Por Pedro Escribano
Fuente: La República, Lima 15/01/06
La poeta Rocío Silva Santisteban junto a su hija Sol, en su departamento de Miraflores. En la otra imagen, con su hermano Ricardo y su padre el antropólogo Fernando Silva Santisteban, en una foto del recuerdo.
La poeta acaba de publicar "Turbulencias", un libro de poesía irónica y despiadada.
"La vida es un frenesí", dice con ironía la poeta Rocío Silva Santisteban cuando iniciamos esta conversación a propósito de su último poemario, Turbulencias (ed. estruendomudo), que es un libro de una poesía áspera, despiadada, en donde la mujer -la amada- enfrenta, entre otras embestidas, los rigores del desamor, las sutilezas del machismo y el infortunio, hasta en lo más íntimo, de ser mujer en una sociedad como la nuestra.
Rocío surgió a la literatura peruana en los años 80, junto a esa legión de poetas mujeres que tomaron la mejor arma: la palabra poética.
"En realidad -me corrige Rocío- la mujer se metió en todos los campos. Fue un hito, porque la mujer empezó a participar en la poesía, en la vida cultural hasta en Sendero". No le falta razón.
La poeta, además de Literatura estudió Derecho. Asimismo, es una de las preocupadas de los estudios de género, mujer y cultura en nuestro medio. Ese interés, que es un propósito de búsqueda de justicia, es otra marca en su poesía que está presente desde su primer poemario, Asuntos circunstanciales (1984).
La mujer y sus respectivos asuntos es un tema caro en la poesía de Rocío Silva Santisteban. Un tema que se le ha filtrado no a través de lecturas, sino a través de la vida, de su historia familiar.
"Mi madre, que era una profesional, políglota, cuando se casó, se convirtió en una ama de casa. Después, cuando se separó de mi padre, ella tuvo que salir al campo, a ganarse la vida, pero con la carga de dos hijos. Y salió adelante. Y esa historia también era de mi abuela, de mis tías, pero en todas ellas había punche, fuerza", narra la poeta.
-¿ En ti se repite esa historia?
-Se repite en el sentido de que yo, como mi madre y mi abuela y mis tías, no me dejo. Desde que era una niña mi madre me repetía: "nunca dependas de un hombre". Me enseñó a salir adelante ante todas las dificultades.
-Pero en Turbulencias un poco tú misma te pones en el paredón.
-En este libro juego bastante con mi primer libro, Asuntos circunstanciales, y conmigo mismo. El año pasado fue un año bastante difícil para mí, a pesar de que en ese año también me doctoré. Duro, porque mi padre estuvo en cuidados intensivos en un hospital, a mi madre le dio un derrame cerebral y yo también rompí una relación que me dejó bastante mal parada. La desgracia vino junta. Iba de un hospital a otro, del hospital privado de mi padre al hospital público de mi madre. No podía dormir y me dediqué a escribir y escribir.
-Hay un poema: "Larga marcha a través de la noche". ¿La noche no era para dormir?
-Sí, era para dormir, pero no podía, me costaba trabajo atravesar la noche. Ese es el sentido de ese poema, así, como larga marcha de Mao, así me era de doloroso y difícil.
-En muchos poemas en este libro hay alusiones despiadadas contra ti misma. ¿La poeta, la mujer, se rinde?
-No, no, yo al final no me rindo.
-El último poema del libro dice: "¿Cuántos más pasarán por este cuerpo/ dejando sus fluidos para que yo sea feliz,/ papá?
-Sí, esa pregunta es terrible. Sabes, uno es feliz como un "vago fulgor", como dice la cita que cito de Luis Hernández quien además cita a Amado Nervo: "Hay amores que nacieron para la luz del día/ y otros que nacieron para un vago fulgor". Uno tiene que aprovechar al máximo el momento de felicidad. A veces me pregunto, por qué los momentos de dolor son más intensos que los momentos de felicidad. Es que siempre pensamos que los momentos de dolor son eternos y que los de felicidad son efímeros. Nos cuesta mucho aceptar que somos felices. Por lo demás, es cierto, en este libro yo he sido un poco dura conmigo misma.
-Ahora, el libro no encierra una visión patética de la amada, sino al contrario.
-Uno de los poemas habla de la identidad de la mujer como víctima. Las mujeres de América Latina tenemos una tendencia alucinante de estimarnos como víctimas, pues siempre se escucha: "ay, pobrecita de mi hijita", "yo soy la que me sacrifico por mis hijos", todo ese victimismo que nos viene de la tradición cristiana. Eso como que nos ha marcado bastante y lo que yo intento es sacurdirme de ese rol de víctima que no nos da nada.
Machismo turbulento
Para Rocío Silva Santisteban todo tiene que ver con el sentido de masculinidad y feminidad con que nos educan.
"Lo que ocurre -dice- es que el machismo perjudica tanto a los hombres como a las mujeres. A los hombres, por ejemplo, les plantea un estereotipo de masculinidad que es tan difícil conseguir en los jóvenes", afirma la poeta.
Es decir, las turbulencias también son de los hombres.
"No creo en los caudillos"
-En un poema, en una muestra de conciencia, la amada dice: "Si yo sola no me cicatrizo/ ¿quién me sanará?". Si extendemos esta figura al campo político, ¿quién sanará nuestro país, Rocío?
-Si él mismo no se cicatriza, nadie lo va a sanar.
-¿Un líder, un caudillo?
-Yo no creo en los caudillos. Yo creo en la ciudadanía. Seamos responsables cada uno. No esperar a que otros metan la pata y después todos digamos "él tiene la culpa".
-¿Alguna gente cree que ahora es el turno de una presidenta?
-No creo. No debemos pensar que siempre hemos tenido un papá presidente y que ahora necesitamos de una mamá. Lo que tenemos que hacer es ser adultos. La única manera de salir es ser ciudadanos.
-Y a propósito, ¿te interesaría deslizar los pies hacia la política?
-Sí me interesaría, pero por ahora no. Hay ciertos derechos que se tienen que conquistar y eso está en el terreno de la política en el sentido más amplio, que es el juego del poder. Pero aquí la política está hasta las patas. Pero por otro lado, hay gente que dice "no, porque me voy a ensuciar con la política". Creo que uno, finalmente, si uno quiere salir, tiene que meter las manos un poco en la ciénaga.
-¿Y vas a meterlas?
-Yo las he metido bien. Mi tesis de doctorado es un análisis de los discursos de la Comisión de la Verdad. Espero publicarlo este año. La ciudadanía está despertando. En los años 90, lavar la bandera en la Plaza de Armas fue genial, fue arrebatarle los símbolos del Perú a los militares. eso fue revolucionario. ¿Por qué los símbolos patrios deben ser solo de los militares? Por eso me gusta aquella pintura de Claudia Coca en la que una mujer sale de una piscina con un bikini de la bandera peruana. Eso me parece genial.
Perfil
Nacimiento. Lima, 1963.
Estudios. Derecho en la Universidad de Lima y Literatura en San Marcos (es doctorada en la Universidad de Boston, EEUU). Es una de las promotoras de estudios de género: mujer y cultura.
Obras. Poemarios. Asuntos circunstanciales, Ese oficio no me gusta, Mariposa negra, Condenado amor y otros poemas. Libro de cuentos: Me perturbas.