Mario Montalbetti
El Aporte Revolucionario Mario Montalbetti<br> La nueva poesía El Aporte Revolucionario Mario Montalbetti
La nueva poesía


Por Róger Santiváñez
Fuente: Variedades Nº 275, Lima 14/05/12
http://www.elperuano.pe/Edicion/variedades.aspx

Cuando en el número uno de la revista Hueso Húmero de abril junio de 1979, el joven poeta Mario Montalbetti publicó su poema Quasar / El misterio del sueño cóncavo los lectores de poesía peruana quedaron notificados que algo nuevo empezaba a suceder en el ámbito del lenguaje –hasta ese momento instituido– como canon establecido para la expresión poética. Enrique Krauze resaltó la vivencia política del Nobel de Literatura 2010 y su lucha por la democracia, la libertad y contra todo tipo de fanatismos.

Desde los días de Canto ceremonial contra un oso hormiguero de Antonio Cisneros, premio Casa de las Américas 1968 (por entonces el galardón de poesía más importante de la lengua española), el tono coloquial se impuso como la manera más rotunda y actual de configurar un poema en Hispanoamérica. Cito del texto Karl Marx died 1883 aged 65: "Ah el viejo Karl moliendo y derritiendo en la marmita / los diversos metales/mientras sus hijos saltaban de las torres de Spiegel a las /islas de Times/ y su mujer hervía las cebollas y la cosa no iba y después / sí y entonces / vino lo de la Plaza Vendóme y eso de Lenin y el montón/ de revueltas y entonces / las damas temieron algo más que una mano en las nalgas / y los caballeros pudieron sospechar / que la locomotora a vapor ya no era más el rostro de la / felicidad universal/ .../'Así fue, y estoy en deuda contigo, viejo aguafiestas'". Claro que esta tendencia había empezado a tomar cuerpo con la obra del nicaragüense Ernesto Cardenal –entre fines de 1950 y los early 1960–, así como en La pieza oscura, libro de Enrique Lihn de 1963. Sin olvidar –por supuesto–, trabajos pioneros como el de Salomón de la Selva, en los años de 1920, tal como señaló en su momento José Emilio Pacheco, en su célebre Nota sobre la otra vanguardia, quien –por su parte– fue también una de las estrellas de aquel firmamento conversacional –quizá en su instante de máximo esplendor– con su libro No me preguntes cómo pasa el tiempo, que es de 1969. O el Roque Dalton de Taberna y otros lugares, igualmente de 1969. Por supuesto que el verdadero padre de la onda es Nicanor Parra con sus Poemas y Antipoemas de 1954.

Para el caso del Perú es imprescindible tomar en cuenta a la llamada generación del 70. Exactamente en 1969 aparece también un libro –en aquella coyuntura, sui-generis– Poemas de entrecasa de Manuel Morales, quien –en cierta medida– dará el tono que caracterizaría el lenguaje, digamos, ultraconversacional con que aparecerán los poetas del Movimiento Hora Zero en su estallido de 1970. Justo es decir que ya desde 1967 Manuel Morales venía trabajando en aquel manojo de textos, dueños de una frescura coloquial notable en su acompasado ritmo: "Dijo ser napolitano./ Poseer dos queridas y un reloj. Y un apodo (por supuesto)./ Pero reconocía al Callao como su más cruel amigo./ Disparó media docena de cebadas. Y puso dos discos. / Luego habló de hembras calientes y recitó un soneto./ Una rata rubia salía de sus labios". Este último verso resume todo el poder revolucionario de la tendencia: el oxímoron conceptual implícito entre el repulsivo animal y la condición, diríamos, aria que se juntan en el personaje del poema, desemboca en la metáfora visual de la nueva arte poética, imagen viva del tono conversacional radical que se anunciaba.

Pero un poco antes, hacia 1965, un joven poeta del clasemediero distrito de Jesús María en Lima, llamado Luis Hernández, ya había realizado un experimento coloquial de inobjetable resultado, al fusionar en una breve estrofa la musicalísima cadencia rítmica de nuestra lengua con el habla cotidiana en su extrema expresión callejera incluyendo la juvenilia más procaz: "Ezra: / Sé que llegarás a mi barrio / Los muchachos dirían en la esquina: / Qué tal viejo, ché su madre,". Y no es casual que el interlocutor del poema sea Ezra Pound, cuyo apotegema Poetry is Speech sería el pensamiento guía no solo de la generación del 60 sino de hasta por lo menos dos promociones posteriores en el Perú.

Ambos versos –el de Manuel Morales y el de Luis Hernández– podrían ser comparados, en el ámbito hispanoamericano, con este otro de Enrique Lihn: "En el prado crece la hierba como los pendejos en el pubis de Isabel", inscrito en su libro A partir de Manhattan (1979). Es decir, se trata de cómo un lenguaje lisuriento, sucio o degradado [aquí habría que remontarse hasta Baudelaire, como explica Hugo Friederich en su todavía imprescindible Estructura de la lírica moderna] consigue lograr alta poesía no solo por el contraste del oxímoron sino por su exacta ubicación en el devenir del correlato poético y la belleza de su plasmación expresionista. En líneas generales, puede decirse que este fue el cometido más importante de esa pléyade de poetas peruanos que –circa 1970– restituyeron el arte poético a la vida cotidiana, desacralizando cualquier tipo de retórica, engolamiento o solemnidad, mediante el imperio del tono conversacional que –como queda claro– primaba en las letras hispanoamericanas. Jorge Pimentel, Juan Ramírez Ruiz, Enrique Verástegui, Carmen Ollé –todos vinculados a Hora Zero– más José Rosas Ribeyro y José Watanabe u Óscar Málaga –este último en una onda rock– serían representativos de dicha actitud.

Pero he aquí que –como pronosticó el gran maestro Antonio Cornejo Polar– "hacia 1975 se observa la aparición de poetas muy jóvenes que imponen una nueva inflexión, todavía imprecisable, en el intenso movimiento poético de los últimos años". Y Jorge Pimentel –sin querer queriendo– lo anunció en un verso de su radical e interesantísima ópera prima Kenacort y Valium 10 cuando afirma: "1975 será el nuevo renacimiento". Pues bien, veamos qué pasaba en la poesía peruana en dicho momento crucial.

Bueno es empezar anotando que en aquel 1975 hizo crisis el proyecto reformista del general Juan Velasco Alvarado, proceso que se había iniciado con el golpe militar del 3 de octubre de 1968, poniendo en marcha un paquete de reformas estructurales que cambió la faz sociohistórica del Perú, lo que causó el súbito ingreso del país a una modernidad de expresión mestiza –o chola– como la que se vive actualmente. En este sentido, algunos observadores han planteado que el Movimiento Hora Zero (1970) sería la representación en poesía de dichas coordenadas sociohistóricas. Aquí podríamos agregar que la teoría estética de Hora Zero –sustentada principalmente por Juan Ramírez Ruiz y denominada Poesía Integral– sería la variante peruana del conversacionalismo hispanoamericano, a principios de los años 70.

Esta poética horazeriana muy bien ilustrada en sendos libros titulados Kenacort y Valium 10 y Un par de vueltas por la realidad, de Jorge Pimentel y Juan Ramírez Ruiz, respectivamente, y caracterizada por lo que podríamos llamar una épica-urbana superconversacional (llena de mierdas y carajos, por así decirlo) pasó casi desapercibida para la crítica y el gusto del momento, sencillamente porque –como afirmaban sus manifiestos introductorios– se trataba de libros escritos "no para agradar, sino para desagradar, romper tabúes, abrir conciencias". De modo que quien se llevó la palma de la crítica y la aprobación unánime fue un poeta más joven que los fundadores de Hora Zero, el también horazeriano Enrique Verástegui. Desde el punto de vista del gusto literario establecido, su libro En los extramuros del mundo (1972) concitó el reconocimiento general, debido a su envidiable ritmo y a la órfica plasmación textual de sus temas. La soledad del joven marginal y/o provinciano en la desbocada Lima-monstruo de la gran oleada industrial modernizadora de fines de los 60. La expresión verasteguiana –que podríamos calificar de refrescante lírica-urbana en su conseguida coloquialidad– tendría una vasta influencia en el estilo de aquella hora, propagándose como un reguero de pólvora entre los muchos jóvenes e insurgentes poetas de Hora Zero y otros grupos como La Sagrada Familia y poetas sin grupo o señeras individualidades.

Lo concreto es que hacia 1975 dicho tono proveniente de Verástegui (aunque también de José Cerna Bazán, justo es decirlo), propalado básicamente vía la antología Estos 13 (1973) de JM Oviedo, era el que primaba en la manera de escribir poesía para los jóvenes de dicho momento histórico. Sin embargo, ya para aquel entonces había empezado una nueva movida en los predios de las dos universidades clásicas de Lima: San Marcos y la Católica, a través del agitado movimiento de las pequeñas revistas de poesía.

Estas eran: Nubetonta, Tallo de Habas y Textos, sanmarquina esta última y catolicenses las dos primeras, a las que habría que agregar Auki –de estirpe más bien callejera, en el sentido de ajena a los claustros académicos– y, posteriormente, Ave Destino, Pez Soluble, Escritura, Unión Libre y después la revista del grupo La Sagrada Familia y el sello editorial Ruray.

De todas ellas la que nos compete aquí es Nubetonta, ya que en ella debuta en la poesía Mario Montalbetti. Desde su primer número, en vez de un Manifiesto propiamente dicho, podemos leer una cita de Maurice Nadeau que conlleva toda la radicalidad de su propuesta. "La poesía no necesita de caballeros que busquen cortejarla, sino de muchachos dispuestos a violarla". Esta declaración aparentemente maldita, en realidad lo que quiere significar es el deseo de los jóvenes poetas circa 1975 por cambiar –violar, en este sentido– las pautas establecidas en la manera poética de esos años. Eso es exactamente lo que principió a hacer Mario Montalbetti, el principal cabecilla de esa pequeña empresa e íntima, pero decisiva revuelta.

Vamos a centrarnos entonces en su poema Quasar / El misterio del sueño cóncavo aparecido –como dijimos al comienzo de esta nota– en Hueso Húmero de Lima hacia 1979. Conviene señalar que Montalbetti ya había dado a conocer su primer libro denominado Perro Negro, 31 poemas el año anterior, en el cual ya puede vislumbrarse algo de lo cualitativamente nuevo que traería el Quasar. Empezaré por un testimonio personal. Cuando me tocó leer por primera vez el poema, inmediatamente después de su publicación, me quedé suspendido, en una especie de nubetonta –como se llamaba la revista original de Montalbetti–, es decir, envuelto en el fraseo del texto, paladeaba sus imágenes y su lenguaje degustando la plástica sucesión de su órfico ritmo, pero sin comprender absolutamente nada de su semántica. O casi nada: "Abismo es la distancia entre el arco más alejado de tu asedio / y el mueble punto sobre el que te ciernes. / Sentado sobre el catre blanco trato de replantear el Este. / Tus ojos espejo continuaron la senda helicoidal / y se bebieron toda la luz". El interlocutor con el que interacciona el sujeto poético es un "pequeño tigre", según se nos informa literalmente, pero pronto nos damos cuenta de que este "tú" puede ser simplemente "el otro" y ya sabemos –con Borges– (o con Rimbaud) que "el otro es el mismo" o quizá es "la otra", pero transexualizada, porque es un ser fálico. O, finalmente, podría ser la prefiguración del poema. El ser poema. O –cerca de Heidegger– el ser es el poema. Por este camino –pienso– nos aproximamos mejor al trabajo de Montalbetti, porque para él –cito sus declaraciones en 2005 a Giancarlo Stagnaro en la revista digital El hablador–: "Hay ciertas construcciones que me parecen sorprendentes y las sigo". E inmediatamente: "Me asustó una frase y escribo un poema sobre esa frase y luego en el momento de producir el poema empieza a llenarse de contenidos vitales". Es decir, se trata de lenguaje. Primero que nada: única y exclusivamente lenguaje. No hay un tema previo, sino que el tema se va construyendo a través de unos sonidos –frases– súbitamente encontrados en el grado cero de la escritura o creación. Por eso decía que el camino de Heidegger "el ser es el lenguaje" es una buena vía para acercarse a esta poesía. Algo central en todo esto es la condición de lingüista de Montalbetti. Sobre el punto él declara: "Uso la metalingüística que es el lenguaje para escribir poesía. Cuando hago lingüística trato de demostrar que el lenguaje no existe. Cuando escribo poemas trato de probar que estoy equivocado". Como puede colegirse se trata de una gran contradicción, en la que el resultado es el texto y dicho texto lo que, digamos, se textualiza es aquella contradicción que no es sino lenguaje reflexionando sobre el lenguaje. Este es el meollo fundamental de la obra montalbettiana: ser una meta-poética, poesía sobre la poesía, lenguaje sobre el lenguaje. Así leemos en el Quasar: "Eres bajo una forma de ser / que toda mi experiencia anterior me dice que no es./ Eres igual a mí pero vacío, / Y sin embargo eres costumbre cuerda nudo asombro alisio."

Nótese la construcción del último verso en la que solo discurrimos en la ondulante cadena fónica y su impacto estético y luego comprendemos que todo eso "costumbre cuerda nudo asombro alisio" sería una transformación verbal, otros nombres para lo mismo: el poema, el "pequeño tigre" o la poesía. Pero lo importante aquí no son los otros nombres de la poesía, sino que la poesía es eso: la secuencia sónica, la propia materia concreta del sonido emitido durante el tiempo del verso.

Sobre el punto, el poeta nos lo dice claramente unas líneas más adelante: "Ninguna realidad está debajo de ese lenguaje; / sus palabras no mencionan objeto alguno". Aquí está implícita la negación nihilista del lenguaje tal como lo entendemos usual y cotidianamente, que es lo que Montabetti desea proponer como lingüista. Pero el ser concreto del poema demuestra –de hecho– que está equivocado, por eso afirma en otro verso: "Mis sonidos se sustentan en el error". O sea: en esta equivocación, porque ahora tenemos la existencia real del poema. Sin embargo, el poeta apostrofa: "La palabra 'real' tomada en sí misma es difícil de comprender" .Y también: "Me miro en el espejo, hace demasiado calor, '¿Es esto real?'. Pero igual volvemos a ese abismo del primer verso citado líneas arriba y su relación con el lenguaje. Dice ahora Montalbetti: "Con ese lenguaje construyo el abismo que nos acerca, pequeño tigre". De manera que el abismo está hecho de y con lenguaje. Pero ¿qué abismo? Sin duda ese vacío que nos separa de nosotros mismos y de los demás, que podríamos representar con la muerte. O la desaparición muda. Sigamos este verso: "Nada se ve, nada se escucha, oh imbécil amo del silencio". Es decir: "Poesía no dice nada / poesía se está callada / escuchando su propia voz" como señaló Martín Adán.

Por todo lo expresado hasta aquí podemos coincidir en que la manera montalbettiana ya no tiene nada que ver con el conversacionalismo realista que lo precedió en el uso de la palabra. Montalbetti abrió una senda a fines de los 70, proponiendo un nuevo tono para la poesía peruana que discurrirá –aproximadamente– desde 1980 hasta la actualidad. Dicho esto, sin menoscabo de Carlos López Degregori y José Morales Saravia, poetas peruanos generacionalmente más cerca de Mario Montalbetti, quienes emprendieron –dentro de su propio estilo– una renovación similar ajena a los postulados del coloquialismo. Lo mismo puede decirse del tono profético autoiluminado de Raúl Zurita en el ámbito latinoamericano cerca de 1980, en su afán desprendido del tono conversacional –digamos– clásico. Ese es un territorio nuevo, desde 1980 para acá, aún virgen, poco transitado por la crítica, aunque con excepciones claro, por ejemplo Pulir Huesos, 23 poetas latinoamericanos (1950-1965), la muestra que Eduardo Milán preparó para Galaxia Gutemberg en Barcelona (2007). Indudablemente, la antología Medusario de Kozer, Sefami y Echavarren ya en 1996 lanzó desde el Neobarroco, el primer grito de guerra contra la retórica del conversacionalismo, ofreciendo esta nueva poesía del lenguaje que allí presentan poetas como Eduardo Espina, Reynaldo Jiménez, Coral Bracho, por ejemplo. O el visionario Néstor Perlongher. A esta pléyade pertenece Mario Montalbetti.

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