Gustavo Rodríguez
Me la arreglo para ser buen vendedor de mí mismo Me la arreglo para ser buen vendedor de mí mismo

Por José Gabriel Chueca
Fuente: Peru21, Lima 25/08/06

Trece mentiras cortas es el nuevo libro de cuentos de Gustavo Rodríguez -autor también de La furia de Aquiles y La risa de tu madre-, conocido también por su trabajo como publicista y comunicador. Acerca de la publicidad, la escritura y la paternidad, conversamos con el director de la agencia Toronja.

"A Trujillo le debo una infancia más tranquila que la que podría haber tenido en Lima -con un solo robo de bicicleta y no con tres-. Y también le debo haber saboreado el ser provinciano y haber mirado con ese desdén envidioso a Lima", dice Gustavo Rodríguez.
 

¿Y pasó piola en la capital?
Cuando tenía 16 años -lo cuento en mi primera novela-, me daba miedo que se notara que era provinciano, cuando caminaba mirando para arriba los edificios en Miraflores. Pero me las arreglé para pasar piola, como siempre. Incluso paso por inteligente, porque sé mantenerme callado. Pongo cara de inteligente y por dentro puedo estar en babias. Siempre me las he arreglado para ser un buen vendedor de mí mismo.

Entonces, no es casual que se dedique a la publicidad. ¿Cómo entró a ella?
Porque era un romántico estúpido. Cuando vine a Lima a estudiar, dejé en Trujillo a una chica de la que estaba templado y pensé que, estudiando una carrera corta, podría regresar como un caballero en su caballo blanco -más bien, en su Tepsa blanco- a recogerla.

Ahora dirige Toronja, una agencia sui géneris, pero antes hizo publicidad tradicional.
En realidad fue una vuelta de tuerca gradual. Creo que antes de ser publicista era un narrador de las vivencias sociales -siempre he sido muy observador-. Por eso incorporaba a personajes habitualmente excluidos de la publicidad en mi trabajo. Por ejemplo, los guachimanes -en el caso de 'Yungay'-, las empleadas domésticas -en lo de Kanú- o los lustrabotas -en una campaña que hice para betún Kiwi-.

¿Por qué cambió?
Tuve una crisis con mis socios, en la que se hizo evidente que ya no encajaba muy bien en el trabajo. Pero fue una crisis productiva, porque aprendí de mis errores y encontré mis potencialidades dormidas. Entre otras cosas, supe que no debía seguir viviendo para trabajar. Además, yo ya venía con una preocupación por lo social, como cuando hice la campaña por el pisco.

Usted hizo también una campaña interesante a favor del TLC.
La campaña del TLC la planteamos como una herramienta de progreso a la que no hay que tenerle miedo, que traerá desventajas y beneficios. Así quisimos mostrarlo y no de la manera impúnemente positiva que suele tener la publicidad comercial, que siempre va a tratar de seducir mostrando el glamour o lo maravilloso de un camino.

La publicidad tradicional peca, digamos, de maquillar excesivamente la realidad. ¿Diría que en Toronja ya no cojean de ese pie?
No. Dependiendo de la necesidad comunicativa, tendremos que echar mano de distintas herramientas, y una puede ser usar la publicidad que el público identifica como tradicional.

¿Cuándo comenzó a escribir?
Cuando era niño escribí algunas historias que mis compañeros celebraban. En la adolescencia escribí esos cuentos bobalicones que tienen que ver con el amor. Pero dejé de escribir hasta el 95, cuando me entraron unas irrefrenables ganas de escribir los fines de semana -únicos momentos que me dejaba la publicidad-. Fruto de aquello fue mi primer libro, Cuentos de fin de semana.

¿Y de qué nació esa necesidad?
En esa época supe que iba a ser padre -iba a nacer mi primera hija-. Y creo que comenzar a escribir fue una forma de procesar mis cosas, como preparándome para ser mejor persona, mejor padre. Esa es mi hipótesis romántica. Y ya no paré. Luego me encapriché en atreverme a escribir una novela y salió La furia de Aquiles; después salió una segunda y, ahora, este libro de relatos.

No creo que pueda ganarse la vida así.
Evidentemente, no. Ni el TLC lograría algo así.

¿Qué tal ser papá? ¿Un rollo?
Sí, un rollo. Porque uno se da cuenta de que todos podemos estudiar años para alguna actividad, pero no para ser padres. Por mi formación, no debería decir clichés, pero sí es algo que le cambia la vida a uno.

De pronto, su casa ya no es suya, ni su tiempo.
Sí. Pero creo que algo ocurre si es que se procrea a un niño con amor o durante un acto de amor. Uno se enamora fulminantemente de esa personita y, sin darse cuenta, empieza a cambiar sus prioridades. Así como de chico uno no podía entender cómo se podía tomar un trago tan amargo como la cerveza, de alguna manera -a la vez que uno se toma su cerveza-, empieza a cambiar su perspectiva.

¿En qué se mueve por la ciudad?
Tengo mi carro. Pero cada cierto tiempo trato de ir en combi. Creo que eso deberían hacerlo también los políticos, que empiezan a alejarse de sus representados cuando suben la ventana polarizada. Puede sonar a tontería, pero darse una vuelta en combi por la ciudad, viajando apiñado, es una forma de no olvidar, de comprender, de ser solidario y de palpar el pulso de la ciudad, lo cual, para un comunicador o un escritor, es fundamental.
 
Autoficha

Nací en mayo del 68. Somos tres hermanos, soy el del medio. Soy de Lima, pero crecí en Trujillo; primero vivíamos por el mercado mayorista y, después, por la urbanización San Andrés. Nos fuimos a Trujillo cuando yo tenía cuatro años, porque mi papá compró una farmacia. Cuando estaba en el colegio era malísimo en el deporte, pero me las arreglaba para estar en el cuadro de honor sin ser señalado como chancón. Vine a Lima para estudiar en la universidad; iba a estudiar Arquitectura, y si no lo hice fue porque nunca entendí el concepto de kilogramo fuerza.
 

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