Por Antonio Enrique Muñoz Monge
Fuente: El Comercio, Lima domingo 17 de abril del 2011
http://elcomercio.pe/impresa/notas/garcilaso-abril/20110417/743935
Ocurrió en abril. El 12 de abril de 1539 nació en el Cusco Garcilaso de la Vega, el inca, y murió a los 77 años, el 23 de abril de 1616, en Córdoba, España. El mismo año de la muerte de otros dos grandes de las letras: Miguel de Cervantes Saavedra y William Shakespeare. Coincidencias de la vida. Garcilaso fue educado en Cusco, entre “armas y caballos”, donde absorbió las tradiciones incaicas de la memoria de sus abuelos maternos y con ellos aprendió la bondad de sus dioses.
A la península
Viajó a España a los 21 años de edad en busca del reconocimiento de los servicios prestados a la Corona por su padre, el capitán español Sebastián Garcilaso de la Vega y Vargas, y quizás a encontrar en los caminos de la península a su ancestro paternal: el poeta Jorge Manrique Figueroa, el de “Coplas a la muerte de su padre”.
Uniforme y hábito
Desilusionado por la indiferencia con que es recibido en ajetreos que lo humillan, se enrola como soldado español y pelea en el último reducto moro de Las Alpujarras. Luego viste el hábito de clérigo y se recluye en Córdoba, a orillas del Guadalquivir, donde a los 60 años escribe los “Comentarios reales de los incas”.
A decir del historiador Raúl Porras Barrenechea: “a la vez exaltación del Imperio Incaico y dolorida justificación de la conquista española”.
Censurado
En el año 1609 aparece en Lisboa la primera parte de sus “Comentarios”. Una Real Cédula publicada el 21 de abril de 1612 prohibió su circulación y lectura en los dominios gobernados por los virreyes de Lima y Buenos Aires.
La momia del abuelo
El Inca Garcilaso recordaría, añorando desde su lejano exilio cordobés, el patio de la casa cusqueña, alumbrado por la brillante luna andina; el susurro de sus parientes maternos que le hablaban de un imperio ya en ruinas. Recordaría ese instante infinito cuando, siendo un niño, tocó la momia de su abuelo Huallpa Túpac Inca Yupanqui.
Recordaría, asimismo, a una madre dolida y triste, la princesa Isabel Chimpu Occllo, lo mismo que las voces airadas de los españoles y sus conciliábulos en las guerras civiles.
De toda esta añoranza brotará “lo más íntimo de su ser”, todo lo que va agolpándose hasta ser una suma indivisible.
Y así su alma chola, de mestizo, de primer criollo –“no en el sentido de español nacido en las Indias, sino en el de conjunción de dos sangres próceres”, como decía Porras Barrenechea– firmó la obra de mayor nacionalidad para estos dos mundos.