Varios
Tantas voces
El Testimonio en el Perú


Por Marcel Velázquez Castro
Fuente: El Dominical. Suplemento de El Comercio, Lima 30/12/07
http://www.elcomercio.com.pe/edicionimpresa/Html/2007-12-30/tantas-voces.html

Un grupo de estudiantes de Literatura de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos obtuvo este año el prestigioso premio internacional de Memoria Oral Andrés Bello. El libro Oía mentar la hacienda San Agustín se inscribe en una rica tradición nacional de testimonios que permiten apreciar la complejidad ideológica y la riqueza discursiva de los sectores populares.


La ambivalente naturaleza del testimonio
El testimonio es una forma narrativa del discurso no ficcional que documenta de fuente directa un aspecto de la realidad. Desde Biografía de un cimarrón (1966) del cubano Miguel Barnet, esta forma se ha convertido en una modalidad literaria muy frecuente y harto controvertida en el campo cultural latinoamericano. Sus críticos lo han llamado "épica popular" y han desenmascarado sus estrategias para crear un metadiscurso populista alentado institucionalmente (por ejemplo, los múltiples y desvaídos testimonios de la experiencia guerrillera en Cuba y en Nicaragua después del triunfo revolucionario).

El testimonio clásico realiza tres operaciones centrales: a) equipara historia de vida individual con historia de grupo o pueblo, la denominada "singularidad representativa"; b) refleja la compleja relación entre un interlocutor que escucha, recopila y trascribe; y un informante que actúa como narrador oral; c) proclama su carácter subversivo por la denuncia y la invitación a cuestionar las formas hegemónicas del discurso y el poder.

Toda subjetividad es un río pleno de significados y estos sentidos se materializan y exponen en el contexto de la compleja comunicación interpersonal entre el hablante y el investigador. Ese modo de transmisión testimonial deviene, finalmente, en una trascripción, la voz se convierte en letra.

Franco Ferraroti plantea que cada vida humana revela una síntesis vertical de una estructura social y cada acto individual es una síntesis horizontal de una estructura social. En consecuencia, la historia de nuestro sistema social está completamente dentro de la historia de nuestra vida individual. Por ello, la vida individual no es un mero reflejo de la dimensión social, sino una reapropiación creativa mediante mediaciones y filtros y una re-configuración de esta que la proyecta a otra dimensión.

Tres clásicos peruanos: el afroperuano, el indígena y la mujer
La heterogeneidad cultural del Perú y sus diversas lenguas y cosmovisiones forman una riqueza que no ha sido explorada cabalmente desde la memoria oral y el testimonio. Sin embargo, existe un pequeño corpus de libros de testimonio, entre ellos destacan: Erasmo. Yanacón del valle de Chancay (1974), Gregorio Condori Mamani. Autobiografía (1977) y Soy señora. Testimonio de Irene Jara (2000).

La vida de Erasmo Muñoz representa los avatares, sociabilidad y sensibilidad de un yanacón afroperuano. Su historia personal está íntimamente ligada a la hacienda Caqui y a los procesos de desintegración del yanaconaje en la costa sur. Las décimas, las historias fantasmagóricas, la pretensión del buen vestir, el duro trabajo, el buen yantar, la vida cotidiana de los campesinos, la imagen de los hacendados, la esquiva ciudad de Lima son algunos de los asuntos que aparecen una y otra vez en el discurso oral de Erasmo Muñoz. En el registro predomina la celebración de la existencia antes que la denuncia o la crítica social.

"Me llamo Gregorio Condori Mamani, soy de Acopía y hace cuarenta años que llegué de mi pueblo. Vine de mi pueblo porque no tenía padre ni madre. Era totalmente pobre y huérfano y estaba en poder de mi madrina". Con estas frases se inicia uno de los más fascinantes recorridos por la mentalidad del mundo andino. Gregorio y su esposa Asunta logran por medio de una narrativa intensamente emotiva "que se conozcan los sufrimientos de los paisanos". El libro incluye la versión en quechua de los dos testimoniantes. Francesca Denegri presenta la visión de Irene Jara de su propia vida. Irene fue cajamarquina de origen minero, emigró hacia Trujillo y Lima, y, después, se convirtió en dirigente vecinal. Posteriormente, se instaló en Londres. Su voz nos llega con toda su vitalidad, poblada de giros íntimos y auténticos: "Comencé atrabajar a la edad de ocho años chancando el mineral que sacaban de las minas de Algamarca, Mi madre más antes había quedado viuda". Lo singular no es solo la extraordinaria aventura de autoconstrucción y emigración, sino su peculiar perspectiva de mujer que exige a todos sus interlocutores el respeto y la decencia ya conquistados por su propio accionar social.

Voces múltiples e identidades migrantes
La denominada hacienda San Agustín se encuentra en el Callao. Es un extenso terreno flanqueado por fábricas y el aeropuerto que solo tiene una entrada y se encuentra encapsulada, rodeada de los signos de la modernidad, pero atrapada en una dinámica, principalmente, agrícola. En su interior, en el pueblo joven "El Ayllu", conviven pobladores de origen costeño, andino, afroperuano, selvático y japonés. Ellos solo tienen título de posesión porque la propiedad se encuentra en disputa legal. Además, dicho terreno será expropiado por el Estado para construir la segunda pista del aeropuerto.

Oía mentar la hacienda San Agustín no se construye alrededor de una figura principal, sino de un coro de voces multiforme que hablan desde el mismo lugar. Es un testimonio que articula decenas de informantes de cuatro generaciones, desde la octogenaria maestra de escuela hasta niños de cinco años. Sus autores declaran que es "la historia de trabajo, lucha, solidaridad, conflictos, discriminación, explotación pobreza, sueños, logros, leyendas, mitos, migración y alegría de una localidad que va a desaparecer por el proyecto de la modernidad" (24)

El horizonte de la agricultura y la calidad de migrantes andinos de varios pobladores explican los relatos asociados a la agencia de la pachamama y revelan los profundos senderos andinos que habitan nuestra ciudad. El pishtaco, qarqacha y chullachaqui forman parte del bestiario imaginado que cohesiona a dicho pueblo y da legitimidad a sus normas morales.

La memoria del pasado social y el acontecimiento traumático de la irrupción del aeropuerto en sus vidas se relatan así: "Los primeros pobladores de San Agustín éramos los criollos, los costeños y los negros (.) a partir del año 38 o 40, más o menos, comenzaron a venir los paisanos" (50). "La acequia antes no olía mal, eran unos puquiales, yo me bañaba ahí, había camarones. (.) Por el aeropuerto fue que se ensució la acequia, se malogró todo" (100). Más adelante, un vecino relata como la "gente anda medio sorda" y como murieron sus animales, constata amargamente: "así se acabó todo, luego de que apareció el aeropuerto" (119). El costo de la modernización y los daños colaterales causados por nuestro aeropuerto pueden parecer numéricamente insignificantes, pero adquieren una fuerza cualitativa impresionante en este libro.

La singularidad del espacio condiciona las expectativas de vida: "yo también tengo planes de irme, de trabajar en otro lado, aquí no hay progreso (.) la hacienda es un pueblito en medio de la ciudad, estamos a la espalda del aeropuerto y a espalda de la civilización como dice la gente" (144).

La última sección del libro es la más entrañable porque recupera la alegría, los deseos y los miedos de los niños. Fantasía e imaginación, pero también realismo, son las marcas principales de sus breves historias que formalizan ora un sentimiento de pertenencia, ora los conflictivos sentidos que le asignan a su precario presente. Una niña de seis años declara: "El avión, mi mamá le canta, le sabe cantar y después veo mucho a los aviones, después mi mamá me enseña a hablar a los aviones". "Antes venía bastante juguete por la acequia: muñeca, vasitos, jarritos y una muñequita de barro que le faltaba sus bracitos y nosotros los chapábamos (.) ¡Papa Noel la acequia!" (214)

Oía mentar la hacienda San Agustín constituye un hervidero de voces que narran la Historia (su historia) de un modo alternativo a los discursos hegemónicos contemporáneos, su mérito es recuperar una memoria y una praxis conflictiva que vuelve a colocar en nuestra agenda la diversidad cultural, las encrucijadas de la modernidad y el carácter andino de nuestra ciudad.

Elizabeth Lino, Kristel Best Urday, María Gonzáles Chumpitaz y Alejandro Hernández Panaifo, alumnos del profesor Manuel Larrú, desarrollaron esta excepcional labor durante varios meses. Algunos vez tuvieron que sembrar rabanitos con los pobladores para recoger sus relatos de siembra y cosecha, también construyeron con los niños un avión con los carrizos de las chacras para observar sus juegos y escuchar sus historias

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