Por José Vadillo Vila
Fuente: El Peruano, Lima26/06/07
Eran palabras extrañas, deletéreas, a veces sicalípticas. Raras avis que volvían, como una lamia, hasta tres veces en menos de 24 horas, aparecían tratando de convencer al escritor de que su uso era frecuente.
¡Benditas y malditas estilitas! Mentían para que José Donayre Hoefken las recolectara y procrease con ellas algunas historias. No cualesquiera, sino unas con catástasis y, sobre todo, breves; con el fin de que cualquier navegante de Internet se enganche y las lea de un solo tirón.
Así nació en el verano de 2004 Horno de reverbero, primera aproximación a los microrrelatos y al universo de las bitácoras electrónicas (blogs) del escritor y lingüista limeño.
Texturas y vocablos
Como dice el autor, de 42 años, no hubo reglas para la creación de Horno... Fue primero el asombro (la reverberación) ante las texturas de los vocablos y su significado; luego, construyó los relatos con toda libertad. En algunos casos, hasta dándole un sentido antagónico al vocablo inspirador.
Más allá de una idea procaz en el número de relatos (69), Donayre explica que el número está ligado con la idea del eterno inicio y fin de las cosas. Así, selló la “vida electrónica” de Horno de reverbero para que, tras algunas correcciones, se presente hoy como libro (Mundo Ajeno Editores, 2007), su cuarto trabajo impreso de narrativa.
Donayre prefiere no hablar de los “blogs basura” –esas bitácoras electrónicas que han aumentado como espuma, y que antes de hablar de literatura en sí se dedican al chisme literario, al amarillismo–, sino que ha encontrado en las bitácoras “en línea” una forma más de creación.
Además, entrar en los blogs le ha dado la certeza de que los libros de papel seguirán existiendo. “Porque en una pantalla no podrás leer una novela, sino textos cortos; con la necesidad del lector de hacer suyo el libro, subrayarlo, tocarlo, hacerle anotaciones.”
Tras la experiencia “bloguera” con Horno... en 2004, Donayre administra actualmente 14 bitácoras. Entre ellas, unos “fotoblogs” de turismo casero; otros sobre “idiotismos” (donde su yo lingüista refunfuña sobre el mal uso de las palabras); y otros de creación literaria como Inicios para Bulldozers y Nudos para Bulldozers, comienzos de novelas, cuentos y ensayos que nunca terminó, pero que encontraron unidad en sí mismos como microrrelatos propios. En eso, nos dice, sirve también la opinión de los lectores que recaban en sus páginas.
Para no perturbarse con la oscuridad de las palabras que encontró, el escritor ha preferido olvidar el sentido de algunas de ellas, o recordarlas sólo al repasar algunas historias de Horno de reverbero. De lo contrario, sería vivir esclavizado al significado de 69 palabras. Prefiere la ataraxia. Prefiere que usted, amable lector, se hunda en la lectura.