Luis Alberto Sánchez
Luis Alberto Sánchez, viaje iniciático al centro de América

Por Edgar Montiel
Fuente: Santiago de Guatemala, octubre 2011

Nacido en Lima al arrancar el siglo veinte, Luis Alberto Sánchez marco con sus escritos casi toda una centuria. Perteneció a esa generación de ensayistas que hicieron de América el eje de sus pasiones, entre los que estaban Alfonso Reyes, Germán Arciniegas, Pedro Henríquez Ureña, Alejo Carpentier, José Carlos Mariátegui, Víctor Raúl Haya de la Torre, Samuel Ramos, Gabriela Mistral, Baldomero Sanín Cano, Miguel Ángel Asturias, Luis Cardoza y Aragón, entre otros. Cultivó con igual fervor la Literatura, la Educación y la Política, así con mayúsculas. De pluma rápida, a veces demasiado, publicó un centenar de libros en estos dominios. Fue Rector tres veces de la Universidad Mayor de San Marcos de Lima –la más antigua del continente-, y gracias a su magisterio político Luis Alberto Sánchez, como lo llamaban sus e-lectores, fue ungido con el voto popular para Senador, Constitucionalista, Vicepresidente de la República, por lo que también fue blanco del exilio en varias ocasiones.

Su prosa clara, documentada, agradable –a veces ocurrente-, servía a la fluidez de sus análisis y reflexiones, en particular cuando se trataba de interpretar complejos asuntos históricos o literarios. Algunos eminentes profesores lo consideraron, -por sus obras eruditas dedicadas al Inca Garcilaso, Góngora, Flora Tristán o González Prada- uno de los fundadores de la “crítica literaria” como disciplina  académica en el continente. El estilo es el Hombre: en este breve libro que presentamos, Luis Alberto Sánchez “deja ver su manejo del lenguaje tanto en el abundante y seleccionado léxico como en el dominio de ciertos giros lingüísticos de su discurso”1. Así, es capaz de iniciar al lector de cualquier época y país en cómo interpretar y comprender las obras y las obras de los autores que aborda.

Si no hubiera conocido Guatemala “me habría dolido toda la vida, dice al iniciar La tierra de Quetzal.  Entre 1944 y 1949 vino 4 veces. Las dos primeras en 1944, en tránsito de pocos días. La tercera, siendo Rector, llega, invitado por el Presidente Arévalo, da conferencias, recorre despacio Antigua y se va cargando su bibliografía y sus nuevas amistades. La cuarta en 1949, invitado por la Universidad de San Carlos, imparte seminarios de enero a marzo, y de junio a agosto. Durante este último periodo, el más largo, “asistí a una revolución y algunas intrigas; me hice contertulio de las librerías. Traté a sus escritores. Y me deje aprisionar por el extraño sortilegio de la más bella tierra del mundo…”, anotó en letra menuda en una gruesa libreta reservada a sus exploraciones guatemaltecas.

En 1950 se dedicó a descifrar las notas de su incursión al país de los bosques. El libro se publicó en Santiago de Chile en 1950. Rescatado hoy de estantes perdidos donde deambulan los libros de Luis Alberto Sánchez –gracias a la búsqueda del editor y bibliófilo peruanos Ricardo Angulo Basombrio- ésta constituirá la primera reedición continental, dedicada a promover el diálogo intercultural entre generaciones de Guatemala y América. Edición resultado de la colaboración2 entre la Fundación Luis Alberto Sánchez, la  UNESCO, y el Ministerio de Cultura y Deportes. La edición quedo en las manos del Poeta Francisco Morales Santos.

II

Su conocimiento de las antiguas culturas peruanas y su familiaridad con la historia de México permitieron a LAS entrar con ánimo comparativo en los misterios del frondoso universo maya, y trató casi con obsesión de identificar la herencia-presencia de esta civilización en los guatemaltecos de ayer y de hoy, en particular en los escritores y artistas contemporáneos. Luis Alberto Sánchez los presenta así: Si los incas fueron sombríos, los mayas fueron opulentos. Si el estilo de vida y arte incaico resuda clasicismo, el de los mayas, rebalsa barroquismo. Los incas lucen como conquistadores; los mayas contemplativos. Catequistas pudieron ser los incas; místicos, los mayas. Y todas estas evidencias, que definen dos formidables grupos de culturas americanas, se traslucen como en ninguna parte, en el magnífico texto del Popol Vuh, la Biblia Americana. Con esta visión, Luis Alberto Sánchez va pasando revista a los grandes de las letras guatemaltecas con mirada alerta y afinado humor, una lectura comprometida que se inscribe en su percepción de América, sus ideas y sus letras.

En el Preámbulo Luis Alberto Sánchez nos presenta a la Guatemala que él conoció en sus viajes, transmitiendo al lector de ahora la atmósfera política de aquella época, una travesía comparativa entre un hoy y un ayer. Los diez cortos capítulos del libro que tenemos entre manos nos transporta al itinerario literario de Guatemala; con precisión revela detalles –junto a singulares anécdotas- de la vida, la crítica, la obra, de los más importantes escritores guatemaltecos. Dotado de esa prosa traviesa, se acerca tanto a la Historia como a la vida de cada uno de esos personajes- autores, con una imaginación vivaz, lista para despertar aún más nuestra curiosidad y evitar embarcarnos para siempre en la Nave del Olvido.

Basta una frase corta como título de sus capítulos para que Luis Alberto Sánchez dé cuenta de cada autor, de su circunstancia histórica y literaria. Vemos pues a Bernal Díaz el cronista como la manifestación del trabajo de mayor relevancia en ese momento. Curiosas mixturas literarias, aquellas de las crónicas, entre ensayo, ficción, historiografía, poesía épica o un journal de bord. Un autentico libro de caballerías, como dijo Alejo Carpentier. Landívar, o la nostalgia al terruño, a la preocupación por el paso del tiempo, como era frecuente en la literatura de esa época. A Pepe Bartres, la ironía o la búsqueda del amor libre, del liberalismo político, del  deseo de ser único y libre a través de la fantasía, del exotismo y la extravagancia en unas rimas más flexibles, propias del romanticismo.

A un Irasarri, o la aventura, ¿el pícaro o el inconforme?.  A José Milla y Vidaurre, el sosegado quizá por el ingenio o su naturaleza, la suya o la del género que cultivó, Gómez Carrillo o el modernismo, indudablemente el modernista de Guatemala. Con él, como con otros de su tiempo, se da la ruptura con todo lo vigente en ese momento y sobre todo en lo estético. La obra de Gómez Carrillo muestra el deseo de evadirse del tiempo y el espacio, el sentimiento de la desazón y de la melancolía. Arévalo Martínez, el sonámbulo o el precursor del realismo mágico. Un caballero andante de prosa inasible que entre modernismo, ciencia ficción, mundos angustiosos y alucinados, despierta en medio de un auténtico barroco americano.

Los Contemporáneos o los renovadores sociales. Adoptando un tono crítico y pedagógico. Luis Alberto Sánchez dialoga con las figuras emergentes, presiente que en ellos reposará el relevo de la nueva literatura guatemalteca. De entre tantos talentos, apuesta por Mario Monteforte Toledo (“sería injusticia menospreciar el fuerte y bello estilo”), Luis Cardoza Aragón (“mejor poeta aún que  crítico”), Raúl Leiva (“Poemas indígenas que se abren demasiado a los vientos de propaganda”). Ha leído “los Hai Kais de Alfonso Montes”, las leyendas de Barnoya, las “magníficas estampas” de Carlos Samayoa Chinchilla, y por supuesto las “fuertes páginas” de  Juan José Arévalo (“navega entre los procelosos mares de la teoría de los valores y la filosofía de Eucken”).

En este admirable conjunto de ejercicios críticos se advierte ciertos errores de información y algunos asertos polémicos. Mencionaré sólo un caso, el referido a los descendientes del cronista-soldado Bernal Díaz del Castillo (1496-1584). Dice nuestro autor que el escritor Francisco Antonio Fuentes y Guzmán (1643-1700) fue su “vástago” y que “publicó un medianísimo libro intitulado Recordación Florida”. Precisemos. Nacido 59 años después de la muerte del cronista, ciertamente que Fuentes y Guzmán no era su hijo, sí fue su descendiente por el lado materno. La opinión sobre Recordación Florida se presta a debate, pues la historiografía de la segunda mitad del Siglo XX lo considera como el mejor documento histórico que ilustra “La Patria del Criollo”. Bajo este título, el historiador Severo Martínez Peláez publicó en 1970 un estudio documentado, reeditado en 1998 y 2006 por el FCE. Por su valor reconocido, el Gobierno de Guatemala tiene previsto presentar el 2012 la Recordación Florida para su incorporación en la Lista UNESCO del Patrimonio Documental de la Humanidad.

Hay que valorar por su agudeza y pertinencia el texto con el que cierra el libro, una interrogante crucial para la cultura guatemalteca: “¿Existe un estilo Maya?” constituye una breve y honda reflexión desde la filosofía de la cultura acerca de la identidad intelectual y política de Guatemala. Se trata de una pregunta clave, a la que responde afirmativamente lo que constituye un reconocimiento  a la personalidad propia de la escritura y del imaginario guatemaltecos. Luis Alberto Sánchez lo entiende así:

Yo no creía nada de esto.. Pero, de pronto empecé a ponerme en contacto directo con Guatemala y descubrí notas inéditas para mí. ¿Qué era ese trasfondo misterioso, cabalístico, simbólico que señoreaba la prosa del “Popol Vuh” y la de Miguel Ángel Asturias; los parlamentos del “Rabinal Achí” y el frenesí del Flavio Herrera; las secuencias alegóricas del “Chilam Balam” y los mitos redivivos de Rafael Arévalo Martínez; la abstrusa, pero fragante prosa del primitivo Bernal Díaz, y las ornamentaciones y arabescos de Carlos Wyld Ospina y César Brañas; que se filtra por entre la claridad clásica de Landívar y sacude, con agreste lujuria, los afrancesados párrafos de Enrique Gómez Carrillo; que hace irónicos a José Batres Montúfar y al tan ignorado y pulido José Rodríguez Verna?...

Reina en todo Guatemala un clima de silencio o sordina impenetrable. Los hombres se contienen al expresarse; necesitan tiempo y  observación para darse al interlocutor. Se advierte que los ojos clavados en uno, inquieren más que contemplan. Taladran, antes que mirar. Los vocablos poseen sutiles declinaciones mentales, dese el condicional hasta el dubitativo, lo cual, sumado al avatar indígena, rodea al idioma de los guatemaltecos de una densa y fluida cortina de sugestiones, ajenas a la rotundidad habitual del castellano. Se comprende entonces por qué fue tan viva y temprana la eclosión  del Modernismo en Centroamérica, y por qué existen vínculos tan íntimos entre Modernismo y Barroquismo tropicales.

III

En 1989, año turbulento en el Perú, Luis Alberto Sánchez era Vicepresidente de la República, y yo Concejero de la Embajada de Perú en México. Solicité verlo y tuvo la gentileza de recibirme en su oficina privada en el centro de Lima. Tras hablar de diplomacia, economía y política llegó rápido a nuestra plática la evocación de sus viejos amigos mexicanos. Le conté que Jesús Silva Herzog había fallecido y que su revista Cuadernos Americanos fue transferida a la UNAM, bajo la dirección de Leopoldo Zea, les dedicamos una amplia parrafeada. Interesado por las familias apristas, le di señas de Manuel Vásquez Díaz y su hija, Embajadora del Servicio Exterior de México. Y así fuimos repasando uno a uno sus añosas amistades, hasta que le toco el turno a Luis Cardoza y Aragón –en esos años frecuentaba en el DF a la tertulia chapina, donde estaban además Tito Monterroso, Mario Monteforte Toledo, Jorge Mario García Laguardia, y pude sostener la conversa sobre sus incursiones a la tierra de los volcanes.

¿Qué le podría contar 22 años después, cuando nos aprestamos a saludarlo con La Tierra del Quetzal  en edición local?. Que durante estos años, por donde he transitado como funcionario de la UNESCO me he encontrado con personas que le guardaron una amistad devota. Sea en Paris, Washington, Asunción, Buenos Aires, Santiago, Costa Rica o Cuba –seguro le alegraría saber que Serafina Núñez, la joven poeta de sus amores, publicó antes de cerrar sus ojos su Obra Completa, de métrica perfecta.

¿Y de Guatemala? Tendríamos muchas cosas que decir. Que sus apuesta a favor e ciertos escritores se han confirmado con el tiempo, que la clase dominante de hoy no ha cambiado gran cosa desde entonces, que las nuevas generaciones se la juegan por el cambio, y que la ciudadanía intercultural en hoy el gran desafío para construir una nueva Guatemala. Que así sea.

1 Ana Acevedo, ponencia al Primer Congreso ACALIN (Agosto 2011, Universidad Rafael Landivar)
2 Al inicio del proyecto, el entonces Embajador del Perú en Guatemala, Sr. Glicerio Villanueva Díaz, acogió con simpatía esta iniciativa.

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