Abelardo Sánchez León
Memorias del subdesarrollo

Por Jorge Paredes
Fuente: Dominical. Suplemento de El Comercio, Lima 24/08/08
http://www.elcomercio.com.pe/edicionimpresa/Html/2008-08-24/memorias-subdesarrollo.html

La nueva novela de Abelardo Sánchez León


El elemento autobiográfico siempre ha sido relevante en la obra narrativa de Abelardo Sánchez León. En esta, su tercera novela, esta característica se repite y es, para decirlo en términos sencillos, el substrato del que se nutre El hombre de la azotea. El autor, a la par de poeta, novelista y profesor universitario, es también sociólogo y trabaja desde hace varios lustros en una institución, que desde los años setenta se dedica a la investigación y la realización de proyectos de desarrollo en diversas zonas del país. Este es el punto de partida de la novela: el personaje central, Gustavo Ibáñez, es también funcionario de una estas organizaciones, ha sido editor de la revista de la ONG, miembro del Consejo Directivo, integrante de una red del Banco Mundial, y el encargado de redactar los informes y de buscar en el extranjero (Holanda, Francia, Estados Unidos) el dinero suficiente para que la entidad siga existiendo. Es decir, las subvenciones necesarias para la buena marcha de los proyectos. Un hombre sensible, perteneciente a una acomodada clase media intelectual, aunque sin mayores ambiciones, más allá de sus ganas de convertirse algún día en escritor.

La novela está planteada desde su punto de vista. Pero, rápidamente, nos damos cuenta de que Gustavo Ibáñez no está en sus cabales, y que por eso mismo ha sido prácticamente recluido en la azotea de su casa por su mujer (a consejo del psicólogo), para que desde ahí, desde su precaria torre de marfil, pueda desarrollar un informe que le fue pedido tiempo atrás por el mandamás de la ONG, Roque del Valle, y que en su alucinada mente él supone de suma importancia.

Este "informe" es el que leeremos, bajo la apariencia de una novela, salpicado de saltos al pasado y continuas digresiones. Desde su azotea, el personaje irá reconstruyendo su vida a retazos, la cual involucrará a distintos personajes (cuyos nombres separan varios capítulos de la trama), todos pertenecientes a un mundo en permanente tensión entre el pasado que le dio sustento y el futuro incierto y amenazador. La memoria de Ibáñez -o lo que ella recuerda-, nos hará partícipes del tránsito entre el derrumbe de la utopía socialista -el fin de la historia, diría Fukuyama-y el boom de la supremacía liberal, a inicios de los años noventa; cambio que dejó sin piso a toda una generación de izquierda y permitió la asunción de otra, joven y tecnócrata, y cuyos paradigmas eran el éxito económico, la reingeniería, la reducción de personal, la competitividad y la adscripción casi absoluta a los dictados del mercado y de los organismos internacionales, como el FMI o el Banco Mundial, descrito como la nueva "Iglesia católica": "El Banco está en todos los rincones del planeta. Es una institución centralizada, tiene jerarquías, es un ejército, no el de los proletarios ni el de los soldados de San Ignacio de Loyola. Lo es del capital; es el gran ejército de las finanzas. El Banco fluye como circula el dinero", reflexiona Gustavo Ibáñez.

Este tránsito, a veces conmovedor, a veces crítico, a veces cargado de humor negro, es el telón de fondo de la historia. Por un lado, están los personajes utópicos, como el protagonista o la secretaria Odette Carrasco, quienes abrazan la causa y se "casan" con la ONG, y en el otro extremo están los otros, los oportunistas, los que surgen con el cambio, como Roger Huaroto, "un cholo de los de ahora", el encargado de elaborar la "lista negra" que reducirá el personal de la institución; o René Lorente, el recién llegado; o Roque del Valle, el calculador nuevo director. Todos ellos son vistos desde la mirada de un hombre que enloqueció con el cambio y que de tanto escribir informes se le secó el cerebro.

Estamos ante una novela que bajo su estructura aparentemente convencional nos lleva por distintas lecturas, y ahí precisamente radica su atractivo. Entre esas miradas que subyacen en El hombre de la azotea está el tema del oficio del escritor, que como un poseso inicia su obra, desde la absoluta soledad de su azotea personal, y empieza desde ahí a ordenar el aparente caos de documentos, papeles y apuntes, para dar vida a ese "informe" que le dará sentido a su existencia. Pero, también El hombre de la azotea puede leerse como una parábola de la soledad, de los ciclos que se cierran inexorablemente, para los cuales no hay otra salida que la enajenación o la muerte.
 

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