Amado Nervo y Víctor Andrés Belaunde.
La mirada mística de la vida


Por Osmar Gonzales Alvarado
Fuente: Librosperuanos.com
Febrero 2013

Desde fines de siglo XIX, América Latina, por medio de sus intelectuales, empezó a mirarse a sí misma como una realidad propia, con una identidad que, aun cuando necesitaba consolidar, ya existía en gérmenes; nuestros países tomaban conciencia de sí mismos. Los tiempos del coloniaje trataban de ser superados. Es el momento del ascenso de las burguesías, del optimismo (ecos de la bella época europea) y del proyecto alcanzable de constituir estados nacionales. Sobre un crecimiento económico expectante (gracias al comercio agro exportador, especialmente con el viejo mundo) se inició la nomenclatura de cada individualidad nacional-estatal: argentinidad, mexicanidad, peruanidad, cubanidad, etcétera. También se trató de un tiempo de intensas cercanías entre los sujetos de ideas latinoamericanos.

Aprovechando al máximo los inventos de la época, especialmente los medios de transporte y de comunicación, estos pensadores establecieron una red que contribuyó a la constitución de un campo intelectual que trasvasaba las fronteras estatales particulares. En ello fue clave el papel del intercambio epistolar, así como también de las giras e, incluso, de los cargos diplomáticos que muchos intelectuales de la época asumieron y que le sirvieron para conocer e integrarse en realidades diferentes a las propias. Complementariamente, el exilio político fue importante para la constitución y ampliación de esta red. El desarraigo, la expulsión del país de origen, generalmente por razones políticas, hizo que el expulsado adquiriera una conciencia cosmopolita que sustentó en gran medida su pertenencia a lo que José Vasconcelos llamaría Indoamérica,
y que Víctor Raúl Haya de la Torre la asumiría como parte cardinal de su plan ideológico-político.

Los lazos entre intelectuales de México y Perú son indelebles por muchas razones (históricas, políticas, culturales) pero se viabilizan y actualizan permanentemente gracias a sus sujetos de ideas. En otro artículo he analizado, gracias a una copiosa correspondencia, la relación que José Vasconcelos mantuvo con José de la Riva Agüero y otros escritores peruanos.1

En este artículo ahondo en las relaciones de amistad intelectual y personal entre un pensador peruano y un poeta mexicano. Me refiero a Víctor Andrés Belaunde y a Amado Nervo. Según podremos ver, las afinidades que enlazan a ambos hombres de letras trascienden la coyuntura política por mucho, y se desarrollan dentro de identificaciones espirituales o místicas. Tengamos en cuenta que el acercamiento entre Belaunde y Nervo se produjo en los inicios del siglo XX en Madrid y que el poeta mexicano murió en 1919, en Montevideo, en los brazos de Belaunde.2

Ciertos elementos del contexto
1919 fue un año importante en la historia del Perú, pues en él se inició el largo gobierno de Augusto B. Leguía, que duraría once años. Antes que le diera a su gobierno el tinte autócrata que lo caracterizaría (a partir de 1921, cuando mandaría a deportar a personajes incómodos para su administración, como Belaunde, precisamente), Leguía contó para las labores diplomáticas con destacados personajes que ya habían cumplido esas tareas desde años anteriores. Uno de ellos fue el propio Belaunde. En esas condiciones fue designado como Ministro Plenipotenciario ante Uruguay, en donde debía representar al Perú en las ceremonias de asunción del mando del Presidente Baltasar Brun (1919-1923). En la capital de dicho país Belaunde se reencontraría con Nervo por última vez.3

Mientras tanto, en México se vivían los primeros años post revolucionarios, e iba encontrando su estabilización aun a costa de sangre y fuego. En efecto, luego del levantamiento de Francisco I. Madero contra la longeva dictadura de Porfirio Díaz en 1910, y su posterior asesinato, emergen las figuras de Emiliano Zapata (por el sur) y Pancho Villa (por el norte), junto a Victoriano Huerta y Venustiano Carranza (ejército en el que colaboraría José Santos Chocano). Sería Carranza el que cosecharía los frutos de la revolución, a costa de Zapata y Villa, cuando en 1915 fue elegido presidente. En 1917 se proclamaría la nueva Constitución de México y en 1919 Zapata sería asesinado (como posteriormente lo sería Villa).

Nervo, poeta místico
Amado Nervo había nacido en Nayarit en 1870, y desde joven se mostró inclinado hacia la fe católica, Incluso hubo un tiempo que quiso ser clérigo. Luego de terminar sus estudios escolares (en el Colegio de Padres Romanos, en Michoacán), inició estudios de derecho, pero por desgracia familiar (que se quedó en la ruina económica) los debió dejar truncos para asumir la responsabilidad de sacar adelante a su hogar.

Buscando trabajo, en 1894 Nervo llegó a la capital de México, en donde trabajó de lo que encontró cuando pudo, hasta que llegó a publicar sus primeras colaboraciones en diferentes periódicos (como El Mundo Ilustrado, El Nacional, El Mundo, El Imparcial), pero sobre todo en prestigiosas revistas literarias. En esos años conoció a Manuel Gutiérrez Nájera con quien fundó la revista Azul (de obvia influencia rubendariana).4

A pesar que ya llamaba la atención como poeta, el primer libro de Nervo fue una novela, El bachiller, de 1895. Tres años más tarde publicaría su primer libro de poesía, Místicas, de profundo contenido religioso y sofisticada forma. Para entonces ya había escrito su famoso poemario Perlas negras, y fue puesto en manos del público en 1898  también. En 1900 sería uno de los “transplantados” ─término que tomo del escritor chileno Alberto Blest Gana (1830-1920)─ que viajó a París, La Meca de todos los artistas de la época. Viajó como corresponsal del diario El Mundo pero pronto se quedaría desempleado. No obstante la situación crítica que tenía ante sí, Nervo tuvo la mejor noticia: conoció a Ana Cecilia Dailliez, la mujer que sería su gran amor durante más de un decenio, hasta 1912, el año que murió. De la desgracia surgió su célebre libro de versos, La amada inmóvil (1916).

En París, Nervo se pudo relacionar con los grandes autores del momento, como Verlaine, Moreas y Wilde, así como con los más renombrados intelectuales latinoamericanos, como Rubén Darío, el más destacado de todos los modernistas. En 1902 el escritor mexicano regresaría a su país, y daría a conocer El éxodo y las flores del camino, además colaboraría en Revista Moderna.

Ya erigido como el gran poeta de su país, Nervo volvería a escribir para diarios y publicaría obras importantes, como su poemario Los jardines interiores. En 1905 ingresaría al servicio diplomático como segundo secretario de la Legación de México en Madrid (donde conocería a Belaunde, precisamente). Fue un momento esplendoroso para la creatividad de Nervo, pero en 1914, debido a las vicisitudes políticas del México convulsionado de entonces, quedaría nuevamente sin trabajo y sumido en la pobreza. Pero a pesar de las circunstancias adversas sigue escribiendo y publicando, dejando más evidente su veta mística. En 1914 divulga su Serenidad, en 1916 Elevación, y en 1918 Plenitud. Posteriormente, el gobierno de su país lo restituiría en su puesto en el servicio diplomático, esta vez como Ministro Plenipotenciario y Enviado Plenipotenciario ante los gobiernos de Argentina y Uruguay, países a los que se dirigió hacia inicios de 1919. En Buenos Aires conocería a su último amor, y en Montevideo exhalaría su suspiro final el 24 de mayo evocando la figura de Dios. En resumen, el contenido de la obra creativa de Nervo, y su propia concepción vital, pasaría del modernismo a la búsqueda definitiva de Dios. Y en ese trayecto Belaunde se identificaría con él.5

Víctor Andrés Belaunde, intelectual integral
Belaunde era natural de Arequipa (en donde nació en 1883) y llegó a Lima en 1900, el mismo año en que Nervo viajaría a París y que el ensayista uruguayo, José Enrique Rodó (1871-1917), publicara Ariel, el libro de inspiración de aquella nueva generación. En el Perú, Belaunde sería uno de los más conspicuos representantes de la generación novecentista, pues analizaba la realidad social desde distintos ángulos (política, sociología, historia, relaciones internacionales, etcétera). También fue un autor prolífico que dejó obras como El Perú antiguo y los modernos sociólogos (1908), sus ensayos sobre la psicología nacional (1912-1917), su magnífico discurso “La crisis presente” (1914), así como fundó la revista Mercurio Peruano (1918). Como muchos de sus compañeros generacionales, Belaunde también ocupó cargos de representación diplomática, así fue como viajó a Montevideo en donde coincidiría con Nervo. En efecto, en mayo de 1906, Belaunde llegaría a la capital española luego de un breve paso por París. Después de una estancia breve en París, se fue a Madrid. Se trasladó a esta ciudad por decisión del ministro Víctor Maurtua destacándolo como miembro de la delegación peruana que tenía que redactar el alegato del gobierno peruano ante la demanda boliviana por la recuperación territorial y salida al mar, buscando la revisión del Tratado de 1904.6

Amistad y muerte
Como Nervo, Belaunde también pasó por diferentes etapas en su pensamiento y trayectoria personal. En sus años de infancia y adolescencia la influencia católica era indudable, presente desde la vida cotidiana familiar. Luego, ya en Lima, se vuelve agnóstico para, finalmente, regresar ―luego de un momento espiritualista―, a la fe católica, del que se convertiría ―junto con su amigo, el historiador limeño José de la Riva Agüero―, en su más acérrimo ideólogo. Desde su nueva postura ideológico-espiritual escribiría libros fundamentales como La realidad nacional (1931) y Peruanidad (1947). Asimismo, su visión mística inundaría las páginas de sus memorias, Trayectoria y destino.7

En sus memorias, Belaunde tendría permanentemente en su recuerdo al poeta mexicano, a quien describiría como su “colega y confidente”, a pesar de la diferencia de edad: Nervo era 13 años mayor. La amistad que llegó a sentir por el poeta místico la manifestó en cuanta oportunidad se le presentaba. En efecto, en sus memorias Nervo es una referencia para nada extraña. Es más, destaquemos que Belaunde empezó a dictar ―en 1958― sus recuerdos en su amplia casa de San Isidro, en cuya oficina sobresalía la mascarilla mortuoria de Nervo. Sus memorias son una oportunidad para subrayar el aprecio que sentía por el autor de Perlas negras, a quien conoció en España, junto a otros artistas, en 1906, como el propio Belaunde rememora:

Alejado como Chocano en el Hotel Santa Cruz de la calle Alcalá, durante mi primera estancia en Madrid, tuve ocasión de vincularme con los literatos y poetas españolas, íntimos amigos y colegas del poeta peruano. Y así conocí yo a Rubén Darío, creándose entre el maestro y su oscuro admirador peruano un vínculo de simpatía que él reflejó en una significativa dedicatoria de Prosas Profanas. Uno de los rasgos geniales de Darío era su bondad y su carácter infantil en contraste con Gómez Carrillo, malicioso, chispeante y lleno de intención, diríase  un granuja genial de las letras. Conocí también a Amado Nervo y me sedujo desde entonces su sentido místico y la dulzura de su trato, amistad que debería cultivar de nuevo en Montevideo hasta su muerte.8

Poco más de una década después, Belaunde y Nervo se reencontrarían, esta vez en Montevideo, como mencioné, cuando cumplían, ambos, funciones diplomáticas:

Me instalé en el Park Hotel famoso por su Restaurant anexo de la ruleta, y centro en esa época de la vida social veraniega de Montevideo. El Presidente Brun me acogió fraternalmente. Como Embajador especial para la transmisión del mando tuve el carácter de huésped oficial con Ayudante Militar y Adjunto Civil que fue el distinguido hombre público don José Antuña. Encontré en Montevideo a Amado Nervo, a quien conocía desde Madrid y que estaba acreditado también para la transmisión del mando. La presencia del popular poeta fue el acontecimiento en los días de la inauguración. Las jóvenes montevideanas lectoras de Nervo lo asediaban con preguntas y pedidos de autógrafos. Nervo frisaba en los cuarenta y nueve años; parecía cicatrizada la herida de la muerte de la amada inmóvil; tal vez había surgido un nuevo amor que describe en los versos de El Estanque de los lotos.9

Pero Nervo enfermaría gravemente en esos días. Sus horas se acercaban al final, su vida se extinguía. Una crisis de uremia lo mataría. Al pie de su lecho de agonizante estaba Belaunde, a quien participaba sus últimas palabras. Como refiere Perfecto Menéndez Padilla, Nervo se acercaba a la muerte con gran serenidad de espíritu, y decía con gran presencia de ánimo: “‘Qué paz, qué tranquilidad siento en mi alma’ ―repetía el enfermo a su gran amigo el doctor Belaunde, Ministro Plenipotenciario del Perú en Montevideo― ‘Hace muchos años que no gozaba de una suavidad tan grata en mi espíritu, ¡Qué bueno es confesarse!’”.10  El propio Belaunde agrega su propia versión cuando acude a sus recuerdos:

Vibran todavía en mis oídos las palabras del poeta: ‘tengo un inmenso deseo de dormir’. ‘Renombre, renombre, vete; no hagas ruido, estoy bien así’. Parece que la muerte del poeta exigiera, como único homenaje, el silencio. Solo quiere su tumba flores, ritmos y lágrimas; las flores las habéis llevado vosotros, sus admiradores y sus amigas; los ritmos, los han entonado los poetas, sus hermanos; las lágrimas, las han derramado todos los hombres de sentimiento.

En esas circunstancias, Belaunde colocaría en las manos del poeta un crucifijo que había encontrado en la valija de este y que le había sido regalado por su hermana adoptiva, Catalina Cadenne, religiosa de la Visitación:

Recibió Nervo el Santo Cristo de manos del doctor Belaunde, con gran cariño, y con calma y fervor sorprendentes, exclama: ‘Señor, Señor…’ y apretándolo fuertemente contra su corazón, entregó el alma a su creador.  11                                                                                                            

Como el propio Belaunde refiere, ya desde antes de partir a la capital uruguayase había comprometido a pronunciar dos conferencias. Las inesperadas circunstancias lo hicieron decidirse a que una de ellas debía rendir homenaje a Amado Nervo:

Fueron dos las conferencias anunciadas: una sobre los últimos días de Nervo, a cuya familia visité recordando al poeta. Me regaló un retrato del propio Nervo en que está al lado de la hija de Ana María, que tiene en sus rasgos de profunda espiritualidad algunos destellos del alma que nos pintó el poeta en las estrofas: ‘era llena de gracia como el Ave María’.12

Para organizar su conferencia, Belaunde recordó la que había dado en honor del autor de La amada inmóvil en Bogotá, y que, según sus palabras, fue acogida con gran entusiasmo por el público:

En busca de un tema apropiado recordé que en la conferencia que dí sobre Amado Nervo en Bogotá, cuando referí que el gran poeta, después de vagar por esas sombras de Cristo en las semblanzas literarias, encontró al fin ante la muerte al Cristo de la Fe, eterno e inmutable, el público de Bogotá acogió con una ovación el significativo contraste.13

Belaunde, en su evocación, pone el énfasis en el reencuentro de Nervo con Cristo, es decir, el mismo camino que había transitado él mismo, quien publicaría un libro titulado El Cristo de la de la fe y los Cristos literarios (1936). Por ello describía a Nervo como un “poeta místico”, que evolucionó “desde el simple poeta amoroso, al magnífico y único poeta místico”. El regreso a la fe religiosa fue un elemento común de identificación entre nuestros dos personajes. Se volvieron confidentes, participaban de una similar manera de entender el mundo. La influencia de Nervo sobre Belaunde se puede verificar en su libro de 1951, titulado con evidentes referencias de su par mexicano: Inquietud, serenidad, plenitud.14

Belaunde recuerda la importancia que tuvo para su formación espiritual el escritor mexicano:

En esta revista que mi agradecido corazón hace de todas las influencias que ha recibido, va mi pensamiento a la tierra mexicana, patria de Amado Nervo, mi poeta preferido que murió en mis brazos; de los insignes Casos y Reyes, de mis hermanos en la fe, Vasconcelos, Junco, Méndez Plancarte y Gómez Robledo.15

Después me referiré al discurso aludido por Belaunde, por el momento solo quiero dejar bien establecido que se sentía profundamente identificado espiritualmente con el poeta. La fe se había constituido en el mirador definitivo de Belaunde. Regresar a ella fue un proceso largo y doloroso, lleno de angustias y dudas existenciales. En él, Nervo vivifica un momento culminante:

Mi vuelta a la fe había sido preparada por mi soledad, mi absoluto abandono, mis tristezas inconfesadas y mi desolación ante el porvenir. Me he preguntado entonces: ¿había perdido realmente la fe?, ¿no estaría ésta como dormida y relegada a pesar de mi proclamado agnosticismo?, ¿no había vuelto en 1912 a la creencia en Dios por la convergente influencia de Pascal, de Kant?, ¿no había acompañado a Amado Nervo en la hora solemne de su muerte?, ¿no había dicho al poeta fraterno, en el homenaje de Montevideo: ‘Padre, Maestro, Hermano, déjanos tu fe; Padre, Maestro, Hermano, déjanos tu amor’.16

Discurso al poeta Amado
El discurso que ofrece Belaunde en el Teatro Urquiza17  está enfocado en destacar la mirada religiosa de Nervo, presente incluso hasta en los últimos momentos de su vida: “Vibran todavía en mis oídos las palabras del poeta: ‘tengo un inmenso deseo de dormir’. ‘Renombre, renombre, vete; no hagas ruido, estoy bien así’. Parece que la muerte del poeta exigiera, como único homenaje, el silencio”. Nervo es un artista que despierta admiración y nos habla al corazón, “envolviendo sus palabras en una atmósfera de sentimiento y de amor”. A Nervo sus lectores lo querían.

Como poeta, Nervo es diferente a Andrade o Chocano, por ejemplo, que encuentran su inspiración en la naturaleza o en la historia, señala Belaunde:

Pero hay otros poetas que tienen algo más que sentimiento, algo más que imaginación; que beben en aquella fuente de eterna poesía, de la más alta poesía, que es la Muerte… que es el Infinito; que se enfrentan a la Esfinge para mirarla cara a cara y arrebatarle su secreto. Esa es la más alta cumbre de la poesía; a ella escaló Nervo: es el sitio excepcional que tiene en la lírica hispana.

Nervo sintió ―siempre según las palabras del peruano― el enigma de una manera diferente a como lo hizo el escritor ecuatoriano Medardo Ángel Silva (1898-1919). Aun en el abismo vislumbraba la luz: “Entonces, el poeta elevó su plegaria, y creyó en Dios”. Para entonces, el erotismo presente en sus primeras creaciones había desaparecido. Belaunde subraya que el primer momento de Nervo fue el de un escritor “erótico, noblemente erótico”. Pero luego su formación religiosa emergería para impregnar decisiva y definitivamente sus creaciones literarias: “Así sus primeras poesías místicas son de un misticismo ritual: Requiem, Anatema, Oremus”. A fines del siglo XIX, cuando el mundo empieza a cambiar, la confianza y el optimismo fatuos invaden los espíritus, el propio Nervo es asediado por la duda. Como otros escritores de su tiempo, abraza las ideas de Nietszche y proclama “¡Dios ha muerto!”. El propio Nervo confesaría algunos años después que, efectivamente, dudó. Había quedado vacío de espíritu, desilusionado, sin ningún afán. ¿Cuánto de lo que dice de Belaunde está pensado sobre sí mismo?

Pronto, Nervo se yergue y constata que necesita de la fe, que tiene “nostalgias de fe”. Busca a Cristo, lo invoca. Para encontrarlo necesita no la razón, sino el amor, subraya Belaunde. Se deja guiar en el camino del reencuentro por San Francisco de Asís, “el más grande discípulo de Cristo”:

El amor en Cristo, como en San Francisco, es universal, y comprende todas las cosas. No es cierto que el cristianismo haya exaltado solamente el espíritu; ha exaltado también la naturaleza, por lo que la naturaleza tiene de reflejo del espíritu: por lo que la naturaleza tiene de divino. Es un error muy frecuente creer que el cristianismo reniega de la vida. El cristianismo ha nacido envuelto en la concepción más hermosa de la vida y se desarrolló dentro de un sentimiento profundo de la naturaleza. Jesús vivió rodeado de la ternura y simpatía de las mujeres, tendió sus manos acariciadoras a los inocentes niños; dio a su palabra el marco de belleza de la montaña o del lago, y en los instantes de la angustia suprema buscó un huerto para orar.

Nervo vive en un tiempo y en una ciudad, París, en los que la miseria y el alcohol, el alma y la carne, conviven. En un proceso lento, aunque sin regreso, el alma y lo más puro ganan terreno: “El poeta ha encontrado la fe por el Amor; y la Fe y el Amor suponen la serenidad y conducen el optimismo”. Pero Nervo no es solo contemplativo y resignado, también es acción, trabajo y lucha. Voluntad. “La fe del poeta es una fe activa: una fe dinámica”: “Así se completa la evolución del espíritu de Nervo; la carne está domada, el mundo desaparece; no hay duda; todo es paz y luz y santo gozo. El milagro se ha presentado”.

En este trayecto, Nervo va permitiendo una mayor influencia de la filosofía búdica, que se toca y dialoga con el cristianismo, en una proceso que el propio Belaunde no logra comprender y que renuncia a hacerlo dejando esa tarea a las nuevas generaciones, aunque sí se permite esbozar una pista: “Pero sí podemos insinuar, con toda probabilidad, que la filosofía búdica, por su enorme fondo de poesía, ha constituido una fuente ideológica de inspiración, pero no un sentimiento esencial y un estado definitivo en la psicología del poeta”. Después de todo, el budismo y el cristianismo comparten una misma aspiración: el amor universal. Para Nervo, Cristo era “la Humanidad inundada por la divinidad”. Mientras el poeta mexicano admiraba a Asís, el pensador peruano era devoto de San Agustín:

En las laderas, desde las cuales se divisa un panorama risueño, están los que saben amar, los seres que sienten el divino estremecimiento de la pasión. Más alto, están los que tienen el culto de la amistad, porque la amistad supone un mayor desinterés que el amor. Por encima de aquéllos, en las crestas elevadas, cuya ascensión es difícil, y donde parece que faltara el aire, están los héroes, los que han sabido amar a la Patria, y más arriba, en las cumbres casi inaccesibles están los que han amado a la Humanidad; más arriba…más arriba, en la región de las nubes surge San Francisco de Asís, y más alto, más alto, en lo inaccesible, en lo infinito, Jesús!!

Nervo supo amar, recuerda Belaunde. Pero supo cultivar un amor casto como parte esencial de la vida. Cuando amaba a una mujer era porque encontraba en ella un espíritu alto, bondad inconmensurable, ternura, como sucedió con Ana María, quien presentía su temprana muerte: “En la poesía elegíaca de todos los tiempos han de figurar esos versos como ejemplo de hondura en el sentimiento y de persistencia e idealismo en el recuerdo”. Se refiere Belaunde a La amada inmóvil. Luego buscó nuevos amores, pero sobre todo cobijo y afecto.

Si algo caracterizó al poeta, sostiene Belaunde, es la perfecta simetría entre su prédica y su vida; no como tantas veces hemos visto que la prédica está tan distante de la acción: “Muchas veces se canta no lo que se es y lo que se tiene, sino lo que se desea con nostalgia impotente!”. Nervo siempre fue generoso con los demás y nunca egoísta o mezquino. La anécdota que relata Belaunde no dice mucho al respecto:

En su lecho de dolor, le hablé alguna vez de Chocano, el gran poeta de mi patria; y, entonces, el enfermo se incorporó diciéndome: ‘Chocano, ¡qué gran poeta! Madre Andalucía, Caja de Alegría!’. Y recitó con su voz llena de ternura, con calor de amigo y hermano tres estancias de la hermosa composición ‘Pandereta’, del poeta peruano.

Nervo era un hombre extremadamente sensible y bueno. Que sabía denunciar el error humano pero que no sabía hacer daño a nadie, que se indignaba ante el mal y la injusticia como un paladín: “Recuerdo que cuando se hablaba de su patria ―nos comunica Belaunde―, y de algunos atropellos en América, aquel hombre dulce y bueno, se inflamaba en cólera santa, en ira divina…”.

Si físicamente era débil, espiritualmente tenía una gran fortaleza; amaba la vida y pudo superar todos los pronósticos y alargar su existencia. Era un “prodigio de energías morales” dentro de un cuerpo débil. El poeta le confesaría en algún momento al peruano que no había pasado un día en treinta años en el que no hubiera sufrido de dolores: “En su lecho de muerte sufría víctima de una constante fatiga, y atenazado por crueles dolores, y, sin embargo, brillaban sus ojos, vibraba su cutis, y el gesto era siempre animado y expresivo”.

La proximidad de la muerte solo hizo exaltar las virtudes de Nervo: la gentileza, la piedad y la caridad. Incluso, se daba tiempo y fuerzas para responder las cartas que le llegaban y escribir dedicatorias en los libros que obsequiaba a los amigos que iban a verlo: “Así, fue extinguiéndose esta vida, serenamente, plácidamente. Sus ojos comenzaron a abismarse en la contemplación de lontananzas misteriosas. Ni un gesto, ni una mueca terrible ¡la esperada mueca!”.

Belaunde se postra ante su amigo y sus virtudes: “Padre, Maestro, Hermano, no te lleves tu fe […] Padre, Maestro, Hermano, déjanos tu amor […] Padre, Maestro, Hermano, no te lleves tu amor!”.

Pequeño colofón
Muy pocos saben que Nervo murió prácticamente en los brazos de Belaunde. En este artículo he querido poner en evidencia los profundos lazos espirituales y amicales que unieron a nuestros dos personajes. De alguna manera, se trató de dos espíritus afines que, a medida que avanzaban en sus trayectos vitales irían reencontrándose con su fe primera, la que abrevaron desde el hogar y las primeras enseñanzas escolares. Belaunde y Nervo se identificaron gracias a una forma similar de observar la vida.

    Evidentemente, hay otros casos de identificación entre los intelectuales de nuestros países, basados en elementos distintos, como la política, la ideología o la simple y pura amistad. Estas redes constituirían la base para la reflexión sobre nosotros mismos como naciones en construcción, así como para la formación de movimientos políticos amplios de integración latinoamericana.18

Notas
____________________________

1 Véase Osmar Gonzales Alvarado, “José Vasconcelos y los intelectuales peruanos. Cartas con José de la Riva Agüero”, en Ideas, intelectuales y debates en el Perú, Editorial Universitaria-Universidad Ricardo Palma, Lima, 2011.
2 Agradezco la gentileza de Domingo García Belaunde quien en un gesto de bondadosa amistad me facilitó dos textos sumamente importantes para este artículo. Las palabras de cierre a las obras completas de Amado Nervo escritas por Perfecto Menéndez Padilla en las que relata los últimos momentos del poeta  prácticamente en brazos de Víctor Andrés Belaunde, algo a lo que ni el propio Belaunde se refiere con el detenimiento que amerita en sus memorias. El otro texto es el discurso de homenaje del propio Belaunde a Nervo ─a pocos días de la muerte de este─, ofrecido en el Teatro Urquiza en Montevideo, texto que García Belaunde pudo obtener en la propia capital uruguaya.
3 Este reencuentro en parte está descrito en las memorias de Belaunde y en el discurso sobre Nervo pronunciado en el Teatro Urquiza.
4 Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895), periodista y poeta mexicano, es uno de los representantes  fundamentales y fundadores del modernismo en nuestros países. En 1883 publicó Cuentos frágiles, en 1898 se publicaron dos volúmenes de sus obras, y en 1894 fundó, al lado de Carlos Díaz Dufó, la revista Azul. Tuvo una influencia gravitante en Nervo.
5 He analizado el sentido y carácter de las memorias de Belaunde en un artículo de próxima publicación, titulado “Víctor Andrés Belaunde. El sentido de la fe en sus memorias”, en un volumen coordinado por Ulrich Mücke y Marcel Velázquez.
6 Demanda permanente del Estado de Bolivia, hasta el día de hoy, secuela de la Guerra del Pacífico (1879-1883).
7 Víctor Andrés Belaunde, Trayectoria y destino. Memorias completas, Ediventas, Lima, 1967
8 Memorias, op. cit., pág. 317
9 op. cit., pág. 558
10 Perfecto Menéndez Padilla, Epílogo a “Amado Nervo, la evolución de sus ideas y su retorno a la fe”, en Amado Nervo, Obras completas, Volumen XXIX, La última vanidad, Biblioteca Nueva, Madrid, 1928 (texto al cuidado de Alfonso Reyes), pág. 182
11 op. cit., págs. 182-183
12 Belaunde, Memorias, op. cit., pág. 652
13 op. cit., pág. 1048
14 En otro momento Belaunde recuerda, dejando en evidencia la influencia que ejercía sobre él Nervo: “Volví a mis temas preferidos: la misión de la universidad, utilizando las ideas de Newman; la sicología de la inquietud y de la serenidad, núcleo de mi concepción filosófica; y Amado Nervo, poeta místico”, op. cit., pág. 1046.
15 op. cit., pág. 975
16 op. cit., pág. 686
17 A la conferencia asistieron Dardo Regules, Gómez Haedo y Reyes Thevenet, op. cit., pág. 1023.
18 El investigador peruano Ricardo Melgar Bao ha contribuido notablemente en estos estudios con trabajos como “Redes teosóficas y pensadores políticos latinoamericanos, 1910-1930”, en Cuadernos Americanos, 1999; Redes e imaginario del exilio en México y América Latina: 1934-1940. www.librosenred.com; “La hemerografía cominternista y América Latina, 1919-1935. Señas, giros y presencias”, en www.izquierdas.cl, 9 de abril de 2011, entre muchas investigaciones más.

Continúa

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