Santiago Roncagliolo
“El amor te salva el pellejo…” “El amor te salva el pellejo…”

Por Marco Fernandez
Fuente: La Primera, Lima 05/11/10
http://www.diariolaprimeraperu.com/online/entrevista/el-amor-te-salva-el-pellejo_73593.html

Santiago Roncagliolo vino a Lima para presentar su novela “Tan cerca de la vida”, que nació de un cuento inédito, escrita en un momento en que quería justamente escapar de su vida, irse totalmente lejos. En Tokio, en esa isla-país llamado Japón, encontró la distancia no solo geográfica, sino también tecnológica, nece-sarias para escribir este thriller psicológico que linda con la ciencia-ficción.

“A Mateo, que cruzó el umbral” (su hijo) reza la dedicatoria de “Tan cerca de la vida” (Alfaguara, 2010), la última novela de Santiago Roncagliolo, que salió a la luz en setiembre, pero recién se presentó a finales de octubre en la Feria del Libro Ricardo Palma. Max, el personaje principal de esta historia, es una pieza más en esa gigantesca Corporación Géminis que llega a Tokio a una convención sobre inteligencia artificial con un único acompañante: un asistente personal computarizado de última tecnología al que él llamaba simplemente teléfono.

—No he tenido la oportunidad de leer todo su libro. Apenas unos capítulos.
—Yo te puedo contar el resto si quieres —dice Santiago Roncagliolo y sonríe. Parte de su carácter es llevar las cosas a buenos términos. Le pregunto por qué viajó a Tokio a hacer unos reportajes, donde ocurre su novela y me responde—. Era un momento de mi vida en el que quería estar bastante lejos de todo. Quería estar lejos de mi vida y lo más lejos que se podía estar era en Tokio. Hubo la posibilidad de hacer los reportajes y pasar allí un tiempo y, a la vez, trabajar con un fotógrafo japonés que podía presentarme gente y meterme un poco más en la cultura japonesa.

—¿Qué le interesaba de Japón?
—Podía haber sido cualquier otra ciudad, pero siempre me había apasionado Japón por películas, por libros… La cultura japonesa siempre me pareció audaz y creativa, con historietas muy potentes, grandes películas y grandes libros.

—Reconstruyeron todo después de dos bombas atómicas.
—En Tokio, las bombas no fueron atómicas, pero arrasaron la ciudad. Científicos japoneses reconstruyeron la ciudad y ahora es muy moderna, muy tecnológica. Eso la hace muy misteriosa en algún sentido. Su fachada es muy occidental, pero hay algo que no llegas a entender del todo.


La incomunicación
En Tokio percibió una dualidad entre modernidad y tradición. Me comenta que Max, el personaje de la novela, su vida en general, es un thriller: “está viviendo una historia terrible de misterio y Mai es la única que le hace sentir que hay alguien allí afuera que puede establecer contacto humano”. Llama la atención en Roncagliolo esas historias donde la incomunicación dice más que una comunicación fluida. Le menciono que algo de lo que me interesó de su biografía fue que su padre, el analista político Rafael Roncagliolo, salió del país en 1977, por razones políticas. Fue el inicio de su vida peregrina. Para él, eso significó crecer en México. Ahí creció con los “exiliaditos” de Argentina, Chile, Uruguay… “Todos esos tíos tenían barba y lentes de carey y nosotros teníamos camisetas del Ejército Sandinista de Liberación Nacional y esas cosas. Supongo que fue una infancia muy peculiar, bastante más politizada que la que suele tener un niño de 4 años”.

—Desde esa primera partida del Perú, ha pasado bastante tiempo fuera. Ha dicho, por ejemplo, que “el Perú es un país tan extremo y delirante que quizás no sea tan perfecto para vivir, pero sí es perfecto para narrar”.
—Sí, es verdad. Es un país lleno de contradicciones.

—No cree que eso podría parecerle a algunas personas una visión algo eurocéntrica.
—No, al contrario. Más bien, creo que es bastante antieuropea. Creo que no conocemos muchos escritores de Suiza ni de Mónaco. Los escritores necesitan ser testigos de lo que ocurre en su mundo, de los conflictos que ocurren en su mundo. Así que creo que las sociedades más perfectas son las que dan menos escritores interesantes en realidad.

—El tema de la incomunicación presente en “Pudor”, por ejemplo, y en esta obra, ¿qué tan importante es en su vida?
—Es muy importante, porque creo que al haber vivido en distintas ciudades, pero también en distintos medios y en distintos grupos dentro de cada ciudad…

—No tiene amigos de toda la vida…
—… Sí… hay ciertas cosas de mi vida que no están conectadas. Pedazos de mi vida ocurren en sitios diferentes y a veces eso hace que uno se sienta más aislado y mis personajes suelen sentirse así, como cuando alguien llega de viaje. Muchos de mis personajes, como éste, llegan de viaje y encuentran un mundo que no tenían previsto, encuentran un mundo que niega su mundo anterior. Yo había escrito un cuento hace unos años sobre un hombre solo en un hotel que vivía una especie de pequeño thriller psicológico, su cabeza empezaba a dejar de funcionar, su cabeza se declaraba en rebeldía. Era un cuento y me gustaba la idea, pero había algo que no funcionaba bien. Luego viajé a Tokio y con todo lo que pasé ahí, pensé que ése era el escenario de la historia, que funcionaría mucho mejor. A partir de entonces me senté a escribir.


Miedo a las máquinas y al amor
Roncagliolo respondió en una entrevista a un medio extranjero que le daba miedo cómo las personas nos parecemos más a las máquinas. Ahora dice que de hecho, le dan miedo las máquinas, y se llama así mismo “un incompetente tecnológico”. Dice tener un Iphone que no tiene “roaming”, y lo dice con un énfasis que da risa, antes de contar una paradoja de la tecnología actual: “Me he pasado una hora haciendo una llamada internacional para que me arreglen el teléfono con el que debería hacer las llamadas internacionales”.

—Usa máquinas.
—Intento usarlas. Lo peor es que yo no tengo un problema con la tecnología, la tecnología tiene un problema conmigo. Cuando estoy de viaje, me siento muy distinto, como Max. Cuando la tecnología no te ayuda, pierdes a tu familia, no puedes ver a tu hijo, no puedes hablar con tu esposa, se cortan tus vínculos con el mundo y eso es un poco el punto de partida de este thriller. El mundo va desapareciendo, empezando por el mundo que ha dejado atrás.

—Ha dicho también que “a los hombres, más que a las mujeres, el amor nos da mucho miedo”. ¿Esta mezcla de amor y miedo es la que utiliza en “Tan cerca de la vida”?
—Sí, creo que querer a alguien significa siempre arriesgarse, entrar en un territorio desconocido y eso da miedo. Eso es difícil de asumir. Aunque el amor es lo que luego te salva el pellejo cuando las cosas van mal.

—“La relación familiar es bastante dura cuando estás de viaje”. Son sus palabras.
—Antes me divertía más con los viajes, porque era nuevo. Antes era como “¡Guau, soy una estrella!, me voy de viaje gratis, voy a hablar de mi libro, voy a conocer un sitio nuevo”. Ahora me encanta viajar todavía, pero hay un costo, que es no ver a mi hijo y es horrible, lo echo mucho de menos

—¿Qué edad tiene?
—Dos años y medio, y cada vez que vuelvo, aunque me haya ido una semana, ya ha cambiado, ya está más grande, ya dice cosas que no decía antes. La tecnología me permite verlo por lo menos, pero, por otro lado, soy una catástrofe tecnológica. Es terrible porque la tecnología y yo nos odiamos, pero nos necesitamos, no podemos prescindir uno del otro.


Los años duros y otros temas

—Ha dicho que los militares en el Perú tenían una defensa “que yo creo que es intocable, que es que obedecieron órdenes civiles”… que hacían lo que le pidió el país. Cuando dice país, ¿se refiere al pueblo o se refiere al gobierno?
—En una democracia, no hay una diferencia entre el gobierno y la gente que lo ha elegido.

—¿Aun cuando se tomen acciones sin consulta?
—Les guste o no, pero la mayor parte de las muertes de esa época no fueron después del 5 de abril del 92.

—Fueron en los 80.
—Fueron gobiernos impecablemente electos, y había gente que sabía perfectamente lo que estaba pasando.

—¿A quién se refiere?
—A nosotros, a nuestra sociedad, a todos. Cuando ocurre un episodio de ese nivel de violencia… eso es un cortocircuito social… está funcionando mal el engranaje social. Todos tenemos que echarnos la culpa mutuamente; todos en una democracia tenemos responsabilidad en ello. En cierto sentido, es un país bastante ejemplar también en responsabilidad del Estado, ¡ah! Alberto Fujimori está preso, Vladimiro Montesinos también. Hay militares presos. Yo creo que Perú lidia con su pasado de una manera más sana que España, por ejemplo, que todavía tiene grandes debates sobre si debería juzgar o no el pasado o cómo debe mirar el pasado. Mucha gente de mi edad —no solo en novelas, también en ensayos—ha podido acercarse al tema y ha encontrado un público con ganas de escuchar y de dialogar. En los noventas era muy difícil hablar de esos temas…

—Bastante, metían presa a la gente. Tengo un primo al cual llevaron a la comisaría y lo encañonaron por tener un libro de Marx en la mochila.
—Una vez, a unos amigos míos los enviaron a la Dincote. Saliendo de una fiesta, fueron a caminar a un puente peatonal en Chorrillos, a las 4 de la mañana, y se tomaron fotos. Y no se les ocurrió que el flash había iluminado la mitad de la villa militar que rodeaba al puente. Así que llegaron dos tanquetas y un camión y los llevaron a la Dincote. Los dejaron ahí 4 días y fueron a revisar la casa donde había sido la fiesta. Yo había asistido, pero no caí, y potencialmente podrían haber revisado la casa de los que estuvimos en esa fiesta. Mi biblioteca estaba llena de “En marcha con mi tío Ho Chi Min”, “Revolucionarios y estudiantes en Venezuela”, “El capital” y todos los libros… Nunca llegó la policía a revisar la mía y me alegro.

—Ha dicho “Se hablaba mucho de la invasión de Irak cuando parecía que la mejor manera de luchar contra el terrorismo era mandar ejércitos a que maten todo aquello que parezca un terrorista. Tuve la impresión de que lo que pasaba en Irak era algo que ya había ocurrido en mi país”.
—Sí, creo que la trampa de un terrorista es precisamente que el Estado lo militarice, que le declare la guerra, porque lo pone a la altura del Estado y, además, crea una situación hostil entre una fuerza militar y la gente. Eso lo que hace es alimentar a los terroristas, por lo general, y de hecho que en los últimos años Estados Unidos parece apostar por una salida más política de las cosas por considerar la necesidad de la población, o por lo menos ese es su discurso. Y eso parece estar produciendo descensos de hostilidad más o menos contenibles, ¿no?

—Sin embargo, Estados Unidos sigue en Irak; ha trasladado, digamos, algunas fuerzas a Afganistán…
—Bueno, pero ya te compraste la pelea, pues, tampoco puedes coger tus cosas e irte. Esto ya es un devenir automático de las cosas.

—Mario Vargas Llosa… le recuerdo esto por lo de Irak… piensa que eso está bien.
—Vargas Llosa confía en el sistema democrático occidental, confía mucho. Yo confío menos, pero creo que es un rasgo generacional también. Vargas Llosa es el último de una estirpe, el último gran personaje público latinoamericano. Tú veías a García Márquez con Fidel Castro, a Carlos Fuentes con Bill Clinton, a Vargas llosa de candidato él mismo. Ellos creen en grandes discursos, y creen cada uno en la verdad de una manera muy ferviente. A mí me resulta más difícil creer en casi nada. Para mí es muy difícil establecer juicios muy claros sobre las cosas, por eso me siento más cómodo contando historias…

—Más que dando opiniones políticas.
—Las historias te permiten rescatar la ambigüedad moral de las situaciones, las opiniones políticas te obligan a olvidar los matices, a decir qué está bien y qué está mal. Me cuesta mucho hacer eso.

Obras, entre otras

- “El príncipe de los caimanes”, novela.
- “Crecer es un oficio triste”, libro de cuentos.
- “El arte nazi”, ensayo.
- “Pudor”, novela.
- “Abril rojo”, novela.
- “La cuarta espada”, trabajo periodístico.
- “Memorias de una dama”, novela.

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