Por Carmen Ollé
Fuente: La Primera, Lima 20/02/06
En su libro emblemático, 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, José Carlos Mariátegui dedica estas frases a la poesía femenina, a propósito de Magda Portal, en 1928. Conviene recordarlo porque las reacciones frente a la producción literaria de las mujeres se debaten entre el extrañamiento, el rechazo y la mercantilización de la imagen de la autora como valor agregado.
Mariátegui escribe: “La poetisa es hasta cierto punto, en la historia de la civilización occidental, un fenómeno de nuestra época. Las épocas anteriores produjeron sólo poesía masculina.
La de las mujeres también lo era, pues se contentaba con ser una variación de sus temas líricos o de sus motivos filosóficos. La poesía que no tenía el signo del varón, no tenía tampoco el de la mujer –virgen, hembra, madre–. Era una poesía asexual. En nuestra época, las mujeres ponen al fin en su poesía su propia carne y su propio espíritu”. (p. 322)
El fragmento también viene a cuento por la nota de la contracarátula del último libro de Grecia Cáceres: “En brazos de la carne indaga en la experiencia de la maternidad, explorando niveles de lenguaje que superan largamente la retórica realista de un buen sector de la poesía escrita por mujeres en los últimos lustros en el Perú”.
Y me pregunto, qué más realista que el título, la formulación metafórica del título se anula por sí misma al remitirla a su significado primigenio: la maternidad, la formación de un ser de carne y hueso.
Ciertamente, en la nota referida, hay una intención crítica a la poesía de tono directo y llano o trobar plan en privilegio de otra más críptica, tendencia de una generación en el Perú, que de ningún modo debe tomarse como algo exclusivo ni excluyente.
Curiosamente, después de casi ochenta años, las ideas de Mariátegui sobre la poesía femenina y masculina se enlazan con las de Susana Reisz en su libro Voces sexuadas, aunque con otros elementos de la época, mucho más complejos que las primeras intuiciones de José Carlos:
“Los esfuerzos de nuestras poetas por elaborar imágenes de sí mismas emanadas de una creciente conciencia de género cubren estrategias y entonaciones ideológicas muy variadas: desde la articulación de un sentimiento de fealdad y minusvalía hasta la glorificación del cuerpo femenino; desde acentos patético-trágicos hasta una sutil ironía autodestructiva.
Desde la mimesis ambivalente hasta la parodia bufonesca de los ideales de la belleza y el retrato patriarcal de la mujer; desde la romantización del erotismo femenino hasta el exhibicionismo con alardes de conquista sexual; desde un exilio ‘sublime’, barroco o arcaizante, hasta el más recio argot y la abierta obscenidad”. (Reisz 1996, p. 21)
En brazos de la carne indaga en la maternidad; me gustaría referirme a cómo algunos temas coinciden a pesar de la distancia. Acaba de salir a la luz también Pez, poemario de Mariela Dreyfus que trata del mismo tema. Tanto Dreyfus como Cáceres hablan de la maternidad en paralelo para referirse a otros temas cruciales de nuestra época.
En Pez, la maternidad equivale a construcción a vida y se opone a la destrucción representada por el acto terrorista más impresionante del 11 de setiembre del 2001, la caída de las torres gemelas en NY: “Las torres altas de una ciudad de mercurio, una mujer grávida, un poema que las cobija y trenza en su larga ola rítmica y aliterada”, se lee en la contratapa.
En el libro de Cáceres, la maternidad prefigura una ciudad violada por los guerreros bárbaros, donde lo fantástico linda con el horror y lo cotidiano se transforma en un mundo fantástico no exento de temor que vive ya y atrae al “insecto hambriento” y donde “animales feroces súbitamente hechizados por la luna/ se hacen peluche”.
Más que un telón de fondo, tanto en Pez como en En brazos de la carne, la alegoría de la gravidez en el cuerpo de la mujer explica la urdimbre del mundo exterior y es que quizá se larva ya entre las páginas del libro de Cáceres un símil de la violencia desatada hace poco en Francia por los “bárbaros” inmigrantes a los que el ministro del Interior calificó como basura.
Volviendo al realismo –como un apestado para algunos. No sé en qué venusterio poético colocarían entonces a Safo, Catulo o a Horacio– en el libro de Grecia hay alusiones realistas que se combinan con otras simbólicas, y es que no podría ser de otro modo, ya que el título está por algo y no deja de susurrar que somos hermosa materia organizada en medio del caos inteligentemente pero a través de un largo proceso de ensayo y error. Somos ese primate y ese mamífero insustituible, no siempre en brazos de la mística.
Realismo versus simbolismo, ningún límite, ningún esquema, Grecia Cáceres tiende puentes con imágenes muy concretas sobre el alumbramiento como “piernas abiertas en el aire”/ “en la punzada fría en el pujo que reverbera ácidos y agujas”, “el elástico bulto emergente”.
O “la criatura gime, se agita, grita, luego los fluidos: la leche, se deshincha el seno perentorio” para saltar de un extremo a otro mediante bellas imágenes simbólicas que anuncian la guerra cotidiana personal y la otra guerra, la de afuera, en una ciudad que se expande y es extraña: “el corazón de la guerra/luna creciente como daga de alabastro/prometiendo gloria sangre y cenizas”.
Atrae desde el principio el tono sincopado del libro, su liquidación del melodrama, una música monocorde como en medio del desierto y a la vez este ir y venir en aguas cristalinas y en otras más turbias, el tejido entreverado hecho de barro, de roca dura –como escribe la poeta– de luz de gases de ríos, barbas, ojos, pulmones, de este magma de donde emerge la criatura, de este túnel “interminable pasadizo de la entraña”.
Dato
Carmen Ollé nació en Lima, en 1947. Poeta, narradora y crítica. Estudió pedagogía en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ha residido largas temporadas en Francia, Alemania, España y Estados Unidos. Es autora de los poemarios Noches de adrenalina, Todo orgullo humea la noche y de las novelas ¿Por qué hacen tanto ruido?, Las dos caras del deseo, Pista falsa y Una muchacha bajo su paraguas. Ha sido directora del Pen Club del Perú, así como presidenta de la Red de Escritoras Latinoamericanas.