Por José Donayre Hoefken
Fuente: Identidades, Suplemento de El Peruano, Lima 22/09/06
Hace un año, cuando se blandían mazos, cuchillos, hoces y martillos para sentar la última palabra respecto a la polémica entre criollos y andinos, qué interesante hubiera sido que Carlos Yushimito publicara su colección de cuentos Las islas. Un libro compuesto por ocho historias que transcurren en favelas, islas, prostíbulos y zonas semiáridas de Brasil.
Pero esta idea es ociosa, porque en realidad se trata de un libro compuesto con honestidad, por lo que los aspavientos generados por la falta de talento son innecesarios.
Que las historias se desarrollen en São Clemente, y no en algún barrio marginal de Lima o Ayacucho, tiene un complejo significado.
En Las islas hablamos de la belleza en función de la palabra, de la ficción en relación con lo verosímil, del compromiso en estrecho vínculo con la tradición en su sentido más amplio y menos chovinista.
De este modo, hablamos de lo universal a partir de un contexto. Para Yushimito es Brasil y, después de leer su obra, yo le creo. Más allá del reflejo de usar la palabra “Brasil”, inventa un país que encaja en la idea que se tiene de dicha nación. Se siente más real que la que nos brindaría una guía turística o una enciclopedia ilustrada.
Las islas es una afirmación del género narrativo breve. Yushimito demuestra, con una frescura literaria cuidadosa, que cuenta con una red de relaciones e historias suficiente para urdir una novela.
Por ello opta por los vínculos subterráneos entre un texto y otro, por los vasos comunicantes.
Para emplear una figura más adecuada: por las porciones de tierra rodeadas de agua: ínsulas misteriosas y verdes, de profundas raíces, de oscuras leyes y designios.
Sus personajes reaparecen, se prestan intertextualmente en una trampa literaria con más de 500 años, que es –para usar sus magníficas metáforas– sueño de hidalgo, tinta de pulpo.
La magia de la ficción Yushimito es como el ilusionista de su último cuento: un mago de la distracción, para sorprender al lector en plena lluvia de ideas. Afirma el narrador de “Una equis roja”: “Como la poesía, la belleza de Dulce tampoco llegaré a comprenderla bien.” Yushimito apunta a la tensión del discurso, al establecimiento obstinado por plantear diferencias para construir un mundo con exquisito equilibrio y buen gusto.
Distrae al lector; le muestra lo que desea que éste vea, y de pronto le refriega por el rostro el otro lado de la verdad, la realidad que pasó inadvertida en un par de adjetivos, en un nombre simbólico, en un sueño premonitorio. El personaje Hidalgo es un buen ejemplo: “Su apellido y su edad –incierta pero definitivamente lejana– inspiran un antiguo respeto.”
Y vaya que esto es cierto. Esta versión hermosa y cruel acerca de los prostibularios instintos del caballero de la triste figura enamorado de una puta, llamada Dulce, es un magnífico pretexto para que el autor de Las islas marque terreno si alguien pretende acusarlo de evasor de la realidad.
Yushimito deja muy bien sentada su posición diacrónica: una equis roja en una historia mayor, ya sea frente a un molino de viento o ante un ventilador; aspas que giran con una figura que sólo la imaginación del personaje –y quizá del lector– descifra, después del libre ejercicio de fantasear e idear.
Escrito con una limpieza casi perfecta, Las islas ha llegado para enriquecer nuestro panorama literario. La narrativa peruana, a propósito de este libro, cuenta con la escritura inteligente y honesta de Yushimito, escritor mago y pulpo. Una prosa que habla de Brasil, pero que vale un Perú.