Por Abelardo Oquendo
Fuente: La República, Lima 28/02/06
Eleodoro Vargas Vicuña tuvo entre sus méritos publicar muy poco. Pese a ser alto, no es este un valor que se aprecie en la vida y en la historia literarias. Suele lamentarse, ante la brevedad de una obra excelente, que el autor haya sido avaro de su talento, en vez de celebrarse el rigor de su autocrítica y el respeto a su arte y a su público, virtudes cada vez más raras cuando el escritor aspira a vivir de su escritura y se deja arrastrar por los engranajes del mercado.
Desde su primer libro -Ñahuín- un opúsculo de pequeño formato y 72 páginas apenas, Vargas Vicuña recibió estímulo de la crítica, pues Ñahuín, como Atenea de la cabeza de Zeus, nació plenamente armado y maduro: un mundo y un lenguaje estaban ya enteros allí. Sebastián Salazar Bondy lo vio: en la carta que prologa este librito le dijo al autor: "Sus cuentos, pequeños dramas rurales, están asentados en la más inexorable emoción por lo propio y lo retratan con sinceridad y hondura (...). Aprecio su libro, además, porque está escrito con aquel dulce lenguaje, de imágenes limpias y a veces sorprendente belleza, que emana del repentino corazón del pueblo. Con trazos seguros, ahondando en el alma de los seres y en la raíz de los sucesos en los que ellos se ven envueltos, saliendo de allí hacia la naturaleza que los suele modelar como a partes de su maravilloso organismo, ha sabido usted crear un breve pero grave testimonio de su universo, ese que ahora, por virtud de Ñahuín, es de todos nosotros y será mañana de muchos más." Pero una edición modesta, delgada y silenciosa como la de Ñahuín en 1953 no ayudó demasiado.
Años después, en 1960, aparece Taita Cristo, edición también modesta y delgadita, que se vendió en paquete con otros títulos según la modalidad de los Populibros Peruanos de Manuel Scorza. Y en 1975 sale El cristal con que se mira. Al año siguiente Carlos Milla Batres recoge los tres conjuntos de relatos en un solo volumen: Ñahuín. Pero habían pasado muchas cosas en las letras latinoamericanas para entonces -el boom entre ellas- y no era el mejor momento para que se apreciase debidamente al autor. Esperemos que ayude a ello, ahora que hay más distancia, la publicación de la obra narrativa completa de Vargas Vicuña que acaba de hacer el INC.
Aunque el rótulo de neoindigenista que la crítica le ha puesto a esa obra no sirve para atraer al público de hoy, un lúcido estudio de Cynthia Vich, especialmente interesado en definir el tipo de indigenismo de Vargas Vicuña, incide en aspectos que tienen mucho mayor importancia que una tarea clasificatoria. Yendo más allá, Vich ofrece claves útiles para precisar la especificidad de la narrativa de Vargas Vicuña y fundamentar su valor. El estudio está en el reciente No. 61 de la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana.