Lydia Fossa
Pinasco Carella, Alfio Con el Sol, la Luna y las Estrellas Pinasco Carella, Alfio Con el Sol, la Luna y las Estrellas

Por Lydia Fossa
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Buenas noches.* En este solsticio de invierno, saludo al INPET, Instituto Peruano de Etnociencias, por su excelente inicio editorial con el volumen que presentamos ahora. Es una manera muy efectiva de contribuir a la comprensión de la concepción nativa del cosmos. Lo más importante del enfoque actual al tema es que esa concepción está íntimamente ligada a la dupla astronomía-arquitectura, en la que se replica lo celeste en lo terrestre, donde la tierra funciona como un espejo estelar que refleja, más que astros, caminos, recorridos, encuentros y desapariciones.

Además de desarrollar una nueva forma de ver nuestra geografía y nuestro patrimonio arqueológico, se hace necesario utilizar una nueva nomenclatura para hablar de las creencias de otras sociedades que no esté teñida de catolicismo. La misma palabra “religión” nos lleva directamente a la católica, así como santuario, templo, dios. Los españoles ya lo trataron de evitar en el siglo XVI cuando hablaban de mezquitas, ídolos y supercherías al referirse al conjunto de lo sagrado indígena en sus crónicas.

También quiero destacar la importancia que tiene y debería tener el Instituto de Arqueo Arquitectura andina, fundada por el autor, Alfio Pinasco. Este Instituto tiene como misión abrir el camino multidisciplinario que requiere el estudio del pasado y del presente peruanos. Es necesario aplicar todos nuestros conocimientos, desde múltiples perspectivas, a la comprensión respetuosa y asombrada del desarrollo de la vida y la cultura en nuestro milenario país.

Como nos explica Alfio Pinasco, Pachakamaq, que en una significación etimológica quiere decir “el o la agente que anima la tierra o el tiempo-espacio”, no era, en realidad, el nombre de un sitio, sino el de una fuerza, una deidad que ejercía su poder de animación, de vivificación, sobre esa encrucijada, ese encuentro múltiple entre la tierra y el mar, la tierra y el cielo, los astros y los monumentos.

La foto de la portada ya nos anuncia lo que encontraremos en las páginas del libro: la sombra de un personaje (quizás conocido, quizás el autor) nos señala un punto en el este al que también apuntan los muros del Templo pintado que se vislumbra entre la arena. Sabemos que apunta al este porque allá, al fondo, están los Andes y el personaje tiene al sol poniente a su espalda. Se trata, entonces, del eje este-oeste que constituye, para nosotros, el camino del sol en el firmamento. La foto corresponde a un momento especial de ese recorrido, al del solsticio o sol quieto, momento en que el sol, visto desde la tierra llega a uno de sus extremos, norte o sur, boreal o austral, sobre los trópicos de Cáncer y Capricornio.

El libro es también pionero en nuestro medio del avance de la arqueo-astronomía y de la arqueo-arquitectura ceremonial. Este es un libro “nuestro”, provocador, polémico si se quiere, pero original y honesto. Su única pretensión es la indagación profunda a los testigos monumentales que tenemos aquí no más, en Pachakamaq, sobre su función, su razón y su motivo. Y en eso se nos puede pasar la vida.

Hay dos aspectos en el texto que quiero destacar. En la página 35 dice:


    “La ideología en el Santuario apunta hacia un culto dedicado a la totalidad de lo que Es. Lo Existente e inmenso aquí visible u oculto, móvil o inmóvil, grande o pequeño, arriba, abajo, adelante o atrás, a la derecha o a la izquierda. Aquí todo Está, Es, mágico, encantado, vivo.” (Pinasco, 2007:35)


La experiencia de Pachakamaq ha llevado al autor a cuestionar su propio concepto de lo total, de la existencia, de lo cambiante. Me interesa sobremanera elaborar un poco más sobre lo visible y lo oculto, lo que no se ve, presentado como pareja de términos, como opuestos complementarios, como las dos caras de un tejido, el positivo y el negativo, que son condición de existencia mutua.

Cuando dije que este libro era provocador, me refería precisamente a lo que estoy haciendo ahora: pensando mucho más allá del texto, pero estrictamente basado en él, a partir de él. Y creo que ese es el rol de cualquier indagación profunda en algún tema al que se ha llegado por una convicción tremenda, al que uno ha sido atraído por una inmensa curiosidad y un gran deseo de saber: ¿Cómo pensaban los que construyeron esto? ¿En qué creían? ¿Qué los impulsó a poner sus ideas en barro, en piedra, en muros, en líneas, en sombras, en colores? ¿Cuál es la “lógica” detrás de este conjunto de expresiones humanas: arquitectónica, astronómica, artística, matemática? ¿Cómo eran las categorías que manejaban, cómo eran sus taxonomías? Son estas preguntas, aún sin respuesta, las que vuelve a suscitar este libro tan estimulante.

Por ejemplo, lo visible o lo oculto (lo que no se ve) es, claro, parte de una dicotomía, pero se entiende como una coexistencia co-presente, complementaria sí, pero una que garantiza la existencia de la otra. Lo oculto está, pero no podemos acceder a ello mediante nuestros sentidos. Se trata de una presencia visible y de otra que no lo es. ¿Cómo forma parte lo oculto, lo invisible, de la realidad? ¿Es la “presencia” lo que cuenta o la existencia? Si existe, pero mis ojos no lo pueden ver, ¿existe o no? Esto también nos puede hacer pensar en unos ojos que no solamente son los físicos, llamémoslos los ojos del alma, del subconsciente, los que sólo actúan, afloran bajo los efectos del consumo ritual de sustancias que nos hacen ver más allá de lo físico, que nos dan una mirada más profunda, más abarcadora.

Sitios como Pachakamaq, abiertos a los cielos, a los astros, nos hacen pensar en rituales multitudinarios que llenarían las plazas, las marka, de peregrinos que habrían pasado por diferentes etapas de preparación, de ayuno y de consumo ritual para poder estar allí y compartir danzas, cantos y música con las estrellas y astros, música interpretada para la celebración de la deidad de todo lo existente, visible o no.

Todo lo existente, lo que Es, puede variar de una cultura a otra, depende de cómo se conceptualiza la vida, la muerte y la cohabitación con lo visible y lo invisible. Las taxonomías, definitivamente, son culturales.

Una sociedad que construye el suelo como espejo del cielo, que edifica para mirar más y mejor al cielo, es una sociedad que quiere integrar su existencia terrena con el cosmos, con lo visible y lo oculto que está allá arriba o acá abajo. Se trata de una sociedad que considera que el cielo es un modelo, un indicador de las cosas terrenas.

El cielo ha sido cuidadosamente observado por los astrónomos desde tiempos inmemoriales, observado y registrado todo lo observado. Calendarios y todo tipo de ayudas terrenas: gnomos, torres, observatorios, muros en ángulos estelares, etc., se han encontrado en la región andina, aunque muchas veces no se haya sabido qué cosa eran. La idea siempre fue observar las repeticiones, los ciclos, los caminos que recorrían los cuerpos celestes y celebrar esa regularidad. Cualquier cambio o acontecimiento especial era estudiado con consternación, justamente porque se salía de lo esperado, de lo anticipado. La vida la hace lo rutinario y la historia, lo que sale de lo común, lo único, lo irrepetido.

Una persona que observa el cielo desde la tierra no puede dejar de maravillarse por el espectáculo que ve. Y el espectáculo continúa, haya espectadores o no. Pero cada espectador sabe que su visión del entorno es sólo suya, es única. Asimismo, ese espectador forma parte de ese mundo observado: el/ella también es cósmico porque tiene la conciencia de que también es “observado” por los astros que tiene sobre su cabeza< se pertenecen. El acto de mirara al cielo lo empequeñece pero a la vez lo enriquece< lo empequeñece la majestad del espectáculo y lo enriquece la profundidad de la experiencia de saberse parte de un todo activado por una armonía vital que se interalimenta.

El otro tema inspirador que quiero tocar es la sacralización del territorio, que Alfio menciona en la página 86. ¿Cómo así reconocemos que Pachakamaq es un territorio sagrado?

Primeramente, por las mediciones y alineaciones entre los monumentos, los edificios y los astros que han encontrado los investigadores, entre ellos el autor. Esta estrecha vinculación con el acontecer sideral es una indicación de que lo que sucedía sobre el terreno trascendía al firmamento. Y, por deducción inversa, lo que sucedía arriba tendría, necesariamente, que afectar lo de abajo, lo terreno.

En segundo lugar, su cercanía al mar y la posición estratégica de algunos de sus edificios, como el llamado Templo Viejo, que observa la puesta de sol, mejor dicho, los lugares por donde desaparece el sol del horizonte y puede seguirse su recorrido solsticial de sur a norte que obedece a la inclinación axial del eje de la tierra, con toda precisión.

El autor, con más propiedad, habla de “solarización” y de “lunarización”. Quiero ampliar un poco estos conceptos y explicar que no se refiere a un tratamiento específico de la piedra o del muro, sino de la difusión de cultos solares o lunares, como sea el caso.

Los primeros cronistas, especialmente Cieza [1548] y Betanzos [1542?] recogen información que ha hecho que se difunda la idea de que los Inkas, cuando incorporan un nuevo territorio a su “federación” o conglomerado, construyen un “templo al sol”, un akllawasi, y nombran un “gobernador” inka. Así es como estos autores explican la copresencia de dos o más rasgos arquitectónicos pertenecientes a dos o más culturas diferentes en un mismo sitio arqueológico. Por ello se pensó, entonces, que los inkas “solarizaban”el culto y la cultura recientemente incorporada. Pero, investigaciones recientes, especialmente la de Pinasco y antes la de Milla y otros (Bauer, Urton, Burger) prueban lo contrario.

Se hace evidente que: “… otros [edificios presentan] más direcciones en sus muros; esto se debería… a la superposición y reutilización de estructuras de culturas anteriores…” (Pinasco, 2007:91). Es así que tanto este como otros lugares sagrados (Chuqikiraw, por ejemplo) han tenido ocupaciones sucesivas y resulta difícil atribuirle la pertenencia a una sola cultura.

El cronista Cobo detalla la profundidad histórica de muchos de los restos arqueológicos andinos: “Pachamama el cual como a santuario universal venían en peregrinación las gentes de todo el imperio de los Incas y ofrecían en él sus votos…” (Citado por Pinasco, 2007:49) y “… no era este templo obra de los reyes Incas, sino mucho más antiguo, como los indios cuentas y se ve en la forma y calidad de su fábrica, que es muy diferente de las otras de los Incas que casi todas eran de piedra labrada y si esta lo fuera pudiera competir con los más soberbios edificios del mundo.” (Citado por Pinasco, 2007:51).

De acuerdo al autor, fueron los Inkas quienes más bien “lunarizaron” Pachakamaq. Esto quiere decir que construyeron estructuras que están alineadas con la observación lunar o que sugieren algún calendario lunar. No olvidemos que tanto luna como mes se nombran con una sola palabra en quechua: killa. Para Pinasco se hace evidente que “… las edificaciones elaboradas o modificadas por los Incas, además de incluir la orientación solar (Conjuntos solsticiales), ponen énfasis con exclusividad en la luna (Aqllawasi, Cauillaca y Plaza de la Luna o de Peregrinos) y en la constelación del Amaru (Punchaukancha).

Quiero destacar que en la arqueoastronomía generalmente aparecen edificaciones calendáricas como las de Chankillo cerca de Casma, Sacsayhuaman y Arway en Ancash (Milla, 1992:180-182) que presentan alineaciones tanto solares (para los solsticios y equinoccios que marcan los cambios de estaciones), como lunares, que se utilizan para complementar la contabilidad anterior y se puede correlacionar la duración de un ciclo lunar con un mes de algo más de 31 días. Este ciclo se puede subdividir en partes, tres de diez días o cuatro de ocho o siete, que hoy llamamos semanas (del latín septimana, conjunto de siete). La Luna es la que rige esta división porque sus cambios son observables de semana en semana al interior de cada una de sus fases que, por supuesto, duran un mes (Aveni, 1992:86). No debe llamar la atención, pues, encontrar la presencia del sol y de la luna en las representaciones calendáricas andinas, monumentales o no. Bauer y Dearborn indican lo mismo: “A finales del incanato puede haberse dado una tendencia para alejarse del uso del calendario lunar tradicional acompañada de un intento de establecer un nueva sistema calendárico basado en meses calendáricos determinados a partir de observaciones solares.” (1995:66). Los mismos investigadores indican que “La sincronización de meses lunares al interior de un año solar dio por resultado la necesidad de observar el sol para poder añadir un mes intercalado para mantener el alineamiento con el año solar.” (1995:66). Se dan, entonces, años solares con meses lunares, a veces relacionados también con Venus, las Pléyades y otras estrellas.

En el libro de Alfio Pinasco se asocia a las mujeres con la luna y con su culto: “Los incas sí lunarizan el santuario: construyen el Aqllawasi y la plaza de la Luna, mal llamada de peregrinos. Estas son edificaciones que enfatizan el culto a la Luna y la educación e importancia de la mujer.” (Pinasco, 2007:15).

Podemos pensar que los akllawasi eran centros de formación de sacerdotisas y de ayudantes del culto que seguían una organización jerárquica. Hay pocas alusiones a las mujeres en las crónicas tempranas y cuando describen estos recintos, los españoles los relacionan inmediatamente con los conventos. Asimismo, hay varias alusiones a mujeres en contextos de descripción de oráculos. Se piensa ahora que las mujeres tenían una presencia muy importante en todo lo relacionado con la comunicación e intermediación con las deidades. Pero esta concepción es inclusive algo limitada, porque las mujeres representadas en objetos de cerámica pertenecientes al contexto ritual, no han sido reconocidas como tales por varias razones. Primero, porque no se esperaba que una mujer fuera quien se comunicara con los dioses o los astros, y segundo, porque las marcas que identifican a uno y otro sexo no son obvias para los estudiosos occidentales, inclusive hasta ahora.
Milla (1992:1228D) presenta la foto de un ceramio Chimú realmente excepcional por su representatividad y por su expresividad, aunque creo que mal interpretado por él. Sobre los globos que contienen el líquido, se ubica una especie de mesa sobre la que aparecen, cruzadas en “x”, como una cúpula, las dos versiones de la Vía Láctea que se ve desde nuestro hemisferio. Detrás de la “mesa” hay una mujer sentada que tiene sus manos sobre la “Vía Láctea” y mira al cielo. Dice Milla que se trata de una “madre mirando al cielo”; yo creo que es una astrónoma haciendo su trabajo de vincular astros, constelaciones oscuras y dioses en un conglomerado de fuerzas que se sustentan unas a otras para producir la vida.

En general, no se trata de que no se le haya representado a la mujer en la cerámica prehispánica; creo que el problema radica, más bien, en su identificación hoy.
En el mundo andino se debe esperar un mejor balance de poder entre lo femenino y lo masculino y, por lo tanto, un mayor respeto a las mujeres. Esto contrasta con la sociedad principalmente machista que llegó de España, donde la invisibilidad de las mujeres era parte de su cultura.

Hay otro aspecto, más difícil de definir, que se percibe en Pachakamaq, un ambiente de especial espiritualidad. Sólo sentarse allí y mirar al mar le da a uno una sensación de especial tranquilidad de espíritu. Es posible que sea porque se sabe que allí un grupo humano ha ejercido una gran actividad de relación con lo sagrado, por la desolación en que están hoy sus espacios, los restos, porque sabemos que estamos entrando, interviniendo, en un lugar ajeno, de acceso restringido, al sancto sanctorum de una sociedad prácticamente desconocida, a pesar de ser tan próxima.

En esa misma página 86, Alfio hace una pregunta que quiero, para terminar empezar a contestar. La pregunta es: ¿De qué pende la vida? Curioso que aparezca así, sin respuesta. ¿Es algo que le suscitó Pachakamaq al autor? ¿Qué tiene que ver Pachakamaq con la vida?

Los cultos se desarrollan para perdurar, para extender la vida, para familiarizarse con el más allá de la “otra” vida, con las formas de satisfacción que hay que desarrollar para que la deidad nos vea con beneplácito.

La vida pende de la relación armoniosa que uno desarrolle con su entorno: la vida del planeta depende de su participación constante en el sistema al que pertenece: la vida de una sociedad depende de su cohesión interna y de su coherencia con las demás sociedades.

Quienes administran la armonía, la coherencia y la cohesión saben de la importancia y la peligrosidad de su rol: son los intermediadores ante la deidad. Si fallan ellos, falla el sistema, falla la vida. La vida pende, pues, de un hilo, del hilo que nos vincula con lo sagrado.
 

* Texto leído en la presentación del libro: Pinasco Carella, Alfio Con el Sol, la Luna y las Estrellas. With the Sun the Moon, and the Stara. Arqueoastronomía en Pachakamaq. Archaeoastronomy in Pachakamaq. Instituto Peruano de Etnociencias. Lima, 2007, 10

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