecuente creer que el cristianismo reniega de la vida. El cristianismo ha nacido envuelto en la concepción más hermosa de la vida y se desarrolló dentro de un sentimiento profundo de la naturaleza. Jesús vivió rodeado de la ternura y simpatía de las mujeres, tendió sus manos acariciadoras a los inocentes niños; dio a su palabra el marco de belleza de la montaña o del lago, y en los instantes de la angustia suprema buscó un huerto para orar.
Esta fraternidad con la naturaleza, se exalta en Francisco de Asís, hasta el punto de que ella podría llamarse franciscanismo. Nervo, como su hermano de Asís, ama todas las cosas, se compenetra con todas las cosas, quiere ser como el agua resignada, buena y dulce y entonar su himno a Dios!...
Llama hermana a la Melancolía, porque la melancolía también lo acompaña; y más tarde recibe con afecto a la hermana Pobreza que “ha mucho tiempo no veía”.
Así se acentúa en el poeta la faz mística, pero no abandona al mundo porque todavía lo tienta la carne. En París, sus amigos tienen por compañeras inseparables, dice un biógrafo suyo, la miseria y el alcohol. Pero el poeta no se contamina; mas es necesario transigir con la carne. El espíritu complejo del poeta aduna el misticismo con la sensualidad. Este momento de la evolución de Nervo está representado por la influencia de Verlaine. Con toda sinceridad pudo decir al pobre Lelián: “Flota, como el tuyo, mi afán entre dos aguijones: alma y carne”. Estos dos elementos se mezclan en su inspiración en este período; pero ha de intensificarse el primero hasta predominar del todo.
El poeta ha encontrado la fe por el Amor; y la Fe y el Amor suponen la serenidad y conducen el optimismo. No puede predominar el mal en el Mundo; sobre el abismo está Dios. La esfinge ya no es adusta; la esfinge sonríe. Hay un sosiego en mis cementeras, dice el poeta. Simbolizan el estado de su alma la montaña, y el mar sin rabias, mar sin olas, mar sin odios, “mar muerto, de serenidad”. El dolor tiene, tal vez, una misión providencial y exclama, entonces, copiando a Hugo:
¿Sabemos por ventura
si tú con nuestras lágrimas fabricas las estrellas,
si los seres más altos, si las cosas más bellas
se amasan con el noble barro de la amargura?
En la serenidad, podría decirse que hay, además de la resignación, cierta indiferencia: ser sereno es ser extraño a las cosas, contemplarlas sin dolor, sin inquietud, sin confraternizar con sus esfuerzos y con sus luchas.
¿Se va a quedar Nervo en la serenidad y en el optimismo como Spinoza, diciendo, seguramente bajo la inspiración de aquel filósofo: “Mi voluntad es como una ley divina?” No: el cristianismo es tan esencial en Nervo; el amor y la fe, en el sentido cristiano, que entrañan afirmación, trabajo y lucha, son tan fundamentales en la psicología de nuestro poeta que no se mantienen en la indiferencia, y en la renunciación sino que se convierten en fuente de actividad y de esfuerzo. El poeta se ha serenado, porque contempla que el mundo es bueno, que el mal no existe; que la noche solo es el cono de proyección de la sombra de la tierra; pero el cielo está iluminado; la noche es una ilusión de nuestros sentidos y más allá, sólo existe la luz…
(Grandes aplausos).
La fe del poeta es una fe activa: una fe dinámica, una fe que busca “elevación”, que quiere subir a la cima del Zafir. Dice a su alma: “no esperes de mí piedad, ni nada que no sea espolazo, aguijón y castigo”. Es preciso afirmarse: Arremete, grita, y entonces glorifica la acción y el esfuerzo. El hombre, todo fe y todo amor, ha de luchar y ser colaborador de Dios!...
(Aplausos).
Al principio la serenidad del poeta se tiñó de melancolía: pero la actividad supone contento y entusiasmo, y así ahora predice la alegría. El espíritu cristiano se acentúa más aún. Es la influencia de San Pablo que dice: “Estad gozosos”. Nervo había repetido: “Es pecado estar triste”. En “Plenitud” nos aconseja dulcemente: “Si hay un hueco en vuestra alma, llenadlo de amor”. “Enciende siempre tu lámpara”. “Date a los demás”. “Sé alegre y siempre alegre…”
Llena nuestra alma de esperanza, llena nuestra alma de fe, procuremos que los otros participen de esa fe, y participen de esa esperanza; debemos ofrendarnos a los demás, recordando las palabras del Evangelio. “En verdad os digo: es mejor dar que recibir”.
Así se completa la evolución del espíritu de Nervo; la carne está domada, el mundo desaparece; no hay duda; todo es paz y luz y santo gozo. El milagro se ha presentado. Escuchemos las mismas palabras del poeta.
(Prolongados aplausos).
EL MILAGRO
¡Señor, yo te bendigo, porque tengo esperanza!
Muy pronto mis tinieblas se enjoyarán de luz…
Hay un presentimiento de sol en lontananza;
¡me punzan mucho menos los clavos de mi cruz!
Mi frente, ayer marchita y oscura, se levanta
hoy aguardando el místico beso del Ideal.
Mi corazón es nido celeste, donde canta
el ruiseñor de Alfeo su canción de cristal.
…Dudé, ¿por qué negarlo?, y en las olas me hundía
como Pedro, a medida que más hondo dudé.
Pero tú me tendiste la diestra y sonreía
tu boca murmurando: “Hombre de poca fe”.
¡Qué mengua! Desconfiaba de ti. Como si fuese
algo imposible al alma que espera en el Señor;
como si quien demanda luz y amor, no pudiese
recibirlos del Padre: fuente de luz y amor…
Mas hoy, Señor, me humillo, y es sus crisoles fragua
una fe de diamante mi excelsa voluntad.
La arena me dio flores, la roca me dio agua,
me dio el simún frescura, y el tiempo eternidad.
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Nervo sufre en los últimos tiempos la influencia de la filosofía búdica y escribe: “El Estanque de los Lotos”. Se habla en él de renunciamiento, se quiere matar el deseo. El alma del poeta ha de permanecer indiferente ante la lucha universal. El Nervo cristiano parece aceptar la ideología hindú. Hay una diferencia radical entre el budismo y el cristianismo: el budismo es negativo, indiferente y estéril; el cristianismo es activo, esperanzado y fecundo. El primero es la religión estática del Oriente muerto, el segundo es la religión viva del Occidente, progresivo, civilizador y grande. Y así parece contradictorio que en el espíritu del poeta se aunara la inspiración búdica a la inspiración cristiana. ¿Cómo se concilian la fe resignada e inmóvil, teñida de melancolía, con la fe activa, la fe fecunda que es generosidad, que es ilusión y, al mismo tiempo, esfuerzo? ¿Cómo se ha realizado en Nervo esa evolución? He aquí un problema que yo no acertaría a resolver y que la crítica estudiará mañana. Pero sí, podemos insinuar, con toda probabilidad, que la filosofía búdica, por su enorme fondo de poesía, ha constituido una fuente ideológica de inspiración, pero no un sentimiento esencial y un estado definitivo en la psicología del poeta.
Hay entre el cristianismo y el budismo un punto de contacto: el amor universal, la compenetración con toda palpitación de vida. Este ha sido tal vez el lazo de unión de las fases del poeta. En el mismo “El Estanque de los Lotos” encuentro yo motivos para sostener que Nervo conservó su pensamiento esencialmente cristiano.
Nos dice en ese libro:
Y tu corazón sea
urna que guarde un poco
de la piedad de Cristo.
Y luego hablando del mismo Cristo, agrega estas palabras que parecen ser definitivas:
Ha dos mil años que pasó
sembrando paz, vertiendo miel
y de la tierra se adueñó.
Ha dos mil años que murió
y el mundo aún vive por El.
Y el libro concluye con estos versos dirigidos a Jesús:
Y tú en la mente humana te irás agigantando
hasta llenar de músicas y luz el infinito.
Hablando alguna vez con Nervo sobre la personalidad de Cristo le exponía la teoría interesante y original de Schleiermacher. Todos participamos de Dios; lo que hay de ideal en nosotros nos viene de Dios. En Dios nos vemos y somos, que dijo San Pablo.
Pero hubo un hombre, en que la humanidad quedó inundada por la divinidad y absorbida por lo infinito: ese hombre fue Cristo. Nervo veía en esa teoría la expresión de su pensamiento: Cristo era para él la Humanidad inundada por la divinidad, y la personalidad máxima, la encarnación suprema del ideal. Después de Cristo amaba a San Francisco de Asís.
En mi admiración ferviente por San Agustín, todo sabiduría y todo pasión, cité su nombre entre las grandes cumbres humanas. Nervo no participaba de mi entusiasmo. Lo separaba del Santo la implacable teoría de la gracia que divide a los hombres en elegidos del amor y en réprobos del amor. Nervo quería que todos fueran elegidos para el amor. Simpatizaba, sin embargo, con Pascal, porque siguió el camino del corazón para encontrar a Dios. Sobre la tabla de valores morales de la filosofía de Nervo, tenemos un documento vivo en una alegoría suya que se publicó en la Revista “América”. Figura la humanidad al pie de una gran montaña; en el llano, sin panoramas, sin recibir un toque de luz suprema, están los seres que se agitan movidos por sus intereses egoístas, por los goces sensuales, el afán de poder, y de oro.
En las laderas, desde las cuales se divisa un panorama risueño, están los que saben amar, los seres que sienten el divino estremecimiento de la pasión. Más alto, están los que tienen el culto de la amistad, porque la amistad supone un mayor desinterés que el amor. Por encima de aquéllos, en las crestas elevadas, cuya ascensión es difícil, y donde parece que faltara el aire, están los héroes, los que han sabido amar a la Patria, y más arriba, en las cumbres casi inaccesibles están los que han amado a la Humanidad; más arriba… más arriba, en la región de las nubes surge San Francisco de Asís, y más alto, más alto, en lo inaccesible, en lo infinito, Jesús!!
(Grandes aplausos).
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El otro aspecto esencial de la fisonomía de Nervo, fuera del aspecto místico, es el aspecto amoroso.
He dicho que “Perlas Negras” fueron su primera colección de poesías. En ella aparece el poeta sentimental. Es como Gutiérrez Nájera; bajo la influencia de Gutiérrez Nájera, el poeta de ensueños vagos, de imaginación diluyente y de musicalidad difusa.
Los versos eróticos de Nervo, excepción hecha de dos o tres, son, como él los ha definido, “dolientes, nobles y castos”. ¡Tenía tan alta idea de la mujer! Nos ha dicho en “Plenitud” que ella encierra el secreto de la vida. La amaba así; noblemente, dolientemente, castamente. Pero no solo es interesante el amor de Nervo, como motivo de inspiración literaria, sino principalmente como parte esencial de su vida. El supo amar!; gustó del placer divino.
Ha dicho un biógrafo suyo que cuando se encontró con el amor se entregó a él totalmente. El poema de Ana María es verdad; “era llena de gracia”, y no la pudo jamás olvidar. Se amaron profundamente. Con dejo de profunda tristeza decía Nervo que no había conocido una mujer de espíritu más alto y de corazón más bondadoso, de corazón más tierno. Ana María tuvo el presentimiento de que iba a morir y entonces extremó su amor para el poeta, extremó su ternura:
Ella presentía que era corto el plazo;
que la vela, herida por el latigazo
del viento, aguardaba ya, y en su ansiedad,
quería dejarme su alma en cada abrazo,
poner en sus besos una eternidad.
Y Ana María se fue, dejando el alma del poeta impregnada de inolvidable perfume; Nervo con su dolor amasó sus mejores poemas. En la poesía elegíaca de todos los tiempos han de figurar esos versos como ejemplo de hondura en el sentimiento y de persistencia e idealismo en el recuerdo.
El poeta espera ansiosamente un hálito, un sonido, un beso de su amada; y evidencia, con desolación infinita, que detrás de la tumba no hay sino silencio. Y hoy él ha muerto, con la imaginación de Brook, podíamos pensar que los átomos de polvo que son ella y los átomos de polvo que serán él, en caminos invisibles vuelvan a encontrarse y renovarán su idilio en la eternidad y bajo lo infinito…
(Aplausos).
El poeta después de aquel inmenso dolor, fiel a su amada, renunció tal vez a rehacer su vida por una nueva pasión. En tal caso no tendría valor de dato biográfico el primer poema de “El Estanque de los Lotos”. Pero el alma de Nervo ávida de cariño, buscó siempre los corazones delicados y comprensivos de las mujeres.
Es evidente que ella evolucionó, respecto del amor, en el sentido de la ternura. No le abrazaba el fuego de la pasión única, pero sí gustaba el tibio calor del afecto femenino. Nadie como él, comprendió los tesoros que encierra el alma de la mujer. Los hombres, me decía alguna vez, adoptan siempre respecto de las mujeres una actitud de conquista, de dominación, de triunfo, y, por eso, no llegan a ser nunca amigos ni hermanos de las mujeres, y no descubren el fondo de ternura, de desinterés y de verdad, que hay en ellas. Él, sí, lo descubrió.
No se jactaba de ser conquistador en el vulgar sentido de la palabra; su complacencia consistía en sembrar afectos, en captarse simpatías. Como la abeja que liba en cada flor la miel más dulce, él, verdadero enamorado de almas, iba recogiendo lo mejor de cada una de ellas y se embriagaba de ternura.
Así su amor no se restringía sino que se ampliaba; no estaba encadenado a la carne, sino que libre de ella, vivía solo por el espíritu y para el espíritu. Como en la mayor parte de los casos las fases del espíritu de Nervo, están reflejadas, de un modo insuperable en sus versos:
Ansío ternuras castas y cordiales,
dulces e indulgentes rostros compasivos,
manos tibias, tibias manos fraternales,
ojos claros, claros ojos pensativos.
Ansío regazos que a entibiar empiecen
mis otoños. Almas que con mi alma oren;
labios virginales que conmigo recen,
diáfanas pupilas que conmigo lloren.
Digamos ahora, algunas palabras sobre la vida general de Nervo. Lo que caracteriza a este hombre extraordinario es la ecuación absoluta entre el pensamiento y la conducta, entre el arte y la vida. ¡Qué desgarradora tragedia la que nos presentan los hombres que tocados por la luz del ideal y de la belleza, no conservan en su conducta y en su acción aquel ritmo supremo, aquella armonía que desearíamos por ellos y por nosotros!
¡Cómo vemos diariamente que el ideal que se predica, no es el ideal que se sigue! ¡Cómo el poeta delicado suele ser un hombre egoísta y vulgar! Muchas veces se canta no lo que se es y lo que se tiene, sino lo que se desea con nostalgia impotente!
Pero en Nervo, no sucedió esto; lo que el sintió para decirlo, lo sintió, porque lo vivía; su expresión, así, tiene aquella inconfundible intensidad que viene de las raíces profundas del propio ser; su poesía está hecha de vida; está amasada con sangre o con lágrimas que brotan del corazón, y que llevaban el sello indeleble de la realidad. Así descubrió y realizó la armonía entre la verdad y la belleza:
He de ser bueno en nombre de la Belleza,
del ritmo y la armonía que hay en ser bueno.
Su alma era generosa; sabía sentir la admiración entusiasta; no tenía aquella emulación profesional que resta méritos, que opaca cualidades y que observa muchas veces silencios hostiles y menguados.
En su lecho de dolor, le hablé alguna vez de Chocano, el gran poeta de mi patria; y, entonces, el enfermo se incorporó diciéndome: “Chocano, ¡qué gran poeta! Madre Andalucía, Caja de Alegría!”. Y recitó con su voz llena de ternura, con calor de amigo y hermano tres estancias de la hermosa composición “Pandereta”, del poeta peruano.
Era, además, Nervo, un hombre de una sensibilidad exquisita y de una piedad ilimitada. El escritor humorista sabía condenar el mal, pero ignoraba el arte morboso de hacer daño. La persona humana era intangible para él. No hubiera herido a una mujer ni “con pétalos de rosa”, ni a un hombre con la más leve punzada. El poeta sonriente, que era al mismo tiempo un filósofo irónico, supo burlarse de las contradicciones y de los errores humanos; pero nunca enfocó su crítica para empañar un alma o hacer sufrir un corazón.
Pero, ¿acaso, porque era sensible y dulce, era un ser débil, sin voluntad, sin acometividad? No, por cierto, aquella dulzura se adunaba con una voluntad férrea. Ha dicho muy bien Luis Urbina que su vida fue un despliegue prodigioso de energía.
Su éxito literario se debió no solo a su talento sino a su voluntad.
Aquel espíritu evangélico, sabía sentir la santa indignación ante el mal y la injusticia. Recuerdo que cuando se hablaba de su patria, y de algunos atropellos en América, aquel hombre dulce y bueno, se inflamaba en cólera santa, en ira divina…
(Grandes aplausos).
Y, así, apacible y silencioso, pero fuerte, el poeta fue envejeciendo.
Nos ha revelado en una de sus poesías, cuál debería ser su otoño:
Envejecer, envejecer… con una
alma inmortal que crece cada día
en ardor y terneza: luz de luna,
lumbre de sol; viril como ninguna;
más… templada por la melancolía.
Pudo llegar al Otoño porque la fuerza espiritual se oponía a las deficiencias de la carne y a las miserias del cuerpo. Su vida en los últimos años, ha sido el prodigio de las energías morales.
Enjuto y magro, se movía, se agitaba, hablaba, brillaban sus ojos, produciendo la sensación de una portentosa vitalidad. Y para apenas una débil armazón que sostenía una mirada fulgurante y dulce. Era la caña que piensa de Pascal.
Los datos de la ciencia pronosticaban para él un próximo fin; mas por el milagro de su espíritu hasta nos sorprendió el instante de su muerte. En treinta años, me dijo, no he pasado un día sin dolor. En su lecho de muerte sufría víctima de una constante fatiga, y atenazado por crueles dolores, y, sin embargo, brillaban sus ojos, vibraba su cutis, y el gesto era siempre animado y expresivo.
Un amigo íntimo suyo, decía: “no se va a morir; no tiene la facies de los muertos”. La Muerte estaba próxima, y, ¿por qué no tenía la facies de la muerte? Porque sus ojos conservaban un vivo fulgor, en sus ojos se aferraba de una extraña y potente belleza todo su espíritu!
La vecindad de la muerte agiganta las cualidades de la vida. Las almas grandes en el instante supremo, se presentan como en relieve. Las cualidades de Nervo: la gentileza, la piedad y la caridad, se avivaron y se enaltecieron con su enfermedad y con la proximidad de su ocaso.
No pensaba en ser sino afectuoso. Con sus manos trémulas contestaba las cartas que recibía; y escribía las dedicatorias en los libros que obsequiaba a los amigos que iban a visitarlo y a acompañarlo; quería devolver halagos con halagos, gentilezas con gentilezas; frases de amor para todos; palabras de ternura para la niña que como un rayo de sol fue a visitarlo; flores para las damas que le brindaron alguna atención. Así, fue extinguiéndose esta vida, serenamente, plácidamente. Sus ojos comenzaron a abismarse en la contemplación de lontananzas misteriosas. Ni un gesto, ni una mueca terrible ¡la esperada mueca!
Momentos antes de entrar en agonía dijo a su enfermero: “Tengo pena de que se mortifique”. “Señor”, fue su última palabra.
Sus manos rígidas estrechaban la imagen del Cristo amado. En su mirada fija había un ensueño; en sus labios se dibujó una sonrisa, una sonrisa de bondad. El poeta llegó así, “a la montaña augusta de la serenidad”. La Muerte, le ha revelado ya el gran secreto; y ahora, nosotros, le decimos: Padre, Maestro, Hermano, no te lleves tu fe. Tenemos nosotros un ideal como tú; llevamos en nuestras manos vacilantes la llama que rachas oscuras quieren apagar; el camino es largo y nos rodean las sombras. Déjanos tu fe: Padre, Maestro, Hermano, déjanos tu amor. Queremos tu fuego. En esta tierra de América, sobre los territorios se levantan las fronteras y también se levantan sobre las almas. Necesitamos justicia y paz entre las patrias y entre los hombres; Padre, Maestro, Hermano, no te lleves tu amor!
(Estruendosa salva de aplausos).
*Nervo, Amado, 1870-1919
Notas
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(*) Publicado en Homenaje a Amado Nervo, realizado en el Teatro Urquiza el día 2 de junio de 1919. Se incluye una glosa de Yamandú Rodríguez, Imp. El Siglo Ilustrado de Gregorio V. Martin, Montevideo 1919, 18 págs.
1 La velada fue patrocinada por la Sociedad Protectora de la Infancia en beneficio de los niños, actividad en la que debió tomar parte Nervo.
2 En la velada la composición “Hermana Melancolía” fue recitada por la niña Susana Soca Blanco.