Domingo Tamariz
"Hasta el fin de mis días, el periodismo será mi pasión"

Por José Gabriel Chueca
Fuente: Peru21, Lima 10/01/07

Ha trabajado en más de una decena de los principales medios escritos que ha habido en el Perú en los últimos 50 años, lo cual basta para hacerse una idea de todo lo que ha visto. Domingo Tamariz ahora se dedica a volcar lo vivido en Memorias de una pasión, serie de libros que ya va por su tercera entrega.

"Comencé en La Noche, un diario que tenía la singularidad de salir a las 6 y 30 de la tarde. Y vendía bien, llegó a tirar 30 mil ejemplares. Era antes de los años 50, cuando Lima tenía 400 mil habitantes. Después trabajé en el semanario Pregón. Era la llamada prensa chica, que salía semanal o quincenalmente. De ahí pasé a Última Hora y, luego, a La Prensa, en el 54. Después fui al semanario Extra y posteriormente pasé a Caretas, en junio del 55", recuerda Domingo Tamariz.
 

¿Cuánto tiempo estuvo ahí?
Como diez años. La dirigía Paco Igartúa, prácticamente con Doris Gibson. Yo era muy inquieto y sacaba una serie de revistas propias, de deportes, automovilismo, agricultura, etc. Después pasé a dirigir la revista femenina Íntima. Pero luego la dejé y dirigí un magacín político de Guillermo Vega. Ahí trabajaba una serie de periodistas que se hicieron muy conocidos, como Raúl Vargas, Mario Campos, Maynor Freyre y otros. También saqué una revista quincenal, Vistazo, que duró unos años. Era cooperativa, la hacíamos a pulso. Pero no tenía padrino, así que teníamos muy poco avisaje. Pero, como yo era amigo de los poetas que hacían periodismo, como Reynaldo Naranjo, Gonzalo Rose, Pimentel y otros, ninguno de ellos me cobraba las colaboraciones.

¿Llegó a trabajar con linotipos?
Sí. La era del plomo terminaba cuando yo comencé. Era bonito trabajar así. Se escribía a máquina, a tantos golpes, y el periodista se metía al taller, donde se hacían las leyendas y los titulares. Era tal el entusiasmo que la gente se metía para ver cómo el armador sacaba a pulso la prueba. Después, en los 80, entra la computadora.

¿Fue un alivio para usted?
Para los jóvenes lo fue. Pero los viejos, después de darle cuarenta y tantos años a la máquina de escribir, decían 'esto no es para mí'. Pero a todos les acabó gustando. En La República fue difícil. Una noche tuvieron que llevarse las máquinas para que todo el mundo empezara con las computadoras, porque no querían.

Antes existía esta bohemia de periodistas, ¿no?
Hasta los 60. Lima era chiquita pues; entonces, cerrando el periódico, los de La Crónica nos reuníamos en el bar Ópera, que estaba en Carabaya. Pero la mayoría iba al Zela, en la plaza San Martín. Ahí iban Alfonso Tealdo, Paco Igartúa, y pintores, como Sérvulo Gutiérrez, y poetas.

¿Se cruzó con Vargas Llosa en algún momento?
No ahí. Lo conocí en la revista Extra, en el 55. Él escribía una columna cultural. Recuerdo que el escritorio del costado era de 'Tatán'.

¿'Tatán', el ladrón?
Sí. Es que el director, el 'Gordo' Villarán, pensaba que había que tener en policiales a alguien que conociera el tema (ríe). Claro que no escribía, él traía los datos, pero Vargas Llosa se enteró y se indignó.

¿Cuál fue la primera comisión que le impresionó?
Ha habido tantas... Las invasiones de tierras en Lima. Yo me amanecí esperando la noche con los invasores, todos con linternas, listos para, ante la señal del día, cruzar tres cerros y llegar a la pampa donde ahora es Independencia. Esa invasión terminó con muertos y heridos. Caretas sacó seis páginas. Y eso se publicó en varias revistas del mundo. Por primera vez sentí el silbido de las balas. Otra fue el duelo de Belaúnde, en 1957, con Watson Cisneros. Un duelo a sable.

¿A sable?
Sí. No dormí esperando que amaneciera para ir a casa de Belaúnde. Pero él no durmió en su casa y despistó a la prensa. Creo que nunca dimos más vueltas buscando la noticia. Cuando encontramos el lugar, la azotea en un edificio en Miraflores, el combate ya estaba acabando. Fue un duelo con padrinos y todo. Belaúnde terminó con unas heridas.

En Conversación en la Catedral, un personaje dice que el periodismo no es una vocación sino una frustración. ¿Usted ha tenido una vocación literaria frustrada?
No. Para mí el periodismo es una pasión y lo seguirá siendo hasta el fin de mis días. Por suerte, ahora estoy escribiendo mis libros. Tengo una novela histórica en proyecto, sobre el levantamiento del sargento Huapaya, en el 30. Y un libro sobre todos los proyectos que no se realizaron en Lima en el siglo XX. Y otro sobre la revolución de Velasco.

Usted tiene una historia larga con su actual esposa. Cuéntemela.
Soy viudo y vuelto a casar. Mi esposa, con la que tengo cinco años casado, es una amiga de hace 50 años. La conocí en la imprenta donde se imprimía toda la prensa chica limeña. Y nos volvimos a encontrar a raíz de una entrevista que me hizo Zenaida Solís. Ella, que se había separado hacía 20 años, la escuchó y me localizó -cosa que le tomó un mes, entre lo llamo y no lo llamo, como me contó-. Muy bonito. Y uno, a cierta edad, necesita compañía. Los hijos ya tienen sus problemas. Es más, yo pertenezco a la promoción del 47 del colegio Salesiano y hasta ahora nos reunimos cada mes. Ahí nos divertimos mucho... Si no estuviera casado, no podría asistir (ríe).
 
Autoficha

Yo nací en Lima, en 1929. Vivía en una calle escondida casi en el Centro de Lima. Soy el tercero de ocho hermanos. Estudié en el colegio Salesiano -soy de la promoción del 47 y aún nos reunimos cada mes, es muy divertido-. Siempre me atrajo la Historia del Perú, me sacaba 20. Soy de la tercera promoción de Periodismo de la Universidad Católica. Empecé trabajando en la prensa chica -semanal o quincenal-. Trabajé, entre otros muchos medios, en La Tercera, La Primera y Caretas. Tengo tres hijos y seis nietos. Soy viudo y vuelto a casar; tengo cinco años con mi esposa.

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