Por Edmir Espinoza
Fuente: La Republica, Lima 09/05/07
Jorge Salazar es un periodista de larga data, un reportero que ha recorrido calles y callejuelas de Lima con fino olfato de cronista de policiales. No son pocos los diarios limeños que han recogido sus crónicas literalmente en tinta roja. Pero no solo ha seguido el crimen en comisiones del día, también se ha sumergido en archivos y hemerotecas siguiendo huellas y pistas de homicidios cometidos en el Perú del siglo XX. Cosecha de esas pesquisas es Historia de la noticia, una serie de publicaciones que constituyen un historial de buena ley sobre el hampa y el crimen. La sangre derramada es la última entrega de esta serie, un archivo en forma de crónica, que intenta retratar los principales crímenes y homicidios del siglo XX.
–¿Por qué su fascinación por la crónica roja?
–En principio, me interesa mucho la historia. La historia es algo que me ha fascinado desde muy joven y pienso que el homicidio, el crimen, el delito, forman parte de la historia de los pueblos, aunque muchos lo pasen por alto. Yo creo que un pueblo que no conoce la historia de sus errores, de sus horrores, está llamado a repetirlos.
–¿Investigar el crimen ha cambiado su percepción sobre la muerte?
–No, lo que ha hecho esta investigación es, de alguna manera, enriquecerme, conocer a mis semejantes, ampliar mi conocimiento sobre mi país y sobre la realidad delictiva del mundo. Es decir, ver en qué nivel nos encontramos. Entonces, me siento, al mismo tiempo, asqueado y enriquecido. Me ha permitido conocer detalles que me han dejado anonadado, pero a la vez me permiten tener conciencia de lo que soy, de lo que somos capaces y lo que deberíamos cambiar.
–¿Cómo fue su primera experiencia con un cadáver?
–Yo pertenezco a una generación de periodistas que no contaba con toda la tecnología de ahora. Nos tocaba guardia de madrugada, por ejemplo. En ese lapso nos avisaban que había ocurrido un homicidio, o un atropello, un suicidio, etcétera. Teníamos colaboradores que se contactaban con nosotros. Pero si había un partido de fútbol, igual íbamos. No existía la especialización. Teníamos que ser expertos en todo.
–¿Y cómo fue la relación de este joven periodista con la muerte?
–Mi relación con la muerte no viene necesariamente del periodismo, sino de mi generación. Yo he nacido el año de 1940, en el plena Segunda Guerra Mundial, donde la muerte era el pan de cada día a través de diarios y revistas. Mi relación con la muerte es muy antigua, pero creo que como periodista ya estaba preparado, porque la muerte, en general, es un tema subyugante para todos los seres humanos. Es decir, el hombre ha podido vencer y resolver una serie de misterios y de enigmas a través de los siglos, sin embargo la muerte sigue incólume, impertérrita, inamovible. No conocemos más de la muerte de lo que se conocía hace uno o dos millones de años. Y el hombre sigue teniendo esa tremenda curiosidad por saber qué hay más allá o por saber qué cosa impulsa a un ser humano a acabar con la vida de otro ser humano al cual no puede crear. Usted es capaz de destruir lo que no puede crear, es una cosa terrible. Una incógnita que ha conmovido a los seres humanos desde que el mundo es mundo. Y bueno, yo no soy ajeno a ello.
Delito sin clase social
–En este volumen habla del caso Luis Banchero, Fernando López de la Romaña, Calígula, de crímenes en clases sociales altas y medias. Antes se decía o se pensaba que eran casos aislados.
–Ahora mismo, usted tiene al asesino del martillo, a Giuliana Llamoja. Se cometen crímenes en sectores que no tienen nada que hacer con la pobreza. Es decir, el crimen no responde necesariamente a una determinada situación económico-social. De lo que estamos hablando es de demencia, de traumas que tienen que ver más con la personalidad. Traumas que tienen que ver con la formación intelectual, con la formación familiar que no es ideal en ninguno de los sectores sociales.
Perfil
Jorge Salazar. Nació en Lima en 1940. Es escritor y periodista y eximio gastrónomo. Ha sido editor de la revista Caretas y ha trabajado también en medios de Alemania y Madrid. Entre sus obras se cuentan Una visión del Perú, premio De Gius de los Países Bajos. Es autor, además, de Poggi: La verdad del caso, La medianoche del japonés y Los papeles de Damasco.