Blanca Varela
En honor de Blanca Varela En honor de Blanca Varela

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Fuente: El Dominical. Suplemento de El Comercio, Lima 17/11/07

Discurso leído en Madrid por Camila de Szyszlo en la ceremonia de entrega del Premio de Poesía Reina Sofía a su abuela, la poeta Blanca Varela.

El miércoles 14 de noviembre se realizó en Madrid la ceremonia de entrega del Premio de Poesía Reina Sofía a la poeta peruana Blanca Varela. Debido a que su estado de salud le impidió acudir a la cita, su nieta, Camila de Szyszlo, recibió el galardón y leyó este emotivo texto que hoy ofrecemos a nuestros lectores.

Majestad:
Mi nombre es Camila de Szyszlo. Soy nieta de Blanca Varela e hija de su hijo menor Lorenzo de Szyszlo Varela. Vengo a Madrid con mi hermana, Sabina, a recoger el Decimosexto Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana con el cual la obra de Blanca ha sido honrada y a agradecer desde lo más profundo de nuestros corazones a usted, a los miembros del jurado y a las dos instituciones que promueven este galardón: Patrimonio Nacional y la Universidad de Salamanca.

En mi lugar esta noche inolvidable deberían estar, en primera instancia, Blanca, y, en segunda, Lorenzo. Pero permítame explicarle por qué esto no es posible.

Van a ser doce años ya que la noche de un absurdo 29 de febrero Lorenzo perdió la vida en un accidente aéreo. Él era -él es- el adolescente del «talón estrecho de arcángel» del poema «Casa de cuervos» y, como Blanca, él era -él es- bueno, bello y verdadero. Ambos tenían un espíritu muy libre, una mente muy lúcida y un ingenio muy agudo: un humor de brillantísima negrura en realidad. Nuestra abuela y nuestro padre se parecían -se parecen- muchísimo.

Porque no me corresponde, Majestad, no hablaré de la trayectoria literaria de Blanca. Hablaré en cambio de los recuerdos más vivos que de ella tengo y que se remontan a cuando yo tenía nueve años, antes de que Lorenzo se fuera al cielo «en avión», como nos contaron a Sabina y a mí, y antes de que Blanca, sublevada contra el destino, atravesada por el dolor más grande del mundo, se fuera sumiendo en un silencio deliberado que con los años ha llegado a convertirse en una condición fisiológica.

Blanca ha perdido el don de la palabra y el de la escritura, pero nosotros hemos ganado, gracias a quienes como usted creen en la poesía, su obra excepcional. La antología Aunque cueste la noche, que Ediciones Universidad de Salamanca y Patrimonio Nacional han sacado a la luz con motivo de esta premiación es un regalo de España al futuro. Ha sido impecablemente editada e introducida por la profesora de la Universidd de Salamanca Eva Guerrero, amiga ya de la familia quien parece conociera y apreciara a Blanca de toda la vida.

Decía que Aunque cueste la noche es un regalo de España al futuro, Majestad, a los nuevos lectores, a los nuevos escritores, a esos jóvenes a quienes Blanca respeta y admira tanto, a esos niños a quienes alucina como me alucinaba a mí cuando, en su casa, en su cocina, la buena Yolanda me alimentaba mientras Blanca, podría apostarlo, tomaba una servilleta de papel y escribía en ella «niño come llorando/ llora comiendo niño/ en animal concierto/ el placer y el dolor/ hacen al ángel/ a dos carrillos músico».  
Cuando mi prima Manuela, mi hermana y yo éramos pequeñas nos preguntábamos por qué Blanca nos trataba como si fuéramos grandes. Jamás nos regaló una muñeca o un osito de felpa. Jamás algo que fuera de color rosado. Prefería para nosotras la reproducción de algún objeto minúsculo del Museo Metropolitano de Nueva York o alguna prenda de vestir como las que ella usa. Quizá tampoco le gustaban los bucles o los lazos. Una tarde nos devolvió a casa con un corte de pelo que correspondía más bien al de un chico, como el de Vicente, su hijo mayor, o el de Lorenzo antes de dejárselos crecer hasta los hombros.

Ella tiene una forma muy igualitaria, muy democrática de tratar a los niños y a los jóvenes. Será que, de pequeña, tuvo que ser grande. Una vida de dificultades y carencias hicieron que leyera, escribiera, estudiara y trabajara antes de tiempo. Se exigió mucho a sí misma y les exigió mucho a los demás. Debe de ser por eso que yo, que me he decidido por la literatura, hasta ahora no haya tenido el coraje de confesárselo. Lo hago ahora, ante usted, Majestad. Y prometo no hacerle nunca a nadie lo que Vicente y Lorenzo le hacían a Blanca en cuanto se iba a la calle: corrían a la máquina de escribir y en la carilla en la que había dejado un poema a medio escribir aumentaban una o dos líneas. Cuando ella volvía se preguntaba estupefacta: «¿Es posible que yo haya escrito esto?».

Pareciera que a Blanca le gustan las cosas que a Blanca no le debieran gustar. Desde los buenos partidos de fútbol hasta las telenovelas brasileñas, desde las canciones de Andrés Calamaro hasta las de Bob Dylan, desde las películas de suspenso hasta la lectura de cuanta revista o receta se le pase por delante, desde los zapatos con las puntas de charol que hasta ahora usa hasta el vino tinto que ya no bebe más, desde las extensas y desiertas playas del Perú donde concibió El libro de barro hasta el estrecho clóset donde escribió la mayoría de sus poemas.

El semblante de Blanca nos sigue revelando a la mujer curiosa, incrédula, y las poquísimas palabras que de vez en cuando pronuncia nos dicen toda la verdad. Recuerdo con emoción su respuesta cuando le fue anunciado el Reina Sofía, el mismo día en el que Vicente recibía en su nombre, en Granada, el Federico García Lorca: «Feliz, feliz. Segura, segura.», como si la felicidad pudiera todavía tocarla, como si la seguridad pudiera todavía abrazarla y susurrarle que su poesía es inmensa, que ella es inmensa. Insospechadamente tímida, reacia a la figuración y a la notoriedad, contraria a dar y a recibir lisonjas, estoy convencida de que Blanca hubiera añadido un auténtico «pero no lo merezco», a pesar de que todos sabemos que sí.

Qué contenta hubiera estado Blanca estos días en Madrid, Majestad. Su hermana Nelly, presente esta noche, vive aquí desde hace muchos años. Durante todo este tiempo hasta hace muy poco Blanca aprovechó para pasar en esta ciudad uno o dos meses cada año. Volvía a Lima renovada, radiante, llena de regalos para sus nietas: alpargatas de todos los colores, camisetas con estampados de Joan Miró, alhajitas como las de las meninas. Ella tiene en Madrid, en toda España en realidad, muchos amigos, viejos y nuevos, vivos y muertos, dos de los cuales, José Ángel Valente y Antonio Gamoneda, la han precedido en este premio.

Pero el amigo más entrañable de todos, me acaban de contar, podría ser el inquietante e inefable perro de Francisco de Goya y Lucientes que alberga el Museo Nacional del Prado. ¡Cómo insistió Blanca ante el Fondo de Cultura Econónica de México para que este personaje apareciera en la carátula de su antología Canto villano! Me pregunto cuántas veces se habrá sentido ella como este amigo que no sé si se está hundiendo o si se está elevando: sola, desamparada. Qué extraña coincidencia. Hace dos años estuve aquí en Madrid y, de todo lo que vi, lo que más me impactó fue esta criatura envuelta en la nada. Me compré una pequeña copia de esta pintura que he pegado en mi habitación. Este perro también es mi amigo, y más querido aún después de lo que ahora sé.

No quiero terminar, Majestad, sin mencionar a alguien que estoy segura la propia Blanca hubiera mencionado en esta ocasión tan especial: a su gran amigo el dramaturgo, poeta, periodista y promotor cultural Sebastián Salazar Bondy. Fue gracias a las conversaciones, las lecturas y las amistades que él compartió con Blanca que ella pasó de la poesía juvenil a la adulta. Fue a través de él que Blanca conoció a dos héroes de la literatura peruana: José María Arguedas y Emilio Adolfo Westphalen, sus más importantes influencias literarias aparte, por supuesto, del mexicano Octavio Paz. Fue en torno a él que se desarrolló la llamada Generación del 50, grupo de insatisfechos y audaces que no solo modernizaron la poesía, el cuento, la novela y la crítica, sino también las artes plásticas en el Perú. Y, sobre todo, fue Sebastián quien presentó a Blanca al pintor Fernando de Szyszlo, nuestro abuelo, con quien tuvo a Vicente y a Lorenzo, sin quienes nuestras madres no nos hubieran tenido a Manuela, a Sabina, a Fernanda, a Aurelia o a mí. ¡Cómo quisiéramos haber sacado siquiera su mirada, sus manos o su gracia!

Y tampoco quiero terminar sin mencionar que es España el país que más ha publicado la obra de Blanca en los últimos años. De los once libros que han aparecido desde 1993, seis se editaron en este país que la acoge desde siempre. España quiere a Blanca y esto es algo que nos llena de emoción y de gratitud infinitas. Es usted muy amable, Majestad, en haberme permitido estar aquí esta noche tomando el lugar de una mujer y una poeta de verdad esencial: Blanca Varela. Muchas gracias.

Camila de Szyszlo Madrid, 14 de noviembre de 2007

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