José Watanabe
José Watanabe y la piedra como elemento cotidiano José Watanabe y la piedra como elemento cotidiano

Por Enrique Sánchez Hernani
Fuente: La Primera, Lima 06/12/05

Como en ciertas artes del pensar y del decir, la madurez se halla en el punto exacto donde es posible transmitir la contemplación. Ocurre en la filosofía y en las artes poéticas.

En este caso, la contemplación no es una postura inmóvil sino dinámica: transmite, otorga, conmueve, da espacio a la reflexión. Y esto es lo que ocurre con La piedra alada (Peisa) del poeta José Watanabe, que a todas luces ahora transita por su plenitud creativa.

Lo han apreciado en España, donde este valioso libro ha ocupado por semanas el primer lugar de ventas, y con un género que suele ser el patito feo de la familia frente a los grandes tirajes de la narrativa.

Hay algo que debemos admitir de lleno y a primera vista: la poesía de La piedra alada es una escritura que nutriéndose de la vida cotidiana, y aparentemente sin poesía, se vuelve poética.

El deber de un poeta es hallar lo maravilloso en lo engañosamente banal, y Watanabe sabe bien cómo lograrlo. Lo ha hecho con todo este libro sacándole la savia al saber poético: su libro sorprende, acoge gratamente.

Debemos decir, en consideración a los lectores que rehuyen del texto poético por intransitable y oscuro, que éste es un libro diáfano, muy lejano de las petulancias lingüísticas de otros autores, pero que tras su aparente sencillez demuestra un tremendo trabajo para hallar la palabra exacta, cercana a cualquier hombre con sensibilidad.

Digamos algo más: ¿por qué las personas se refugian en la oración, más allá de las convicciones religiosas? Porque la oración tiene el poder de convencer a los demás que diciéndola algo extraordinario va a ocurrir.

Y con el libro de Watanabe, ocurre. Su palabra se trasmuta en belleza, así de sencillo. Después de leer La piedra alada la vida común no podrá ser más la misma, sin color, gris, llana.
 

Comunicación lítica

Watanabe ha logrado una admirable comunicación con un elemento aparentemente banal: la piedra, esa materia inmóvil y cerrada sobre sí misma. En su libro está la piedra como composición de la naturaleza y como elemento cotidiano.

Leamos en el poema "Piedra de cocina", un texto hecho sobre la base de la contemplación de su hermana destazando cabritos o conejos: "Esa noche distinguí en la cocina / el canto rodado negro. Era / un pequeño animal que se abrazaba fuertemente a sí mismo / o se devoraba hacia adentro / en su apretada intimidad".

¿Qué más decir ante este vuelco de la realidad trasmutada en alta poesía? ¿Puede algo la banalidad o el olvido contra esta manera de ver el mundo? Nada puede. Esta es la magia de la auténtica poesía que Watanabe nos entrega.

Con libros como éste, es posible buscar la reconciliación con la vida. Las imágenes son directas, sencillas pero eficaces porque nacen de lo que señalamos: de una profunda contemplación.

Leamos de "Sobre una fotografía de Ansel Adams": "Sobre la inmensa y árida planicie / hay una tumultuosa mortandad de piedras".

Después de leer estos versos, ¿habrá alguien que dude de la probable vida de un guijarro o de una roca? Es cosa de mirar bien; y Watanabe nos ayuda a ello.

Larga vida a la poesía, larga vida a José Watanabe, larga vida a este bello libro.
 

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