José Carlos Yrigoyen
Libertad bajo palabra Libertad bajo palabra

Por Francisco Izquierdo Q.
Fuente: Revista Quehacer Nro. 149 (Jul-Ago. 2004)

Ameno, directo, sin medias tintas, así es José Carlos Yrigoyen (Lima, 1976). El autor del reconocido poemario Lesley Gore en el infierno conversó con nosotros y nos dio sus impresiones en torno a la tradición literaria peruana de los últimos años, sobre su trabajo con la poesía y algo más.
 

¿Qué te llevó a publicar Lesley Gore en el infierno? ¿Impera demasiado para alguien que escribe publicar?
En el caso de mi primer poemario tuve muchas ganas, por una vanidad propia de ser leído, sabiendo que el libro no era del todo bueno. Ahora, pues, yo me demoro mucho en publicar; unos tres o cuatro años para tener algo terminado. Apelo a cierto rigor para estas cosas. Pienso que un libro puede tener errores por incapacidad, por flojera o por incomprensión. Yo trato de evitar cualquiera de estos.

¿Compartes tus textos con alguna persona de tu entorno antes de publicarlos?
Por cábala escojo a dos o tres personas. Este último poemario se lo di a Alfredo Villar, Francisco Melgar y a Arturo Higa, cuyas opiniones me bastaron para hacer los cambios pertinentes. Como te decía, creo que antes de publicar procuro imponer un rigor que me obligue a estar horas y horas encerrado en mi casa, durante semanas, corrigiendo, puliendo, hasta no poder más. Para mí, el mejor placer de escribir poesía está en esta disciplina, que si bien puede parecer objetiva me gusta mucho.

¿Por qué Lesley Gore?
Porque me gusta la canción, y ella me parece una chica linda, además de que me seducía mucho el hecho de darle mi voz a otra persona. Para esto último tuve muchos personajes, la mayoría inventados, pero elegí a Lesley Gore, una chica hermosa que a los 18 años llega a cúspide de la fama y sufre mucho; ahora, todo este aspecto he tratado de ponerlo de relieve en el libro, claro que intercalándolo con mis experiencias.

La polifonía…
Claro, yo quería que en este poemario hablaran muchas voces, y estoy satisfecho, pues creo que lo he conseguido en la mayoría de poemas. En los anteriores libros solo hay un yo poético fijo. En este caso, la voz y el entorno de Lesley Gore, una chica gringa de los años sesenta, se ven mezclados con la voz y experiencias de un sujeto contemporáneo, o de otro siglo.

¿Tú propósito fue implantar como referente a aquellos años o todo partió de la figura propia de Lesley Gore?
A mí me encanta esa época, toda su música, su literatura, su cine; pienso que en el lapso 60-70 la humanidad vivió un momento de inspiración que no ha vuelto a repetirse. Mi intención en sí fue hacer un paralelo de esos años con los principios de los noventa. Así, los poemas referidos a ella son festivos, con un clima caluroso, de pecado y salvación; pero cuando me remonto a lo contemporáneo hablo de mis padres, de la culpa, del tedio de vivir acá. Y hago esa comparación para dejar en claro lo aburrida que me pareció esa época, al menos acá, en el Perú.

¿Por qué imponer en este poemario un lenguaje con notoria influencia narrativa?
Mi poesía más que asumir un aliento lírico es netamente conceptual: una narración de imágenes. Y está el caso del poema "Lesión neural irreversible", donde quise detallar una experiencia con las drogas. Esta experiencia, como otras, la quise hacer a modo de complicidad, como describirla en un diario, y ello guarda relación con el nombre de la primera parte del poemario: Diario, notas y canciones.

¿Qué lecturas previas has tenido para escribir el poemario?
John Berryman, quien ha influenciado mucho en esa cuestión de la polifonía, de insertar diálogos en medio de un poema, en toda la alteridad de voces juntas. Su capacidad para crear una serie de imágenes sugerentes me parece increíble. Están también Olson, los poetas de fines de los setenta, John Ashbery; de los peruanos, he recogido versos de Ojeda, de Jorge Pimentel. He tratado de parodiar lo clásico. Por ejemplo, el poema "Lesión neural irreversible" tiene un parecido con el poema "El envío" de El huso de la palabra de Watanabe.

¿Cómo asumes la buena acogida de Lesley Gore en el infierno por la prensa?
Tranquilo, pues considero como poco relevantes todos los méritos que he recibido.

¿Tanto así?
Es que la función del crítico literario en el Perú ha sido tomada por muchos periodistas que no tienen la preparación para opinar sobre un libro. Personalmente me interesa que la crítica venga de gente especializada, que haya estudiado literatura. No creo que un periodista que ha estudiado ciencias de la comunicación pueda formular un juicio de valor estimable frente a un poemario o una novela.

A pesar de que mucha gente se deja orientar por las críticas o reseñas en los medios para buscar libros de autores jóvenes…
Eso es normal. Acá en el Perú nadie va a una librería a buscar un libro de literatura, menos de poesía, por mero interés de lector, sino más bien orientándose por lo que dice la prensa. Y es aquí donde la lectura de la gente peligra, pues se deja llevar por la escasa preparación literaria en los medios de prensa al momento de afrontar la crítica a un libro de literatura.

¿Pero crees que esto sucede solo con los autores jóvenes?
No, pues la prensa también comete el error de celebrar excesivamente a los llamados "poetas de edad", o sea, a los poetas de los sesenta y setentas. Un caso es Watanabe y su Habitó entre nosotros, un libro que no renueva nada en absoluto y que es presentado como grandioso; o el caso de Marco Martos, con su decadente Jaque perpetuo. La crítica de los medios no advierte eso. No puede. Desde hace más de veinte años que Marco Martos no entrega nada bueno, y viendo a Watanabe cualquiera puede pensar que la poesía peruana va para arriba, cuando no es así.

¿Frente a lo que dices, toda crítica es buena?
Cuando es constructiva, sí. A mí me sorprende que aún haya gente que piense que en los últimos 15 años la poesía peruana tiene buenos exponentes, cuando solo hay buenos libros. Una tradición poética no se consigue solo con buenos libros, sino con proyectos, con una idea de base consolidada, que pueda leerse de cabo a rabo. Acá existen buenos poemarios y poetas, pero no proyectos de verdad.

Que consoliden una obra…
Claro, algo más allá que escribir libros a granel. Al poeta actual le falta consolidación; en los noventa, ¿quién más allá de Miguel Idelfonso o Alberto Valdivia tienen una obra continua, organizada? Nadie. Idelfonso posee tres libros interesantes, algo excesivos, pero con un valor inestimable para estos últimos años. Valdivia puede ser ampuloso y desbordante pero en sus dos poemarios se observa un proyecto muy coherente, con un lenguaje sobresaliente para el pobre nivel de nuestra poesía actual.

Y así llegamos a la poesía de los noventa…
Que es la menos interesante; que ha preferido seguir la línea de los poetas anteriores, la anglosajona, de Cisneros y sus discípulos, y la de la experimentación, como Sánchez-Piérola. Por ejemplo él en Ego puto muestra un experimentalismo pueril, un gusto enorme por tontear. Realmente, el gran problema de la poesía de los noventa es su falta de conciencia ante la coyuntura. Hubo muchos grupos que tuvieron cierta claridad, como Neón o Noble Caterva, que dentro de todo lo deleznable fueron durante un tiempo lo mejor de esta generación, que tiene poco valor y que parece haber caído en un hoyo negro.

Muchos pueden pensar que lo que dices es por demás gratuito
Es que la gente cree que digo esto por fregar, pero yo los invito a revisar una antología de esa época y se darán cuenta de que si ahora tenemos poetas malos, por aquellos tiempos batimos todos los récords.

Dentro de los contextos, ¿qué le corresponde a los noventa?
En los sesenta, Lima tenía 2 millones de habitantes; ahora tenemos 9. Por razón de perspectiva, sin culpar a los poetas, nuestra coyuntura actual es pobre. Esto se arrastra de los noventa, un período chicha, en el que la dictadura adormiló a los poetas. Y ahora ellos son los hijos del terrorismo urbano, que por entonces no tenían conocimiento de lo que sucedía a kilómetros, salvo por uno que otro coche-bomba. Son poetas que no han tenido una perspectiva real de lo que pasó; por eso, ante una experiencia nula y una mala asimilación de lo propio solo les quedó escribir sobre la base de lo anterior o simplemente experimentar. Y los resultados han sido pobres. Aquí se marca la involución a la poesía: no hay una adecuada óptica de la realidad.

¿Con todo esto dónde queda el poeta joven?
No lo sé. Con decirte que aquí no hay un Premio Nacional de Literatura desde 1977. Somos el único país en América Latina que no lo tiene; es decir, no hay un incentivo mínimo del Estado ni de las instituciones para el poeta.

¿Es el Perú una tierra de poetas?
El Perú mantiene un buen nivel, incluso ahora, a pesar de que hemos perdido mucha calidad. Al escuchar hace poco a unos poetas argentinos pude comprobar esto: lo mejorcito de ellos se mantiene a la par con nuestra actual irregularidad. Ahora nuestra tradición se ha visto disminuida a esto, a bajar al nivel de la poesía argentina o colombiana.

Sobre esto último, Enrique Sánchez Hernani, refiriéndose al caso de Colombia, mencionaba que siempre mantuvo un nivel bueno, óptimo de poesía, pero que nunca tuvo uno alto, como en nuestro caso…
Estoy completamente de acuerdo con Sánchez Hernani. Acá hemos tenido muchos altos y bajos, muchos Cubillas y Waldir, esa es la realidad. Colombia no posee hitos determinantes, como nosotros con Vallejo o Eguren. Igual sucede con la poesía venezolana, boliviana o ecuatoriana: no tienen picos ni momentos claves. Ecuador por ejemplo tiene el caso de Adoum, que es un gran poeta, pero que no ha marcado un cambio en su contexto, como sucede aquí con Vallejo, quien se barre las dos generaciones siguientes, y luego con Hinostroza, Cisneros y Hernández hasta llegar a los ochenta. De ahí todo parece ser igual, con la onda coloquial, la poesía pop. Ante la ausente renovación de cánones en nuestra literatura se ha creado una ruptura que escenifica la falta de calidad de nuestra poesía actual. Nosotros, los poetas del noventa, somos la continuación del fracaso que se inició en los ochenta. Esta se mantiene en la actualidad, con los poetas jóvenes.

¿Vale la pena publicar en el Perú?
No. Aquí, para publicar, tiene que prevalecer en ti la vanidad. Si piensas que vas a recuperar lo invertido estás mal. En sí, todo es cuestión de darle tu libro a los amigos, a los críticos, y esperar las pocas reseñitas que puedan salir en los diarios. Y el hecho de que no exista una crítica de verdad en este país conlleva a que casi todos los libros publicados, como el mío, lleguen a no más de cien personas.

¿Publicar poesía en el Perú es un acto suicida?
Lo es. Aquí no creo que existan muchos imbéciles que tiren su plata para publicar un libro que casi nadie comprará, a menos que esperen sentados a que Peisa o Campodónico los visite: algo imposible, que solo le toca a un Cisneros o a un Martos. El que se publica, como yo, únicamente puede aspirar a recuperar una parte de su inversión.

¿Y la ley del libro?
No sirve, los libros continúan y continuarán caros. Acá vas a una feria y todo es carísimo; el colmo es cuando llegas al stand de Peisa y te topas con la última novela de Cueto. Considero que lo mejor en una feria son los stands de libro viejo, definitivamente.

Frente a esto, ¿qué opinas de la piratería?
Yo sí la justifico. Gianmarco o Suárez Vértiz se quejan de la piratería, cuando deberían estar agradecidos pues por medio de ella llegan a mucha gente que recibe un sueldo mínimo y no puede adquirir un CD original. Aquí alguien que quiere leer a Vargas Llosa no se va a gastar los setenta soles que te pide Peisa, que para eso es una tremenda conchudez; no, tiene que recurrir modestamente a comprar su edición pirata. Yo no le puedo exigir a alguien que gane trescientos soles que compre mi libro de 15. Si lo consigue a tres soles, pues bien.

¿Te sentirías halagado si piratean tu libro?
Totalmente, me encantaría, aunque aquí nadie piratea poesía, salvo a Vallejo. Creo que todos los poetas deberían sentirse halagados si se encuentran pirateados en la calle; es más, deberían piratearnos de una buena vez en lugar de hacerlo con Bryce. Ahora, hay que resaltar las ediciones de los periódicos, que son bonitas, sencillas, y muy cómodas.

¿Qué opinas de los suplementos culturales?
Bueno, El dominical (Suplemento de El Comercio) en sí es el suplemento de Alonso Cueto, de Thays, de Ampuero, los mismos de siempre, que libro tras libro demuestran que no han ganado nada. En sus páginas se ve que no hay nadie que imponga una renovación. De por sí es previsible: yo te puedo decir palabra por palabra qué sale ahí este domingo, los libros que van a comentar, el tipo de crítica aduladora a Bryce, el amiguismo en su máxima expresión. Por otro lado, Identidades (Suplemento de El Peruano) me parece una publicación mucho más seria, más académica. Incluso criticaron un artículo mío, pero de manera tangencial. A mí me hubiera gustado que me contradigan frontalmente, pero, bueno, hasta ahora sigo esperando.

¿Revisas literatura en Internet?
No, aún no puedo habituarme a ese tipo de lectura. Yo sigo pegado al papel. Tengo un apego especial por el libro como objeto físico, tanto así que la sola idea de quemar uno me irrita; no tiene ningún sentido hacer eso con un libro, salvo los de Verástegui. (Jajaja).

¿Nunca quemarías un libro?
En realidad, en toda mi vida he quemado un solo libro, en la parrillada de un amigo, hace muchos años. Fue uno de Winston Orrillo. Recuerdo que entre varias personas buscamos un poema malo, y revisábamos página por página para ver cuál se quemaba, pero como todos eran malos no había pierde, así que prendimos el poemario completo.

¿Tan mal poeta es Orrillo como para quemar un poemario suyo?
Por supuesto, y te digo con sinceridad que Orrillo debe estar entre los cinco peores poetas peruanos, desde la época de la República hasta ahora. Por ahí también andan José Beltrán Peña y Eduardo Rada.

¿Qué opinión tienes en torno a la poesía femenina peruana?
Salvo María Emilia Cornejo, quien ha dejado poemas extraordinarios, no existe. Bueno, existió hasta finales de los ochenta con Patricia Alva. Hubo intentos como Ana Varela Tafur, quien comenzó bien. Ahora hay buenas perspectivas como Lucía Guerrero o la última entrega de Elisa Fuenzalida, que si bien es interesante respeta mucho el canon y no propone otros planteamientos.

¿Y los casos de Carmen Ollé, Rocío Silva Santisteban, Giovanna Pollarollo y Rosella di Paolo?
Rescato el primer poemario de Carmen Ollé, Noches de adrenalina, un libro orgánico, sorprendente para la época, con muchas imágenes y harto nervio. De Rocío Silva solo Este oficio no me gusta, que es bueno; el resto de su obra me parece una seguidilla de clichés eroticones. Pollarollo me cae muy bien, pero no me gusta para nada lo que hace. Y Di Paolo pues, no ofrece nada novedoso.

¿Qué piensas de los narradores peruanos contemporáneos?
Ahora hay más competitividad. Hay buenos narradores como Santiago Roncagliolo y Santiago del Prado. Creo que ambos le han puesto una cuota de esperanza a la narrativa de los noventa, copada por Bellatín, Benavides, quien plagió el argumento de Conversación en La Catedral para hacer una novela; y Thays, el escritor más sobrevalorado, quien posee un lenguaje excelente pero cuyos argumentos parecen sacados de una obra teatral de tercer grado. Sinceramente me gusta más su programa de televisión que su narrativa.

Y de los consagrados…
Arguedas me gusta mucho. Bryce solo hasta La vida exagerada de Martín Romaña. De Scorza me quedo con Redoble por Rancas y Garabombo, el invisible, novelas con las que no me conecto del todo, pero que sin embargo me parecen notables. Y bueno, Vargas Llosa, que eclipsó a toda la narrativa peruana hasta principios de los ochenta.

Y en el caso de cuentos…
Yo soy más de novelas que de cuentos. Del Perú me agrada Ribeyro, el primer libro de Reynoso, Los inocentes, que es excelente, una belleza.

¿Te atrae algo más aparte de la literatura?
Me gusta mucho el cine. Recurro a películas de serie B, y modestamente me considero un especialista en cine estadounidense e italiano. Ahora estoy investigando el cine turco, básicamente la versión de La guerra de las galaxias titulada Dunyayi Kurtaran Adam, y que obviamente es considerada desde su estreno, a inicios de los ochenta, como uno de los hitos del cine basura de todos los tiempos, peor que Godzila o King Kong.

Háblanos de tu proyecto actual
Ando escribiendo un poemario, en el cual unas partes girarán en torno a la selección indonesa de fútbol. He cogido a cinco de sus principales cracks, y en los poemas estoy intercalando sus voces con las mías. Este libro también se verá relacionado con Bonnie Consolo, quien es una mujer sin brazos y que hace todo con los pies. Reconozco que este proyecto es sumamente complicado, sin forma del todo definida, cuyos referentes me seducen mucho para plantearlos como poesía. Está una selección siempre perdedora, que nunca le ha ganado a nadie, y que representa la frustración; el caso de Bonnie Consolo simboliza la esperanza. Trataré de armonizar esto.

Finalmente ¿qué pueden esperar tus lectores de ti?
Creo que nada. Lo que sí quiero dejar en claro es que todo libro que yo tengo es un proyecto conceptual, es un trabajo que va más allá de la poesía. La poesía es experimentar, es buscar nuevas perspectivas, y eso es lo que realmente el lector debe esperar, no solo de mí, sino de cualquier poeta.
 

(*) Francisco Izquierdo Quea (Lima, 1980). Bachiller en Literatura Peruana y Latinoamericana por la Universidad Nacional de San Marcos. Coeditor de la Revista Virtual de Literatura El Hablador (www.elhablador.com)

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