Por Enrique León Huamán
Fuente: La Primera, Lima 04/01/12
http://www.diariolaprimeraperu.com/online/especial/las-casas-de-arguedas_102466.html
Fue un ser itinerante José María Arguedas. En esta nota del poeta y comunicador Enrique León, podemos apreciar algunos datos e imágenes sobre las casas donde vivió en Andahuaylas el autor de “Todas las sangres”. Es un recorrido literario-turístico a tomar en cuenta.
Andahuaylas es un pueblo encantador y mágico, de gente amable, paisajes idílicos e historia. Y es la tierra, además, del “Cholo” Arguedas, el escritor de todas las patrias, las aguas y los Sextos del Perú. Aquí nació, vivió y pasó sus primeros años en casas en las que por primera vez fue invadido por la ausencia y fue querido con ternura.
La casa de los primeros meses
La casa de don Víctor Manuel Arguedas Arellano, abogado cusqueño, y de la señora Victoria Altamirano Navarro, mujer de padres acaudalados, había estado ubicada en el jirón Juan Francisco Ramos número 448, antiguo barrio de Delicias. Aquí el niño José María vivió hasta los seis meses de edad, cuando su madre fallece a causa de fiebre puerperal. Actualmente, la casa es una lavandería y una papelería, librería e imprenta, donde sacan fotocopias y sellos en una hora. Ha sufrido la modernidad en su fachada: puertas de fierro corredizas y rejas y cables a rabiar.
La casa de los primeros pasos
La segunda casa que acogió al pequeño Arguedas se encuentra a tres calles en pendiente de la Plaza de Armas de Andahuaylas, que conserva dos monumentos admirables: la imponente catedral de San Pedro, construida en la época colonial, y una bella pileta hecha de una sola piedra. La casa le pertenecía a don Víctor Paredes y a doña Luisa Zedano de Paredes, quien —cuenta el profesor Luis Rivas Loayza—, por lazos de familia con la madre de José María, sería quien lo cuidaría y amamantaría, ya que tenía también un hijo de meses de nacido. Aquí Arguedas viviría hasta los cuatro o cinco años.
La casa está ubicada en el barrio de Quischcapata, o Morro de Espinos. El lugar tenía entonces varias chicherías en donde se reunían músicos y artistas que formaron parte de la bohemia andahuaylina. La casa tiene el número 302 del actual jirón Teófilo Menacho, antes Gonchopata o Calle de Borra. Es de adobe con base de piedras y techo de vigas de madera, barro y carrizo, revestido de tejas. Tiene apenas dos ventanas, una de las cuales se adorna con un pequeño balcón de estilo colonial.
El barrio tiene aún casas de adobe que se resisten a la modernidad de cemento y ladrillo. Unas pocas calles conservan sus adoquines. Las plantas sobresalen por los muros vecinos y las hojas verdes de las calabazas y las tunas se dejan ver al lado de árboles de sauco. Unas calles hacia abajo, a las faldas del cerro Huayhuaca, un robusto puente, también colonial, cruza las aguas del río Chumbao.
El año pasado, cuentan, la casa fue refaccionada por la autoridad municipal porque querían celebrar el centenario del “Tayta” Arguedas como se debe. Sin embargo, la alegría y la emoción se enturbiaron cuando supieron que la denominación del año 2011 no era para José María, sino para Machu Picchu.
Al cumplir los seis años, dice don Milciades Montoya, el poeta Arguedas y su hermano Arístides son llevados por su padre a Puquio (Lucanas), donde este contraería matrimonio con Grimanesa Arangoitia Iturbi viuda de Pacheco, rica hacendada ayacuchana. Aquí dormía sobre cueros de ovejas al lado del fogón de la cocina y era bañado solo los sábados, día en que su padre regresaba de trabajar. La madrastra lo despreciaba y su hermanastro, Pablo, lo maltrataba. Las manos de los yanaconas o sirvientes indios lo cuidaron como una alhaja, y fue por quienes José María tuvo un verdadero “warma kullay”.
Las otras casas de Arguedas
En Andahuaylas, cuenta el profesor Luis Rivas, consideran que José María paseó su vida hasta por cuatro casas: La primera fue en la que nació y vivió hasta los seis meses; la segunda, en la que creció hasta los cuatro o cinco años; la tercera era el despacho del padre, ubicada en el jirón Constitución 428, a donde era llevado de pequeño, y que conserva su interior, aunque su fachada muestre un restaurante naturista. La cuarta fue la casa de la familia Ramos, ubicada en el distrito de San Fernando, que fue preparada para recibirlo en 1967.
Andahuaylas
Su nombre proviene del vocablo quechua “antahuaylla”, que significa “pradera de los celajes”, por su cielo de nubes coloreadas por efectos del sol. Esta provincia de la región Apurímac, al sur del Perú, enclavada a casi tres mil metros de altura, alberga en sus montañas los vestigios preíncas de la cultura Chanka: el Centro Arqueológico de Sóndor, desde el cual se puede apreciar la hermosa y extensa laguna de Pacucha, orgulloso patrimonio andahuaylino, y los baños termales de Hualalachi, cerca de Talavera de la Reyna, de legendarias aguas mágicas.
Andahuaylas es la cuna de Arguedas, una tierra de eucaliptos y pinos. La ciudad tiene aeropuerto y se llega desde Lima en una hora de viaje en avión. Aunque la ciudad es víctima de un crecimiento desordenado, el paisaje que la rodea es admirable. Hay que pasear por su feria y tomar chicha blanca, comer un maicillo o un enrolladito de queso, saborear una mermelada de sauco o una leche asada, y brindar con un té piteado o una copa de hidromiel.
Cien años del pasado, presente y futuro
Arguedas persiste
Nació en Andahuaylas un 18 de enero de 1911, se llamó José María Arguedas Altamirano. De niño le hicieron dormir en una batea que estaba en la cocina; allí aprendió el quechua, entre los sirvientes. Viajó con su padre por diferentes pueblos; conoció el abuso, sintió el choque intercultural en la escuela. En la obra literaria de José María, la cultura andina habló directamente, reclamó justicia, redefinió lo peruano. En sus distintas labores académicas, educativas, artísticas, impregnaba su amor universal, a pesar de los fuegos, las tempestades, los golpes bajos.
Un día 2 de diciembre de 1969, en Lima, se inmoló. Fue un disparo seco. Ese sonido, desde entonces, perturba a los que no quieren reconocer que existe un Perú que se resiste a ser como quisieran que fuese; es decir, un país pasivo, sumiso, ignorante, sin memoria. Es por eso que en el centenario del nacimiento del autor de “Los ríos profundos”, “Yawar fiesta”, “Todas las sangres”, “El zorro de arriba y el zorro de abajo”, entre otras obras, no hubo un reconocimiento oficial del Estado como se debía hacer.
Los homenajes durante 2011, fueron de ese Perú abierto al diálogo democrático, de ese Perú que no se define por ciudadanos de primera, de segunda, de tercera, de cuarta categoría. Congresos en las universidades, encuentros de escritores en diferentes provincias, conferencias, recitales y manifestaciones artísticas en colegios, centros culturales, plazas.
Los que no celebraron el centenario de su natalicio ignoran, entre tantas cosas, que la obra de Arguedas es admirada y estudiada en diferentes países, incluso de otras lenguas. “Siempre con la tradición india, quechua, como la tradición urbana, occidental, su obra es un gran esfuerzo por unir esas dos mitades del Perú en una sociedad integrada de todas las sangres como él las llamó simbólicamente en uno de sus libros más ambiciosos”, declaró el premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa.
José María Arguedas no fue un aculturado, no fue hechura de su madrastra; José María está vivo, está creciendo, no en cifras macroeconómicas, abstractas, sino en lo concreto, en los peruanos que valoran su suelo y su cielo, que cuidan su agua y el futuro. En ese futuro José María seguirá vivo como desde hace cien años.
Miguel Ildefonso, poeta