César Vallejo
Vallejo y los elefantes<br>Sobre la peculiar zoología vallejiana Vallejo y los elefantes
Sobre la peculiar zoología vallejiana


Por Eduardo Chirinos
Fuente: El Dominical. Suplemento de El Comercio, Lima 02/11/07
http://www.elcomercioperu.com.pe/edicionimpresa/Html/2007-12-01/vallejo_y_los_elefantes.html

La primera vez que leí "Masa" de César Vallejo fue en un libro escolar. Ese poema me pareció tan absolutamente novedoso que consiguió borrar el mal sabor que me dejaron los fragmentos de Fray Luis y de Jorge Manrique que tuve que aprenderme de memoria para recitarlos en clase. El poema de Vallejo no era para ser leído en público, sino para ser escuchado a solas, como si reclamara nuestro silencio y nuestra complicidad. Pero la complicidad no duró mucho: apenas ingresé a la universidad descubrí que la poesía se orientaba por los caminos del coloquialismo más desenfadado, y "Masa" empezó a parecerme tan declamatorio como los poemas de Manrique y Fray Luis. Fue entonces que empecé a apartarme de Vallejo para buscar otros rumbos, sin saber que esos rumbos eran los que todo poeta peruano tomaba para volver a Vallejo después.

En todo esto pensaba mientras me distraía de las exigencias de un ensayo sobre Vallejo leyendo el Bestiario Medieval. Como suele ocurrir con los libros que elegimos para distraernos, éste también me condujo a viejas preocupaciones, y ocurrió que el elefante (animal que en honor a su tamaño inaugura ese libro) me condujo a "Masa". Cito el fragmento: "La naturaleza del elefante es tal, que si cae al suelo no es capaz de incorporarse. Por ello, cuando desea dormir, se apoya contra un árbol, pues carece de articulaciones en las rodillas. Y por esa razón, el cazador corta parcialmente el tronco, de manera que el elefante, al apoyarse, se desploma a la vez que el árbol. Al caer pide auxilio a gritos; e inmediatamente aparece un gran elefante, que no es capaz de levantarlo. Entonces gritan ambos, y aparecen en escena doce elefantes más: pero ni siquiera ellos pueden alzar al caído. Todos ellos gritan, pues, en petición de ayuda, y llega en seguida un elefante muy pequeño que coloca su boca y su trompa bajo el caído, levantándolo".

De acuerdo con la interpretación alegórica, el elefante no es otro que Adán arrojado del paraíso, el elefante grande es la ley mosaica, los doce elefantes son los doce profetas, y el pequeño "Nuestro Señor Jesucristo [que], aunque era el más grande, se convirtió en el más insignificante de los todos los elefantes. Se humilló, y mostró su obediencia incluso hasta la muerte, con el fin de levantar a los hombres". Esta interpretación refuerza las curiosas semejanzas entre la alegoría medieval y "Masa". En su edición crítica de Vallejo, Ricardo González Vigil incluye un comentario de Julio Vélez, para quien "[L]a masa sustituye al milagro. Es decir, ella es la única capaz de realizarlo. Dios es una realidad colectiva de carne y hueso concretos y universales". Incluye también la enumeración de Roberto Paoli de los modelos que ofrece la Biblia: la resurrección de Lázaro, la curación de los cojos y la resurrección de la hija de Jairo. Las imágenes del venero bíblico que pueblan los poemas de Vallejo conviven con tanta naturalidad con las imágenes proféticas de una sociedad sin clases, que admiten ser leídas como complementos de la utopia mesiánica. Tal vez el momento más exaltado de esta utopía sea en el "Himno a los voluntarios de la República". Allí, en medio de ignorantes que sabrán y tullidos que andarán, aparece un elefante: "La hormiga/traerá pedacitos de pan al elefante encadenado/a su brutal delicadeza"

A diferencia de muchas imágenes vallejianas, la de la hormiga y el elefante es razonablemente clara, pero conviene echar un vistazo a otros elefantes vallejianos para trazar su simbología. Son solamente tres y figuran en el volumen póstumo que la posteridad ha bautizado como Poemas Humanos. Resulta curioso que dos de ellos sean llamados "paquidermos", sustitución que introduce una ambigüedad significante, pues paquidermos son también los cerdos, los hipopótamos y los rinocerontes. Tal vez la simpatía de Vallejo por los elefantes le hizo preferir el sustituto (que significa "piel gruesa") para referirse a aquellos "¡Paquidermos en prosa cuando pasan / y en verso cuando páranse!" ("Telúrica y magnética"), y al "infame paquidermo" ("Acaba de pasar el que vendrá."). En "Epístola a los transeúntes", en cambio, el elefante aparece con su nombre y en una circunstancia que siempre me pareció enigmática: "Reanudo mi día de conejo, /mi noche de elefante en descanso".

La imagen se refiere a la deshumanización que produce la jornada alienante y castradora: si al día le corresponde el desgaste de una energía laboriosa y vivaz (de conejo), a la noche el descanso reparador (de elefante). Hasta aquí la interpretación funciona, pero se contradice con el resto de un poema que sugiere una analogía entre la pasión de Cristo y un hombre cuya actividad productiva no se ve recompensada con el sustento. Si el descanso es "de elefante" se vería compensada la actividad del conejo, lo cual le restaría dramatismo al resto del poema. Ese elefante debía sugerir algo más que la simple condición del descanso. Una posible respuesta a esa enigma la encontré en el fragmento citado del Bestiario que alude a la incapacidad del elefante de descansar cómodamente por carecer de articulaciones en las rodillas. La mención al elefante en el poema de Vallejo no aludiría, entonces, a la magnitud del descanso nocturno, sino a la imposibilidad de descansar y a la vulnerabilidad a la que se expone si lo intentara. Esta sugerencia se condice con la de un Cristo que no puede descansar ni siquiera de noche, también con la del hombre a quien la alienación y el sufrimiento no le han impedido sonreir de sus labios en la convalescencia.

Se trata del mismo "cuerpo solidario" cuya muerte -como la de Cristo- nos compromete y redime a todos. El mismo que algún día se levantará de la muerte como el combatiente anónimo de "Masa". O como el elefante de la alegoría.

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