El boom después de todo
Por José Donayre Hoefken
Fuente: Variedades 277, Lima 28/05/12
http://www.elperuano.pe/Edicion/variedades.aspx
Tras la partida del mexicano Carlos Fuentes, uno de los tres mosqueteros del boom, el análisis que sobreviene a tan grande pérdida apunta a sopesar la importancia de este grupo de novelistas a partir de algunas interrogantes más que oportunas formuladas a cuatro escritores peruanos.
A aproximadamente cincuenta años de las primeras publicaciones del boom latinoamericano, nos asalta más de una pregunta. ¿Podría decirse que se trató de un fenómeno editorial preocupado en la experimentación narrativa o de un compromiso (o interés) político-social asumido desde lo literario? ¿Cuánto impactó el boom en las siguientes promociones de novelistas latinoamericanos? ¿Cómo se percibe a los principales exponentes de este fenómeno particularmente desde las promociones posteriores? ¿Cuál sería la novela que marca el inicio del boom latinoamericano? A continuación, los puntos de vista de cuatro escritores peruanos nacidos entre las décadas de 1940 y 1970.
Carlos Calderón Fajardo (Puno, 1946)
Lo que me parece interesante en el boom es que inaugura un tipo de escritor que no existía antes en América Latina: el escritor profesional. Un fenómeno ambivalente: de un lado puso a la literatura latinoamericana en los grandes tirajes, en los ojos del mundo. Pero, de otro lado, creó un espejismo muy nocivo: la idea de que para ser un buen escritor hay que tener éxito en el mercado editorial europeo, algo que no les preocupaba mucho a los grandes escritores latinoamericanos que los precedieron: Borges, Guimarães Rosa, Rulfo, Onetti, Carpentier, Asturias, Arguedas.
Indudablemente fueron y son grandes narradores, y su importancia estuvo en la modernización técnica de la novela latinoamericana. Pero su impacto fue diferencial. Para algunos fue García Márquez el que liberó la imaginación novelesca, para otros, Cortázar, uno de los más grandes cuentistas de la historia universal del relato. Vargas Llosa y Fuentes lo fueron para encarar técnicamente desde la novela la realidad urbana, nuestra moderna gran ciudad y sus metamorfosis. Creo que la novela que inició el boom fue La ciudad y los perros, que posee los dos componentes esenciales del boom: una novela técnicamente muy moderna y, al mismo tiempo, ganadora del premio Biblioteca Breve. De ahí en adelante, para ser reconocido en América Latina e incluso en el Perú, será necesario ganar un premio promovido por una editorial española importante.
Guillermo Niño de Guzmán (Lima, 1955)
Por primera vez, a diferencia de las promociones anteriores, los escritores latinoamericanos se atrevieron a decirle al mundo que eran capaces de concebir ficciones que no tenían nada que envidiarle a la de los autores europeos y norteamericanos. Además, podíamos ser tan diestros e innovadores como ellos desde el punto de vista técnico. En esa perspectiva, está claro que teníamos las condiciones para revelar, literariamente, un universo fascinante, complejo y marginado hasta entonces como el de América Latina. Y, por supuesto, esta tentativa demandaba un compromiso políticosocial, ya que nuestra realidad siempre había estado supeditada a la del primer mundo e, incluso, en nuestro continente, la cultura estadounidense marcaba la pauta. No hay que olvidar que a comienzos de la década de 1960 se produjeron hechos cruciales como el de la Revolución Cubana y que la utopía de izquierda estaba más viva que nunca. América Latina había sufrido hasta entonces la peste de caudillos y dictadores, así como unas enormes desigualdades sociales, las cuales empezaron a ser combatidas con mayor fuerza y radicalidad. En consecuencia, si un novelista quería describir su país estaba obligado a ahondar en la problemática política de este.
Ningún escritor de mi generación sería lo que hoy es de no haber bebido de las fuentes del boom. Este movimiento fue el catalizador de una puesta en valor de las letras latinoamericanas, ya que permitió recuperar a grandes autores de otras generaciones como Borges, Arreola, Carpentier, Asturias, Onetti, Sábato y Rulfo, entre otros, y sumarlos a un movimiento que insuflaba nuevos vientos a la creación en lengua española. Ciertamente, fue como si se produjera un renacimiento literario, el cual impactó también en el ámbito de la península ibérica. Más aun, diría que la literatura más interesante del mundo es la que se escribió en nuestro continente durante esos años (entre 1960 y mediados de la década de 1970). ¡Qué tal variedad de propuestas la que ofrecían narradores como Cortázar, Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa, los tres mosqueteros del boom! Y, desde luego, a esta nómina estelar hay que sumarle nombres como los de Donoso, Cabrera Infante, Roa Bastos, Bioy Casares, Benedetti, Otero Silva, Uslar Pietri, Garmendia y García Ponce, entre tantos viejos y jóvenes escritores que fueron arrastrados por esta marea literaria. El boom suscitó una verdadera conmoción literaria (que, por cierto, también llamó la atención por nuestros poetas y ensayistas).
Es probable que la novela que marque el despegue del boom sea La ciudad y los perros, pero los críticos a menudo olvidan que una novela tan innovadora y fresca como Rayuela se publicó ese mismo año: 1963. Si la primera descubría la precocidad de un talento notable como el de Vargas Llosa, la segunda corroboraba el magisterio de un escritor maduro como Cortázar, aunque dotado de una asombrosa juventud (que se advertía hasta en su apariencia física), lo cual lo hacía aparecer tan novedoso como el novelista peruano, pese a que era veintidós años mayor que él. De cualquier modo, habrá que reconocer que Carlos Fuentes había logrado establecer un precedente con una obra de aspiración totalizadora como La región más transparente en 1958, a la que seguiría su mejor novela, La muerte de Artemio Cruz en 1962 (año en que también entrega a la imprenta esa joya fantástica que es el relato Aura, sin duda la más admirable pieza narrativa de las letras latinoamericanas escrita en segunda persona). Poco después, el boom llegaría a su punto más alto con García Márquez y Cien años de soledad en 1967. Y, a mi juicio, su culminación se produce con la difusión de una obra ambiciosa y desmesurada como Terra nostra de Fuentes en 1975, novela calidoscópica que naufraga en su pretensión por fundir lenguaje, historia e imaginación.
Gustavo Rodríguez (Lima, 1968)
Cuando se forma cualquier tipo de boom, la manta se empieza a tejer por varios lados. Sin embargo, siempre hay un grupo conscientemente más interesado en su consolidación. Cuando pienso en esta pregunta acuden más a mi cabeza la figura de los editores que, en la coyuntura de una Europa que miraba a América Latina con interés romántico, creo que vieron la oportunidad de juntar en una intersección las expectativas de un gran público y las suyas. Tuvieron de su parte, entonces, un entorno favorable, la capacidad de "empaquetar" un concepto... y lo más importante: un grupo de escritores brillantes, lúcidos y competentes mediáticamente. Una receta difícilmente repetible.
Creo que el impacto fue una carga involuntaria para los novelistas latinoamericanos que hicieron su aparición en las décadas de 1970 y 1980. La gestación de un parricidio literario era lógica: ¿cómo soportar la comparación con tu padre cuando su recuerdo es tan presente? La conocida compilación de Fuguet, McOndo, fue la raya mejor publicitada para volver a marcar el terreno. Sin embargo, el péndulo no deja de oscilar: los escritores que empezamos a publicar entre 1990 y 2000 deberíamos estar agradecidos a los narradores del boom porque ellos se encargaron de escribir de una forma que el mundo estaba esperando. Nosotros ya no sentimos esa carga: estamos liberados del mantra de que "la literatura del Nuevo Mundo debe ser así". El abanico amplísimo que encuentras hoy en las librerías es la mejor prueba.
Desde una perspectiva mediática debería plantear que la novela que marca el inicio del boom fue La ciudad y los perros: alzarse en 1962 con el Premio Biblioteca Breve pudo ser el comienzo de una cadena de repercusiones. Pero como génesis, me gusta pensar en un escritor que no está en la formación aceptada de "los cuatro (o cinco) fantásticos": Juan Rulfo. Creo que Pedro Páramo, publicada algunos años antes, ya anticipaba la búsqueda experimental y una descripción muy vívida de algunas de las emociones y ritos que se generan en estas tierras.
Alexis Iparraguirre (Lima, 1974)
Las alternativas entre las cuales se sitúa la definición del boom parecieran privar a éste de la sociedad de mutuos beneficios que significó la interacción de novedad estética, negocio editorial y compromiso con la coyuntura política. Las editoriales de España (la meca del negocio del boom) requerían de autores menos sensibles a la censura del franquismo y que satisficieran el imperativo público por arte de nuestro continente, devuelto a los titulares del Primer Mundo por la revolución castrista. Por otro lado, habría sido una novedad efímera si las publicaciones no hubieran revelado el trasplante singular, adictivo, de los procedimientos modernos de la narrativa al seno de nuestras letras. Una vez consolidado un auditorio continental o intercontinental, los autores beneficiados por los grandes tirajes pudieron expresar un bagaje ideológico por muchos años gestado en la cultura ensayística y el ámbito académico latinoamericano, en muchos casos afín a la propuesta política del socialismo aclimatado en América.
El impacto no concluye, parece irradiarse en ondas aún en el futuro previsible. Solo que el gesto de los escritores tardíos respecto del fenómeno, me consta, ha pasado de la apropiación del admirador rendido al gesto del que se defiende de la sombra del predecesor demasiado poderoso. Como fuese, estrategias de negación, tales como erradicar el relato histórico de la narrativa de nuestros países, negar la gramática social y reemplazarla por registros y formatos que se conciben gestados en el propio arte y no en la revisión simbólica de la lengua común, la reformulación del texto como happening o performance, no parecen aún efectivos para dinamitar el encanto cosmogónico del boom. No obstante, es legítimo que quienes han elegido negarlo persistan; de lo contrario, nada de lo que han hecho resultará interesante en unos años por el influjo invicto del boom en el gusto de los lectores.
Los críticos prefieren señalar las primeras novelas internacionalmente conocidas de los autores que integran la lista canónica, es decir, o La ciudad y los perros o Rayuela. Otros, más cercanos a la consideración meramente estética, prefieren señalar a algún autor más temprano con alguna novela plenamente moderna escrita en América Latina. No obstante, el cuándo y el dónde del origen de la modernidad de nuestra narrativa es otro asunto. Puesto en este punto, y dado que hay que conjugar el logro estético y éxito editorial mejor logrados, prefiero Rayuela. La ciudad y los perros será previa y de un gran artista, pero el estupor y la grandeza que produjeron la imaginación de Cortázar fue de una fuerza tal que arrasó a la crítica y al público del continente.