Martín Rodríguez Gaona
La tradición del conflicto La tradición del conflicto

Por Diego Otero
Fuente: Domingo. La Republica, Lima 21/08/05

Poeta y traductor peruano gana reconocimiento en Madrid. Martín Rodríguez-Gaona es, además de uno de los poetas peruanos más interesantes de las últimas generaciones, un talentoso traductor y uno de los coordinadores de poesía de la Residencia de Estudiantes de Madrid, ese instituto académico que acogió a nombres como Buñuel y García Lorca.

En 1997, con dos libros publicados (el desenfadado Efectos personales y Pista de baile, un poemario irregular pero potente, audaz, quizá de lo mejor de la poesía peruana de los últimos años), Martín Rodríguez-Gaona partió rumbo a Estados Unidos para realizar estudios de maestría. Pocos años después se mudó a España, con la idea de intentar vivir de la traducción. Desde entonces ha logrado publicar la primera gran antología en castellano de John Ashbery -uno de los autores fundamentales de la segunda mitad del siglo veinte en lengua inglesa- y ha conseguido ocupar un cargo crucial en la Residencia de la que fue becario: el de coordinador de poetas invitados. Rodríguez-Gaona, además, acaba de presentar en Lima su tercer poemario, Parque infantil, publicado por el prestigioso sello español Pre-Textos.
 

Cada libro tuyo es como el registro y la reflexión de ciertas experiencias que tienen que ver con determinada edad: la adolescencia, la juventud, la niñez.
-El trabajo con el tiempo tiene que ver con una sensibilidad que te impregna. Quizá la metáfora de la fotografía, de la luz marcando una superficie, no sea del todo gratuita a la hora de querer entender este proceso. Yo siento que en determinadas épocas, por distintos motivos, soy más sensible a ciertos temas que van madurando en mí y que van haciéndome desarrollar la intención de un proyecto.

En Parque infantil, que es un homenaje a tu padre, se intuye un planteamiento conceptual evidente: hay dos partes delimitadas, que se complementan y que están regidas por una serie de valores como el juego entre filiación y autoría, o entre herencia generacional y ruptura.
-La primera etapa del libro fue puramente catártica. Después hubo una selección y quedó el registro de la experiencia de ese momento en el que el padre era una figura definitiva: la infancia y la adolescencia. Y una vez que esto estuvo listo me di cuenta de que tenía que tratar de añadirle dimensiones, y en ese proceso se me ocurrió jugar con las supuestas obras incompletas de mi padre, quien fue un buen lector y alguna vez hizo ejercicios literarios. Así, a partir de sus apuntes, de esos recuerdos, decidí contrastar esas dos secciones para sostener la idea de que la muerte no es definitiva, incluso si no se cree en la trascendencia religiosa o histórica: lo importante es contribuir a una continuidad que existe porque detrás hay alguien que tiene la amabilidad de leer un texto.

Dices que la tradición peruana tiende a romper con lo precedente. ¿Cómo se construye una tradición en la que hay un intento constante de quebrar cánones?
-Yo creo que la tradición peruana es una tradición del conflicto. Y el momento vanguardista es muy importante porque le da a ese conflicto, a la ruptura, todo el protagonismo. Y en el boquerón que abre esa ruptura se introducen todos los cambios históricos y sociales del país. Y, por lo tanto, las diversas versiones de lo que es el país y de lo que es la literatura del país encajan ahí, y van superponiéndose unas a otras, y van creando una dinámica que finalmente es muy rica y que siempre deja zonas que trabajar, zonas poco exploradas.

En tus libros aparece mucho Lima y su gente. ¿Cómo ha incidido en ti la distancia emocional y física con relación a la apreciación de tus libros y con relación a la poesía peruana?
-Yo he estado saliendo del Perú desde los 17 años, y los poemas han sido escritos afuera. Y esa circunstancia me ha llevado a creer que una de las ventajas de viajar es que cuando regresas tus ojos son distintos. Además, en la tradición poética peruana el exilio es una constante, en ese sentido no me siento marginal, me siento acompañado. En cuanto a cómo se observa la tradición peruana desde otras tradiciones, pues yo creo que se ve como una tradición muy dinámica, esa es su mayor riqueza, pero eso mismo también la acecha siempre como un posible inconveniente.

¿Lo dices porque la vocación por el cambio puede ser un arma de doble filo?
-El problema está en que no siempre la búsqueda de innovación es acompañada de un momento histórico propicio. Hay momentos que son de apertura y otros que son de reformulación, y en cierto sentido gran parte de lo que se ha hecho a partir del sesenta se ha hecho así porque en esa década se quebraron muchos límites y se dejó mucho material para reelaborar. En ese sentido no creo que sea tan acertado decir que la poesía peruana ha perdido calidad en los últimos años. Lo que sucede es que el referente, el lenguaje inaugurado hace cuatro décadas, es tan potente que es difícil reformularlo. Pero la pluralidad peruana ofrece vías: lo que no se puede superar por una vía del lenguaje no es una pérdida, se convierte en una riqueza porque lo que se amplía es el registro de las experiencias que se plasman: otra ciudad, otros referentes, otra épica.

Por tu trabajo en la Residencia estás en el "centro" de la cultura, pero por motivos biográficos estás muy vinculado a la "periferia". ¿Cómo ves la relación entre esos polos?
-Hay una dinámica, sin duda. Pero los mecanismos de interacción son muy lentos, azarosos. España, en el plano institucional, tiene más medios, más responsabilidad para dinamizar el proceso; sin embargo nosotros tenemos más libertad. Y en ese sentido, las nuevas tecnologías han abaratado costos, han acelerado la difusión de la cultura. Lo interesante es conjugar estas dos realidades: una formal, más rica, y una informal, más libre.

¿El canon occidental realmente reconoce a nombres como Vallejo o Neruda o los incluye en sus listados solo para dar la nota de color?
-El etnocentrismo de quienes manejan el canon hace que incluso aceptando a determinados autores, incluso incorporándolos, se les trate como excepciones: para el lector francés o el italiano Vallejo salió de la nada. Antes de Vallejo no hubo ni Valdelomar ni Melgar ni Chocano. Lo mismo sucede con Vargas Llosa.

Has publicado Pirografía, un libro muy importante porque es la primera gran antología de John Ashbery en castellano. Cómo te vinculas con el hecho de traducir poesía, teniendo en cuenta que es una labor considerada por muchos como muy difícil, si no imposible.
-Yo empecé a traducir poesía muy pronto, desde mi primer viaje a los Estados Unidos, más o menos a los 17 años. Y traducía para mostrar a mis amigos algunos poetas que me parecían buenos. Mi intención principal desde entonces, y hasta ahora, ha sido transmitir, descubrirle a otros cosas que a mí me emocionaban. Aunque también he traducido para apropiarme de la voz de otro autor, como un laboratorio de lenguaje, un lugar de experimentación. También me interesa traducir para entender mejor, por eso siempre he traducido a poetas de los que algo se me escapa. Así empecé con Gertrude Stein, con Jack Spicer o con el propio Ashbery.
 

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