Andrea Cabel
Cabel y el auge de la poesía femenina Cabel y el auge de la poesía femenina

Por Ricardo González Vigil
Fuente: El Comercio, Lima 14/12/09
http://elcomercio.pe/impresa/notas/cabel-auge-poesia-femenina/20091214/381168

Cada vez más consciente de la necesidad de hacer justicia a nuestra poesía femenina, estimé que no eran suficientes las páginas que les había dedicado en mis libros hasta ahora y me decidí a efectuar una investigación más amplia y minuciosa en diarios, revistas, libros y toda clase de publicaciones. Leí centenares de autoras poco o nada conocidas y pude tejer “Poetas peruanas de antología” (Lima, Mascaypacha Editores, 2009) con noventa voces desde el siglo XVII hasta el presente (aparte de acoger voces anónimas de la tradición oral andina y amazónica), todas ellas interesantes, todas ellas representativas de alguna tendencia creadora o de algún componente significativo de nuestra heterogeneidad cultural, probando que la mujer está capacitada para abordar todos los temas de la condición humana, sin restringirse a estereotipos de la “sensibilidad femenina”.

La creatividad de nuestra poesía femenina ostenta un auténtico auge creador desde los años 80, rivalizando en cantidad y en calidad con la producción poética realizada por los hombres en estas últimas décadas. La solidez artística y la intensidad expresiva de las voces más recientes en “Poetas peruanas de antología” encuentran un brillante ejemplo en Andrea Cabel (Lima, 1982), quien acaba de editar “Uno rojo” en la Colección Underwood, publicación de la Facultad de Estudios Generales Letras de la Pontificia Universidad Católica del Perú.

Cabel mostró su talento inusual desde su primer libro, “Las falsas actitudes del agua”, ganador en el 2006 del concurso convocado por la Municipalidad de Lima con el auspicio del Centro Cultural de España. Nada menos que un artífice mayúsculo como Carlos Germán Belli saludó que había logrado “enseñorearse de un determinado estilo, que ella lo repliega según su voluntad, lo torna laberíntico, lo oscurece”. Efectivamente, la escritura de Cabel es única, distinta; en “Uno rojo” sostiene que escribe “balbuceando a oscuras herméticos fragmentos, estornudos, un inmenso pudor, anestesia y abismo, una luz que presiona la sensación de un secreto tardío” (p. 11). Sus imágenes nos sacuden inquietantes, con la densidad de lo onírico o lo reprimido; pero no practica el automatismo surrealista, sino un rigor verbal (que no sofoca su carga soterrada, sino que la expande tejiendo contagios semánticos múltiples) que sitúa a Cabel, más bien, en la estela del expresionismo, “Trilce” de Vallejo y el dinamitero Beckett.

Si el agua posee “falsas actitudes” (alusión al dicho “del agua mansa líbreme Dios”, también al carácter proteico que pasa del estado líquido al sólido —hielo— o al gaseoso —nube—), el título “Uno rojo” connota la soledad de ser “uno” con las pasiones “en llamas” (expresión usada varias veces en la plaqueta), con el deseo y la rebelión en rojo vivo. Soledad como falencia de las figuras paternas (“los padres no existen”, comienza el poemario); y, de modo más general, soledad como estigma de la imperfección humana: “los seres humanos no encontramos en “el otro” nuestro complemento. Somos imperfectos y nunca encajaremos, lo que haremos será aprender a amarnos desde nuestra imperfección” (responde Cabel a Carlos Sotomayor, en “Correo”, 6 diciembre 2009).

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