Miguel Gutiérrez
¿Fraude o maravillosa ficción?<br>Laura Laurencich Minelli, 14 años después ¿Fraude o maravillosa ficción?
Laura Laurencich Minelli, 14 años después


Por Miguel Gutiérrez
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Un año después o poco menos de la publicación de mi libro Poderes secretos en octubre de1995, recibí la llamada de un periodista, creo que de El Comercio, para preguntarme mi opinión sobre ciertos documentos del padre Blas Valera que una historiadora italiana había presentado en un simposio de etnohistoria celebrado (o que estaba celebrándose) en los claustros de la universidad Católica. Según el periodista, quien me di cuenta no había leído mi libro sino que alguien le había informado sobre su contenido, me dijo que de ser auténticos los papeles manuscritos le darían un fundamento documental a mi propuesta sobre la escritura de Comentarios reales de Garcilaso.

Me quedé estupefacto y maravillado. ¿Alguien distinto de Santiago Osambela, el personaje de mi soñada novela, había encontrado la perdida crónica Historia Índica u Occidentalis? Pero era evidente que el periodista estaba desinformado sobre el sentido de la controversia que se habría suscitado en el simposio a raíz de la ponencia de la estudiosa extranjera, pues nada sabía de la supuesta crónica perdida del padre Valera y sus preguntas eran confusas y más bien reclamaban la erudición de un experto en la cuestión garcilasista. Lo saqué de su error diciéndole que yo no era historiador y menos especialista en Garcilaso, Blas Valera o Guamán Poma de Ayala. Le dije, con verdad, que Poderes secretos era una absoluta invención y que todo lo que sabía sobre aquellas figuras históricas es lo que yo contaba en un imaginario argumento de novela que seguramente nunca escribiría. Algo molesto y sobre todo desilusionado, el periodista, con escasa cortesía, colgó el teléfono lamentándose, sospecho, de haber perdido el tiempo con un sujeto como yo que no le había aportado ningún dato de interés para su nota del día siguiente.

Sin embargo el amigo cronista me había despertado la curiosidad sobre ese cónclave de historiadores y etnohistoriadores de cuya realización no tenía la más remota idea. Con las horas aumentó mi curiosidad, debo admitir una curiosidad ansiosa. De modo que por la noche conversé al respecto con un amigo historiador, quizá el más notable entre los historiadores vivos. Sí, en efecto, en la Católica se estaba llevando a cabo aquel evento convocado, entre otros, por el prestigioso historiador (por desgracia, ahora difunto) Franklim Pease. Según le habían informado el encuentro se venía desarrollando con perfecta normalidad, hasta que una desconocida señora de nacionalidad italiana lanzó una especie de bomba al presentar unos papeles, de los cuales no se tenía ninguna información, atribuidos al P. Blas Valera. Pero aunque no era la improbable, la quimérica Historia Índica, los folios contenían material explosivo de efectos devastadores, ya que de ser auténticos habría que revisar todo lo que se había escrito no sólo sobre Garcilaso sino también sobre Guamán Poma y antes que todo sobre el propio Blas Valera y en general sobre la historia colonial peruana del siglo XVI. Por fortuna, le habían informado a mi amigo historiador, los manuscritos eran apócrifos y su propietaria era una mujer que carecía de idoneidad profesional. Unas semanas después volví a conversar con mi amigo. Me reveló que los organizadores del evento le habían enviado fotocopias de los legajos solicitándole su opinión acerca de la autenticidad o inautenticidad de los mismos. Y añadió que no le llevó demasiado tiempo comprobar que se trataba de una escandalosa y obvia superchería, tanto que recomendó que no se publicasen los textos al lado de las otras ponencias y trabajos presentados en el simposio.

Desde entonces han transcurrido más de diez años, tiempo en el cual he publicado otras novelas y nuevos libros de ensayos. Hace poco más de un mes entré a una libraría del centro de Lima y como en el legendario cuento de Ribeyro, “La insignia”, se me acercó el vendedor, un individuo de treinta y tantos años, a quien veía por primera vez. De inmediato, sin transición y con tono algo conspirativo me dijo que por recomendación de un cliente me había separado un libro que tenía un especial interés para mí. Fue a uno de los estantes y luego me entregó un volumen de formato grande con el título de Exsul Immeritus Blas Valera Populo Suo e Historia et Rudimenta Linguae Piruanorum y figuraba como editora Laura Laurencich Minelli, con el sello de la Municipalidad Provincial de Chachapoyas. Fue esto último lo que más me sorprendió y al advertirlo mi nuevo amigo me explicó que, según el cliente, “la Laurencich” al ver que se le habían cerrado todas las puertas del mundo académico de Lima, no le quedó otro camino que acudir al alcalde de la ciudad donde nació Blas Valera. Le di una mirada al libro, me interesó, más bien me estremeció, de modo que lo compré, pero al despedirme el vendedor me trasmitió el mensaje que le encargó el misterioso cliente: “Poderes secretos es una demostración que también la Historia imita al arte”.

Aunque cabe la posibilidad, como me lo aseguraron de la forma más enfática dos destacados historiadores de los cinco con que he hablado sobre el tema, de que Exsul Immeritus e Historia et Rudimenta (en adelante EI y HR, respectivamente) constituyan un terrible fraude, producto acaso de una mente desquiciada y maligna, me referiré a tres de las propuestas más controversiales de los documentos y lo haré desde el mirador de la imaginación novelística que no rechaza la dimensión lúdica, el humor y la ironía en el tratamiento de los hechos históricos. Pues al fin y al cabo Poderes secretos es un libro que lo escribí como un divertimento, como una broma algo irreverente sobre un mito nacional para mostrar en la práctica lo que diferencia a un historiador de un novelista y responder al tema para el que fuera convocado por dos prestigiosas instituciones sobre “La Novela en la Historia y la Historia en la Novela”.

En primer lugar, EI arroja luces y sombras sediciosas sobre la vida del P. Blas Valera. Dotado de carnalidad y voz propia, el jesuita mestizo Blas Valera deja de ser aquel “cronista fantasma”, como lo llamaba Porras Barrenechea (condición que yo aproveché para imaginarlo mejor), al asumir la narración de su propia vida. El brutal relato de cómo fue engendrado, nos muestra el hecho de la conquista, tal como yo lo hago en mi ficción, como un festín violatorio, por lo demás confirmando lo que han señalado algunos historiadores, en el sentido que a las huestes conquistadoras las impulsaba tanto la búsqueda del maravilloso Eldorado, como la búsqueda del placer y el dominio sexual. También encuentro coincidencias importantes entre lo que yo imaginé en mi libro y en la supuesta autobiografía del P. Valera en lo relativo a su ingreso a la Orden de San Ignacio de Loyola en su calidad de mestizo. No es un lugar recoleto, sino recinto de contiendas, disidencias y conspiraciones, donde existen cofradías y sectas secretas, que disputan entre sí sobre un tema central: el gobierno de los indios. Disidente y contestatario más allá de lo permitido por la ortodoxia jesuítica, el P. Blas Valera es desterrado a España bajo el falso cargo de haber atentado contra los votos de castidad.

Pero lo radicalmente nuevo que nos cuenta el mestizo jesuita (y que refrenda el también jesuita Anello Oliva en HR) es acerca de la fecha de su fallecimiento que no habría ocurrido en 1598 durante el saco de Cádiz (como yo sostengo de acuerdo a los datos existentes en el momento de la escritura), sino en 1618 en Alcalá de Henares. Lo más asombroso y asimismo motivo de las mayores dudas es que, según el P. Anello Oliva, Blas Valera, declarado muerto por la alta jerarquía ignaciana, retorna al Perú ayudado por otros jesuitas que participaban de sus mismas ideas, o que acaso pertenecían a la Cofradía Nombre de Jesús fundada por el propio Valera. En los veinte años que permaneció en el Perú recorrió los Andes predicando entre los indios y sobre todo escribiendo con un colectivo de disidentes de la Compañía de Jesús lo que llegaría ser ¡nada menos! la Nueva Corónica y Buen Gobierno. Pero este punto lo expondré más abajo.

Más polémico aun son las revelaciones que EI e HR hacen en torno a la figura del Inca Garcilaso de la Vega. De ser auténticos los documentos confirmaría la explosiva aseveración que a comienzos del siglo XX hiciera el historiador Martínez de la Rosa (y que yo tomé como punto de partida para mi fabulación), según la cual Garcilaso habría plagiado la Historia Índica para la composición de la primera parte de los Comentarios reales. Blas Valera reprocha al Inca, quien recibió de manos del P. Maldonado los manuscritos valeranos, más que el plagio el haber tergiversado, censurado u ocultado su pensamiento político y pedagógico y sus planteamientos en relación a los “quipus reales”, tema intrincado, complicadísimo, casi esotérico, frente al cual me declaró absolutamente ignorante. Después de llamarlo chuncacamayoc [tahúr, jugador mentiroso], el supuesto Blas Valera lo apostrofa de esta manera: “Insensato Garcilaso que ensuciaste el honor de tus antepasados reales”. Por su parte Anello Oliva añade un dato más, que dos de los especialistas en Garcilaso que he consultado rechazan con indignación y desprecio; según el P. Oliva, Blas Valera y el Inca Garcilaso se conocieron personalmente, y éste en su presencia se habría mostrado conforme y elogiado la obra, para después censurarla y manipularla de acuerdo a sus propios intereses.

Pero lo que, en tercer lugar, resulta más intolerable y si, se quiere, devastador para los estudiosos de las crónicas postoledanas, es lo que EI e HR revelan sobre la verdadera autoría de Nueva Corónica y Buen Gobierno. Como se viene sosteniendo desde que en 1908 en una biblioteca de Conpenhagüe Richard Pietschmann halló el manuscrito compuesto íntegramente a mano y que en 1936 en París editara en facsímil Paul Rivet, la autoría de ese libro -asombroso, bellísimo y acaso único en el mundo- correspondía al indio Guamán Poma de Ayala. Desde entonces, que yo sepa, nadie cuestionó seriamente la paternidad de la obra, autor y obra a la que historiadores, etnohistoriadores y antropólogos le han dedicado centenares de trabajos de investigación, mientras la figura itinerante del indio escritor ha inspirado a poetas, narradores, pintores y músicos. Con el paso de los años, la intelectualidad de izquierda, sobre todo la que procede de las regiones andinas, convirtieron a Guamán Poma y a Nueva Corónica y Buen Gobierno en el símbolo del Perú popular, desgarrado e insumiso, en oposición a Garcilaso de la Vega y sus Comentarios reales, figura ya incorporada al Perú oficial, preferido por la antigua y nueva derecha y por las clases medias cultas urbanas. Pero he aquí que, de pronto, aparecen unos perversos códices, en los que se reduce al indio Guamán Poma de Ayala a la modesta condición de testaferro.

¿Quién, entonces, escribió y compuso Nueva Corónica y Buen Gobierno? Al respecto, la voz (la supuesta propia voz) de Blas Valera, nos dice en EI: “Siempre mi voluntad aborreció escribir en lengua castellana por natural enemistad con el dominador engañoso, pero para decir toda la verdad, rompí el sello de este principio mío solamente en esta caso la obra Nueva Corónica y Buen Gobierno que yo escribí con ayuda de dos Hermanos, pero cuyo autor es adrede el indio Guamán Poma de Ayala, que yo conocí en mi largo y pesado peregrinar a través del Perú destrozado”. Por su parte, en HR, el P. Anello Oliva explica las razones que tuvo Blas Valera para ocultar su identidad y el papel que jugó el mestizo F. Gonzalo Ruiz para transcribir los manuscritos y los dibujos, también obra de Valera. Ahora bien. El P. Valera (a quien Anello Oliva llama Maestro), en su condición de cadáver o fantasma, pues ha sido declarado muerto por la Orden jesuítica, retornó al Perú con un objetivo mayor: escribir una Carta o Informe al Rey en forma de libro en la que se plantearía la utopía de un reino independiente de indios, si bien ligado por la fe a la corona española. Y según los manuscritos, refugiado entre los indios, cerca de veinte años le llevó al ilustre Blas Valera concebir, escribir y componer desde la clandestinidad el libro más subversivo de la historia del Perú.

Con sentimientos encontrados, que fluctúan entre el estupor, la fascinación y el deleite maligno, he leído los manuscritos publicados por Laura Laurencich Minelli, con el auspicio de la Municipalidad Provincial de Chachapoyas. ¿Son documentos auténticos? ¿O nos encontramos ante un demencial y malvado fraude, puesto que está de por medio la memoria histórica del Perú? Aunque me han asaltado algunas dudas (por ejemplo, el lenguaje y el tono empleados por los supuestos Blas Valera y Anello Oliva me parecen demasiado modernos), carezco de competencia para pronunciarme al respecto de manera definitiva. Como dije, de los cinco historiadores que he consultado sobre este tema, dos de ellos sin ninguna duda consideran falsos los documentos y emplearon términos nada misericordiosos al referirse a la que sería autora de la superchería. De los tres restantes, dos se mostraron muy cautelosos y guardaron silencio, pero el tercero me confesó que pese a los sentimientos hostiles que en un principio le inspiraba la detestable Laura Laurencich, al sumergirse en los manuscritos otros sentimientos comenzaron a invadirlo.

No, no era una aventurera, tampoco se trataba de alguien que hubiese perdido la cordura y menos aún que fuera una persona carente de idoneidad profesional. Más allá de los títulos y cargos que decía haber desempeñado (al fin y al cabo todo esto se puede falsificar), en la Introducción al libro Laura Laurencich se mostraba como una historiadora considerablemente solvente por su conocimiento del tema y las fuentes y bibliografía que manejaba. Por eso a la estudiosa italiana no le había quedado otro camino que someter Exsul Immeritus e Historia et Rudimenta al examen técnico de paleógrafos y medievalistas europeos, ya que durante el simposio de la universidad católica de Lima la autenticidad de dichos documentos fue duramente cuestionada. ¿Era verdad que los peritos validaron la autenticidad de los códices Blas Valera / Anello Oliva? De ser así, opinó mi amigo historiador, se imponía someter los papeles a un examen desapasionado, objetivo, con todos los métodos que dispone la ciencia histórica, ya que las asociaciones de medievalistas europeos eran estrictas y rigurosas en el examen de documentos antiguos. Por supuesto, terminó diciéndome mi amigo, si el peritaje revelase que se trata de un terrible fraude o de una broma perversa, absurda, loca, los historiadores tenían el deber de pronunciarse de manera pública porque la verdad de la historia estaba en juego.

Pero esto es algo que les corresponde dirimir a los historiadores. Entre tanto yo no dejo de preguntarme, ¿quién es, de verdad, la irritante Laura Laurencich? ¿Es la autora de un diabólico engaño para desafiar y poner a prueba la competencia y sobre todo la paciencia de los historiadores peruanos? En este caso se trataría de una fabuladora maravillosa porque ha compuesto una novela, o por lo menos los materiales de una novela, que entre otras cosas, nos ha restituido la voz del venerable Blas Valera. Pero ¿y si ella fuera una esforzada historiadora? ¿Y si hubiera algo de verdad en sus denuncias sobre el comportamiento hostil, vejatorio, que incluía anónimas amenazas de muerte, y su efectiva muerte civil como estudiosa, por parte de los historiadores peruanos cuando exhibió los temibles manuscritos? Recuerdo que cuando leí estas denuncias, reales o imaginarias, pensé en Poderes secretos. Concretamente pensé en aquel episodio donde la fantástica logia garcilasista condena al fuego la indeseada Historia Índica del P. Blas Valera que, contra todo vaticinio, el historiador disidente Santiago Osambela había logrado ubicar en la biblioteca de El Vaticano.
 

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