Por Gabriel Icochea Rodríguez
Fuente: El Peruano, 18 de julio 2004
En la historia de los hombres que forjaron nuestra Patria, merece un lugar relevante la figura de Francisco García Calderón (1883-1953), miembro conspicuo de la generación del novecientos, que comienza a formular los proyectos modernos en nuestro país. La obra de este pensador y escritor propugna que el campo cultural se convierta en el eje específico de la identidad nacional.
En uno de los prólogos a las obras de Francisco García Calderón, Luis Alberto Sánchez comenta haber visitado al pensador novecentista en 1948. El breve relato acerca del encuentro en un sanatorio nos habla de un García Calderón mentalmente deteriorado y poseído por una tendencia un tanto maníaca. Esa lamentable decadencia se consumará en el transcurso de los años. En verdad, el epílogo de su existencia es simplemente sombrío: morirá en la soledad, el abandono y la enajenación. Este dato puede no ser extraño en un país en el que los grandes hombres mueren destruidos por los monstruos de la ignorancia y la indiferencia. Más irónico aún si es el caso del intelectual considerado el “primer peruanista”.
Nace en Valparaíso en 1883, pero es inscrito en el Consulado peruano. Desde temprano, da señales de poseer un talento indiscutible. La cronología de su obra nos habla de una conspicua precocidad. La publicación de su primer libro, De Litteris, data de 1904, cuando tiene 21 años; su segunda obra, Menéndez Pidal y la cultura española, es del año siguiente. A estas menciones podrían sumarse muchas otras. García Calderón fue un autor prolífico. Títulos importantes como Las corrientes filosóficas en América Latina o Profesores de idealismo reflejan su afición por la historia del pensamiento. Otras obras con un filón más político, como Las democracias latinas en América, El dilema de la Gran Guerra, El wilsonismo o La herencia de Lenin, están a caballo entre el ensayo y la interpretación histórica.
Los diferentes pliegues de su obra son producto de la falta de especialización. He aquí una primera característica de la obra de los escritores del novecientos: su carácter interdisciplinario. El contexto decimonónico era auroral en muchos sentidos. En el siglo XIX, asistimos a la fundación de las ciencias humanas. Los primeros científicos sociales aún provienen de las facultades de Filosofía. Si no, veamos el caso de dos célebres casi contemporáneos como Emile Durkheim y Max Weber.
García Calderón es un estudioso de la sociedad con un equipaje humanístico bastante pesado. Su estilo refleja muy bien sus exquisitos gustos literarios. He aquí un segundo aspecto que debe ser mencionado: García Calderón es un afrancesado notable. Parte importante de su obra está escrita en francés. El Perú contemporáneo, su opus magna, es el mejor ejemplo para el caso.
Basta recordar la advertencia de Walter Benjamin, según la cual el siglo XIX es francés. Todo intelectual tenía alguna deuda con la patria de Voltaire. Francia representaba el espíritu de las luces en su máxima expresión. De allí, García Calderón ha tomado no sólo las referencias literarias, sino, además, el ejemplo ciudadano de algunos personajes del mundo intelectual francés. Los románticos eran una muestra superlativa de esa doble condición: Víctor Hugo es un ejemplo notable de compromiso y creación al mismo tiempo. El “intelectual” está en la línea de Zola y de sus compromisos insoslayables, compromisos que no tendrán ningún contenido ideológico específico, pero que implican una preocupación por el “estado de cosas”.
Por otro lado, el surgimiento de las ciencias humanas se da en clave positivista. Del espíritu positivo nacen todas aquellas ciencias que se ocupan en adelante del hombre. Los intelectuales peruanos tienen en mayor o menor grado esa impronta. De González Prada a la generación del novecientos, todos repiten fórmulas positivistas como la creencia en la ciencia como un conocimiento liberador o la firme convicción de la idea del progreso.
Además, García Calderón funda la idea del Perú en términos conceptuales. Sin embargo, su lenguaje está desprovisto del rigor y la especificidad, por su carácter fundacional. Conectado más bien con Rodó o Ugarte, García Calderón sigue en la línea del ensayo. En las páginas de sus obras se hallan mezcladas la belleza literaria con la agudeza.
La creación de un continente
La creación de un continente fue publicada en 1913. Tiene un carácter múltiple. Contiene ante todo la historia de las tentativas por unir el destino de los países latinoamericanos. Tratados, alianzas y acuerdos que en su mayoría no llegaron a cristalizarse son los antecedentes de una realidad por la cual muestra una enorme simpatía. Las posibilidades de la unión deben acentuarse.
Para García Calderón, es importante descubrir lo latinoamericano descartando aquello que no es tal. Somos latinos, ante todo. Esto implica que no somos sajones. La diferencia bien establecida entre la América Sajona y la América Latina es una condición que debe acentuarse. Los latinos apostamos por organizaciones políticas unitarias, mientras que los sajones son federalistas. Para el autor, Estados Unidos representa un problema fundamental. Deja traslucir una cierta desconfianza por los aires colonialistas de dicha nación. Sus cargos contra el carácter falaz de la doctrina Monroe constituyen casi un tópico en el principio de la obra.
García Calderón recoge las preocupaciones de sus antecesores, a algunos de los cuales no teme en denominar “maestro”, como Rodó, y reproduce algunas explicaciones racistas, como las de Oliveira Lima, que versan sobre el arribismo del mulato o la ociosidad del criollo.
En esta obra, García Calderón nos habla de un nacionalismo urgente. Un nacionalismo que se basará en una condición negativa. Es decir, el nacionalismo posee un elemento defensivo. Fortalecemos la cultura nacional para evitar la penetración cultural extranjera. Pero el nacionalismo del cual habla García Calderón es de un carácter netamente criollo. Nunca se apunta claramente a qué valores distintos podemos apelar. Y dicha actitud se explica porque el intelectual rechazaba plantear el reconocimiento a la cultura indígena. Cuando se menciona la grandeza del pasado, se soslaya intencionalmente el pasado indígena. Cuando se aborda el problema nacional, se evita plantear el papel del indio en el entramado futuro.
Ideales racistas que se ocultan detrás de un proyecto político y, al mismo tiempo, herederos de la antropología positivista del siglo XIX. Aquí, García Calderón ha postulado una de las primeras formas nacionalistas, aunque su carácter sea netamente conservador: la afirmación de una minoría (la criolla) y a partir de ella construir una idea de patria. Este parece constituir uno de nuestros primeros proyectos serios y conservadores de la política.