Abraham Valdelomar
Un muchacho llamado Abraham
Fernando de Szyszlo y sus recuerdos de Valdelomar


Por
Fuente: El Peruano. Revista Variedades, Lima 19/05/08

Conversamos con don Fernando de Szyszlo un jueves soleado y amable.

Nos recibieron su casa, su jardín, sus esculturas, el agua cristalina de un manantial celeste y su bondad. Limeño universal, el artista es nieto de Carolina Pinto de Valdelomar, madre de Abraham, el genio que dio vida al "Caballero Carmelo" y al cuento moderno en el Perú. Nacido en Ica el 27 de abril de 1888, recién acabada la guerra, y muerto trágicamente el 3 de noviembre de 1919, en plena juventud, cuando se disponía a dar una conferencia en Ayacucho.
"Mamá, no llores, no llores", suplica en una de las 31 cartas compiladas por Ricardo Silva-Santisteban bajo el título Valdelomar, por él mismo.

En el hogar, la vida ha poblado mesas, estantes, esquinas, ángulos y perspectivas.
Todos los objetos nos observan, pero ninguno exige privilegios ni osa levantar la voz en esta asamblea de mediodía. El anfitrión es un navegante de diecisiete lustros, que tocó tierra el 25 de julio de 1925, seis años después de la partida del "Conde de Lemos" y que, por eso, puede evocar sus rastros en la memoria familiar. Es hijo de María, la hermana menor del autor de "Tristitia". "A María dile que le estoy preparando el regalo de bodas y que no me quiere escribir porque ya se acercan los días del matrimonio".

Le preguntamos si acaso influyó el escritor en su manera de ser, de pensar. Nos dice que sí. Su presencia –afirma– es de dos órdenes. Una es intelectual, porque cuando él murió, con la abuela vinieron todos los libros de Valdelomar a casa, toda su biblioteca. Entonces, en parte, soy gran lector por eso, porque vivía entre sus libros, y entre los de mi padre que, también, era muy lector. Intelectualmente influyó mucho en mi vida eso. Humanamente también –prosigue– porque mi abuela tenía una presencia permanente de Valdelomar.

Para ella, (su muerte) fue una tragedia que nunca superó. Yo recuerdo haberla oído llorar todos los días, al caer la tarde, cuando se iba a la iglesia, porque se volvió, o era siempre, no sé, muy religiosa. Entonces, lloraba todos los días.

¿Sabe usted de lo que me he dado cuenta el otro día que hubo un homenaje a Valdelomar en el Congreso? Me he dado cuenta de que ese poema, "El hermano ausente en la cena de Pascua", es una premonición de Valdelomar de la situación de su madre cuando él moría y cuando él estaba ausente ¿No es cierto? Lo que allí dice no es que haya muerto un hermano, sino que un hijo no estaba esa Navidad. Pero, en cambio, el poema es más que eso, es mucho más trágico: es como que la madre llora a un hijo que ha muerto, que se ha ido.

Entonces hay como una premonición ahí, que es muy curiosa. Se repite en el prefacio del cuento "El Caballero Carmelo"... "Y un día seréis seis hermanos, ¡no me olvidéis!".
¿Qué curioso, no? Siempre tuvo él esa sensación de que se iba a morir y se vio morir joven.

¿Tenía alguna enfermedad?

Ninguna, no. En casa de mi abuela siempre se decía que él viajaba a todas partes con un cráneo que tenía. ¿Usted ha visto el retrato ése de Raúl María Pereyra?, un retrato de Valdelomar muy lindo. En su viaje a Ayacucho se la olvidó, no la llevó consigo. Y mi abuela siempre vinculaba el hecho de que no tenía su calavera con su muerte.

En el siglo XIX era muy común entre los poetas románticos llevar una. Pero Abraham era, al mismo tiempo, muy aventurero. José Vasconcelos, educador, político, escritor mexicano, vino de visita y escribió un libro autobiográfico que se llama Ulises criollo, y cuenta que las dos personas con las que estuvo en Lima fueron José de la Riva Agüero y Valdelomar, quien lo llevó a un fumadero de opio en el Barrio Chino.

Encuentra otro recuerdo. Lucho Loayza ha escrito unos textos muy lindos sobre Valdelomar. Casualmente, él dice una cosa. Él dice que hay una carta de Valdelomar desde Roma –cuando está escribiendo "El Caballero Carmelo"– en que le escribe a su mamá y le dice "dime cómo se llama esa yerba que crece al borde de las acequias en Ica y cuyas hojas se usan para curar las paperas", y que en realidad es un yerba que se llama llantén. Y le hace así preguntas:
"¿cómo se lama la iglesia que estaba detrás de la catedral de Pisco?" (Epifanía), cosas así. Y entonces, Lucho Loayza dice: es la primera entrada realmente de la literatura moderna en las letras del Perú. Muy curioso es eso. Esas cartas lindas ¿no? ¿Aún las tiene? ¿Conserva alguna? Tenía.
No. Todas las cartas que heredé, todo lo que heredé de Valdelomar lo regalé a la Biblioteca Nacional cuando Carlos Cueto Fernandini, quien era muy amigo mío, fue su director; yo regalé todas las cartas. Ahora, me dicen, no sé si será cierto, que la mitad ha desaparecido. No ahora, sino hace tiempo ya. Casualmente, un estudiante de San Marcos que vino hace mil años, harán unos 15, me dijo: "Estoy escribiendo un texto sobre Valdelomar, quisiera leer algunas de sus cartas. Le conté lo de la biblioteca.
Me contestó: "En la biblioteca ya casi no hay". Me imagino que ahora que la primera sala de lectura tiene un nuevo local y que está más organizado, todo eso funcionará mejor.

LAS GIRAS
El otro día –continúa su relato– he encontrado unos cuantos manuscritos de Valdelomar, de apuntes de las conferencias que daba... Una persona tan curiosa Valdelomar, porque toda esa pose wildeana y d'annunziana que tenía, tan elegante y el Palais Concert ("...el Perú es Lima, Lima es el jirón de la Unión, el jirón de la Unión es el Palais Concert y el Palais Concert, soy yo") con impertinentes etcétera, pero era una persona que los últimos tiempos de su vida se los pasó dando conferencias sobre arte en el interior del Perú y en los pueblecitos más chicos, más pequeños.

Yo me acuerdo haberle oído a Pepe Ortiz Reyes –un abogado que fue miembro de la Corte Suprema– que cuando él era niño, su papá, un agricultor muy modesto en Catacaos, lo llevó a oír un conferencia de Valdelomar en Catacaos, ¿Usted se imagina?¡En Catacaos, en 1918! Es una cosa fantástica ¿no? Iba de pueblo en pueblo, así, dando conferencias. Me contaba que hasta cuando él era adolescente, en Piura, a las camisas sin corbata les decían "cuello a la Valdelomar", porque Valdelomar recorrió todas esas partes para divulgar la cultura, para despertar a la gente al arte... Y, además, se murió tan joven; nadie de 31 años ha hecho todo lo que él hizo.

LAS HERMANAS
La primera idea que me viene a la mente cuando hablo de Valdelomar es mi abuela.
Sufrió tanto con la muerte de ese hijo.
Fíjese, usted, una familia de clase media, de provincia, y de repente sale este muchacho con un talento increíble y se vuelve un líder cultural; era el orgullo de mi abuela y se le muere tan joven este chico. Lo solíamos recordar porque, además, en mi casa, cuando yo era niño, vivía no solo mi abuela en la casa de mi padre, sino dos hermanas más de Valdelomar. Mis tías Rosa, que permaneció soltera, y Jesús, que enviudó. Todas murieron en mi casa. Mamá nació en 1898. Yo la quería mucho.
Fui siempre muy pegado a ella. Era una cocinera fabulosa. Como buena iqueña, hacia postres buenísimos. Recuerdo mucho uno que se llamaba mazamorra de pura uva quebranta, riquísimo; se comía con un poco de leche o nata helada y trozos de melocotón; el queso de manjar blanco, que era duro y se cortaba; los pallares de Ica –una prima mía aún los prepara– y el manjar blanco de pallares.

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