Por Sócrates Zuzunaga Huaita
Fuente: http://www2.petroperu.com.pe/premiocope/cope/files/DiscursoSocratesZuzunagaHuaita.pdf
Discurso de Sócrates Zuzunaga Huaita
Premio Copé Oro de la II Bienal de Novela
Premio Copé Internacional 2009
Si me pidieran que les enseñe escribir poesía, cuentos o novelas, no sabría decirles cómo hacerlo. No conozco ninguna estrategia o norma para escribir esto que escribo. Simplemente escribo nomás. Las ideas se me vienen no sé de dónde. Así, de ese modo, van naciendo las poesías, cuentos o novelas. Esto quiere decir que escribo sin ningún plan hecho con antelación. Escribo cuando llega el momento de hacerlo. Es una necesidad imperiosa cuando las ideas y los pensamientos no me dejan vivir en paz. O sea, escribo espontáneamente, como crece la hierba en los campos o como fluyen los manantiales en los valles de mi tierra natal. Soy como se dice, un escritor empírico. Yo no he recibido ningún tipo de preparación o estudio para ser escritor. Yo creo que he aprendido a escribir gracias a la lectura, gracias a muchas experiencias vividas. Eso sí: yo leo mucho. Leo poesía, cuento o novela de todo tipo. Leo desordenadamente, sin seguir un plan, obedeciendo los dictados de mi estado de ánimo. He dejado muchos libros a medio. Leo sólo lo que me interesa, lo que me ayuda a vivir, lo que me llena el alma. Y así, poco a poco, me voy perfeccionando en la escritura. Igual que un albañil o carpintero que aprende el oficio, escribo viendo o captando lo que escriben o han escrito los demás escritores.
En la época de mi juventud, yo concebía a los escritores como a unos seres muy especiales, tan distantes a una persona normal, dotados de una singular habilidad y educación. Un escritor era -para mí- un personaje que pertenecía a una clase social muy especial, a una suerte de grupo muy remoto al cual yo nunca quizás podría acercarme, ¿Cómo podría ser yo igual que Ciro Alegría, Gabriel García Márquez o César Vallejo? Ni siquiera podía yo imaginar con aquello. Vivía muy perturbado por lo insólito de esa profesión. Pero aún así, frente a esto, yo empecé a escribir. Escribía y escribía; mientras leía y leía. Y así con tanto esfuerzo y dedicación, llegue a convertirme en lo que soy ahora. Un escritor poco conocido; pero, al fin y al cabo, un escritor. Yo creo que así, de ese modo, escribí una sola gran obra, de gran extensión.
Con el tiempo, para participar en los diferentes concursos literarios, empecé a disgregar toda esta obra. Así, se fueron desprendiendo mis cuentos que, en realidad, son capítulos de esa gran novela que escribí. Bueno, ahora permítanme decirles que empecé a escribir en la ciudad de Ica, en donde estudiaba para ser ingeniero agrónomo. La nostalgia a de mi tierra ayacuchana de mis padres y amigos, influyó mucho en esta tarea. Vivía solo, en un cuarto, y en una ciudad extraña, lejos de mi verdadero mundo quechua. De día asistía a la universidad y, de noche, escribía sin cesar. A veces, agolpado por la pena y la nostalgia, me ponía a llorar. Me echaba en la cama, cruzaba las manos por detrás de la cabeza, y meditaba en todo lo quo estaba haciendo, mirando el techo de la habitación. Oía el pasar de los vehículos por la pista y recordaba que yo había nacido en la sierra: me preguntaba por qué diablos estaba yo allí, estudiando Agronomía. Entonces, experimentaba un gran vacío, un enorme sentimiento de nostalgia, y me levantaba y leía los papeles que había escrito en ese día. Y volvía a preguntarme: ¿Qué hago yo aquí, escribiendo estas cosas? ¿Llegaré a ser escritor algún día? A veces, entre lágrimas, rompía lo que había escrito. Pero, había una fuerza que me impelía a seguir escribiendo sin cesar. Yo amaba a mi pueblo y detestaba a esa ciudad. Allí, no conocía a nadie. Todos los personajes, a quienes yo amaba, se hallaban en mi pueblo. Y seguía escribiendo y escribiendo. Yo era muy joven entonces y poseía ese vigor indómito y turbulento que posee el hombre en esa etapa de su vida. La literatura me atrapó y se posesionó de mí. Como todo joven, yo estaba influenciado por los escritores que admiraba; Arguedas, Alegría, Vallejo, Francisco izquierdo Ríos, Gabriel García Márquez y otros. Escribía de cosas que yo conocía, de la vida de la sierra, de sus paisajes, de hechos que a mi me habían ocurrido en la niñez. Escribía con esa viva pasión con que escribe un joven que sueña con ser escritor y que está seguro de que, más adelante, será muy admirado, para la envidia de todos aquellos que se habían reído de mi cuando les hice saber de mi intención de ser como Arguedas o como Vallejo. Esto es una curiosa y muy difícil de explicar, aunque muy fácil de comprender para uno que quieres ser escritor. Claro, a esa edad ¿quién no sueña con la fama? Yo anhelaba ser conocido, querido y admirado por mis obras, tal como lo sueña un escritor joven o como sueña con la fama un joven jugador de fútbol. Sin embargo, me daba cuenta de que llegar a eso era algo maravilloso y radiante, halagüeño, pero sumamente lejano, incierto y casi inalcanzable. Por esos días, también me daba cuenta de que publicar un libro era muy difícil si es que no cuentas con medios económicos para hacerlo. Pero, la perseverancia es la perseverancia, y el que persevera logra hacer realidad sus propósitos. Cuando estaba estudiando Educación para ser maestro, irrumpió en mi vida un escritor quien ya había oído hablar o ya había leído algunos comentarios sobre su obra literaria en los periódicos. Se trataba del escritor Félix Huaman Cabrera, y fue él, precisamente, quien me dio un empellón hacia adelante. Me dijo que yo ya debía publicar mis cuentos, donde él publicaba sus libros. De ese modo, publiqué mi primer libro: CON LLORAR NO SE GANA NADA. Era la primera vez, aparte de mi padre Ricardo que alguien me daba a entender concretamente que lo que yo estaba escribiendo tenia algún valor. Ese momento, recuerdo que me dije: ¡voy a ser escritor, carajo! No se si esa noche o después, me emborrache de alegría. Después de algunas correcciones, durante un año, por la distancia en donde vivía, en Ayacucho, el libro apareció en el mes de enero de 1989. Cuando le consulte a algunos escritores o poetas que leyeron mi libro sobre lo que podían predecir del destino que tendría me obra y la critica literaria que ésta recibiría, me respondieron que eso lo dejara al futuro, que el libro caminaría hacia un buen fin, ya que en éste estaban muchos cuentos que habían recibido distinciones literarias muy importantes. He aquí que me ocurre un acontecimiento digno de mencionar: el último cuento del libro, Ayataki, fue recibido por algunos lectores como el mejor del conjunto de relatos, porque – según ellos- era un cuento de lo que verdaderamente estaba ocurriendo en el interior del país, como producto de una inhumanidad y violenta represión militar contra inermes y desvalidos campesinos, so pretexto de combatir al movimiento guerrillero de los alzados de Sendero Luminoso. Pero, también hubo críticas al movimiento de quienes lo tomaron como una apología y propaganda al terrosismo guerrillero de los alzados en armas. Esta última concepción me causó cierto temor, ya que en nuestro país se había desatado una represión militar irresponsable y sin limites, y que como producto de eso estaban desapareciendo cientos o miles de gente inocente, como estudiantes universitarios, profesores, intelectuales, poetas y artistas, quienes en su labor cultural y artística tenían al pueblo como protagonista principal, con sus sueños de libertad y justicia social. En la sierra donde me encontraba, tuve que esconder mis libros bajo tierra, para evitar que los militares lo encontraran. Aparte de esto, casi no hubo críticas sobre este libro, salvo el de la revista Caretas y el de Roque Ramírez en un diario de la capital. Ahora retomo el tema de la guerra popular en esta novela, La noche y sus Aullidos, ganadora del presente concurso. En ella narro, con una ficción muy cercana a la realidad, todo lo que aconteció en mi pueblo ayacuchano. No quiero hablar más sobre eso, ya que espero que lean este libro que, en esta oportunidad, me está otorgando la satisfacción de sentirme jubiloso y complacido de haber ganado este prestigioso galardón. Yo que, hasta hace algunos años atrás, había sido sólo un joven maestro que soñaba con ser sublime anhelo o ilusión que todo eso me tenía confundido y meditabundo, con un extraño sentimiento de terror al fracaso, a la burla de quienes ya estaban enterados de mi afán literario… Todo lo que escribo es, en el fondo, autobiográfico porque utilizo sucesos y rasgos extraídos de mi experiencia personal. A veces, hago uso de materiales reales y vivos que son, tal vez, demasiado directos y crudos para los propósitos de mi trabajo artístico. Lo que hago es algo parecido a confundir los límites de lo real y lo imaginado. Inconscientemente, describo sucesos de un modo determinado porque en realidad ocurrió así, y, para enriquecer mi trabajo artístico, exagero las cosas de algún modo con la intención de impresionar al lector. Por ejemplo, el personaje de mi relato en realidad existió; pero, no actuó así como lo escribo. Eso me ha traído algunos desplantes o disgustos, pues los que en realidad conocieron al personaje, en la vida real, alegan y protestan diciendo que el protagonista no fue así. Y, encima, se enfadan y llegan a odiarme por ser ellos familiares cercanos de dicho personaje. Lo que ocurre es que yo tengo el instinto de la creación y me resulta casi imposible hacer una trascripción literal de mis vivencias o de lo que fui testigo. De ese modo, trabaja mi memoria, noche y día, y no lo puedo controlar, y mis historias fluyen libremente en mi cerebro, con matices nostálgicos, lo que me impele a escribir sobre cosas que yo he vivido y experimentado. Puedo estar viajando en un bus, cuando, por ejemplo, súbitamente, recuerdo a la lluvia en mi tierra. Entonces, visualizo instantáneamente a la lluvia cayendo sobre el pueblo; escucho su monótono rumor característico cuando las gotas golpean los techos de calamina o teja. Todo es tan vívido y concreto que puedo sentir a la lluvia sobre mi rostro; aspiro el olor a tierra mojada y, aún, escucho el sordo retumbar de los truenos en la lejanía.
Este acto de recordar está lleno de una excitación extraña y anónima, de una nostalgia ignota, de una predicción venidera. Y escucho a los arroyos correr murmurando por las quebradas, el rasgueo de un charango o el quejido de una quena después del ruido de la tormenta; aspiro la fragancia de la hierba mojada, el aroma de la leche en las horas de ordeño y el penetrante olor del guano del ganado; después, escucho el súbito canto de las cuculíes y de las perdices allá en el monte humedecido… Para expresa todo esto, tengo que encontrar palabras, un lenguaje que sea capaz de explicar esas sensaciones sentidas; tengo que hallar por mí mismo un idioma que dé un significado a lo que conozco… Y aquí me tienen, pues, llegando hacia ustedes con esta novela, queriendo compartir con ustedes mis pensamientos y sentimientos personales e invitarlos a trajinar por los engañosos vericuetos de mi fantasía de escritor…
Para finalizar, permítame agradecer al jurado calificador y a los organizadores de este evento literario; a toda mi familia, a la memoria de mis padres, Ricardo y Ernestina; a mi esposa Teresa e hijos Franklin y Sumaq Urpi; a mis hermanas, Lucy, Eloy, Lis, Suly y Suri, quienes supieron conducirme a través de la niebla; a todos mis primos, amigos y paisanos; a todos mis amigos escritores y poetas; al Gremio de Escritores del Perú, del cual me considero parte; a los Viernes Literarios; a mis amigos pintores que pintan el rostro escarnecido de nuestro pueblo; a mis amigos que cultivan nuestra música andina que tanto me apasiona, y, sobre todo mi pueblo ayacuchano y, por ende, a todo el Perú entero. Muchas gracias…